EL CORONAVIRUS CHINO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

A comienzos de enero de 2020, apareció, en China, un “misterioso virus similar al síndrome respiratorio agudo severo (SARS) que, antes de fin de ese mes, había penetrado en Japón, Tailandia y Corea del Sur” (El Tiempo, 21 de enero de 2020, p.2.7). El SARS que empezó como un resfriado común mató a 650 personas en China y Hong Kong, entre 2002 y 2003.

 

El “misterioso virus” de Wuhan  fue detectado, en la última semana de diciembre de 2019, en 100 pacientes. Se pensó que se transmitía de animales a seres humanos por haberse encontrado en un mercado de comidas de mar pero, 15 días después, se comprobó que podía transmitirse entre seres humanos. Luego se dijo que, tal vez, a través de serpientes y cocodrilos. El desconcierto mundial, un mes después de su aparición, era tal que a la criatura aún no se les había ocurrido ponerle un nombre. No había sido bautizada en los laboratorios científicos. El periódico El Tiempo tituló la noticia, 20 días después de su aparición, de esta manera: “Crece preocupación mundial por el raro virus de Wuhan”. 

 

Los síntomas eran: fiebre elevada, malestar general, decaimiento, tos, dificultad para respirar, problemas gástricos, diarrea y, en los fallecidos, neumonías severas. El 21 de enero de 2020, iban 198 casos de esta nueva cepa de ‘coronavirus’, en solo China, con tendencia a expandirse. El 22 de enero, según la prensa escrita, iban 6 muertos y  400 enfermos. Al día siguiente, en China iban 600 pacientes, más un número indeterminado en  Japón, Tailandia y Corea del Sur. Según los noticieros de televisión de la noche, con avances desde Washington,  eran 413 los casos confirmados, con otros de Australia y el primero en Estados Unidos correspondiente a un pasajero que llegó de China a la capital norteamericana.

 

Era desconcertante la forma como aumentaba el número de enfermos por el coronavirus de Wuhan. Para la última semana de enero de 2020, el virus había matado ya a 80 personas y se expandía la infección en el mundo. El 26 de enero iban 2.744 casos confirmados en China, Singapur, Malasia, Corea del Sur, Taiwan, Tailandia, Vietnam, Nepal, Japón, Australia, Estados Unidos, Canadá y Francia. En México, Brasil y Colombia, los sistemas de salud estaban buscando y, en cuestiones de medicina se sabe que, no es sino buscar y con seguridad se encuentra.

 

Para Carlos Álvarez, expresidente de la Asociación Colombiana de Infectología, “el problema es que el cuerpo humano carece de defensas y de elementos de identificación para contrarrestar la presencia de este virus” (Ibid.).

 

En China sometieron a cuarentena a los 11 millones de habitantes de la ciudad de Wuhan con diez ciudades vecinas para un total de 21 millones de chinos sin poder salir de esa área, ni viajar en avión o tren fuera de esa comarca. El 24 de enero, en solo Wuhan, iban 600 casos diagnosticados. Se suspendieron las fiestas de año nuevo (en la semana final de enero de 2020), cuando se presenta la mayor movilización nacional de chinos, así como las visitas de turistas a las ciudades señaladas como albergues de ese virus. Para el 24 de enero los muertos eran ya 26 y el mundo había entrado en pánico. A pesar de esto, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en reunión de dos días, decidió no declarar la emergencia mundial ante el brote del virus. “Aún es demasiado pronto” afirmó el presidente del Comité de Emergencia. 

 

Mientras tanto, las cifras fatales seguían aumentando.

Las medidas de cuidado recomendadas en Colombia fueron: Realizar lavado frecuente de manos, cubrirse al toser y estornudar, usar tapabocas al tener síntomas de resfriado y ventilar los espacios que se habitan (Antonio Broto, 24 de enero de 2020, p.5).

 

El asunto se complica, según el científico Carlos Álvarez, al constatar que  Colombia carece de una política de adecuado uso antimicrobiano no solo en humanos sino en animales y en la agricultura. La automedicación se presenta en todos los pueblos y barrios de ciudades, y concluía: “Entre más se formulen antimicrobianos más aparece resistencia y a nivel país tenemos gérmenes multirresistentes en los hospitales y en la comunidad. Lo malo es que hay bacterias que no podemos atacar con antibióticos. Es como volver a la época anterior a la penicilina pues no hay con qué hacer tratamientos y no hay por la imposibilidad tecnológica de hacer algo”.

 

La pronta lucha en la resistencia antimicrobiana sería, como dijo Jim O’Neil, “una de las inversiones más sabias que podemos hacer” porque, a pesar de que la prensa deje de registrar los cuadros de estadística, el número de víctimas continúa creciendo. Ante la enfermedad y la muerte, el silencio jamás ha sido un remedio eficaz.

 

A finales del año 1919, hace más de cien años, hubo un rebrote de la mal llamada “gripa española” que, con otras características ha revivido en varias ocasiones, dejando a su paso, miles de muertos. La Junta de Monitoreo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial que hace recomendaciones a los gobiernos sobre riesgos biológicos, amenazaron con este dictamen: “Si el mundo despertara hoy con un nuevo brote de influenza como el de 2009, podría extenderse por el planeta en menos de 36 horas y terminaría con la vida de hasta 80 millones de personas, además de arrasar con el 5 por ciento de la economía global” (El Tiempo, 18 de septiembre de 2019, p.1.14). La influenza del 2009 se conoció con el nombre de AH1N1 y se calcula que mató a 575.000 personas.

 

Las causas de esas amenazas tan críticas serían, entre otras, el cambio climático, el aumento de los desplazamientos de grandes grupos humanos, los patógenos respiratorios cada vez más comunes, la globalización del transporte que al no estar regulado aceleraría la transmisión de virus y bacterias por muchos países en cuestión de horas. Esto sería el origen de que en el horizonte se vislumbre el espectro de una hecatombe sanitaria mundial.  El Informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) concluye: “Y el mundo no está preparado”.