EL LENGUAJE COMO PATRIMONIO CULTURAL

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Los caminos iban por todo lo alto de las montañas porque las tierras bajas eran  anegables en los crudos inviernos, pantanosas, e insalubres y por regla general la base es más amplia que la cúspide; el camino por el pie de monte puede tener más vericuetos que si va en línea recta por arriba. ¿Qué cargaban los arrieros y los viajeros?

 

“El bastimento (los víveres) que debíamos llevar consistía en tiras de carne seca de res, bizcochos de maíz, huevos duros, azúcar en bruto (panela), chocolate, ron, pedazos de sal, cigarrillos y sobre todo ‘fifi’ que se hace con bananos verdes secados al horno, cortados en tajadas… para comer fifi, en vez de pan, se rompe con una piedra y se le deja entre agua…” (J.B.Boussingault, 2008, p.64). 

 

Los colonos trasegaron los caminos y se detuvieron en lo alto de las montañas, a los lados de las vías principales, básicamente,  para librar a sus familias de  fiebre amarilla,  malaria, dengue,  paludismo, leishmaniasis y otros bichos dañinos pero también hubo motivaciones políticas como las guerras civiles y económicas empezando por la conveniente ubicación como un cruce de caminos.

 

Fuera de esto, eran determinantes en la selección del sitio, las fuentes de agua, el activo comercio, la existencia de materiales de construcción, en nuestro caso, árboles corpulentos para aserrar, la leña y la buena caza para alimentar las familias mientras germinaban las esperanzas en forma de cultivos o dehesas.

 

Los caminos tenían nombres que los diferenciaban de los demás. El camino que venía desde Cusco (Perú) hacia la sabana de Bogotá y el mar Caribe se llamó Camino del Indio, luego Camino de Popayán, Camino Real, Camino de los Pueblos y Camino del Café. Después, el camino que comunicaba a Bogotá con el Chocó recibió el nombre de Camino Nacional. Las veredas daban nombre a los caminos que pasaban por ellas: Camino de La Primavera, Camino de La Estrella, Camino de La Quiebra, Camino del Contento.

 

El estudio el origen y el significado de los nombres asignados a los lugares se llama Toponimia, palabra compuesta del griego Topos: lugar y Onoma: nombre.

 

El departamento de Caldas recibió ese nombre en honor del sabio, científico e ingeniero militar Francisco José de Caldas (1768-1816) que ofrendó su vida por la independencia colombiana. Era de origen payanés y, como homenaje al Cauca de donde se desprendió la mayor parte del territorio con el que se conformó el Gran Caldas, en 1905, se escogió su nombre para bautizar a la nueva entidad geográfica.

 

Un misionero católico escogió el topónimo de San José, patrono de los carpinteros y de la buena muerte, para bautizar este pueblo ubicado en la Cuchilla de Todos los Santos, a comienzos de la primera década del siglo XX. A la vez, cambió el nombre de El Guamo por el de San Gerardo y a Charco Verde lo bautizó San Isidro. El lugar en que está enclavado San José se conocía, entre los que transitaban por este camino, con el nombre descriptivo de Miravalle.

 

De los sustantivos que más se utilizan en el lenguaje, unos de los que más han sobrevivido a las inclemencias del olvido son los topónimos, formas verbales con las que los distintos grupos humanos designan montañas, cumbres, montes, valles, ríos, quebradas, lagunas, caminos, parajes, veredas, caseríos, ciudades, calles, plazas, sedes de instituciones, negocios y, por extensión, aquellas construcciones y objetos materiales característicos de una región.

 

Todo nombre es convencional. Un lugar o un objeto pudieron llamarse de otra manera. Sin embargo, no todo nombre es absolutamente convencional. Hay casos en que la relación entre significante y significado es obvia. Así, que un sitio ante el que se abre un radiante panorama se llame Buena Vista o Altomira o que donde se juntan varios caminos o carreteras se denomine El Crucero no es tan caprichoso como sí sería que cada uno de esos sitios se llamara, supongamos,  Albania o San Gerardo. 

 

En  la imposición de un nombre vencen casi siempre quienes cuentan con mayor prestigio a la hora de bautizar o tienen mayor ascendencia a la hora de difundir y conservar lo establecido. Viterbo, en Italia, era la tierra natal del Nuncio del Vaticano en Colombia, en la segunda década del siglo XX.

 

El Padre Nazario Restrepo, por motivos personales, quiso ofrecerle un halago por lo que  impuso el nombre de esa ciudad italiana al pueblo que, por orden del obispo de Manizales, intermediación del cura de Apía, parroquia de la diócesis de Manizales y la ambición y financiación de un encumbrado grupo de terratenientes de Manizales, Santa Rosa, Pereira y Cartago fundaron, el 19 de abril de 1911, en el Valle del río Risaralda. 

 

De  una contienda verbal para bautizar un sitio pueden quedar, rezagos, varios nombres para el mismo sitio, uno más determinante que otros. También ocurre el desconocimiento u olvido de aquellos nombres  relegados a la penumbra, por parte de usuarios desinformados quienes, a capa y espada, reniegan del topónimo que otros mencionan y definen como verdadero y único, el topónimo de sus afectos. Es el caso de Miravalle, primitivo nombre de San José de Caldas. El nombre del santo fue impuesto por un misionero en campaña quien logró mandar al olvido el topónimo que, fuera de ser bello, denotaba lo que significaba.

