AMOR SIN TESTIGOS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En 1951, no había entrado la carretera a San José de Caldas; la energía eléctrica llegaba cada noche por tres horas; no habían importado el sistema de televisión al país ni circulaban en forma masiva las revistas de corazón pero eso no quiere decir que las personas que habitaban este pueblo no escenificaran en la vida real dramas dignos de aparecer en cualquiera radionovela. A la gente corriente también la acosaban las tentaciones de Cupido y Satanás.

 

Los preparativos del matrimonio de A. Ríos y O. Sánchez llamaron la atención de los sanjoseños y de muchas personas de afuera. Pertenecían a una clase social pudiente y poseían fincas cercanas al pueblo con ganado vacuno y caballar. En esas familias cada persona contaba con su bestia y su silla para montar.

 

La víspera de la ceremonia religiosa, por lo general,  se llevaba a cabo la fiesta de matrimonio. Se empezaba temprano. Así se acostumbraba pues, casi siempre, después de la misa y el desayuno, los recién casados montaban en briosos corceles y se marchaban a la luna de miel. La familia acompañaba a la pareja en el primer trayecto, hasta Asia, Belalcázar o Risaralda. Allí los despedían ya fueran para Pereira, Cali, Manizales o Medellín.

 

A la fiesta prematrimonial asistieron los más pudientes del pueblo que, antes de ir, acostumbraban enviar los regalos para los novios. En ese entonces ofrecían regalos adquiridos en Manizales o Anserma, en almacenes como el del papá de Augusto León Restrepo, un señor con tantas veleidades de poeta que redactó estos versos para su negocio: “En el Almacén de Agustín Restrepo C.,/ Anserma,/ Encontrará Usted:/ Cerda, algodón y satín,/ Paños, mantos y crespones,/ Encajes, cintas, letín,/ Bufandas y pañolones./ Para señoras, interiores,/ En fluxes muy elegantes;/ Cobijas y cobertores,/ Medias, zapatos y guantes./ Pañuelos, hilos, botones, / Pantuflas, cuellos, muleras/ Y sacos y pantalones/ Con muy buenas cargaderas./ Correas, driles, guarnieles,/ Colchas, géneros, liencillos,/ Boas, toallas y pieles/ Y buenos pantaloncillos./ Telitas de fantasía,/ Mantelitos para té,/ Billetes de lotería/ Y mucha más mercancía,/ En el Almacén de / AGUSTÍN RESTREPO C.”.

 

Bailaron y degustaron las viandas hasta media noche pues, a las seis de la mañana, empezaría el ritual religioso por medio del cual los dos pretendientes, ante el cura párroco y la sociedad en pleno, se jurarían amor eterno.

 

Antes de la seis de la mañana, el sacristán abrió las puertas de  la iglesia iluminada con cirios y azucenas símbolos de pureza y castidad. De un momento a otro el templo se llenó con los padrinos que formaron una fila desde el altar hasta la puerta principal. Varones elegantemente vestidos a un lado y sus esposas o novias con las mejores galas, al frente. Los novios pasarían por el medio rumbo al altar mayor. No sería una fecha para repetir: Víspera de mucho, día de nada.

 

Las ventanas de las casas se abrieron con anticipación de la hora habitual pues nadie quería perderse el acontecimiento. En los cafés y tiendas pasó igual pues los no invitados querían observar haciéndose los distraídos.

 

A las seis no llegaron los novios ni sus familiares más allegados. El cura descendió del altar en donde los aguardaba y, despacio, mientras iba saludando a los padrinos y madrinas, se dirigió a la puerta.

 

Los acólitos observaron que, en la casa de la novia, había movimientos inusitados pero nadie salía con destino al templo. En la casa del novio sucedía igual.

 

A las seis y media el cura, nervioso, mandó la razón con los acólitos de que corrieran porque estaban atrasados y él saldría de viaje. Nadie apareció. Poco a poco cundió un sentimiento de vergüenza ajena entre los padrinos. A las siete de la mañana empezaron a abandonar el templo rumbo a sus casas. No podían soportar las directas e indirectas de quienes se burlaban de ellos desde las ventanas y en las puertas de los negocios.

 

Poco a poco empezó a circular la versión según la cual la novia y el novio no habían amanecido en los respectivos hogares y nadie sabía para donde habían pegado. Absoluto misterio. Las ventanas de las dos casas se cerraron y a contadas personas de las que tocaban los portones les abrían.

 

Varios de los padrinos, avergonzados, a medida que avanzaba el día, mandaron a la casa de la novia por los regalos que habían enviado en la fecha anterior.

