MANIZALES, LA CARRERA 23 ES UN MERCADO PERSA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Lo que fue armónica calle del comercio unos días y otros paseo triunfal de hombres y mujeres de elegancia proverbial, se convirtió, al finalizar el siglo XX, en un incontrolable mercado persa y campo de una batalla social que no tendrá fin pues los alcaldes y demás personajes de la misma comparsa no sienten la urgencia de poner solución a ese desorden. Otro levantamiento semejante al de los Agraviados. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, expatriados de campos, pueblos, otras ciudades y de la misma ciudad,  por causa de la guerra, de industrias clausuradas por el libre comercio dominante en el mundo o por la ruina de los cafetales debido a la baja de los precios del producto en el exterior, se fueron tomando, entre los años finales del siglo XX y los primeritos del XXI, el espacio público de la carrera 23 entre calles 18 y 32, además de otros sectores, con el fin de exhibir, ofrecer y vender, discos compactos (CD) y memorias piratas, quemados o chiviados  de vallenato,  despecho, salsa, rock, reguetón, bachata  u otro género, casi nunca de clásica, a un precio seis veces menor que el precio de los originales, collares y esclavas de chaquiras, chochos, congolos y demás frutas de las selvas o montes colombianos, pirámides de cuarzo que conocen el destino que nosotros desconocemos, afiches con los exponentes más monumentales de la especie humana, ojalá que hayan actuado en telenovelas, gel para que los muchachos de comienzos del siglo XXI se paren el pelo de punta equivalente a la glostora o gomina de hace cien años,  chontaduro con miel o sal para los que anhelan entretenerse en gimnasias lujuriosas, tajadas de piña, mango biche y demás frutas que en su bondad nos regaló Dios, revistas con gente vestida y desnuda, tenis de diez mil pesos cuando sus equivalentes legítimos son a doscientos mil pesos (dólar a 2.900 pesos), bombillos para ahorrar pago de energía, calculadoras de mañé para uso doméstico importadas de Taiwán, correas de cuero y billeteras que, a falta de dinero, sirven para cargar los retratos de amores empedernidos, peinetas, aretes, pulseras y anillos de oro blanco o sea de un oro que no es oro, papitas fritas en aceite quemado una y mil veces, camisetas estampadas a cuatro mil pesos cuando en los almacenes de los centros comerciales son a setenta mil, discos longplay (acetatos) de antiguas colecciones pero que no hay en qué hacerlos sonar porque ya los equipos de música raramente traen tocadiscos, mendigos e indígenas abandonados en forma inmisericorde, con horarios y sitios asignados indiscutiblemente por gentes avivatas, sahumerios hindúes fabricados con boñiga colombiana vendidos por hindúes de pacotilla que pasan gritando como locos en pleno delirium tremens, cordones y condones, porcelanas que son de yeso, última promoción de muñecos de acuerdo con las más recientes tiras cómicas de la televisión y cuyos nombres solo los niños saben deletrear, barbies para estratos dos y tres,  blusas y sacos de lana traídos de Ecuador por ecuatorianos para gustos ecuatorianos, linternas para buscar lo que se pierde debajo de la cama, culebras de balso para asustar a las tías, coco frito con azúcar, cocadas, empanadas de Cambray, pilas reencauchadas, cámaras fotográficas de plástico estrato tres, chanclas de plástico para salir del baño e ir hasta la tienda de la esquina, relojes que hay que golpearlos para que funcionen o uno que otro reloj fino robado, toallas y dulceabrigo para brillar los carros, más cachuchas para muchachos con o sin cachucha, repuestos para ollas pitadoras, periódicos y revistas con los chismes de la farándula, encendedores de fogones de gas, dos mil vendedores de helados, “vasitos, paletas y superbolis” vestidos de espantapájaros que las industrias de estos productos lanzan a la calle con carritos a estorbar y sobre todo para no tener que pagar locales, ni pagarles por contrato o nombramiento sino por porcentaje de ventas, vendedores de tinto humeante que lo ofrecen con voz baja como si estuvieran tomando tinto, de atriles  para biblias que los padres de familia quieren tener en un rincón de la sala pero que nadie saca tiempo para leer, más porcelana china para la señora del agregado de la finca, ollas de guacas indígenas recién elaboradas, edición pirata de cuanto libro se vuelve best seller, tiza envenenada y lulos de perro para matar cucarachas, plastificadores de carnés, vendedores de tarjetas para teléfonos celulares de todas las compañías, vendedores de paraguas si se va a desatar un aguacero o de gafas oscuras para un ardiente domingo en La Rochela,  perritos de felpa que mueven la cabeza en la parte trasera de los automóviles, juegos de herramientas de procedencia asiática que se doblan en el momento de la demostración, coquetas y baratas luces que prenden sus ojitos a los transeúntes, lámparas de triplex o guadua para contentar a la esposa, novena y árboles de navidad fabricados en cabuya pintada, papá Noel o pesebres si es Nochebuena, calzones amarillos y sahumerios si es Año Viejo, arrendadores de teléfonos celulares por minutos, el respectivo Almanaque Bristol con las fases de la luna para sembrar y pescar a tiempo al lado de agendas con paisajes exóticos para los que suponen que tendrán mucho que escribir el año entrante, cuadernos Bolivariano para niños cuyos padres no pueden comprarlos argollados, cristos doloridos que abren y cierran los ojos, espigas e incienso  si es semana santa, bandera nacional y de los equipos de fútbol que, cumpliendo el calendario, visitan la ciudad en el fin de semana, llaveritos con balones, escudos de  corazones sangrantes para el día de la madre, calabazas repletas de confites si se acercan los brujitos, velas y faroles si llega el siete de diciembre, vendedores de tomates de aliño, limones y aguacates cuando hay cosecha exactamente a la hora del almuerzo, tristes estatuas humanas de blanco fúnebre exhibiendo su pasividad y falta de creatividad artística, fuera de una legión completa de vendedores de lotería y chance que ofrecen con terquedad el premio gordo, atajándole el paso, al peatón que va más apurado.  Exhibición simultánea de objetos representativos de todas las edades por las que ha pasado el hombre americano desde la más remota prehistoria y de otras latitudes.     

 

De este patético mostrario se podía concluir que, la exflamante Carrera de la Esponsión se había convertido, en los diez últimos años del siglo XX y las dos primeras décadas del siglo XXI, en un vulgar baratillo al aire libre; apoteósis de los desequilibrios sociales, ostentación de las injusticias,  galería de cursilería, museo de chucherías made in China & Taiwan y de la basura y la más pestilente bandeja de manteca quemada. Calles y andenes tachonados de negros chicles pegados. Perdía el ímpetu quien saliese a esta vía con el propósito de descansar caminando o darse unos minutos de solaz.  Aún en carro recorrerla se fue convirtiendo en un parsimoniosa tortura. Se atreve a meterse por ahí, en carro, quien no tenga, por varias horas, algo más para hacer.

 

 

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