JÓVENES QUE PIERDEN PERO GANAN 

 

Octavio Hernández Jiménez 

 

Desde cuando apareció el coronavirus, en el mundo occidental, se regó la especie de que se trataba de una plaga diseñada para atacar a los ancianos. Y, como consecuencia de esa mirada desdeñosa, los viejos empezaron a verse   más viejos, en el espejo, no solo porque envejecían con el paso de los días, como todo el mundo, sino porque, a diario y por todos los medios, se trilló con lástima el asunto de la vejez.  

 

Durante la pandemia, día y noche, se hablaba de edades, comorbilidades, comparaciones con los adultos mayores, un confinamiento más severo para los ancianos dentro del confinamiento familiar, el alejamiento de los menores de edad de aquellos mayores que, antes, se buscaban con el fino encanto de escucharles sus historias. Se advertía sobre lo inconvenientes que podían ser las visitas que hasta ayer les hacían a los viejos que, desde la prehistoria, eran vistos como los sabios de la tribu.  “Vade retro, Satanás”. La rebelión de las canas llegó como el agónico suspiro de aquellos a los que les tocaba morir, como en el auge del Coliseo romano. 

 

Muchos pesimistas entrados en años meditaban: Cuando me vean qué irán a pensar. Cuando yo los vea, no podré asustarme, para no ser indiscreto. No les diré nada. Así me verán a mí. Uno está como uno ve a los otros. Y, para consolarse se repetían: la juventud no es cuestión de arrugas sino de espíritu; de vitalidad; de optimismo. Y algunos se animaban con que podían durar más que otras personas menores. Como se puede constatar en la página social de los diarios. 

 

El 17 de julio de 2020, y cada dos o tres días a partir de esa fecha, en la radio, comentaron que rebrotes de coronavirus  aparecían en Europa con el agravante de que, en Cataluña,  los más afectados eran los niños y los jóvenes. En el viejo continente, las nuevas cepas de la peste atacaban a personas entre 25 y 40 años. 

 

El coronavirus no perdona. Los menores de edad enferman como los adultos. De 6 a 11 años de edad es la temporada más riesgosa para los niños. Ya, en Colombia, unos gemelos nacieron contagiados de covid-19, con la curiosidad de que la madre no estaba infectada. El 8% de los infectados han sido niños. En cuanto a letalidad, 63 niños han muerto por el coronavirus. 

 

Pero, la pandemia es un árbol que, al ramificarse, se hace más coposo. Abarca más espacio y se entrecruza sus acciones y efectos en forma inesperada. No es una peste que tenga que ver únicamente con la medicina, la virología, la epidemiología, la farmacología. A su estudio se añaden ciencias como la economía, la sociología, la estadística, la política, la sicología, la industria,  el comercio, la agricultura, la siquiatría, la ética y las teologías. Cada una de esas áreas se subdivide en más ramas, flores y frutos, amargos casi todos. 

 

En el primer mes de la pandemia, la situación se complicó, por sus consecuencias laborales. En el solo Manizales hubo 18.487 desempleados más. En el mes de julio, 4 meses después de las primeras víctimas, la empresa WorkUniversity, con datos del DANE, Gobernación de Caldas, Alcaldía de Manizales y 22 mil usuarios de la organización, dio a conocer el informe sobre la participación de los jóvenes en el mercado laboral del departamento de Caldas. Era de 53,6%.  

 

Con la pandemia, la cifra del 53,6% cambió para mal. “35 mil jóvenes caldenses perdieron sus empleos durante los cuatro meses de pandemia…Su máximo histórico. Los puestos de trabajo de jóvenes se redujeron en un 50%... Una de las causas se debe a que cuando las empresas protegen su flujo de caja empiezan con recortes por los jóvenes. De acuerdo con el DANE, la tasa de desempleo juvenil en Manizales, entre marzo y mayo de 2020, se ubicó en 32,2%, un incremento de 10 puntos porcentuales respecto al mismo período del 2019” (Miguel O. Alguero, 17 de julio de 2020, p.5). 

