DON QUIJOTE EN COLOMBIA (I)

 

     Octavio Hernández Jiménez

 

 

El Quijote no nació de una observación del mundo exterior sino que fue la alegoría de la propia vida que se inventó don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), luego de muchas situaciones de las que no salió bien librado, hasta llegar a soñar que América era el “refugio y amparo de los desesperados de España” y que los pueblos de todas las latitudes terminan por engrosar una hilera interminable de desplazados.

 

Muestra de la crisis padecida por Cervantes fueron un documento fechado, en 1582, dirigido a un funcionario de Estado y luego otro, 6 años después, fechado el 21 de mayo de 1590, en el que solicitó para sí uno de cuatro puestos que estaban vacantes en América. Esto fue lo pedido: “la contaduría del Nuevo Reino de Granada, o la Gobernación de la Provincia de Soconusco en Guatemala, o contador de las galeras de Cartagena de Indias, o corregidor de la ciudad de la Paz (Alto Perú); que en cualquiera de estos oficios que V.M. le haga merced le recibiría porque es hombre hábil y suficiente y benemérito”. O sea que, Cervantes, el pobre, concluyó haciendo  recomendaciones de sí mismo. 

 

En lo que respecta a Colombia, Cervantes solicitó, entonces, el cargo de contador, en Santafé de Bogotá, o la contaduría de las galeras de Cartagena de Indias, frente al mar Caribe. El 6 de junio de 1590 sustanciaron la petición que, poco después, fue negada.

 

Para ese entonces, había participado en la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1971) que, según Cervantes Saavedra, fue “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros”; escribía versos, se había casado y, en el año de 1584, había publicado su primera novela, La Galatea. Luego, dos encarcelamientos y para finales de 1604, tenía lista la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, “el cual tiene ochenta y tres pliegos”, cuyo precio fue de “doscientos y noventa maravedís y medio” y que salió a la venta, en la casa de Francisco Robles, librero del rey, a comienzos de 1605. El permiso real para la primera edición fue dado en Valladolid “a veinte y seis de setiembre de mil y seiscientos y cuatro”; el Testimonio de las erratas “en primero de diciembre de 1604” y la tasa o depósito legal y otros requisitos están fechados “a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años”. Las demás fechas son aproximadas o supuestas.

 

Los ejemplares del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha que llegaron a América, en los baúles de funcionarios, escribanos y monjes, debieron no ser muchos pues, en 1531, entre 75 y 85 años antes de la edición de la obra, había aparecido un decreto del emperador Carlos V que gobernó entre 1516 y1556, por medio del cual se prohibía la circulación de “libros de romances que trataban de materias profanas y fabulosas y de mentirosas historias”.

 

Los aficionados a los futuribles tejen conjeturas sobre qué habría sucedido si Cervantes hubiera sido favorecido por el Consejo de Indias con un cargo burocrático en América. Tal vez, parapetado tras un escritorio trazando rúbricas, imponiendo multas y contando doblones, fuera del estómago lleno, no se hubiera lanzado el desafío de escribir El Quijote. El medio y las circunstancias no  en que se desenvolvía su trabajo no daban para eso. De haber cultivado sus aficiones literarias, en vez de novelista, podría haber engrosado esa legión de cronistas que, con Juan de Castellanos a la cabeza, pulió en versos el mural épico sobre la geografía, las hazañas y la mitología de la Conquista, en el territorio de la actual Colombia.

 

El novelista Pedro Gómez Valderrama (1923-1992), en su texto En un lugar de las Indias, 1970, se ubica en mayo de 1590 para tramar una fantasía según la cual Cervantes sí fue nombrado contador de galeras en Cartagena de Indias, viajó a América en el galeón Santiago, trabajó, imaginó por primera vez la cueva de Montesinos cuando llegó a su olfato la chamusquina de un reo de la Inquisición que quemaban en la Plaza Mayor. “En el primer año fueron muchas las españolas a quienes rindiera honores y levantara faldas”, pero, cansado, se quedó con la mulata Piedad. Cuenta que “nadie sabía en Cartagena de los humos de escritor que tenía don Miguel” aunque “en su misma pieza había un legajo grande que él explicaba ser de obras suyas escritas antes”. Enfermó de tabardillo y estuvo a las puertas de la muerte. Regresó a España “consumido en el alcohol y la sensualidad de la mulata”. Al final, “don Miguel de Cervantes llega a visitar a don Alonso Quijano, autor del relato, y don Alonso lee a Cervantes el texto de la aventura de ultramar”.

 

Sin alterar la historia verdadera, Antonio José Restrepo, en 1916, cuenta “de cómo pudo haber sucedido que el Ingenioso Hidalgo don Miguel de Cervantes viniese a Santafé de Bogotá y aquí escribiese el Quijote verdadero narrando las hazañas de los conquistadores”. Joaquín Piñeros Corpas, en su discurso para tomar posesión como miembro correspondiente, en la Academia Colombiana de la Lengua, en 1959, insistía en la conjetura de Si Cervantes hubiese venido al Nuevo Reino.

