AGUACATE HASS, EN EL CENTRO DE LA CONTROVERSIA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Para 2010, ante la crisis cafetera de finales y comienzos de siglo, los campesinos del centroccidente del país, con el problema de no saber qué camino coger, y otros  cultivadores de la tierra en el Gran Caldas optaron, en gran número, por sembrar aguacate en pequeñas y grandes extensiones. El cultivo ocupa, más o menos, las mismas zonas climáticas del café: entre 800 y 1800 metros sobre el nivel del mar, dependiendo de la variedad. Las dos regiones fuertes en Caldas para el aguacate, por tradición, han sido el oriente cuyo cultivo aparece ya en las reseñas de los cronistas españoles, a comienzos del siglo XVI y el Bajo Occidente.

 

Montar un cultivo podía costar entre 8 millones y 10 millones de pesos por hectárea (dólar a 1.800 pesos) y su utilidad, todo un espejismo, era de 3 a 5 millones por hectárea al año, muchísimo más que el café.   En 2005 había sembradas 300 hectáreas y en 2008 eran ya 700. En el año 2018 en Caldas se contaba con más de 3.000 hectáreas sembradas de aguacate hass.

 

Era un cultivo costoso y de mucho cuidado. Había que ser preventivo y no esperar a que le atacaran las plagas, sobre todo ‘los picudos’ y los ácaros (J.C.). Lo malo era que, en la jerga de los economistas, el aguacate no es commodity o producto de primera necesidad en las cuentas de los exportadores e importadores, como sí lo son la soya, el maíz, el trigo y la carne. Artículos pertenecientes al primer rango de necesidad, de demanda y halagüeños  precios internacionales.

 

En Colombia, se seguía careciendo, a nivel nacional, de una política agraria sobre este cultivo igual que con muchos otros. El amparo del gobierno, hasta 2008, era nulo. Los cultivadores esperaban la formación de  un consejo nacional de aguacate y que llegaran recursos por medio del Fondo Fiscal Frutícola y Hortofrutícola; sin embargo, pasaban los días y nada.  Pero, ¿quién dijo que un grancaldense se deja amilanar por las circunstancias?

 

El sábado 26 de abril de 2008, se llevó a cabo, en Anserma, la Asamblea de la Federación de Pequeños Productores de Aguacate. Esta asociación reunió, en esa fecha, a 100 cultivadores del Eje Cafetero y del norte del Valle. Luego, los antioqueños y tolimenses atendieron la invitación para hacer parte de la asamblea.  Entre los puntos del programa para esa reunión estuvo el informe sobre el Congreso Mundial de Aguacate, llevado a cabo en Santiago de Chile, al que asistieron varios miembros de la Asociación de Pequeños Productores colombianos. También hablaron de la transformación de la pulpa del aguacate y de la industrialización de subproductos.

 

En junio de 2008, se efectuó el Primer Encuentro de Productores de Aguacate de la Región Cafetera. Buscaban abrirse paso en la comercialización. La gigantesca colonia colombiana, buscaba ansiosamente, en los supermercados de Estados Unidos, los mantequilludos y regordetes aguacates colombianos en vez de los negros,  pequeños y rugosos aguacates mexicanos y dominicanos que también saben bueno pero a los que el paladar colombiano aún no se había adaptado. Los sabores que los nacionales llevan prendidos en la nostalgia hacen parte de la patria en el exilio.  La variedad ‘papelillo’ fue de buen recibo en las remesas de tanteo.

 

Los grancaldenses soñaron con diversificar, en los supermercados gringos, la oferta de aguacate pues, hasta 2008, solo se veían aguacates mexicanos y dominicanos en los grandes supermercados de ese país.   Yo les decía a unos amigos argentinos, en New Jersey, “esperen que llegue la oferta colombiana para que vean lo que es bueno”. Pero el aguacate colombiano, a nivel internacional, no tendría las bocas de los gringos como principal destino sino la industria de los cosméticos. Un industrial alemán comentó, en una visita a la región,  que en Alemania estaban dispuestos a comprar todo el aguacate que les ofreciera Colombia como materia prima de la industria de cosméticos.

