CENTENARIO DEL PBRO. OCTAVIO HERNÁNDEZ LONDOÑO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

San José Caldas, en 1917, era un caserío en plena expansión; estaba en la etapa de mayor desarrollo a pesar de que aún no cumplía 20 años de haber empezado a poblarse. Interminables muladas iban de Antioquia para el Valle y el Cauca y, en el camino, se encontraban con las que subían del Cauca y el Valle hacia Antioquia, cargadas con buena parte de la producción de las crecientes industrias. En ese San José nació Octavio Hernández Londoño, el 3 de octubre de 1917.

 

Como en la escuela apenas había hasta tercero de primaria, María de los Ángeles Londoño, la mamá de Octavio, llegó a un acuerdo con su comadre Emilia Espinosa de Cárdenas para que le tuviera en Popayán, a donde se iba a vivir, al muchachito para que estudiara y, a cambio, María de los Ángeles le daría la alimentación al esposo de Emilia que se quedaba trabajando en una oficina del gobierno, en San José.

 

Octavio estudió la primaria y la secundaria en la capital del Cauca yendo y viniendo a pie, con la maletica al hombro, en el trayecto entre San José-Belalcázar y La Virginia; luego, en un vapor, río arriba. Al concluir el bachillerato, en vez de seguir una carrera en la prestigiosa Universidad de esa ciudad, entró al seminario mayor de Manizales y después, en 1937, dadas las excelentes calificaciones, el obispo lo envió a estudiar en la Universidad Gregoriana de Roma.

 

Vivió en el Colegio Pío Latino Americano. En  octubre de 1941 fue ordenado sacerdote en la iglesia del Gesú y celebró su primera misa en Santa María la Mayor. En la Ciudad Eterna padeció los avatares de la II Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.  Estaba en la abadía de Monte Cassino, trabajando en su tesis doctoral, cuando los Aliados destruyeron ese monasterio abarrotado de tesoros bibliográficos y artísticos. Se doctoró en Teología, en 1946.

 

A su regreso a Colombia se desempeñó como profesor de Teología en el Seminario Mayor de Manizales, como cooperador en Aguadas y Anserma, como primer canciller de la nueva diócesis de Pereira (1952-1957), rector del seminario diocesano (1958-1959) y como párroco de Apía (Rda.), entre 1960 y 1976.

 

Por una niñez llena de sacrificios, con circunstancias que muchos contemporáneos no hubieran superado para salir adelante, por haber sido la primera persona nacida en ese pueblo en estudiar y regresar a su hogar con un título entregado por una de las universidades más prestigiosas de Europa, es por lo que, a través de las décadas, lo han puesto de ejemplo para los niños y jóvenes, en San José Caldas.

 

En Apía tuvo la oportunidad de avanzar en la construcción del templo parroquial iniciado antes de su llegada. Es toda una catedral gótica imaginada cuando este pueblo soñaba convertirse en cabeza de una diócesis. Orientó clases de Apologética en el colegio Santo Tomás de Aquino pero que él convirtió en una exposición de principios de una sociología cristiana. Encabezó con sor Matilde Vera el proceso de aprobación de la Normal Superior La Sagrada Familia que, antes, era normal rural.

 

Pero, más que lo anterior, fue un adalid en la organización campesina cuando aún no existía en el país la Acción Comunal. Argumentan que él aportó los delineamientos generales de ese movimiento organizacional. La casa cural de Apía, cuando el Padre Octavio era párroco, se convirtió en la oficina del campesinado apiano pues ahí se reunían, los sábados, los líderes con campesinos y campesinas de todas las veredas a buscarles soluciones a sus múltiples problemas. Radio Sutatenza y el periódico El Campesino que ofrecían a la salida de las misas sabatinas y dominicales eran voceros de sus inquietudes y proyectos.

 

A comienzos de la década de 1960, la violencia política era despiadada. Eran múltiples los desplazamientos de familias campesinas o de sobrevivientes de ataques a sus casas y de asesinatos. Como lo recordaba Ismenia Zapata H., su padre don Ramón Zapata, con el Padre Hernández y Alberto Zuluaga fueron los motores del plan de vivienda de San Vicente de Paul, lo que la gente llamaba “las casitas de San Vicente”. Por los lados de la escuela Mallarino, luego Escuela Industrial, construyeron unas 20 casas en material y cemento en la búsqueda de soluciones a la cruel realidad. El padre Hernández con Cecilia Zuluaga (Chila), dieron impulso a la Cruzada Social en donde repartían 80 mercados semanales para las familias más abandonadas de la parroquia.

