LA PESTE DEL ÉBOLA

Octavio Hernández Jiménez

La humanidad se inició en el África además de ciertas enfermedades que la aquejan, entre ellas el ébola (fiebre hemorrágica del Ebola), uno de los peores males de que se tenga noticias pues la tasa de mortalidad fluctúa entre  el 50 y el 90% de los infectados. Por los lados de Sierra Leona, Guinea, Nigeria y Liberia empezó la peste del ‘ébola’, cuyos primeros síntomas son parecidos a los de otros males: fiebre, dolores musculares, cansancio, diarrea, vómito y dolor de cabeza.

Se transmite de persona a persona a través de líquidos corporales, como besos, saliva, sangre, semen, agujas usadas o por el contacto directo entre ellas o la manipulación de la ropa y objetos personales de un enfermo. “Es un mal que afecta la familia y a grupos sociales. La tasa de mortalidad cambia con el tiempo; generalmente se ubica entre 60 y 70 por ciento. Es muy letal”(Ana María Henao R., 2015). Existen registros fotográficos de pacientes del ébola, en Sudán y República Democrática del Congo, correspondiente al año 1976.

Desde finales del siglo XX, el África occidental ha combatido la peste del ébola, con lo más mínimo de armas científicas. Europa y los Estados Unidos, durante varios decenios, no se inmutaron. Estaban atentos a sus crisis económicas, políticas, militares y a sus chismes de farándula.

La ciencia ocupaba, si mucho, una página relegado a los principales diarios pero las enfermedades, y más si se originaban en países pobres, no alcanzaban a ser noticia de primera página ni a abrir noticieros en televisión. “Dejad que los muertos entierren a los muertos”.  

En septiembre de 2014, se contabilizaban 4.000 muertos por ébola, en África, con el agravante de que en los laboratorios del primer mundo aún no se había inventado la cura contra este mal. En el 2015, el 90 por ciento de los que enfermaron, murieron. En viajes al África se enfermaron un misionero español y un norteamericano. Fueron conducidos a sus países. El español pasó a mejor vida y el gringo se recuperó  al experimentar con él una vacuna que estaba en proceso de diseño y comprobación. Mientras morían los africanos, los científicos pronosticaban que la vacuna estaría lista para el 2015, pero no fue así. 

En octubre de 2014 hablaron el presidente de los Estados Unidos y el Secretario de la ONU, sobre el ébola. Mientras Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania enviaban armamentos para combatir al ejército yihadista, en el medio oriente, nada que mandaban médicos ni medicamentos al África para combatir el ébola. El presidente Barack Obama  anunció que enviaría 4.000 soldados al África para controlar la angustia de quienes temían morir de ébola y que los demás países enviaran personal médico.

El país que respondió con personal médico fue Cuba. 165 médicos cubanos llegaron a Sierra Leona para combatir el mal. Antes habían estado allí luchando en la guerra que produjo más muertos que esta enfermedad. Mientras tanto, China, India y Rusia que habían hecho enormes negocios en África y aspiraban a seguir actuando como potencias mundiales no anunciaban su contribución con personal médico para la lucha contra la epidemia. Países que son pioneros en sistemas de salud no se inmutaban. El Secretario de la ONU dijo que se requería multiplicar por 20 la ayuda que había dado el mundo al África. Médicos sin Frontera anunció que tenía 250 trabajadores internacionales en la región afectada y por todos eran 3.000 los que luchaban contra el ébola. Muy pocos, sabiendo que la epidemia cundía ya por 6 países. Un cubano dijo: “Trabajamos con malaria, cólera, dengue, situaciones de desastres, inundaciones en Venezuela, inundaciones en Guatemala, inundaciones en Belice; pero, ¿ébola? Es la primera vez para los cubanos”. Y para el resto del mundo. 

Varios europeos y norteamericanos que trabajaban como misioneros y enfermeras, en esa región africana, o que fueron de turismo, en 2014, a esos países, regresaron a sus lugares de origen en camillas y directo a hospitales con rigurosos tratamientos. En esos pacientes, en forma prematura, ensayaron una vacuna que estaba en fase experimental con resultados contradictorios: unos se salvaron pero otros fallecieron.

Hasta enero de 2015, el ébola había causado la muerte a 8.000 personas en el África occidental. Por el tradicional aislamiento territorial y cultural,  no se tenía noticias concretas de regiones vecinas. Cuánto tiempo llevarían los negros muriéndose sin que los líderes del primer mundo, ni los prestigiosos laboratorios, ni las organizaciones mundiales de salud, ni los filántropos les pararan bolas.  Al terminar el 2015, el número de infectados de ébola, en África occidental (Sierra Leona, Liberia y Guinea, ante todo), superaba el número de 20.000 personas y  los fallecidos se calculaban en 9000.