 

Con los aguacates hass pasaba lo mismo que con las cosechas de café. Aguacates de segunda o tercera calidad así como aguacates papelillo y aguacates criollos se veían en las carretillas que los vendedores ubicaban en las esquinas de las ciudades, en las verdulerías de los barrios y los pueblos o en supermercados populares. Contenedores rumbo a Buenaventura partían repletos con los mejores aguacates hass de la zona centrooccidental de Colombia.  

 

Era un hecho que el aguacate, en el Bajo Occidente de  Caldas desplazaba muchas áreas en que reinaba el café. En 2010, decía un cultivador: “Teníamos 65 hectáreas de café. Nos fue mal el año pasado y las cambiamos por 40 de yuca y 25 de aguacate. Contamos con 9 mil árboles. El colino se vende a 7 mil pesos. Es algo rentable pero hay que ser preventivos” (J.C.). Mientras que un colino de aguacate valía 7 mil pesos (cuatro dólares), uno de café valía 140 pesos con tendencia a la baja (poco menos de la décima parte de un dólar). Con el dinero invertido en la siembra de un arbolito de aguacate, un pobre podía sembrar cincuenta arbustos de café. Más arbolitos, pero menos ganancia.  “Es rentable. En la finca teníamos café anteriormente y cambiamos a aguacate por ser más rentable. Lo más importante es el flujo de caja permanente que deja” (F.R.).

 

Ojalá no pase lo mismo que con los cultivos de lulo, pitahaya, uchuvas y maracuyá que se tornaron en espejismos, no por lo apetitosos o por su aceptación, sino por la falta de organización gremial y la comercialización correspondiente a nivel internacional. Pasado el fervor inicial, se convirtieron, sucesivamente, en otra frustración. El aguacate, como el ganado, por lo pronto, era cultivo de ricos.

 

En 2017, el gobierno de Estados Unidos abrió las puertas de su comercio al aguacate colombiano que hasta ese año venía vendiéndose solo a países europeos. A Europa le vendió, en 2016, 25 millones de dólares y,  a Estados Unidos le vendieron, en 2017, otros 25 millones de dólares. Pero los gringos advirtieron que comprarían únicamente aguacate hass que tenía más duración y resistencia en el traslado y más porcentaje de aceite. Ellos estaban dispuestos a pagar un dólar por una unidad cuando en las calles de Manizales vendían 4 unidades por 2.000 pesos. (El dólar costaba 3.000 pesos, en ese entonces). El Eje Cafetero estaba en camino de convertirse en el Eje Aguacatero.

 

En poco tiempo, se conoció el reverso de la moneda. El aguacate hass tenía su pero y muy grave: era una planta que aridecía la tierra; apenas estaba estrenándose la primera siembra cuando los agricultores se dieron cuenta que las pequeñas parcelas y las grandes extensiones con el nuevo sembrado habían entrado en un tremendo deterioro ambiental. La deportista Ángela Parra escribió en las redes sociales: “Me entristeció ver cómo se transformaba el paisaje para el cultivo del aguacate hass. Seco, pajonal, quemado, triste… De lo que no se dan cuenta los que entran en esta moda es del daño ambiental y social que viene para los países donde se cultiva…” (Laura Sepúlveda, 8 de enero de 2017, p.3.2).

 

Los nacimientos de agua aledaños a los cultivos de aguacate hass se estaban extinguiendo y las aguas que quedaban eran de mala calidad debido a los químicos con que combatían las plagas de esa clase de aguacate. El problema se agravó cuando se supo que muchos propietarios de tierras óptimas para esa fruta estaban arrendándolas a empresas extranjeras que arrasaron con montes, guaduales y otros cultivos con tal de sacar al lote alquilado la máxima utilidad. Eso no se había visto con el café pues un campesino caldense quería sus maticas de café casi tanto como a un hijo bobo. En corto tiempo empezó a peligrar el agua potable que surtía los acueductos de muchos municipios y comunidades veredales.

 

 

El Fenómeno del Niño entró al año 2019 pisando fuerte, con incendios forestales, embalses que mermaban día a día las aguas recogidas pero, hacia el futuro, y  en forma acelerada, veíamos que se perdía nuestra autonomía ambiental.

 

<< Regresar