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La mulata cartagenera

GRAU Y ORTIZ, EN EL TEATRO ADOLFO MEJÍA 

 

                                                            

Octavio Hernández Jiménez 

 

En el año de 1997, se iniciaron los ajetreos que culminaron con la instalación del plafón o decoración del cielo raso del Teatro Adolfo Mejía (antes Teatro Heredia) de Cartagena y con su telón de boca.  

 

Alberto Samudio fue el arquitecto que volvió a armar ese teatro incluso sacando dinero de su bolsillo para sufragar parte de los estudios previos. Samudio le devolvió la vida.  

 

Por cuestiones de salubridad en los partos, era más seguro  llevar las parturientas a Colón que dejarlas en Cartagena o trasladarlas a Barranquilla. Por estas circunstancias, llevaron a la madre a esa ciudad panameña, en donde nació Enrique Grau, en 1920. Al nacer, regresaron a la Ciudad Heroica. 

 

A Grau se puede catalogar como un pintor precoz porque a sus 20 años, en 1940, ganó un premio en el Primer Salón Nacional, con el óleo La Mulata Cartagenera. Estudió en Nueva York y Florencia. Fue de los primeros que trabajaron, en Colombia, con la serigrafía fuera del grabado en aguafuerte, litografía, xilografía.   

 

En 1983, Grau viajó a  Manizales, como parte de un proyecto de Arte Vial, en la ruta entre el aeropuerto La Nubia y la Estación Uribe, con obras de Manuel Hernández, Eduardo Ramírez Castro, Lucy Tejada, Débora Arango, Leonel Góngora, Mario Escobar y otros. Varias vallas de lata se deterioraron y otras desaparecieron; nadie protestó y, tiempo después, las vieron en fincas, como parte de colecciones privadas. 

 

En esa ocasión, Enrique Grau asistió a una exhibición de esculturas pequeñas de estaño y alambre que hacía Jorge Ortiz. El comentario que hizo fue el de que “Usted va para alguna parte”, muy propio de las sibilas de la antigüedad que pronosticaban acontecimientos que la gente entendía cuando ya habían pasado.  

 

 

Viendo el interés por el arte, Grau escogió a este caldense como ayudante, en los menesteres propios de la pintura. Jorge Ortiz había nacido en Neira, a comienzos de la  década de 1960 y había cursado bachillerato en Manizales.  

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Enrique Grau diseñó lo que sería el homenaje a Cartagena, en sus 450 años de historia para el telón del Teatro Adolfo Mejía de Cartagena.

Grau invitó a Ortiz a la inauguración de una exposición retrospectiva que montó con motivo de los 450 años de Cartagena, en la sede del Museo de Arte Moderno de esa ciudad.  

 

EL PLAFÓN 

 

De la decoración del cielo raso, en el Teatro Adolfo Mejía, la dirigencia cartagenera venía hablando con Alejandro Obregón, desde mediados de la década de 1980; sin embargo, con el regreso de Enrique Grau, de Nueva York a Bogotá y su presencia en la exposición en Cartagena, entraron en conversaciones con él para la elaboración del plafón. El tema seleccionado fue el de las nueve musas del parnaso griego y un telón de boca con el homenaje a la ciudad cumpleañera. Grau se entusiasmó, hizo bocetos y encomendó a Jorge Ortiz ampliarlos a escala de 1,10 metros.  

 

 

Para el plafón y el telón escogieron lonas de velero. La técnica utilizada fue la de ‘fresco seco’ ya presente en el Teatro El Tacón de la Habana. Instalaron la obra sobre madera con yute (cabuya). Sobre el yute se puso escayola y sobre esta, una capa de yeso y así se imitaba la superficie del fresco clásico como en la Capilla Sixtina.  

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Plafón del Teatro Adolfo Mejía de Cartagena cuyo tema es el de las nueve musas del parnaso griego.

Acometieron la obra, en 1998. Jorge Ortiz trepaba a diario, en los andamios, y se dedicaba, arriba, a las figuras, acostado cara a cara, embadurnado de pintura  y yeso. En esa posición, sacó adelante el firmamento sobre el que reposarían las musas pintadas abajo, ante la mirada escrutadora de Grau que se levantaba de su silla y recorría el espacio de la platea ayudado en su bastón. Tenía 78 años. Veía ya muy poco.  

