LA NUEVA HISTORIA QUE ESPERAN LOS COLOMBIANOS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

El 28 de diciembre de 2017 se difundió la noticia de que el presidente de la república había sancionado la ley 1874 por medio de la cual regresaba la materia de Historia al pensum académico de los colegios en Colombia.

Por la fecha de la noticia, muchos colombianos que la escuchamos supusimos que se trataba de una inocentada más de esas que se inventan, cada fin de año, con tal de desconcertar y burlarse de la gente ingenua.

Sin embargo, la tradición de la inocentada tiene un condimento necesario para que cause el efecto buscado: que las personas a quienes se les envía el mensaje se interesen por ese tema de tal manera que la nueva alcance a conmoverlas. No cumpliría con los efectos buscados si las personas que reciben la inocentada no están interesadas en aquello que acaban de comunicarles.

 

Con el paso de los días, por distintos medios, fueron configurando la comunicación inicial de la nueva ley: La senadora Viviane Morales fue la ponente en el Congreso y en el proceso de la iniciativa se reunió, durante dos años y medio, con profesores, centros de historia y programas académicos,  en el país.

 

¿Qué había sucedido? Hacía 25 años las asignaturas de historia (colombiana y universal), habían dejado de ofrecerse como materias autónomas en la enseñanza oficial. El ministerio de Educación las había sustituido por una amalgama de temas identificados como Ciencias sociales en los que los profesores tenían una alta dosis de iniciativa propia para ofrecer a los estudiantes una colcha de retazos en que confluían asuntos de actualidad, noticias dadas a la ligera en los medios de comunicación, citas de la constitucionalidad y legislación del país, geografía, aspectos etnológicos, antropológicos, de crónica local, regional, nacional e internacional, sin secuencia y sin profundidad.

 

En el bachillerato, entre las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, recibí las lecciones de historia de parte de don Raúl Morales, un viejo maestro que, en el transcurso de su largo magisterio, aprendió de memoria  árboles genealógicos de personas famosas,  incidentes de  batallas,  proclamas encendidas,  discursos, gestos, amores, odios y últimas palabras de los héroes nacionales y  personalidades de la historia universal. Sus clases eran sesiones de histrionismo y suspenso en las que faltaron los complementos de la lectura, la consulta, el análisis, el debate de causas, procesos,  alternativas y consecuencias.

 

Antes de que se suspendiera del todo la asignatura de historia, a comienzos de la década de 1990, en el Congreso no habían creado el Ministerio de Cultura pues todavía existía Colcultura, ni las secretarías de cultura; no habían fundado bibliotecas públicas ni  casas de la cultura, en la mayoría de ciudades y villorrios colombianos; las bibliotecas de los colegios ocupaban, en muchos casos, un rincón de la rectoría en donde exhibían una enciclopedia Jackson y una colección de libros clásicos que no prestaban para que no los estropearan o los hurtaran. A pesar de eso, los estudiantes se ufanaban de haber aprendido mucha historia. Puede que no hubiésemos aprendido historia pero sí grabamos muchas horas de crónicas fascinantes de labios de un inolvidable maestro.

 

En mi niñez, no fuimos muchos los estudiantes que tuvimos el privilegio de que en nuestros hogares existiera un “Tesoro de la Juventud” conocido también como “el libro de los por qués”, obra en 12 tomos, si no estoy mal, a la que dedicamos muchas horas de nuestra infancia, ni en la mayoría de las familias contaban con la suscripción a  revistas como Life o Semana para vivir actualizados. En cuanto a medios masivos de comunicación, proyectaban excelente cine en los teatros de cada localidad, pero solo había un canal de televisión, en blanco y negro y por unas cuantas horas al llegar la noche.

 

A medida que fueron apareciendo más y más instrumentos e instituciones de aprendizaje también llegaron, a cambio de una buena enseñanza, muchas modalidades para divertirse y perder el tiempo. En medio de ese maremágnum, aparecieron nuevas materias y se suprimieron otras, entre ellas la de la historia con efectos no muy deseables.

 

Los noticieros de la televisión colombiana repiten su programación, en cada temporada, año a año. Entre las secciones que pasan en los días patrios como el 20 de julio, el 7 de agosto, el 12 de octubre y el 11 de noviembre, mandan a un reportero a la calle a que pregunte qué efemérides se está celebrando y, más que risa, da lástima escuchar las respuestas. Peor, cuando se trata de fechas que se mueven para el lunes siguiente. La gente solo recuerda que el próximo lunes es puente. A eso se añade que ni a directivas ni a estudiantes les interesa organizar desfiles conmemorativos, ni izadas de bandera en las fachadas de las casas ni en las instituciones educativas. Una izada de bandera es un acto engorroso para directores de grupo y para estudiantes cuando antes era la oportunidad de dar a conocer las habilidades comunicacionales y artísticas  del estudiantado.

 

La historia que nos tocó a muchos no regresará a la enseñanza colombiana. Los tiempos han cambiado drásticamente. Los nuevos objetivos que han promovido con este cambio son los siguientes: Contribuir a la formación de una identidad nacional que reconozca la diversidad étnica cultural de la nación colombiana. Desarrollar el pensamiento crítico a través de la comprensión de los procesos históricos y sociales de nuestro país. Promover la formación de una memoria histórica.

El proceso que viene no será tan fácil como que un profesor se ponga a dictar a los estudiantes párrafos tomados de un cuaderno de los tiempos de Upa. No en vano aparecieron los computadores, el internet, el Facebook, el Whatsapp, canales televisivos como History Chanel, National Geographic y otros recursos que no existían antes.

 

Peor aún. Esos instrumentos que pueden tomarse como facilidades con las que no se contaba antes, pueden convertirse en un obstáculo para las clases de historia y de otras materias. El académico uruguayo Leonardo Haberkorn renunció a seguir dando clases en la Universidad de Montevideo porque “me cansé de pelear contra los celulares, contra el Whatsapp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.  Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies. Es cierto, no todos son así pero cada vez son más”. 

 

Ahora se espera la planificación de la ley y la distribución de programas y temas para lo que la comisión asesora del Ministerio de Educación cuenta con dos años a partir de la sanción presidencial para echar a marchar la ley. Que la historia no se vuelva a convertir en otro cuento. 

 

 

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