 

En Caldas, como en otras regiones, un mismo sitio pudo contar con varios nombres de acuerdo con la generación que se haya fijado en él: Santa Ana de los Caballeros, San Juan de Anserma, Santa Ana de Anserma, Anserma Viejo, Anserma. Primero fue San Joaquín y luego Risaralda. Belalcázar se conocía como La Soledad y su vereda San Isidro, como Charco Verde. San Antonio de las Cáscaras recibió luego el nombre de Apía, Mocatán se llamó Mistrató y Arenales, Belén de Umbría.

 

Una corriente de agua puede tener distintos nombres de acuerdo con la población por donde pase. Así, el río Apía, en muchos mapas se confunde con el río Mapa y, respecto al río Chamberí, en Salamina, se llama río Pozo a su paso por territorio de La Merced, antes de caer al Cauca.

 

Una montaña, un pico, cualquier paraje, puede tener varios nombres de acuerdo con el lado de donde se mire. La zona en que limita Belalcázar y San José, en el valle de Risaralda, se conoce como Acapulco, para Belalcázar, y Pinares para San José.

 

Antes, la cuchilla de Todos los Santos tuvo otras denominaciones.  Los españoles observaron lo siguiente: “Este lugar está en una sierra, com una cuchilla, que llaman la Loma de Anzerma, aunques e a sydo el más rrico pueblo de toda esta provyncia de Popayán” (Fray Gerónimo Descobar, de la Orden de San Agustín, en “Noticias de la Anserma Histórica”, 1994, p.72).

 

Un lugar recibe, como nombre oficial, el que decidan imponerle quienes tengan funciones legales para hacerlo o el que los cartógrafos consignen en los mapas. La sociolingüística tiene que ver  con las formas populares Y las formas  remanentes dictadas por la mutabilidad del poder. A veces se confunden las formas oficiales con las populares: en otras, una forma popular triunfa sobre los caprichos inconsultos de algunos legisladores. Esto sucedió con el nombre del río que corre encañonado entre la cordillera central y la Cuchilla de Todos los Santos. Dice Fray Pedro Simón, en Noticias Historiales: “El Cauca, así nombrado, no sé por qué, pues aunque Cieza de León llama este río de Santa Marta, este nombre se le ha caído del todo y se le ha quedado el de río Cauca” (p. 291).

 

Por regla general, en nuestros pueblos hay una calle real (calle rial) que sigue la topografía del camino más trajinado y una calle anexa o secundaria que en casi todos los pueblos tiene nombre curioso. La Avenida Santander en Manizales siguió la curvatura del terreno; no se trazó con escuadra; se legisló sobre la amplitud y la medida de las cuadras. Si se observa, sigue las curvas de lo que, en un tiempo, fue uno de los físicos caminos hacia el Tolima.

 

Muchos topónimos llegaron de Antioquia pero no todos. También vinieron del sur. Hubo intriga sobre el motivo del nombre de la Calle de Ronda, en San José. La inquietud cedió el paso a la certeza al descubrir, primero en Pasto, luego en Quito (Ecuador) y también en Cartagena,  calles “de la ronda”. A los días, se supo que, en San José, quien bautizó, en un arranque de nostalgia, la Calle de la Ronda, fue un orador sagrado llegado de Popayán a predicar las Fiestas Patronales. Sin embargo, esa vieja costumbre de bautizar como Calle de la Ronda a una calle secundaria, por donde pueden escurrirse las personas sin ser vistas por el grueso público que atesta la Calle Real, provino de Andalucía, en el sur de España. El párroco Jesús María Peláez criticaba, un domingo, en el púlpito de la iglesia,  a unas personas de la Calle de la Ronda y para darle fuerza a su argumentación concluyó diciendo: - Con razón, por ahí se oye un disco de cantina que dice: “… Y las rondas no son buenas”. Se refería a esa ranchera “Noche de ronda/ qué triste pasas/ cómo te cruzas por mi balcón…”.

 

También provino de España el topónimo ‘Cantarrana’ tan utilizado en varios pueblos como Santa Fe, Neira, Anserma y San José. Se supone que llegó a San José en boca de algún ansermeño o neirano, uno de esos que atravesó el Cauca y avanzó por el Camino Nacional que iba de la capital del país hacia el Chocó. En plena Edad Media, en los famosos “Romances  de los Siete Infantes de Lara”, Doña Sancha, la madre de los infantes, sale a recibirlos y les dice: “- Bien vengades, los mis hijos,/ buena sea vuestra llegada;/ allá iredes a posar/ a esa tal de Cantarrana;/ hallaréis las mesas puestas,/ viandas aparejadas,/ desque hayáis comido, hijos,/ no salgades a las plazas;/ porque las gentes son muchas/ y trábanse muchas barajas”. Cantarrana, en Neira y San José, fueron agrupaciones de cantinas en las afueras del pueblo atendidas por alegres fufurufas.

 

Rutas curiosas del idioma en boca de conquistadores y desplazados  que llegaron de España, atravesaron la región panameña, se embarcaron en el océano Pacífico rumbo al Perú y luego, como locos, empezaron a ascender por precipicios hacia el norte, como lo hicieron Robledo y Belalcázar, hasta adentrarse en tierras del actual Caldas y seguir, más  hacia el norte, para demorarse en Santa Fe de Antioquia, Ciudad Materna para los antioqueños, donde retoñó uno de los pueblos que, poco después, empezaría a desandar el camino de sus mayores hacia el sur. La secuencia de móviles y episodios de la Conquista, la Colonia y la Colonización, uno tras otro, ofrecen a los ojos de los historiadores un panorama de aparente locura.