JOSÉ JARAMILLO MEJÍA POR “LAS TROCHAS DE LA MEMORIA”

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Armando Silva, doctor en Teoría Crítica y Literatura Comparada, de la Universidad de California, en su obra “Álbum de familia” (1998), que se ha constituido en un clásico del pensamiento visual, desarrolla la tesis según la cual conformar un álbum fotográfico es  hacerse a la imagen de uno mismos. Y, en el desarrollo de su teoría, explica que el fin de un álbum es contarles historias a los demás.

 

Esto es lo que ha logrado José Jaramillo Mejía al recopilar en su mente, darle forma a un texto con la ayuda del inconsciente, redactarlo y publicarlo. El resultado lo tenemos a la vista. La obra “Las trochas de la Memoria. Historias de la segunda colonización antioqueña”, (2017).

 

¿De qué trata? Más que un conjunto de crónicas, es un libro de historia. Hay libros de historia universal, continental, de estados, países, razas, religiones, arte, ciudades pero también hay historias de familias y, para no ir muy lejos, historia de uno mismo o autobiografía.

 

José Jaramillo Mejía se fijó en las tupidas ramas familiares que crecieron y se prolongaron en el sur de Antioquia, en los sitios que habitaron, en los recorridos que hicieron, en los oficios que desempeñaron y también en sus modos de ser tan parecidos y tan distintos unos de otros. Un álbum familiar.

 

José Jaramillo se propuso narrar la historia de su familia, no tanto con fotografías, aunque ilustra las páginas con un mosaico de fotos entrañables para él y los suyos,  sino en capítulos, con narraciones y apuntes que promueven el disfrute de la lectura.

 

Unas páginas del texto tienen la lucidez de novedosos puntos de vista y otras denuncian la conformidad o inconformidad de grupos de ciudadanos de la primera mitad del siglo XX con las instituciones que gobernaban sus vidas y sus conciencias.

 

Seleccionó tramas que se fueron armando en la parcela de espacio y tiempo escogidos por él. Las páginas de este libro, como las fotos en un álbum familiar, pretenden perpetuar a los que allí aparecen: los ascendientes de los actuales Jaramillo-Guzmán y Mejía-Palacio, con sus múltiples entronques. No descuida tópico alguno: noviazgos, matrimonios, nacimientos,  amores, amistades, estudios, negocios, política y asuntos más baladíes. Temporadas inolvidables a pesar de tantas situaciones complejas por las que ha atravesado el país. Con ese estilo ameno que lo caracteriza, José describe la organización de sus ancestros en las montañas antioqueñas, la ilusión del viaje y el asentamiento en tierras del Quindío, destino de esa odisea.

 

Sin embargo, hay que advertir que no todo se organiza desde afuera. El autor bosqueja lo que se propone mostrar; destaca unos eventos que no deben escabullirse del relato; elige, en forma imaginaria, a los que van a contemplar esas fotos o leer esos relatos y se percibe, por anticipado, la satisfacción de quienes se adentren en esa “polifonía” como la catalogaría Mijaíl Bajtin (1895-1975), el estudioso de la cultura popular en la Edad Media. En los álbumes como en las historias de familias, y entre ellas, la de José Jaramillo Mejía,  el autor contrasta las distintas cosmovisiones de aquellos que constituyen el círculo más allegado a sus afectos e intereses intelectuales.

 

Escribir sobre la propia familia es más complicado que escribir de gente extraña. Sobre la familia que antecedió a quien la evoca, hay sentimientos encontrados por tradición que, en el transcurso de la vida, uno no logra dilucidar; unos antepasados merecen respeto; otros, admiración; aquellos, amor y tal vez a alguno se le carga  bronca por lo que nos han contado; ellos serían los protagonistas de situaciones que nos confunden; puede haber acciones de algún ascendiente que son discutibles y otras que han llegado a nuestros oídos cargadas de teatralidad; dudamos de los móviles que impulsaron a los actores de cierto rifirrafe y quisiéramos haber estado presentes en el origen, el desarrollo  y desenlace de lo que nos aseguran que sucedió. Cuando escogemos la forma de un texto para que circule en la sociedad, desconocemos si será objeto de placer, sorpresa, reproche o desprecio.  Ya Bajtín advirtió sobre la diversidad de discursos, uno carnavalesco, amplio y polifónico, frente  a otra visión rígida y estática, de naturaleza aristocrática, sobre la realidad. José Jaramillo honra las dos formas.

