“COMO DECÍAMOS AYER”,

 

PALABRAS A LOS BACHILLERES DE LA PROMOCIÓN 1968

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Señoras y Señores bachilleres:

 

¿Alguna o alguno de ustedes nos puede recordar el tema de la última clase de español y literatura a la que asistió, hace cincuenta años,  en el año de 1968, año de su graduación como bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino?

 

La Inquisición española arrestó a fray Luis de León, famoso poeta del Renacimiento,  en el salón de clase de la universidad de Salamanca y lo condenaron a cuatro años de cárcel por haber publicado y comentado en español el Cantar de los Cantares, uno de los libros que integran la Biblia. Al cumplir el tiempo de arresto, fray Luis de León salió de la prisión, regresó a la universidad y como si esos años no hubieran pasado, retomó el tema de que hablaba, hacía cuatro años, con la clásica frase: “Como decíamos ayer…”.

 

Hago la pregunta inicial porque, hace un año, en 2017, un bachiller de esta promoción me comentó el tema y el proceso seguido en la última clase de literatura dominada por la tensión de tener claro que no volveríamos a vernos. No podía creer que algún alumno se acordara de ella aunque a mí, como maestro de esa asignatura y director de grupo, jamás se me ha olvidado.

 

En este noviembre de 2018 estamos cumpliendo cincuenta años exactos de haber tratado, en la última clase de literatura universal del grado 6° (u 11), el tema de la Amistad en el libro Los Hermanos Karamasov de Fedor Dostoievski. Para concluir el tiempo de clase rematamos con la lectura del discurso de Aliocha al final del libro. Así clausuramos una etapa radiante de nuestro paso por el Colegio Santo Tomás de Aquino.

 

En 1968, se abrió el bachillerato mixto del Colegio Santo Tomás con la matrícula de 25 alumnas. En ese año de grata compañía se graduaron Ana Lucía Zapata, Teresita Grisales, Adiela Ospina, Aleyda Penagos, Adiela Grajales, Martha Cecilia Torres y Gloria López. Con ellas siete se graduaron 35 bachilleres hombres: Guillermo Acevedo, Fabio Arango, Ociel Bedoya, Humberto Bermúdez, Javier Castaño, Alberto Castellanos, Alejandro Delgado,, Jairo Espinosa, Aurentino Flórez, Gustavo Grajales, Jaime Grajales, Omar Granada, Jorge Hernández, Guillermo López, Mario Martínez, Jaime Molina, Darío Navarro, Pedronel Navarro,  Javier Pérez, Heriberto Pulgarín, Camilo Quintero, Manuel Rendón, Oliverio Restrepo, Jorge Julio Salazar, Alberto Saldarriaga, Óscar Sánchez, Ariel Soto, César Severino, Olmedo Suárez, Fernel Tabares, Aristóteles Valencia, Jesús Antonio Velásquez, Octavio Vélez y Mario Zapata. Ah, y aprovecho esta oportunidad para agradecerles a los bachilleres 1968, aquí presentes y a los ausentes, el título que me otorgaron como Bachiller Honoris Causa 1968 en un hermoso pergamino que me entregaron en el acto de clausura en el difunto Teatro Bolívar y que ha sobrevivido a todos mis trasteos. En cuanto a desaparición de chécheres personales ustedes saben que un trasteo equivale a medio incendio. Aunque el diploma de bachillerato ya se me perdió, el honoris causa otorgado por ustedes aún lo conservo. Mil gracias.

 

Pero, antes de marchar, los bachilleres de la promoción 1968, asentaron sus reales al cargar con el máximo galardón del Centro Literario Marco Fidel Suárez en las categorías de Cuento y Poesía.

