COSECHA CAFETERA,  EN CORONAVIRUS 

 

Octavio Hernández Jiménez 

 

A pesar de que hay fincas enormes, los mayores productores de café, en Colombia, no se encuentran en el Eje Cafetero pero aun así, en esta tierra ubicada entre las cordilleras central y occidental, la tradición de cosechar café, en haciendas cafeteras y en minifundios, no se ha interrumpido desde comienzos del siglo XX. Es el producto estrella.  

 

En el Viejo Caldas, se cogen dos cosechas al año; una por los meses de marzo y abril (‘la traviesa’) y la cosecha grande, a partir de septiembre que se abre con las Fiestas de la Cosecha, en Pereira, y se cierra con la Feria del Café, en Manizales, a comienzos de enero. Los graneos, que, sobre todo en los minifundios de tierra fría siguen cogiendo ‘pasoncitos’ después del grueso de la cosecha, pueden pintar hasta diciembre. 

 

Los propietarios y administradores de las fincas empiezan los ajetreos para la cosecha de café, a finales de agosto. Mandan a construir o reparar casaheldas o secaderos de café; a ampliar o mejorar cocinas de las viviendas rurales, ensayar los motores de la energía, las máquinas secadoras, las despulpadoras y a reparar carreteras o caminos internos de sus propiedades.  

En los campamentos o dormitorios de los trabajadores, construyen baños, ordenan reforzar camarotes, consiguen canastos para la cogienda, antes elaborados con bejuco y ahora de plástico, costales, antes de fique y ahora de fibra plástica, botiquines, colchones, almohadas y utensilios de cocina como ollas o ‘indios’ grandes y trastos.  

 

El personal que participa en una cosecha no está integrado solo por los cogedores del grano. También hacen parte de ese personal, los propietarios, administradores, mayordomos, ‘patieros’ (los que reciben y lavan el grano recogido), los patrones de corte, (área reducida del trabajo diario), gariteros (el que carga la comida o la bogadera, del alimentadero al corte), los conductores de vehículos, los cargadores, además de los alimentadores que muchas veces son contratados con la mujer y los hijos. Esto sin contar las 500.000 familias que viven del ansiado bebestible. 

 

Los patrones o administradores no se olvidan de dotar los espacios de descanso con televisores para que los contratados no se aburran. Además, casi todos tienen celulares. En las fincas, por esta temporada, deben pensar en muchos detalles pues, de no hacerlo, se quedarían sin trabajadores, en el próximo fin de semana. Mientras no funcionen las cantinas, bares, discotecas en pueblos y ciudades de Colombia debido a las restricciones por el coronavirus, no tienen a qué salir ni en qué gastar dinero. A su familia instalada en otra localidad, le pueden girar por medio de la Caja Agraria o los corresponsales bancarios que funcionan en todos los pueblos del Gran Caldas. Cuando concluya la cosecha, muchos jornaleros adquirirán motocicletas con el producto de su trabajo. 

 

En la cosecha del segundo semestre es posible recolectar más del 60% de la producción anual de café del país. En otras regiones, a fin de año, recogen la traviesa. Junio y julio son meses de pobreza absoluta para los que viven del café y para quienes viven de lo que adquieren los cafeteros pues no circula la moneda. No hay ni con qué comprar abonos ni desyerbar el cafetal ni con qué pagar a los que se dedicarían a estos menesteres. Los llaman ‘los julios’ y la sola mención causa desaliento entre los cafeteros y sus familias.  

 

El 2020 era un año especial en cuanto que se debía suplir la ausencia, en esta ocasión, de los trabajadores estacionarios que pasan el año laboral desplazándose por las distintas cosechas, en el país, además de las legiones de inmigrantes venezolanos que habían cogido, con mucha eficiencia, buena parte de las cosechas anteriores, en el Gran Caldas. Muchos de ellos, sin tener que llamarlos, iban llegando, a tiempo oportuno, a las mismas fincas donde habían trabajado el año anterior pero, en este año, muchos venezolanos, ante la amenaza de la pandemia del covid-19, cogieron la maleta y se devolvieron para su patria. Los propietarios de las fincas cafeteras también pensaban que los trashumantes podían traer o llevar el virus letal. 

 

A cambio de los estacionarios y más de 150 mil venezolanos que regresaron a casa buscando albergue en la cuarentena, buen número de colombianos cesantes de sus empleos por una cuarentena tan prolongada, en el segundo semestre de 2020, se engancharon en la recolección y procesamiento del café. Planearon bolsas de empleo locales para evitar el traslado masivo de personal de otras regiones de Colombia. (Juan Carlos Layton, 6 de agosto de 2020, p.10).  