En Pereira (Rda.), por los mismos días, ocurrió un incidente digno de ser llevado a las tablas como sainete. Por tierras colombianas pasaban muchos indocumentados de origen chino, hindú, pakistaní, cubano y africano que daban la vuelta por Suramérica, en transportes inhumanos, para ingresar a Estados Unidos, por México. En la segunda semana de febrero de 2015, cundió la alarma en todo Pereira pues la radio difundió la noticia de que un ciudadano africano capturado había sido conducido al Hospital San Jorge porque tenía ébola; el paciente huyó, al escondido, pero lo recapturaron a pocas cuadras del Hospital. Ante el pánico cerraron el Hospital San Jorge después de evacuar a los demás enfermos, por miedo y precaución. Cuando los pereiranos creyeron que empezarían a caer por las calles víctimas del ébola, como en la novela Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago, se aclaró que el viajero ilegal estaba libre de tal enfermedad y sería deportado. Todos dieron gracias a Dios.

A comienzos de mayo de 2015, el gobierno de Liberia, en el África, anunció que, por fin, se declaraba libre del ébola. En el citado país llevaban dos meses sin que muriera más gente de ese mal. Con dicha noticia, difundida a nivel mundial, el gobierno de ese país buscaba efectos económicos pues era decirles a las hordas de  turistas y a las inversiones extranjeras que no les diera miedo viajar o invertir en Liberia porque las cosas habían mejorado.

A los pocos días, la respuesta de los países desarrollados fue desalentadora. No se sabía cómo podía un país africano anunciar que estaba libre del mal si todavía no se había inventado una vacuna efectiva contra el ébola. Solo dos vacunas habían logrado avanzar en el proceso de laboratorio: una en Estados Unidos y otra en Canadá.

En el mismo mes de mayo de 2015, “los investigadores del Colegio Universitario Albert Einstein de la Universidad de Yeshiva y el Instituto de Investigación Médica del Ejército de Estados Unidos encontraron la proteína que permite al virus del ébola infectar células, según un estudio publicado en la revista ‘Bio’. El virus necesita vincularse a la proteína Niemann-Pick C1 para replicar su información genética dentro de la célula y extender la infección” (El Tiempo, 28 de mayo de 2015, p.10).

Al terminar el 2015, el número de infectados de ébola, en África occidental (Sierra Leona, Liberia y Guinea, ante todo), superaba el número de 20.000 personas y  los fallecidos se calculaban en 9000.

A finales de julio de 2015,  apareció una luz verde. En forma inesperada, se difundió, en el mundo, el nombre de una colombiana que hacía parte del cuerpo médico que trabajaba en el invento de una vacuna contra el ébola. Se trataba de la doctora Ana María Henao Restrepo, miembro del Programa Mundial de Vacunas e Inmunizaciones de la OMS. Ella fue la coordinadora de los ensayos clínicos, en Guinea, que se hicieron en 4.000 personas no infectadas mayores de 18 años y en los que se demostró la amplia efectividad del medicamento. La vacuna fue desarrollada por la Agencia de Salud Pública de Canadá, con licencia de los laboratorios estadounidenses Merck y NewLink Genetics Corp. Hubo una gran cooperación internacional, según la doctora Henao Restrepo. “Lo logrado en este caso es realmente un hito” (Sonia Perilla Santamaría, 2015).  A mediados del año 2015, había 12 grupos de científicos haciendo experimentos, en distinto lugares y grados de desarrollo, contra el ébola. Parecía que todo estaba en calma pero, en septiembre de ese año, resurgió el virus y hubo otras 3 muertes en Sierra Leona. El monstruo aún resollaba.

Mientras avanzaban los estudios, los tanteos y las experimentaciones con sus márgenes de error y acierto, las demoras se tapaban con tierra. Refundido en las noticias del día, en cualquier fecha de 2015 y 2016, los presentadores de noticias volvían a mencionar otros casos de ébola y seguían adelante con asuntos de la mayor intrascendentalidad.

En los años 2018 y 2019, en forma inusitada, creció el número de enfermos por el ébola en el África. Sobre todo, en la República Democrática del Congo, entre 2018 y mediados del 2019, los enfermos censados subían a 1.800. En agosto de 2019, probaron dos medicamentos obtenidos en una universidad norteamericana, en varios grupos de pacientes, con el siguiente resultado: de aplicarse a pacientes con menos de tres meses de haberse enfermado, esos medicamentos eran efectivos en un 80%, pero eran ineficaces como vacunas preventivas y tampoco aliviaban si el virus llevaba más de tres meses de haber enfermado a una persona. 

 

Aunque el océano Atlántico está de por medio entre África y América, en Colombia sigue vigente el temor de un posible brote de ébola traído, quizás, por algún africano de los centenares que vuelan de sus países a Ecuador, se bajan del avión en Quito, atraviesan Ecuador y Colombia, en bus, hasta el Urabá antioqueño, con la ilusión de viajar en lancha a Panamá u otro país de Centroamérica y, por tierra, tratar de meterse a los Estados Unidos para ver, así, coronado su sueño americano. 

 

 

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