ALCIDES ARENAS, PINTOR INGENUO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Alcides Arenas nació en el año de 1949, en la vereda Altomira de San José de Caldas y la mayor parte de su vida ha transcurrido en  ese mismo lugar. Su abuelo, Ezequiel Vallejo relataba, de casa en casa, “La Extraordinaria Vida de Sebastián de las Gracias” y, los domingos, día de mercado, vendía jarabe rosado con cucas y colaciones, en la plaza del pueblo. El padre de Alcides, Gabriel Arenas, trabajaba la tierra en semana y los sábados y domingos ejercía de peluquero en el pueblo.

 

Desde cuando estudiaba en la Escuela Marco Fidel Suárez de San José Caldas, Alcides demostró su gusto y capacidad para el dibujo y la pintura. Aún guarda los cuadernos de hermosa caligrafía, tintas roja y negra y los más preciosos dibujos de héroes de la independencia, animales y frutos del campo.  

 

Si nos atenemos a los libros de Historia del Arte, lo que hace Arenitas recibe el nombre de Arte Naíf, por su ingenuidad y espontaneidad; por los colores chillones y brillantes que utiliza en sus cartulinas y lienzos.

 

Las obras naif, conocidas entre nosotros como primitivistas, son mueca del arte. Arenas no ha posado de primitivista y  muestra de ello está en el intento de trazar perspectivas, el gusto por pintar lo que ve a su alrededor y de lo que aspira a ser testigo.

 

Pinta en su casa durante la semana y, al llegar el día de mercado, sale a San Jose y los otros pueblos del Bajo Occidente de Caldas, con cartulinas enrolladas y lienzos, como lo hizo, por ese mismo sector del departamento, el pintor riosuceño Ángel María Palomino, a principios del siglo XX.

 

La obra de nuestro artista naíf  ha pasado por varias etapas. Primero pintó paisajes fantasiosos con buques de airosas chimeneas, volcanes a pleno vapor, cascadas y cigüeñas sobre cielos rosados.  

 

Luego, llegaron las parejas al estilo Romeo y Julieta que se declaran su amor en jardines versallescos, en caballos blancos o junto a ventanas tachonadas de rosas. Una paloma ejerce la función de correo con una carta amorosa en el pico.

 

La tercera etapa se  puede catalogar como costumbrista.  “Recuerdo un cuadro: En un primer plano, un árbol a la orilla de un río; en el árbol, un pobre paisano, prácticamente chilingueando de una de sus ramas; en su tronco, una culebra enroscada y en el río, un hambriento cocodrilo esperando que cayera su almuerzo” (Efraim Osorio L., 27-09-2011).

 

Otra obra muy solicitada es la que representa a un padre de familia pelándole las nalgas a su hija, pésima estudiante, para darle una muenda. El texto que acompaña la pintura dice: - “Papá querido, año perdido”. El padre le responde: - “Hija del alma prepara la nalga”.

 

También ha tenido demanda el cuadro dividido en dos partes. En la primera, dice: “Yo vendí a crédito” y en la segunda, un viejo satisfecho exclama: “Yo vendí de contado”. En el Paro Agropecuario de 2013 los clientes del pintor le exigían que al opulento personaje de esa obra le pusiera el rostro del gerente de la Federación de Cafeteros.

 

En otro cuadro muy exitoso, perteneciente al folclor colombiano, una mujer aparece acostada con su amante mientras el marido la tiene en la mira de su escopeta por un roto de la ventana. Al pie, esta moraleja: “La Mujer se fue para el cementerio y el amante para el hospital”. El humor de artista, en muchas obras, es ácido.

 

Alcides Arenas, en San José y el Bajo Occidente de Caldas, y Fernando Botero, en las Europas y Estados Unidos son dos colombianos que viven económicamente del arte que brota de sus pinceles. La diferencia está en el monto de las chequeras de cada uno de ellos.

 

Luego, Alcides ha dado gusto a familias que claman por un Divino Rostro ensangrentado que queda siempre muy parecido a las víctimas de la violencia colombiana; la Virgen del Carmen, la del Perpetuo Socorro, el Niño Dios del 20 de julio y la Última Cena que no puede faltar en los comedores paisas para que no falte la comida en esa casa.

 

Después, sus paisanos le han insistido que les pinte el conglomerado de San José visto desde el Alto de la Cruz, el viejo parque lamentablemente destruido, la Calle Real, la plazoleta de la Alcaldía, el frontis del templo, casas anexas y el bus escalera ligado a la historia del pueblo desde cuando entró la primera carretera (1952). Alcides Arenas cuenta el mérito de haber hecho la reconstrucción en pintura de la mayor parte de su pueblo natal. Nostálgicas estampas pueblerinas.

 

Cualquier día se puso a pintar ese clásico del arte costumbrista conocido como La Muerte del Justo y del Pecador. En La Muerte del Pecador, el Diablo arrastra al moribundo sacándolo con las sábanas, mientras un diablo joven, detrás del testero de la cama, le muestra la foto de la amante;  una serpiente defiende el tesoro en monedas del moribundo; una pesadilla. La Muerte del Justo carece de tantos sobresaltos pues los integrantes de la familia se dedican a la oración mientras el demonio aparece molido a palos por un ángel. En tiempos de la violencia política (década de 1950), la gente puso los nombres de “muerte de un conservador” a la Muerte del Justo y “muerte de un liberal” a la Muerte del pecador. Sarcasmos del folclor colombiano.

 

Investigué y escribí una obra titulada “Los Ídolos del Hogar – Sobre el mito y la leyenda en Caldas” (2016). Para ilustrarlo seleccioné a Alcides Arenas quien pintó, de su propia cabeza, las versiones de El Duende, El Judío Errante, el Carro Fantasma, La Madremonte, El Mohán y otros de esos seres mitológicos que provocaron las pesadillas de nuestra infancia. Imágenes que han causado admiración en los que se han acercado a la citada obra.

 

Alcides usa trucos para mantenerse vigente: Cuando llega Semana Santa pinta más ‘divinos rostros’; en el Bicentenario de la Independencia, en 2010, pintó la pelea por el florero y otras escenas patrióticas y, en cosecha cafetera, de sus pinceles brotan ‘barcos piratas’, cigüeñas que cruzan paisajes surcados por cascadas y nevados y, ante todo, el borracho profundamente dormido en el cuadro “Ónde andará”. Dice que, cuando pasa la cosecha, los tenderos le solicitan mucho “El que fiaba se murió y mil saludes le dejó”.

Este artista campesino del occidente colombiano hace gala de conceptos estéticos que son, si buceamos en ellos, elementos relacionales de una compleja y admirable idiosincrasia.

 

 

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