CAMBIO DE FACHADA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

No se sabe por qué milagro aún están en pie tantas casas bellas dentro de la arquitectura del bahareque, en la colonización, del estilo republicano y el arte moderno, en Manizales. No ha habido ni tiempo ni recursos económicos suficientes para echar abajo lo que queda, a pesar de su valor arquitectónico para la nación y la ciudad. Los propietarios e inquilinos buscan deformar  las fachadas con la pintura  del área reducida que corresponde a cada negocio quedando convertido el frente de esa construcción en una abominable colcha de retazos de colores carentes de armonía; el abuso en el tamaño de los avisos que ocultan significativos elementos ornamentales de las casas, el precario material de que están fabricados, su colorido estrafalario, las letras desmesuradas; exhiben mercancías desde las ventanas con maniquíes incluidos, fuera de esa maraña de redes que cada empresa de servicios eléctricos, telefónicos, de televisión y demás negocios con cables han tenido a mal extender por la parte exterior de las calles y carreras principales. Alguien llamó a esas cuerdas excesivas que ocultan la arquitectura del centro como las várices de la ciudad.

 

Carrera de la Esponsión fue el nombre con que se honró a la carrera 23 en el centro histórico. Sigue siendo la vitrina panorámica de Manizales, junto con la avenida Santander por el sector de El Cable. Fue y debería seguir siendo el equivalente a la Gran Vía madrileña. Guardadas unas proporciones abismales, equivalía a nuestros Campos Elíseos. (Toda localidad por importante o humilde que sea tiene sus campos elíseos, como París, a donde se sale orgullosamente a sentirse alguien y dejarse deslumbrar). Fue como una guirnalda de la ciudad; nuestra Quinta Avenida. En vez de mejorar ese centro nos fuimos adaptando a los centros de Bogotá o Lima: un cartucho de papas fritas.

 

En la feria de enero de 2005, descubrieron la obra de remodelación, siguiendo los planos originales, del edificio que inicialmente perteneció a la Colombiana de Tabacos, en la carrera 22 con calle 21. Al mismo tiempo, y desde noviembre de 2004, continuaban trabajando en la remodelación de un edificio que hace esquina, en la carrera 21 con calle 21, una cuadra más abajo del edificio inaugurado, frente al Hotel Escorial, por la carrera. Data de comienzos de la década de los cuarenta cuando el estilo republicano se diluía en art decó, como el Hotel Escorial. A una cuadra quedó el difunto Teatro Olimpia cuya demolición sería, para siempre, un baldón para el orgullo de los manizaleños.

 

La obra que levantaban para un nuevo hotel, y que debió haber alcanzado el privilegio de la remodelación, en vez de su destrucción, fue diseñada originalmente por la Constructora Cobleza. Se llamó, terminados los trabajos que devolverían, en lo posible, el edificio a su esplendor original, Centro Comercial y Hotel La Bahía. El nombre fue de lo poco que quedó de su largo deterioro cuando esa esquina fue cafetín de malandros y pensión para urgencias sexuales arrendada por cuartos de hora. Valió la pena, al menos que conservara el nombre de La Bahía pues así se llamaba el café que funcionó, en el primer piso, por la calle, en donde se conseguían los conjuntos de música de cuerdas que se necesitaban cuando era moda romántica llevarles serenatas a novias, amantes, esposas y mamás.

 

A La Bahía acudían, al filo de la media noche, quienes quisieran expresar amor o lavar remordimientos. Quedaba su nombre en el hotel que levantaban en el lote de adentro. El nombre es huella en el cerebro, los labios y el aire. Los dueños y arquitectos de la esperada restauración en La Bahía le hicieron pistola a la junta de monumentos que, por mandato, procuraría el mantenimiento de lo que nos viene del pasado y se debe conservar. Dejaron la fachada incólume pero tumbaron lo de adentro para levantar un armatoste moderno sin rastros de arquitectura, en el mejor sentido de la palabra. Nadie entendía ni aceptaba lo que estaban haciendo hasta que, al fin, a comienzos de 2007, la mayor parte de los inconformes se dieron al dolor. Al mismo tiempo, como lo malo se aprende rápidamente, mientras concluían La Bahía, tumbaban la casona de enseguida, por la carrera 21, para levantar otro edificio moderno pero conservando la fachada intacta. Del ahogado el sombrero.   

 

Arrancó el siglo XXI y se fue apaciguando la economía colombiana que concluyó, el siglo XX, en lenta agonía. La gente volvió a sonreír más que político en campaña. Había plata. Se percibía que la comisión encargada de la defensa del patrimonio arquitectónico de Manizales empezaba a dar muestras de ser más eficiente que lo que era antes. Los ricos manifestaron sus intenciones de invertir más en los extramuros que en el centro de la ciudad. El centro histórico de la capital caldense caía y se deterioraba en forma alarmante, ante la apatía de los ciudadanos y varios organismos técnicos y culturales que debieron montar guardia ante una herencia expuesta a una destrucción implacable.

 

A partir de enero de 2005, la casona que alberga la Secretaría de Cultura del departamento, antes Instituto Caldense de Cultura, calle 26 entre carreras 20 y 21, fue sometida a una completa restauración siguiendo, según dijeron, los parámetros de la construcción original. Valía la pena tal empeño pues es una excelente muestra de la arquitectura de la colonización, ubicada en una zona de la ciudad que no se quemó cuando los incendios.

 

Los encargados de la remodelación, a mediados de febrero, ya se habían topado con varios adefesios, fruto de una ignorancia inadmisible, en esta clase de profesionales y de obras. Cuando empañetaron las añosas paredes de bahareque con cagajón revuelto con tierra, los despistados arquitectos no creyeron necesario recurrir a maestros de obra de esos que aun quedan en los pueblos de vieja data por lo que tuvieron que tumbar el pañete de su remodelación pues, a los pocos días de haber hecho este trabajo, las paredes se fueron resquebrajando. No tuvieron en cuenta que la cohesión de la superficie, en esta clase de obras, la da el pasto, hirsuto, y las raíces que conserva el cagajón de las bestias. Por eso, no sirve la boñiga de vaca pues, por haber padecido la elaboración minuciosa, en los cuatro estómagos de las reses, ese pasto es expulsado más compacto y menos abrupto que el del ganado caballar; parece una mermelada. Pañete con boñiga se resquebraja. Profesionales duchos en tecnologías del revoque con cemento pero ignorantes de lo que se ha llamado “sabidurías bárbaras”.  La mezcla adecuada no es de dos porciones de cagajón por dos de tierra sino tres de cagajón por una de tierra.

 

Echaron al suelo lo hecho para volver a intentarlo pero, en esta ocasión, se les olvidó otro detallito que, con el anterior y los demás, iba saliendo costoso al bolsillo de los contribuyentes. A los días de haber empañetado de nuevo las paredes tuvieron que volver a echar el trabajo abajo porque esas superficies empezaron a llenarse de larvas, gusanos y cuanto bicho anida en los excrementos de las bestias. No tuvieron en cuenta que hay que esperar que el cagajón seque bien para poder utilizarlo en estos menesteres. Así se esfuman los dineros públicos y se olvida que  no basta seleccionar para dirigir y realizar una obra a personas que tengan títulos sino que conozcan los secretos de aquellas tradiciones que se van a la tumba sin continuadores o personal que las rescaten. Y tantos empañetadores muriéndose de tedio y falta de trabajo en los monótonos parques de los pueblos caldenses.

 


 

Regresar