 

Pero no solo despidieron empleados y obreros jóvenes. Las posibilidades de vinculación laboral se redujeron en un 50%, entre abril y junio, aunque en junio, a raíz de la apertura económica decretada por el Gobierno Nacional, contra viento y marea, regresaron los avisos solicitando ingreso de personal, aunque no en la proporción de los clausurados antes.  

 

“Los jóvenes caldenses tienen una participación menor en el mercado laboral frente al promedio nacional. En el departamento se ubica en el 53,6% de participación, mientras que en el país asciende al 57,1%” (Ibid). Otra pata que le nacía al cojo. 

 

Como ramificación de esa verdad escueta apareció el dato del DANE, según el cual, en el indicador por departamentos y regiones, Caldas había alcanzado un 14,3% de pobreza multidimensional, en el 2019, contra un 13,8% del 2018; un incremento de 0,5 puntos porcentuales. Los departamentos con menores índices de pobreza multidimensional eran, en este orden: Bogotá (7,1), San Andrés (8,2), Quindío (10,2), Valle del Cauca (10,8) y Risaralda (11,1).  

 

“La pobreza multidimensional mide 15 indicadores resumidos en cinco dimensiones: condiciones educativas, niñez y juventud, trabajo, salud y condiciones de vivienda y servicios públicos. Si una persona registra al menos cinco resultados negativos de esas variables, se considera que vive en la pobreza multidimensional” (M.O.Alguero, 25 de julio de 2020, p.7). 

 

Según el estudio del DANE, Marquetalia (40,7%) y Norcasia (41,4%), eran los municipios con mayores índices de pobreza multidimensional en Caldas mientras que Manizales (13,9%), Villamaría (17%) y Chinchiná (21,8%) presentaron los menores registros de esa pobreza, antes de la catástrofe (Ibid.). Los datos anteriores hacían parte de una fotografía pre-covid del país, sentenció el director del Dane. 

 

Pero, había otros factores que influían en el cambio de óptica. Los departamentos del Eje Cafetero encabezaban, en cifras, el proceso de envejecimiento del país. Colombia aparece entre los países con mayor población mayor, en el mundo. Los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda, como el resto del occidente colombiano, se están llenando de viejos. Dentro de poco, el Gobierno tendrá que construir más hogares de ancianos que escuelas. O, como lo vienen haciendo en Europa, convertir las escuelas en ancianatos. 

 

Hay una luz de esperanza en el aspecto laboral para los jóvenes. Ante las urgencias del momento, ellos se han dedicado a los sistemas tecnológicos, en lo relacionado con digitalización de empresas, creación y actualización de páginas web. 

 

El director de WorkUniversity, Sebastián Obregón, amplió ese horizonte cuando dijo: “La demanda de talento joven se centra en perfiles como diseñadores gráficos, asesores comerciales, asistentes de mercadeo. Auxiliares contables y lo relacionado con oficios de servicio al cliente. Bilingüismo, programación informática y mercadeo digital”(Ibid.). 

 

Según la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun), debido a la pandemia del coronavirus, se espera una deserción del 50% del estudiantado universitario. La solución no está en el cambio pedagógico de continuar impartiendo  educación virtual en vez de educación presencial. Cuando en realidad no hay plata, no hay plata para nada. Y estamos en esa situación. 

 

El Consejo Superior de la Universidad de Caldas trató de organizar el asunto de matrículas, en este centro educativo, de la siguiente manera. Los estudiantes pertenecientes al estrato 1 serían financiados en un 100%;  los estudiantes del estrato 2 tendrían una rebaja del 42%; los del estrato 3 una rebaja del 35%; los del estrato 4, un 15%. 

 

Esa solución se hacía posible gracias a mayores contribuciones a los fondos de esta universidad pública, por parte  del Gobierno Nacional, la Gobernación de Caldas y la misma institución educativa. Se trataba de revitalizar a quienes no  regresarían por asuntos económicos. “$1.368.397.825 se necesitan para cubrir los costos de matrícula y para esta misión se recibieron del Ministerio de Educación $863.000.000 y de la Gobernación de Caldas $400.000.000. Esto suma $1.263.000.000. Faltarían $106.000.000 que gestiona la Universidad de Caldas” (Laura Sánchez, 6 de agosto de 2020, p.11). 

 

 

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