 

Como lo recordaba el exalcalde y poeta Gerardo Naranjo, “El Pbro. Octavio Hernández Londoño, en asocio con Sor Matilde Vera, lanza la idea y ve culminar la obra del Centro de Promoción Social para la Mujer Campesina; colabora con ideas, entusiasmo y dinero para la celebración de la Fiesta del Campesino; ante la pertinaz insistencia suya para la creación de una granja experimental modelo, para demostrarle al campesino la importancia de la tecnificación y diversificación de la producción agropecuaria, surge la obra del Centro Agroindustrial de La María” (Apía, a través de la historia, p.46).

En el tiempo en que estuvo de párroco de Apía ocurrieron varios sucesos trascendentales para la Iglesia Católica: el Concilio Vaticano II que sacudió su estructura; se debatió y difundió entre un grupo de clérigos latinoamericanos la Teoría de la Liberación con consignas revolucionarias avivadas por la palabra, el ejemplo y el martirio del sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo.

 

De esa época se conserva, de puño y letra del Padre Octavio Hernández Londoño, la hoja de ruta de su labor social, entre cuyos puntos están las siguientes consideraciones:

1.                    Existe democracia formal pero no real.

2.                  Indiferencia, oposición de grupos dominantes de la política y la economía.

3.                   Patrocinadores de la violencia como medio para el cambio.

4.                  Sujeción a poderes extranjeros que extraen más de lo que aportan.

5.                  Concentración de poderío económico en pequeños grupos.

6.                  Aumento de explotados, pobres y consumidores.

7.                  Situación de impotencia que puede generar violencia rural y urbana porque por culpa de la estructura social, política e industrial, la población no puede participar de la promoción cultural y social.

8.                  No podemos confundir nuestra misión con la de simples promotores sociales pues debemos contribuir a:

1. Despertar la conciencia de nuestra vocación al desarrollo.

2. Denunciar las estructuras que impiden el proceso de personalización con actitud serena pero crítica, valiente y comprometida.

3. Las comunidades religiosas, los docentes deben desplazarse a los sectores más necesitados, hacia el campo, con el propósito de manifestar la pobreza evangélica.

4. Lleven no solamente lecciones académicas sino que lideren a la comunidad con el conocimiento de la realidad, con entusiasmo y capacidad para encauzarlo.

5. Líderes naturales surgidos del mismo grupo que vivan los objetivos con mística de servicio.

6. Comunidad de base.

Fue una persona dedicada no solo a la palabra sino a la acción y el ejemplo. Después de 16 años como párroco de Apía, en 1976,  fue trasladado a Pereira como Vicario de Familia con el objeto de dar solución a procesos legales de uniones y desuniones conyugales. En su Diario correspondiente al 31 de diciembre de 1979, un mes y medio antes de morir, comenta: “Trabajo en la curia. Despaché todos los oficios. Documentos (posiblemente correspondientes a todo el año): 1.044 en total. Visito obras de las Hermanas de la Enseñanza, Barrio América Muy interesante el encuentro con el pueblo”. Fue el último día que llevó ese diario.

Carecía de vehículo propio y vivió con dos de sus hermanas, la última temporada, en casa arrendada, en un sector muy popular (calle 9 con carrera 8), entre la avenida del centro, cerca al Viaducto, y el templo de la Santísima Trinidad en donde acostumbraba oficiar, a diario, la misa de seis y media de la mañana.

Días antes del deceso, el Padre Hernández había donado la extensa y selecta biblioteca personal, su único bien material, al Seminario Mayor de Pereira a donde había vuelto como  catedrático de Historia de la Iglesia, asunto en el que, dicen quienes fueron sus alumnos, ‘era una biblia’.

El 18 de febrero de 1980, celebraba el sacrificio de la misa en el templo de la Santísima Trinidad, en Pereira. Faltaba un cuarto de hora para las siete de la mañana; ofrecía al Cielo el pan, en la liturgia del ofertorio; en ese preciso momento se desplomó, debido a un infarto cardíaco, al pie del ara en el que oficiaba el sacrificio. Murió en su ley. Entre los asistentes había varios médicos y enfermeras pues esa misa había sido mandada a celebrar por alguien de ese gremio; todos corrieron al altar y comprobaron que el infarto había sido fulminante. 

Epitafio apropiado para los restos del Padre Octavio Hernández Londoño, en la cripta de la catedral de Manizales: MURIÓ HABLANDO CON DIOS. 

 

 

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