GRAN CALDAS EN LAS ACUARELAS DE JESÚS FRANCO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

El Gran Caldas ha sido por su geografía, hidrografía, topografía y por su alma impregnada de verdes tornasolados diluidos en agua, un edén para los artistas que pintan con acuarela. Entre los acuarelistas ligados a esta tierra, se destacan Roko Matjasick, uno de los primeros profesores de acuarela, en Bellas Artes de Manizales. Teodoro Jaramillo (Ibagué, 1913- Manizales, 1983), profesor de acuarela, en Bellas Artes, quien recorrió a Colombia fijando su mirada en lugares como las playas del Pacífico y las viviendas de los negros de ese litoral. Robert Vélez Sáenz (Manizales, 1918-1989 ), arquitecto y retratista, en óleo, acuarela y acrílico. Bernardo Arias (Pácora, 1945), trabaja el grabado y la pintura sobre papel, con obras en técnica mixta, tinta, óleo y acuarela. Jenaro Mejía (Manizales, 1951), arquitecto y pintor en acuarela y óleo. Adolfo Peña (1946), arquitecto y diseñador gráfico. Cosme Jaramillo, Luis Guillermo Vallejo (1954) y Fernando Alvarado quien reparte su tiempo entre la talla en madera y la pintura en óleo.  

 

A los mencionados, se agrega Jesús Franco Ospina, nacido en 1929, en Sevilla (Valle) y  radicado en Manizales desde 1960. Estudió y fue profesor de la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Caldas. Por varios años, combinó su labor docente con la caricatura, luego con su trabajo en esculturas de cera para definirse por la pintura, sobre todo con la acuarela. Jubilado, se dedicó al retiro campestre, en La Arcadia, (La Francia), al occidente de Manizales, en donde pasaba el tiempo, acompañado de su esposa, Oliva Manchola, la familia, los perros y  amistades que lo visitaban. A su lado, el jardín saturado de esencias y de trinos. El pintor sumergido en ese ambiente, cultivaba varias técnicas de pintura, entre ellas la acuarela, técnica típicamente inglesa que, en la última etapa de su vida, como a otro Turner, lo llevaría al óleo. Ah, y a la tertulia fluida, rodeado de sus amistades.

 

“Chucho” Franco, hipocorístico con el que se le ha conocido, expuesto su producción artística en Bogotá, Buenos Aires, La Habana, Quito, Medellín, Cali, Manizales, Santa Marta y más localidades. 

 

En el año de 2003, Jesús Franco participó en la I Trienal de Acuarelistas que se llevó a cabo en la Quinta de Bolívar de Santa Marta. Tomaron parte 74 acuarelistas de 9 países. Antes, había participado en el II Salón Nacional de la Acuarela “Eladio Vélez”, realizado en Medellín, en 1982, en el que ocupó el primer puesto, en la categoría de Paisaje.

 

El poeta antioqueño Jorge Robledo compuso un tríptico de sonetos en los que evoca sensaciones inspiradas en las acuarelas de “Chucho”, como la constante consagración de la naturaleza andina, la fuerza del agua y la destreza humana. 

 

La mayor parte de sus acuarelas, diluidas en lírico realismo, representa un homenaje al paisaje del Gran Caldas. Casi siempre contempló las montañas, las vertientes encajonadas, los chorros y cascadas, los montes, las piedras grises que asemejan caparazones de tortugas, troncos, raíces y bejucos que se columpian sobre las quebradas, la sinfonía del agua pocas veces estancada, los espejos de agua en los que se copian las tardes, las laderas  evanescentes por donde trepa soñolienta la neblina matutina rumbo a los picos de las montañas. El agua ha sido su materia prima y la técnica también ha sido el agua. 