 

Sobre el firmamento pegaron los cuerpos de las musas, realizadas en tela y cortadas en tres piezas para volver a armarlas en el cielo raso. Grau no fue muy afortunado con las paletas claras, aunque manejaba muy bien los tonos de gris. Para el plafón planeó un colorido de firmamento tropical, sin los tonos en los que fue un maestro. Figuras realistas, regordetas sin ser boterianas, de ensueños arcaicos, “explayándose en formas densas que no resisten el color excesivo ni hay ningún esfuerzo de la pincelada”, como lo dijo de sus cuadros Marta Traba, 35 años antes de que Grau se comprometiera con la obra del teatro cartagenero,   

 

Utilizaron siete meses en estudios de espacio, materiales, papeleos y acondicionamiento; luego, un año y medio, en la realización de la obra física. Las figuras, en el anteproyecto, habían sido proyectadas de 1,10 metros,  y las nueve figuras femeninas, en la realidad, quedaron de 2,70 metros, dispuestas como las agujas de un reloj.  Cuando concluyeron el plafón, el pintor caldense tenía tortícolis y los brazos hinchados. 

 

Roberto Triana filmó un documental en el que Jorge Ortiz aparece pintando, en el trajín de la obra. En la inauguración, Enrique Grau reconoció la actividad desplegada por “el gran ayudante”.  

En 1983, Grau viajó a Manizales, como parte de un proyecto de Arte Vial, en la ruta entre el aeropuerto La Nubia y la Estación Uribe. En esa ocasión, asistió a una exhibición de esculturas pequeñas de estaño y alambre que hacía Jorge Ortiz.


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En 1998, Grau acometió su última obra en grande, el San Pedro Claver, en bronce, fundido en el barrio Las Ferias de Bogotá.

EL TELÓN  

 

Enrique Grau diseñó, en dimensiones reducidas, lo que sería el homenaje a Cartagena, en sus 450 años de historia.  Jorge Ortiz pasó el proyecto de Grau a escala mayor.  

 

Jorge sugirió al Maestro que los monumentos en el telón quedaran al estilo cinemascope; de frente y de lado. En primer plano las murallas, luego los edificios y, más altos, como en una explosión, los monumentos de los héroes. Para el manejo del telón de boca, en sus dimensiones reales, se escogió el mecanismo del tambor, al estilo del que funcionaba en el Teatro Amira de la Rosa, de Barranquilla, obra de Alejandro Obregón. Un bastidor entamborado, con refuerzos de hierro y aluminio. 

 

No solo pintura. Enrique Grau trabajó las esculturas de Mariamulatas (1993-1995) y esculturas en terracota, ensamblajes y bronces. En 1998, Grau acometió su última obra en grande. Fue el San Pedro Claver, en bronce, fundido en el barrio Las Ferias de Bogotá. Germán Moure hizo de San Pedro y Jorge Ortiz sirvió de modelo para el esclavo.   

 

  

UNA CARTA Y EL FINAL 

 

Entre la correspondencia manuscrita que se cruzaron Grau y Ortiz, hay una carta, fechada en Nueva York, el 23 de junio de 1984, en la que el Maestro le aconseja al discípulo: “…Te sugiero que no olvides el paisaje. Incorpóralo a tus pinturas. Mezcla figura y paisaje. Ambas cosas con el mismo sentido de observación, siempre pensando en color y forma. La pintura exige mucho para poder dar mucho. Y hay que ser ambiciosos para que la obra sea ambiciosa en forma y contenido. Siempre dar lo mejor y no tranzarse con el término medio. Siempre hay que pensar en la obra maestra. Grau”

 

 

Enrique Grau murió en abril de 2004, 20 años después de esa carta. El tono amable y sentencioso de la misiva era el de un maestro cargado de sabiduría y nostalgias. Jorge Ortiz, con las enseñanzas del maestro, le ha dado expresión a sus propios sueños. El discípulo acertó en el paisaje y, en medio de exigencias sin límite, como le aconsejó Enrique Grau, ha logrado ubicarse en la nómina de selectos  paisajistas, en el ámbito internacional.   

 

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