COMPAÑÍA PARA LA SOLEDAD

 

 

LAS COSAS Y TÚ

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Celina:

 

Retoma la idea según la cual todos tenemos establecida una relación compleja con cada cosa que nos rodea.

Sobre todo con aquellas que hemos elegido voluntariamente.

Ya se dijo: Las cosas se parecen a su dueño.

Lo que te rodea conserva tu sello inequívoco.

Te has ido metiendo en un mundo de sueños y lo que te rodea te invita a soñar.

Pero también esas cosas están dotadas de mensajes subyacentes que tú misma ni los tuyos saben descifrar a cabalidad.

La intuición es esa facultad por medio de la cual se aprende a avanzar más por la imaginación que por la lógica.

La intuición te ayuda a amar u odiar en vez de comprender.

Puedes recordar con precisión el origen de cada cosa, las circunstancias en que la adquiriste, el tiempo que lleva detallándote con sus ojos ciegos y sus oídos taponados, las peripecias a que ha sobrevivido, pero te resultará imposible profundizar en la carga absoluta de motivaciones que han hecho que no puedas ser tú misma si todas esas cosas desaparecieran al mismo tiempo de tu lado.

En ese caso, la intuición sublimiza las emociones, aficiones, ambiciones o manías.

Podrías decirme, como cada mujer, que escogiste el mundo en que te encuentras sumergida porque era bello.

Esa respuesta también es bella pero triste.

La belleza tiene sus problemas de los que, tal vez, ya te percataste.

Nadie es capaz de poseer la belleza y, si se adquieren personas o cosas bellas, se estará siempre en el plano del préstamo incierto, de la duda, de las amenazas intrínsecas a la persona o la cosa misma.

La belleza no es para poseerla; si mucho, para contemplarla.

Paradójicamente, la belleza establece una cercanía y una lejanía, al mismo tiempo, con respecto a quien la contempla o cree ser propietario de ella.

Lo bello puede hacer navegar a quien lo contempla en un piélago de ensueño y, a quien sueña ser dueño, lo precipita en un abismo insondable.

La belleza enerva.

Tiene un aire extraño de soledad.

 

II

 

Las cosas que nos impulsan a que las conservemos por su utilidad concreta, (porque se hacen manejables y serviles), comunican relativa seguridad a su dueño.

Transmiten cercanía y menos languidez que aquellas que son sólo bellas.

Una cuchara de plata, un mueble de cuero de esos que tu posees,  si no son vistos única o primordialmente como cosas hermosas, plantean una relación de dominio, una enorme energía al vanidoso dueño.

Esa actitud pragmática logra que el sujeto no caiga en la contemplación decadente que carcome el alma, como un gorgojo, hasta desmoronarlo como otro monumento a la melancolía, sirvienta de la soledad.

Ese retrato de tu hermosísima madre, en marco de plata, puede ayudarte a diario si, en vez de sumergirte en nostalgias juveniles, bebes en su inmarcesible sonrisa de triunfo un constante anhelo de seguir viviendo.  

Cuando alguien muere se rebusca en los álbumes  su foto más    radiante para mandarla ampliar o copiar como homenaje póstumo a quien se tuvo cerca pero que, acéptese o no, le miramos sin detallar, sin la admiración suficiente que debe anteceder a todo ocaso definitivo.

Nos vamos cercando de sombras votivas.

Contempla en las flores que adornan tu casa el chispazo de una existencia plenamente vivida aunque fugaz, más que el mensaje de una vida que se desangra cada vez que un pétalo se precipita sobre el barniz de la mesa.

La pura belleza agota a quienes se extasían con ella.

Unge con su prepotencia encadenada.

Los muebles del comedor, en nuestra cultura, inspiran una solemnidad que no invita a ocuparlos con el fin de disfrutar la comida que se reparte en ellos.

Catafalcos diseñados para una última cena.

Los muebles, como todas las cosas del hogar, deben provocar acercamiento y no lejanía.

Que no se tornen en amo con látigo como se convierte la casa con todos sus trebejos para quien pasa todo el día dedicado a su embellecimiento y a su tortuosa organización.

Los cuadros se colocan en ámbitos cerrados como evasión.

Se reservan estancias de la casa como receptáculos de cuadros diversos con el fin de repasar emociones por medio de significantes que, consciente o inconscientemente, ellos evocan.

Los espejos, de nuevo los espejos, son objetos que se salen del esquema de los cuadros y de los demás objetos de la casa.

No nos digamos mentiras: son fetiches que se soportan e infunden respeto.

En nuestra cultura, quebrar un espejo es distinto a quebrar otro vidrio.

Mirarse en el espejo se ha considerado como un evento marcado por la zozobra.

Para los demasiado autocríticos, el espejo es un fetiche tan incómodo como una fotografía no autorizada de sí mismo.

A estos, el rostro, objeto de estúpidas elucubraciones, puede recompensarles con una innecesaria dosis de desengaño.

 

III

 

Cada objeto escogido con plena voluntad puede servirnos, en determinada ocasión, como elemental compañía.

Por ejemplo, un libro.

Muchos creen que la radio o la televisión son compañía.

Las voces de la radio sustituyen, en parte, la algarabía de quienes no están de cuerpo presente y hacen falta.

La radio tapona con ruido el fantasma de la soledad.

La música grabada puede convertirse en otro fetiche que fomenta el sosiego, la alegría,  o un triste fetiche que martilla frustraciones con su misma cantinela.

Escógela no por los recuerdos inútiles sino por su capacidad productora de entusiasmo.

Por la armonía de todo con el Todo.

No busco importunarte con algo que las cosas puestas a la vista no pueden sugerir, como esos objetos secretos que guardada la gente, en escaparates, baúles, closets, gavetas, alacenas, cajones, alegorías físicas de ese sanalejo en que, por nuestras veleidades, se va convirtiendo el alma.

Contempla las formas, la gracia y la inalterable disposición de esos seres que, según Jorge Luis Borges, en su precioso soneto Las Cosas, “nos sirven como tácitos esclavos/ ciega y extrañamente sigilosas”.

Las cosas participan de la sensibilidad de su dueño.

Hechas sobre medidas.

Por eso te repito lo que se le ocurrió decir a Dámaso Alonso: “Cuando murió el poeta/ Quedaron tristes todas las cosas pequeñitas”.

Por el hecho aparentemente simple pero que a mí se me hace complejo de haberlas elegido a esas y no a otras, todas las cosas útiles o sin otro sentido que ser bellas, han seguido tus pasos para compartir contigo la misma vivienda, han escuchado palabra tras palabra sin contarle a nadie tus secretos, se han percatado de tus sueños y pesadillas y, como si lo anterior fuera poco, te han jurado, en absoluto silencio, irrestricta compañía.

 

O.H.J.

 

***

 

(Este texto hace parte de la obra “Cartas a Celina” que se encuentra en esta página, en el link “Publicaciones”). 

 

 

 

 

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