 

En ese 1968, Javier Castaño Marín obtuvo el primer puesto. Javier ha sido una persona dedicada a la vida mental; cursó la carrera de Derecho sin abandonar sus incursiones literarias no tanto en cuento como en poesía con una copiosa cosecha. El primer puesto lo consiguió Castaño Marín con uno de los más admirados cuentos de fantasía que se hayan publicado en Colombia. Título: “Aldemar Uvaleti, (genitor, curioso y adivino). El primero que existió sobre la tierra”. En el relato, el autor hace gala de puntos de vista filosóficos, seudofilosóficos, científicos y seudocientíficos hasta producir un desenlace inesperado. El protagonista del cuento proviene del planeta Mature y es el mensajero  de cuantas características emocionales y morales tiene el hombre. Se propone desbaratar su nombre en las palabras  La Vida y La Muerte, basándose en una aguda tesis semántica que se origina en Platón y que fue del agrado de Jorge Luis Borges. Aldemar Uvaleti, el protagonista, la expresa de la siguiente manera: “La existencia de las cosas está supeditada a sus nombres, a aquello que las determina…Yo mataré mi nombre o sea le quitaré La Vida y veremos después que ocurre. A cada letra de su nombre y apellido las va enumerando de 1 a 14. Luego separa  las letras que conforman La Vida, suma sus números respectivos y obtiene 35. La Muerte, extraída de las letras y números restantes vale 70. Aldemar Uvaleti era un anagrama secreto y misteriosamente balanceado por el Destino…Todos somos Aldemar Uvaleti” (Octavio Hernández J., Apía, tierra de la tarde, 2011, p.233-234).

 

Por ese tiempo, se disolvieron los Beatles que cedieron el trono a otros conjuntos musicales como el grupo Abba del que tanto pudo disfrutar nuestro amigo Alberto Castellano y su esposa Eva Nilson, en Suecia. Alberto Castellanos ganó el primer puesto en el Concurso de Poesía 1968 del Centro Literario con su poema “Romance con la nada”: “Las miradas se confundían con el brillo de la noche,/ Todo parecía como si la nada pronunciara: Silencio, Silencio./ Era un amor en silencio, un amor a unos ojos/ Que eran ideas volando entre los humanos,/ Un amor a la verdad…”.

 

El año 1968, quedó grabado en la historia de la humanidad como el año de la revolución de mayo en París, cuando los universitarios pusieron las cosas patas arriba y escribieron en los muros parisinos Prohibido Prohibir y Hagamos el amor y no la guerra; fue el año en que las multitudes por las avenidas clamaban por el fin de la guerra en Vietnam, la liberación femenina, el libre uso de los anticonceptivos, la marihuana, la música rock, asuntos que mirados en perspectiva ya no son de avanzada sino enunciados de asuntos que han ingresado a los temas cotidianos en todos los países. El calificativo de revolución tuvo un éxito inmediato en los medios de comunicación pues  coincidía con otros hechos como los asesinatos de Robert Kennedy y de Luther King, la llamada Primavera de Praga y con su propuesta de socialismo de rostro humano, la matanza de Tlatelolco en México al comienzo de los Juegos Olímpicos de ese año. 

 

Sin embargo, ¿Revolución? Tal vez, una revolución confusa,  a corto plazo pues, más bien se trató de un catálogo de inaplazables cambios o programa de ingenuas dimensiones. Para muchos, con el paso de los años, más bien se trató de un alboroto de ciertos niños como Daniel el Pelirrojo y de ciertas niñas de la burguesía europea, con un trasfondo cultural como lo beatnik, los hippies, el pop-art, el video arte y, una de las mayores coincidencias, no consecuencias de este Paris del 68, los movimientos de izquierda latinoamericana posteriores a la muerte del sacerdote colombiano Camilo Torres y del  ‘Che’ Guevara, en Bolivia, en 1967.

 

En el lapso de la década de los 60, se formaron las guerrillas que sembraron la zozobra en los colombianos de todas las pelambres; para combatirlas, en varios países, se instalaron dictaduras de derecha, en los años 60 y 70. Soplaron vientos huracanados; parecía que nadie iba a detener los tupamaros de Uruguay,  Sendero Luminoso del Perú y  los montoneros de Argentina.