 

En el acto de redactar o acomodar las fotos en un álbum, se presentan dos dialogantes con quienes el que escribe entabla una animada tertulia: un dialogante imaginario que se sienta siempre al lado cuando el autor decide avanzar en el texto y el dialogante de carne y hueso que entra como receptor después que la obra  sale editada. José Jaramillo nos cuenta a quienes escogió: “Esas historias recogidas en un texto, con alguna secuencia cronológica, es lo que aspiro a que quede en los hogares de familiares y amigos, para que presentes y futuras generaciones sepan de sus ancestros y de cómo éstos participaron de alguna manera en la segunda etapa de esa epopeya casi fantástica que fue la colonización antioqueña” (p.30-31).

 

Comparando dos álbumes de fotografías pertenecientes a una misma época podemos comprobar que se asemejan los tiempos y los espacios, las cuitas y las costumbres, las creencias y las celebraciones, las actitudes, las poses de las personas, los trajes, los peinados y maquillajes, los vehículos, la arquitectura, el mobiliario, los enseres, la decoración, las manifestaciones de los sentimientos, los juegos y los animales que acompañan la prole. A veces se expresan las mismas reacciones viendo o leyendo las hazañas de una familia y de otra. José Jaramillo lo intuyó en su obra cuando dijo: “La historia de los Jaramillo-Guzmán y Mejía-Palacio es la misma de numerosas familias provenientes de Antioquia, Tolima, Cauca y Boyacá que emigraron de sus solares nativos para la “mariposa verde” del poeta, echaron raíces, multiplicaron sus proles, se apoderaron de su identidad territorial y ahora solo evocan sus ancestros por el llamado de la sangre”.

 

Con los álbumes propios y posiblemente los ajenos, si corresponden a la misma temporada vital, se sintetizan los perfiles de muchas familias pertenecientes a un conglomerado o a conglomerados vecinos. Leer la historia de la progenie de José puede servirnos para ver, en esas páginas, la descripción de los senderos, la narración de la trayectoria, los proyectos, los fracasos o triunfos seguidos por innumerables habitantes del Gran Caldas. Por eso, bajo la preciosa fotografía que ilustra la portada del libro y que corresponde a los padres de José Jaramillo Mejía, el día del matrimonio de ellos (1925), el autor escribió este epígrafe: “Las hermosas plantas de los éxitos, las satisfacciones y la felicidad se abonan con hojas y flores marchitas, de errores y fracasos”. Es como si estuviéramos leyendo uno de los autógrafos consignados en aquellas libreticas de páginas de colores que los adolescentes guardábamos, en los maletines del colegio y en las que estampaban sus ideales y sentimientos los compañeros y las novias.

 

Al leer “Las trochas de la memoria”, nos percatamos de que la mayor parte de los ancestros del pueblo grancaldense está conformado, como dice el autor, por “gente de trabajo, especialmente agricultores, ganaderos en pequeña escala y comerciantes de abarrotes cuyos negocios funcionaban en pequeños locales, aledaños a las casas de las fincas o en los pisos bajos de las residencias urbanas”.

 

La obra de José Jaramillo es una síntesis lúcida y precisa de tópicos y puntos de vista sobre los fenómenos sociales propios de la sociedad que arraigó en estos pegujales pero, al mismo tiempo, José cuenta con la fuerza literaria para describir la arisca geografía y la época en que se legisla sobre los caminos en la república, sobre las “absurdas circunstancias políticas del siglo XIX”, sobre el desplazamiento del pueblo antioqueño, sobre la semana santa y la nochebuena, sobre las niguas y la tenia o solitaria con sus tratamientos caseros, amén de los partos normales en manos de una partera que podía llamarse “Agripina” o “Concepción”.

 

En el texto aludido nos topamos con humor del bueno, de ese que aprovecha situaciones del momento para hacer alusiones ingeniosas,  sorpresivas y festivas. José maneja el humor como los toreros las manoletinas que curiosamente no fueron inventadas por Manolete sino por el torero cómico Rafael Dutrús, llamado “Lapicera”.  El humor entre los Jaramillo Mejía ha sido, no un mal de familia si no un bien de familia, al considerar que el autor  ubicó su obra entre las “memorias que se escribieron con humor y se recuerdan con sonrisas”.

  

Por estos motivos y otros que dejo para enumerarlos en la presentación de la segunda edición, les anticipo que van a disfrutar de “Las trochas de la memoria”, de José Jaramillo Mejía. En ciertos momentos de la lectura, el libro se convierte en lo que Armando Silva llamaría “la comedia del álbum”, que aparece cuando lo narrado se hace “parte de la identidad de la tribu”. No podemos cambiar la historia pero sí podemos aprender de ella y disfrutarla ya que, al fin y al cabo, hacemos parte de una misma memoria.

 

 

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