 

El paisaje real es una cosa y la visión que el artista logra hacer de él es otra. En el estilo juega la experiencia. Se construyen espacios y se altera el contexto. El pintor se interpone entre el público y la realidad. Como pocos pintores, Jesús Franco estaba preparado para hacerle al Gran Caldas, en el primer centenario de fundación (1905-2005 ), un homenaje plástico acorde con la naturaleza y el espíritu de los caldenses. No planteó una mirada romántica e idealista sino más bien su interpretación paisajística. En sus acuarelas, se ven las hojas, los troncos y cortezas de árboles y guaduales palpitando de una vida previa al drama del cambio climático.  

 

Para la celebración del I Centenario de creación del departamento de Caldas, Jesús Franco realizó 27 acuarelas, una por cada municipio caldense. Propuso panorámicas de cada una de las áreas urbanas vistas desde el entorno: un cerro, un guadual, un potrero con una cerca, la silueta de un tronco reverdecido y, en lontananza, en el centro o a un lado, el conglomerado, como una majada dispuesta a pasar, allí, la tarde. Contemplar esta serie, con detenimiento, es darse una pausa en medio de una sociedad frenética.

 

El acuarelista no se metió por vericuetos en búsqueda de habitantes o de los oficios a los que se dedicaban, sino que contempló cada pueblo según se lo dictaba su energía liberadora. Franco no cayó en visiones costumbristas y típicas de la escuela primitivista. Dominando cada escenario aparecen las torres de los templos que, en la cultura cristiana, equivalen a los alminares de las mezquitas. A sus lados se congregan las casas, casi siempre de bahareque con tejados de barro, paredes blanqueadas con cal, zancos de guadua, abismos y cañadas, enredaderas festivas y guayacanes agobiados de flores que se mecen bajo un toldo de nubes regordetas. 

 

En la obra de Franco, el concepto de espacio casi nunca juega con la inmensidad. Se trata de  alrededores escalonados en los que detenemos las miradas. En muchas de sus acuarelas, las moles de piedra pulida son como esculturas entre una concepción arquitectónica de pendientes. La vegetación ayuda como referencia visual.  

 

Fuera de Manizales, Jesús Franco expuso parte de la colección de acuarelas de los 27 municipios de Caldas, en varias localidades como el Club Tucarma de Apía y el Club Chamberí de Salamina. El público tenía conexión con esos paisajes que fluctuaban entre lo natural y lo artístico. Eran un himno a nuestra identidad.

 

La Gobernación de Caldas adquirió la totalidad de esa serie de acuarelas regionales aunque no definieron el lugar para que los visitara la ciudadanía. En 2015, trataban de aglutinar las acuarelas esparcidas en las oficinas del Palacio Amarillo. Unos opinaban que convendría distribuirlas por las principales oficinas y otros, antes de que se esfumaran, criticaban la propuesta de llevarlas a adornar recintos burocráticos pues el destino de las obras de arte no es colgarlas como objetos decorativos en distintos espacios desvertebrados de cualquier contexto. En los despachos, embebidos en preocupaciones prosaicas, los visitantes de paso no sacan tiempo para contemplarlas.

 

La Imprenta Departamental de Caldas publicó un libro de gran formato titulado Acuarelas de Franco Ospina. En el año 2019, la Gobernación de Caldas publicó “Caldas en las acuarelas de Jesús Franco”, (Editorial Matiz), de pasta dura, con las estampas de los 27 municipios del departamento, segmentos de la reciente novela “Guayacán” de William Ospina y un texto mío; esta obra se publicó como homenaje al artista cuando arribó a sus 90 años. Se podía clasificar este álbum como parte del precioso legado del artista, logrado con coherencia, belleza y poesía. 

 

Quedaron faltando por conocer las 14 acuarelas correspondientes a los municipios del Risaralda y las 12 del Quindío, con las que Jesús Franco completó el homenaje al Gran Caldas. Las de estos dos departamentos las conserva la familia del pintor. No sería pretensioso aspirar a que las 53 acuarelas conserven su unidad como patrimonio del Paisaje Cultural Cafetero. 