 

El ensayista, historiador y humanista Germán Arciniegas (1900-1999), con motivo del cuarto centenario de la fundación de Bogotá,  1938, escribió El Hijo de Don Quesada, texto en el que don Quijote aparece como hijo nada menos que de Gonzalo Ximénez de Quesada, “el escritor, el soldado, el adelantado, el mariscal, el gobernador, el olvidado”, uno de los escasos hombres de letras que llegaron de España, en la época de la Conquista y quien, por cuestiones de azar, fundó la capital colombiana. Como dijo el gobernador de Santa Marta, Pedro Fernández de Lugo, el Licenciado Jiménez de Quesada “era hombre despierto y de agudo ingenio, no menos apto para las armas que para las letras”; su biblioteca particular era bien surtida y fue donada al convento de Santo Domingo de la naciente capital. A manera de paralelo o de mutua identidad, dice Arciniegas, al concluir el texto: “El primer Don Quijote, es decir, Don Gonzalo, es un hombre como el segundo que discurre sobre los libros y las armas”.

 

En su obra El Caballero de El Dorado, conjunto de quince ensayos sobre el fundador de Santafé de Bogotá, 1969, en donde incluye como último capítulo el texto anterior,  Germán Arciniegas opta por darle rienda suelta a la confusión cuando dice: “Quesada, el fundador de Santa Fe y descubridor del Nuevo Reino de Granada no es Quesada sino Jiménez. O ¿será Quijada? O ¿Quijano? O... ¿Quijote?”. El escritor austríaco Stefan Zweig leyó la obra y pidió a Arciniegas permiso para traducirla y publicarla en inglés pues le interesó “la teoría de que fuera el fundador de Bogotá fuente de inspiración para que Cervantes escribiera el Quijote”.

 

Luis Alberto Acuña (1904-1994) fue un artista plástico de la Escuela Bachué que, a mediados del siglo XX, se propuso rescatar los valores de la nacionalidad colombiana a través de la pintura y la escultura. Es el autor del  mural que adorna el  paraninfo de la sede de la Academia Colombiana de la Lengua en cuyo centro, entre connotados personajes de la literatura en castellano,  se yergue Don Quijote en animado diálogo con Sancho. También, siguiendo los cánones de un depurado clasicismo, esculpió en mármol la escultura funeraria que alberga la tumba del fundador de Santa Fe de Bogotá, en la capilla de Santa Isabel de Hungría, en la Catedral Basílica de la capital colombiana. Sobre el túmulo aparece Don Gonzalo Ximénez de Quesada, yacente, con la cabeza inclinada, arreos de su época como la gorguera y la espada.

 

Luego de la publicación de El Caballero del Dorado (1942), de Germán Arciniegas, el vulgo empezó a delirar: “Quesada el fundador de Santa Fe y descubridor del Nuevo Reino de Granada ¿será Quijada? ¿O Quijano? ¿O Quijote?”. Estas preguntas causaron estragos en la mente de  muchos lectores. A partir de esa lectura, “se ha llegado a la conclusión de que Don Quijote podría estar enterrado en la Catedral Primada de Bogotá, en el monumento que esculpió Luis Alberto Acuña, para guardar la memoria de un conquistador culto, alocado y solitario, que dejó todos sus bienes a su sobrina y se empeñó en hacer peligrosas discusiones con el mundo, la iglesia y el demonio”. (Sergio Villamizar. “Una obra que nunca se acaba de leer”. Manizales: La Patria. 17 de abril de 2005, p.7b).

 

El abogado, sociólogo, historiador y académico de origen tolimense Eduardo Santa  disertó, el 5 de mayo de 2004,  en el recinto de la Academia de Historia de Bogotá, sobre el tema “Jiménez de Quesada y Don Quijote de la Mancha”. Se cabalga de un siglo a otro y ese sueño histórico-literario no termina. Eduardo Santa publicó, además, en diciembre de 2005, la obra “Don Quijote por los Caminos de América”, con el ensayo premiado por el Centro Cultural de la Universidad de Salamanca, en Bogotá, con motivo del IV Centenario de la publicación de la obra de Cervantes.

 

Antonio Antelo, en su texto “Literatura y Sociedad en la América española del siglo XVI: notas para su estudio”, (Thesaurus, XXVIII, pp.279-330), cita a I.A.Leonard quien cuenta que, en 1605, el mismo año de la publicación del Quijote, llegaron a Cartagena de Indias 103 ejemplares que, pareciera que se los hubiese tragado la tierra pues de ellos no se ha encontrado ni uno. Sin embargo, Eduardo Santa cuenta que, en la exposición organizada por la Universidad Nacional de Colombia, en 1966, con motivo de los 350 años de la muerte de don Miguel de Cervantes, se exhibió “un ejemplar de la edición príncipe, hecha en Madrid, en los talleres tipográficos de Juan de la Cuesta, en dos volúmenes, que corresponden a la Primera y Segunda Partes, impresas respectivamente en 1605 y 1615. Nadie podía imaginarse que, en Colombia, todavía existiera un ejemplar de los que posiblemente habían llegado en los primeros años de su colonización. Pertenecían a la colección particular del doctor Rafael Martínez Briceño, hace ya varios años fallecido” (Eduardo Santa. “Don Quijote por los Caminos de América, p. 23).

 

El decreto del emperador Carlos V fue derogado o se olvidó; tal vez resultó más fácil lo segundo. Durante la Colonia, se leían, en la Nueva Granada, las obras literarias que se publicaban en España, país que, en muchos aspectos, se había cerrado a Europa. Pero, de El Quijote apenas se volvió a tener noticias escritas a comienzos del siglo XIX, con la generación de los próceres de la Independencia.

 

 

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