 

El 20 de julio de 1969, el año siguiente de la partida de esta promoción del Santo Tomás, Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre que saltó sobre la superficie de la luna, acontecimiento que produjo un inusitado brote de histeria en todo el mundo; fecha inolvidable para quienes la vivimos. Diecisiete días después, el 7 de agosto de 1969, celebramos el sesquicentenario de la independencia de Colombia, pretexto para que el Centro literario Marco Fidel Suarez organizara los concursos de cuento, poesía, ensayo patriótico, textos originales de obras de teatro y sus respectivos montajes, declamación a nivel regional, pintura infantil y primer concurso realizado en Apía de cometas en ese mes de los vientos. Con la perspectiva del tiempo, asombran los bríos con que trabajábamos en esa institución cultural en una época en la que no había ministerio de cultura, ni secretarías de cultura, ni casas de la cultura y el intento de formar una biblioteca pública municipal con el Centro literario a la cabeza fue asfixiada por la administración municipal de Apía. El diario de ese intento fallido que iniciamos en 1967, continuó en 1968 y años siguientes ocupa un capítulo en el libro de ensayos históricos que publiqué en 2011, con el título “Apía, tierra de la tarde”. Y seguimos adelante aunque teníamos conciencia de que, como digo en ese diario, “hacíamos parte de una comunidad vulnerable a cuya cabeza estaban autoridades civiles sin responsabilidad social. Algunos ciudadanos hacían algo o mucho pero eran los menos. Los movía ante todo la buena voluntad, un romanticismo libresco o un idealismo desconectado de la realidad que pocos apreciaban…”.

 

En la década de los 60, los latinoamericanos escuchamos el estallido a nivel mundial del boom literario del realismo mágico que produjo con posterioridad varios premios Nobel de literatura como García Márquez y Vargas Llosa. Varios años después del 68 concluyó la guerra de Vietnam que nos dejó el hermoso poema de Jorge Evelio Aristizábal “Seguramente ahora caminarás triste por nuestros parques tristes”, en el concurso 1970 del Centro Literario Marco Fidel Suárez: “Cariño: Desde este lugar,/ en una terrible selva/ donde el verde suelo/ se confunde con un cielo dibujados de aviones,/ entre el rumor de los cañonazos/ y las bombas que descuelgan del aire,/ se encuentran los muertos en el suelo, en todas partes,/… desde este lugar, acompañado sólo por mi angustia,/ te escribo, mi amor,/…”.

 

En 1971, un paro del magisterio de primaria y secundaria oficiales a nivel nacional duró 35 días y, a mitad de año, cerraron el internado del Santo Tomás por sustracción de materia. Ya había bachillerato completo en todos los pueblos. En 1974, el Colegio Santo Tomás de Aquino ocupó su nueva sede en Los Patios, abandonando la vieja sede de la esquina suroeste de la plaza principal, un lugar privilegiado al que le venían coqueteando otras instituciones y la alcaldía necesitaba flujo de caja. En medio de discusiones alimentadas más por motivos políticos que por razones históricas, en 1983, se conmemoró el primer centenario de la fundación de Apía. Por un cambio en las tecnologías de la diversión, cerraron los teatros Bolívar, en donde nos graduamos, y el teatro Gloria, en donde se celebraron los 150 años de la Independencia nacional. Eso mismo ocurrió en los teatros de la mayor parte de municipios del país. Luego llegarían las salas de cine en los centros comerciales de las ciudades y en aparatos domésticos.

 

En la segunda mitad de la década de los 60, en Colombia se afianzó la balada latinoamericana y norteamericana traducida al español o en inglés. Las cafeterías y bares de Apía incorporaron a los arrumes de discos de pasta, en los que eran amos absolutos, el Dueto de Antaño, Espinosa y Bedoya, Garzón y Collazos,  Margarita Cueto, Carlos Gardel,  Los Cuyos, el Conjunto América, las Hermanitas Padilla, Olimpo Cárdenas, lo máximo para la  modernidad de entonces, Toña la Negra, Darío Gómez, el Caballero Gaucho y Rodolfo Aicardi, con Camilo Sesto, los Hermanos Arriagada, Palito Ortega y Leo Dan. ¿Se acuerdan de Jairo Espinosa caminando por el corredor del viejo colegio, mientras cantaba cualquier canción de Leo Dan mientras fisgoneaba hacia la Normal a ver cuál de las internas se cruzaba por el corredor del frente?