 

El escándalo es una manifestación de alguien que pretende que no pase desapercibido un suceso que de no presentarse el  alboroto, nadie repararía en él. El escándalo siempre es superior a la importancia del acontecimiento que magnifica. Muchas anécdotas intrascendentes se elevan a la categoría de suceso por medio del escándalo provocado.

 

A las dos de la tarde casi siempre se produce un sopor que adormece a los pobladores. Es la hora en la que las vacas no colean. De pronto, desde la Calle de la Ronda, se escuchó una mujer gritando. Salió a la calle despavorida, diciendo a todo volumen que, en una casucha que llevaba mucho tiempo desocupada, en el mismo sector,  había visto, desde el lavadero de su casa, que se entreabría una puerta, se asomaba una cabeza y luego se entraba. Ella sabía de qué se trataba pero necesitaba hacer escándalo para pasar como heroína.

 

Se dirigió a la policía y el cuento se regó en todo el pueblo. De la casa de los novios brotaron personas que, allá adentro, se habían dedicado a cavilar. Como si se tratara de una maratón, todos cayeron a la casucha. Adelante la policía y la mujer del escándalo.

 

Abrieron la puerta con discreción y, ahí tenían, delante de sus ojos, lo que suponían todos: ahí estaban A. Ríos y O. Sánchez reposando muy incómodos. Habían pasado el amanecer y más de medio día dedicados a la gimnasia erótica anticipada.

 

Adelante iban el muchacho y la muchacha acompañados por el padre de ella. Se dirigieron a la sacristía en donde, no se sabe por cuáles mensajes, el señor cura esperaba como si adivinara lo que estaba pasando.

 

El sacerdote los casó a las volandas y, en medio de una confusión espantosa, salieron del templo. El padre de la novia les había encargado a varios muchachos que trajeran rápido del potrero el caballo de A. Ríos. Al salir al atrio ya estaba el animal a disposición de los acontecimientos. El padre de O. Sánchez, con el revólver en la mano, le dijo a su yerno: - Se sube ya a ese caballo y se larga de aquí. No permito volverlo a ver más por mi casa ni en este pueblo. Así lo cumplió hasta su muerte.

 

A la semana siguiente, Roberto Londoño Villegas, más conocido por el seudónimo de Luis Donoso, en su columna de La Patria, de Manizales, publicó el texto: “Un mutis inesperado”, sin que se hubiera interesado por el desenlace del acontecimiento real. Este es el epígrafe explicativo: “En la población de San José se verificaba el matrimonio entre el señor A. Ríos y la señorita O. Sánchez. La víspera hubo baile. Al día siguiente en la iglesia, todos los padrinos esperaban la pareja. De un momento a otro llegó la noticia de que los novios se habían fugado”.

 

“Antes de que se entraran al chiquero/ Matrimonial esa sin par Julieta/ Y ese doncel de porte caminero,/ Hubo en aquel pueblucho placentero/ Un bailoteo al són de pandereta,/ De tamboril, de trago y de bolero.

 

Y así, en medio de aquella catarata/ De buen trago, de música y jolgorio,/ Con qué emoción indefinible y grata,/ Con qué inmenso placer oscilatorio,/ En San José, Aristóbulo y su chata/ Celebraban su próximo casorio.

 

Y quien viera a Aristóbulo. ¡Qué mozo/ Más aconductadito y candoroso!/ Y quien mirara a Olguita. ¡Qué decencia/ De muchareja! ¡Qué expresión más pía!/ ¡Qué mirada más llena de inocencia! / ¡Qué discreto candor! Si parecía  / Que le estuviera haciendo competencia/ A la misma Santísima María.

 

Pero, de esta historieta  peregrina,/ Aquí voy a sacar el embuchado:/ Cuando estaba el curita preparado / Para impartir la fórmula divina / Que pregonan la Iglesia y el Estado/ Aquel héroe rural y su heroína / Se comieron –qué pillos- el guisado/ Conyugal de manera clandestina.

 

Sin escuchar la santa parábola / Se entonaron por otro derrotero,/ Mientras el Diablo les hacía gola…/ Y, ¿por qué? Porque en todo, de sopero / Siempre se ha de meter el Patasola.

 

Se fugaron, dejando para luego,/ La bendición del cura y de la suegra…/ Y eso traduce, aunque el amor es ciego,/ Que esa fuga de giro nocherniego / Es una operación de bolsa negra.

 

Ese par de volátiles delfines, / Sin la consagración del matrimonio, / Resolvieron volar a otros confines…/ Y esa actitud es claro testimonio / De que en ese negocio, al fin de fines,/ El que salió ganando fue el Demonio…”.

 

(Luis Donoso, “De Reojo”, 1952, p. 167)

 

 

 

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