 

Es copiosa la herencia artística dejada por el maestro Jesús Franco. A comienzos del siglo XXI, donó un conjunto de acuarelas a la Casa de la Cultura de Sevilla (Valle), su tierra natal, que ocupa una estancia de amplia quietud y sugestivos espacios. En ella instalaron las obras con una iluminación muy profesional. Los sevillanos manifiestan su orgullo ante el patrimonio legado por el artista a quien condecoraron con la Medalla Hijo Ilustre de Sevilla, en el año 2000.

 

Los caldenses debemos conservar este patrimonio cultural como un texto de geografía sensitiva. Se trata de formas etéreas del arte trazadas con manchas de colores en agua. Los próximos habitantes del Gran Caldas deberán adentrarse en estas referencias que instan a explorar los cambios en los fenómenos de nuestro entorno. 

 

Jesús Franco realizó bosquejos a lápiz de los miembros de su crecida familia y las efigies de ciertas personalidades nacionales. Ante estos trabajos a lápiz se concluye que el artista pudo ser un buen retratista pero prefirió insistir en el paisaje.

 

En la temporada de jubilado, como profesor del programa de Bellas Artes, Franco tornó al óleo sobre lienzo, con estilo semiabstracto y surrealista, en el que mezcló colores y formas geométricas con sombras desvanecidas, penumbras y alegorías. Óleos con signos dispuestos en distintas atmósferas.

 

 En etapa reciente, pintó al óleo crucifijos que, como el mismo artista lo aclaró, “no (aparecen) como una expresión religiosa sino como una denuncia frente al poder de quienes han utilizado sus conocimientos para dominar el mundo”.  Se trata de obras que entonan un miserere por el dolor humano. 

 

En otra obra, exalta a Antígona a la que ve como una representación de las mujeres que lloran a sus muertos. “Como esta protagonista griega, son muchas las mujeres que han padecido la violencia, no solo en Colombia, sino también en España, la de la Guerra Civil; en Europa, la de las dos guerras mundiales; en Bosnia, Vietnam, Afganistán, Palestina, Siria,en el Cono Sur, en Centroamérica y Venezuela. En todos los sitios del planeta donde haya guerras, siempre habrá Antígonas”. 

 

Formas semiabstractas que, si se muestran de otra forma, se perciben otros cuadros. Lecturas diferentes según sea la forma de asumir la obra. Volcanes que explotan en la noche y, al variar su posición, aparecen otros cuadros. Hasta cuatro cuadros en uno. Chucho comentó sobre su obra abstracta: “Pintarlas me libra de una vana palabrería”. Se trataba de una visión onírica, según sus propias palabras.

 

Falta por mencionar, en su trabajo artístico, los elementos biológicos de las profundidades marinas, los géiseres y los cenotes de los que cada observador extrae un mensaje diferente.  Ante el arte, cada observador percibe sensaciones distintas. Renovaciones que no cesan.

 

Acuarela, lápiz, acrílico, óleo… Las renovadas etapas del óleo y el penetrante olor a trementina, coincidió con el tiempo del escritor polémico que saca sus ratos para redactar prosa y versos. En su vida cotidiana, desde siempre, Chucho fue un contestatario. En las frecuentes tertulias que convocó en “La Arcadia”, al calor de su verbo insistente, de un momento a otro, algunas pinturas, en las paredes, se trocaban en hogueras de palabras encendidas. 

 

Antes de la pandemia, (finales de 2019), Jesús Franco me comentaba, sentados en el estudio de su casa solariega mirando los relámpagos sobre el océano Pacífico: “Envejecer es muy duro”, y añadió: “El problema de los años es que muchos envejecen tanto de cuerpo como de alma. La función del artista es resignarse al envejecimiento del cuerpo pero no permitir que envejezca el alma de quienes contemplan su obra”. Llegó el huracán. Falleció el 21 de enero de 2022, con escasa certeza de que la nave había arribado al fin de su viaje.

Fotos tomadas de la web oficial www.jesusfranco.co