EL POETA ES UN FANTASMA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En abril de 2014, vio la luz la segunda edición del cuadernillo “Todos sabemos que el poeta es un fantasma”, de Juan Carlos Acevedo, con 21 textos de variada extensión, en verso libre.

 

El autor es  poeta de tiempo completo, en Manizales o en los otros 26 municipios de Caldas, en donde podemos encontrarlo dirigiendo talleres de poesía y relato o, al estilo de los coleccionistas de paisajes, plumas u hojas, lo hallaremos atrapando atmósferas y sensaciones básicas para elaborar sus versos.

 

En las dos ocasiones estos poemas han sido editados en unos bellos cuadernillos, más alargados y menos gruesos que los de la clásica colección El Arco y la Lira, que desde mediados del siglo XX, dirigió Jorge Montoya Toro.

 

Los textos de Acevedo correspondientes a esta obra hacen parte de la Colección de Poesía Tulio Bayer de la Nueva Editorial, en Manizales.

 

Entre ese manojo de composiciones se destacan Una llave para abrir la luz, Solares de la infancia,  Los amigos arden en las manos, El mundo de los otros, Fantasma del viento, Teatro de la memoria, Oración en voz baja para el fuego.

 

Leer algunos de los anteriores títulos, equivale a pronunciar lacónicos y sugestivos poemas en los que el poeta utiliza palabras sabias y generosas. Hay versos sensibles que laceran.

 

Al hacer detenida lectura de esas piezas se plantea una pregunta: ¿qué es poesía para el autor? En el texto  titulado Ars Poética, deja planteada la sugerencia de que no es el poeta el que escoja la poesía sino al revés: “¿Dónde me llevas literatura? ¿Qué palabras serán mi aliento? Sin embargo, no siempre hay palabras para la cena”.

 

Por sencillas que sean las voces, los poetas siempre acuden a un lenguaje cifrado, a metáforas o invocaciones propias de un texto creativo y no discursivo.

 

En Oración en voz baja por el fuego y Los Amigos arden en las manos, Juan Carlos Acevedo alcanza una entonación vital y convincente. Son salmos laicos.

 

Estética de una sencillez endurecida, de una angustia que confronta. “En sus casas una madre, inclinada en la cocina,/ hace de una vela y una cruz su propio altar/ donde eleva oraciones por nosotros./ Ellos tienen un yo le presto,/ yo le gasto;/ yo lo invito,/ porque el dinero es agua en sus bolsillos”.

 

En la página introductoria, el autor proclama que la poesía que ha descubierto, “más que magia y alquimia, es un acto de deslumbramiento bajo el cual el hombre está subordinado al redescubrimiento del mundo”.

 

Trabajo de joyero en el que el poeta  entra a su intimidad a seleccionar, como si fueran semillas, las palabras apropiadas para sembrar sus poemas: “Bajo la lluvia/ salgo a recoger palabras./ Es difícil volver a casa/ con palabras usadas en los labios”.

 

 

 

<< Regresar