 

Buena parte de los jóvenes desocupados, en las industrias de las grandes ciudades, son campesinos, que luego de obtener el diploma de bachillerato y de haber pagado servicio militar, se quedaron trabajando en las ciudades cercanas, unos vinculados a compañías de vigilancia y otros con empleos en restaurantes, bares y discotecas, clausuradas por la pandemia. Las chagritas han continuado en manos de los padres, a veces ya ancianos, sin que en el horizonte aparezcan los que deban relevarlos. Los hijos pretenden regresar para disponer de la finca y los viejos aún no se dejan mandar. Por eso, muchos jóvenes regresan a sus lares solo de visita.  

 

A cambio de estacionarios y migrantes, a coger esta cosecha podrían llegar gentes de las comarcas vecinas. “En Caldas se requieren 38 mil 600 cosecheros. Según el director del Comité de Cafeteros de Caldas, el 92% de las fincas son pequeñas por lo que la cosecha se podría recoger con mano local. Sin embargo, 10 municipios del centro sur y Bajo Occidente necesitan 19 mil 640 recolectores y de ese total tendrían que acudir a un 34% de trabajadores foráneos, unos 6 mil 678” (Juan Carlos Layton, 18 de julio de 2020, p.7). El 92% de las fincas cafeteras, en Caldas, son minifundios y microfundios. 

 

Con anticipación, los alcaldes de los 602 municipios cafeteros contaban con el manual de convivencia que ordena a propietarios y administradores nombrar responsables de poner en marcha el manual acordado en el que ordenan medir la temperatura, conservar el distanciamiento físico, usar tapabocas y atender los síntomas en los trabajadores. Un recién llegado se registra presentando el documento de identidad y llenando un registro con sus datos personales, último lugar de procedencia, números de teléfonos propios y de allegados, EPS a la que se encuentra afiliado y las preguntas de control del covid-19. 

 

Será tan dispendiosa la cosecha cafetera 2020 que ya se tiene previsto que la granja Manuel Mejía se convierta en centro de aislamiento regional para covid-19. Caben 50 camas para recolectores foráneos que resulten sospechosos o positivos asintomáticos. En el mes de julio estaban en el proceso de aclarar quiénes lo iban a manejar, quiénes serían los prestadores de salud y quiénes serían los responsables del proceso. En todo caso se buscaba una recolección segura teniendo en cuenta el cuidado de la salud de los productores, familias, trabajadores y la comunidad en general (Juan Carlos Layton, ibid.).  

 

En cosecha, abundan los mosquitos de cafetal que, antes de picar, dan serenata a sus víctimas. Chupan y se alejan repletos de sangre. Los cogedores se han inventado, desde hace muchísimos años, una especie de cubrecaras o tapabocas hechos con camisetas viejas que les permiten dejar al aire libre solo los ojos. No se sabía aun si los impertinentes mosquitos de los cafetales que chupan la sangre a los recolectores, al picar a otra persona le inoculan el coronavirus por haber bebido, tal vez, sangre contagiada de una persona anterior. 

 

En los dormitorios ubicarán un número más reducido de los trabajadores habituales, en las temporadas pasadas, por lo del distanciamiento físico debido a la pandemia, fuera de otras directrices. En los campamentos en los que caben 30 personas, en cosecha, solo albergarán a 15 y la distancia entre los camarotes es de 2 metros. A las 7 de la mañana, los dormitorios ya están vacíos, por lo que cada día entrará un trabajador con los elementos de bioseguridad para fumigar con amonio cuaternario, en la mañana y en la tarde (Óscar Veiman Mejía, 18 de septiembre de 2020, p.4).  

 

 

Se esperaba la presencia de 165 mil recolectores, en todas las regiones que estaban de cosecha cafetera; de ellos, unos 50 mil trashumantes. La meta soñada para el 2020 era recoger 14,2 millones de sacos, en el país cafetero, y vender buena parte de esa producción en el exterior, por una suma de $9 billones de pesos, (dólar a 3,700 pesos, en agosto y septiembre de 2020). El 18 de septiembre de 2020, por una carga de café pagaban 1.070.000 pesos. Tanto los cafeteros como el Gobierno nacional y los colombianos requerían esos ingresos en forma apremiante.

 

 

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