 

En la década de los 70, a nivel mundial, se entronizaron en la cadena musical los grupos de punk palabra que significa basura. Todo se juzgó basura y, al ver que a la basura se le podía sacar ganancias, el negocio de la basura se volvió uno de los negocios más lucrativos desde entonces en todo el mundo. Todo es basura y nada es basura.

 

Así, tanto ustedes como yo, partimos de Apía a ver en qué y en donde íbamos a armar la carpa para avanzar por el camino de la vida. Todos nosotros podemos hablar con conocimiento de causa: El destino sí existe pero es cada uno el que le da existencia. Influyen muchos factores pero hemos sido nosotros los que hemos piloteado la nave y por eso merecemos felicitaciones.

 

En este año de 2018, ustedes alimentaron con mensajes, noticias, memorias, nostalgias, videos y hasta chistes, un grupo de whatsapp. Les confieso que aunque yo no escribía les seguía con los ojos la ruta de que enviaban y no sé por qué, en forma inconsciente, asumía el papel de maestro y empezaba a leer despacio la forma como cada uno había redactado los párrafos, expresaba las ideas, las redondeaba, y la ortografía con la que lo había escrito.  Gente con magnífica escritura en general aunque a veces se me escapaba la impresión que tal persona, en su larga vida, no pudo con la ortografía ni siquiera cuando yo cobraba a diez centavos por error, sobre 10 de tal manera que el que tuviera diez errores sacaba 9. Recuerdo que había gente que hacía hasta lo imposible para no ceder décimas a la nota y aparecer ante los papás con una nota menor a la que podía haber sacado y ponía más cuidado. Y varios la aprendieron, la practicaron como en los whatsapp de este año y, como si estuviéramos en 1968, mis cordiales felicitaciones.

 

Debemos sentirnos orgullosos de nuestros esfuerzos y nuestras decisiones en determinados momentos; de no haber actuado de una manera nuestra vida hubiera sido otra o quizá ya no existiríamos. Debemos ser los primeros en felicitarnos por muchos motivos, entre ellos por la familia que tuvimos, la educación que recibimos, en la generalidad de los casos, con el titánico esfuerzo de nuestros padres y demás familiares en muchos casos, basada tanto en conocimientos  como en principios y valores. Nuestros mayores, a Dios gracias, intuyeron lo que vino a confirmarse, a nivel mundial,  cincuenta años después: Una educación excelente, como la que tuvimos en el Santo Tomás es la mayor herencia que nuestros padres y benefactores pudieron entregarnos.

 

El sentido de la vida lo da el ser camino; no meta. Nuestro destino es caminar; seguir adelante por el tiempo que estemos vivos; no podemos detenernos; tal vez cambiar de ritmo, a veces porque las circunstancias nos obligan y otras porque lo veamos conveniente. Apenas salimos a andar la vida, Joan Manuel Serrat nos divulgó la tonada basada en el poema de Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar./ Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino,/ sino estelas en la mar”.

 

De este  increíble “pasado efímero” deben quedarnos grabadas dos lecciones definitivas y útiles para el tiempo que Dios nos tenga de existencia. Primera: Repitamos siempre Gracias-gracias por todo lo que nos ocurra pues siempre nos pudo ocurrir algo peor  y, segundo, tengamos presente que Nada es para siempre.

 

 

***

 

Octavio Hernández Jiménez,

Club Tucarma, Apía (Rda),

11 de noviembre de 2018,

Encuentro de Bachilleres 1968.

 

www.espaciosvecinos.com

 

 

 

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