LA PRUEBITA DE NAVIDAD

 

Octavio Hernández Jiménez

 

A mediodía, caminaba por el centro de la ciudad cuando vi en el suelo un papel alargado. Lo recogí y al leer me di cuenta de que se trataba de un recibo de caja de una persona que, después de haber comprado unos víveres, había salido del supermercado del lado. Era un día próximo a la nochebuena de 2017 y lo comprado daba indicios de un mercado parcial, propio de la temporada; tal vez lo que faltaba para completar el mercado llevado con anticipación. Se trataba de los siguientes artículos: Natilla, tres cajas, a 5.300 pesos caja; harina de trigo, tres libras a 770 pesos la libra; margarina La Fina, tres cuartos, a 3.200 pesos el cuarto; azúcar blanco, dos kilos, a 2.580 pesos el kilo; dos panelas, a 1.690 pesos panela; aceite vegetal, dos botellas, a 5.050 pesos botella; leche, dos bolsas, a 2.920 bolsa; canela, un paquete, 3.890; dos paqueticos de clavos (especia), a 980 pesos cada uno.

 

Cavilé sobre lo que pudo haber proyectado quien había salido de compras y supuse que con lo que aparecía en la factura podría estar imaginando hacer natilla aunque para eso la harina de maíz que trae la caja ya viene con azúcar por lo que, entonces, no requeriría el que acababa de adquirir; el azúcar blanco  pudo ser para calar unas brevas, dulce por excelencia de la navidad; con azúcar las brevas quedan verdes; si pensaba en brevas oscuras o negras utilizaría panela de caña; también pudo proyectar un delicioso dulce de papaya; las brevas o papayas, como las piñas, moras, naranjas o limones, debió comprarlos en la galería, en una salida anterior, pues en este listado no aparecen. Con la harina de trigo, la margarina y el aceite pudo pensar en hacer hojuelas a las que agregaría un poquito de azúcar y remojaría con leche si en la casa no tuviera, desde antes, unas naranjas. Ah, y para las hojuelas le quedaban faltando unos dos huevos que tendría almacenados en la nevera.

 

El día para preparar esos platillos pudo ser el día de la compra, por la tarde, y lo elaborado podía repartirse al día siguiente. Mi mamá hacía las hojuelas y las brevas el día anterior a su consumo porque estaban en su punto, mucho mejor que el mismo día en que las hacía. Guardarlas hasta la hora indicada para repartirlas era una tortura para ella pues mis hermanos y yo les montábamos cacería; las guardaba en la alacena y conservaba las llaves en  el bolsillo del delantal.

 

Las delicias navideñas, viéndolo bien, no resultan tan caras como la gente dice aunque se advierte que otros productos son prioritarios para el funcionamiento del hogar. Si se quiere saborear la natilla que viene en caja, saldría  en 5.300 pesos más 2.900 pesos de la leche más una cucharada de margarina (3.200). O sea que esa natilla, con todas las de la ley podría costar unos 12.000 pesos (unos cuatro dólares, a 3.000 pesos el dólar).

 

Las hojuelas saldrían por 770 pesos dados por la harina de trigo más 5.050 de la botella de aceite más 800 pesos de dos huevos más 2.580 del azúcar y 2.900 pesos de la bolsa de leche; o sea que otros 12.000 pesos. Si se fueran a calar brevas, 20 brevas en una bolsa del tamaño de una bolsa de leche  costaban, en diciembre de 2017 pesos, en una esquina de la plaza Alfonso López de Manizales, 5.000 pesos; o podía comprar un frasco de brevas ya caladas por 5.500 en el supermercado. Si no se calaban las brevas sino que se optaba por un dulce de papaya o de piña costaría 3.000 (un dólar), una papaya mediana o piña y una panela 1.690 o una libra de azúcar 2.580 pesos.

 

Quedan faltando los buñuelos que se podrían comprar en la panadería del barrio a 500 pesos cada uno. O sea que, en la zona cafetera de Colombia, sin ser muy despilfarradores, con unos 30.000 pesos, unos 10 dólares, se puede probar la muestra de una deliciosa e inolvidable nochebuena ancestral. Claro que, un inconveniente aún más complicado que el costo es que, quienes tienen pereza para meterse a la cocina, pueden sentarse a esperar a ver quién les manda la pruebita. Pero, ahora nadie recibe nada porque no manda nada. Las abuelas y aún las madres de antes sentían que preparar la propia nochebuena era una obligación  sagrada con la familia.

 

Elaborar las viandas de la navidad tenía mucho más trabajo antes que ahora. La vasija para la natilla, por ejemplo, era una olla grande de aluminio que se compraba con anticipación o se prestaba en una casa en donde tuvieran varias o que, por algún motivo como un duelo reciente, no la fueran a utilizar. El jefe del hogar, en los días previos, cogía un machete y se ponía a labrar un mecedor para revolver la natilla o lo mandaba a pulir en una carpintería.

 

El fogón podía ser de leña y para eso se armaba en el patio con tres piedras grandes, ah, y se ponía a sonar la música para atraer a los invitados; con anterioridad, se conseguía la leña seca y se confirmaba la asistencia de quien fuera a moler el maíz y a revolver la natilla. Por lo general, los varones se encargaban de darle vueltas al manubrio de la máquina de moler y la matrona de la casa se amarraba una pañoleta en la cabeza y un delantal bien cómodo antes de sentarse en una butaca bajita a colar la masa de maíz. Esa masa se pasaba por el molino tres veces y cada vez la señora, revolviéndola con leche, la colaba en el cedazo. En la olla se echaba un trozo de mantequilla y luego la aguamasa de maíz mientras otro varón a quien no le fastidiaba el humo de la leña y el calor del fuego se dedicaba a  revolver, por mucho rato, hasta que espesara y la matrona, después de vaciar coco molido, canela y clavos, en la natilla,  se acercaba y decía con tono pontifical: Bájenla ya.

       

Mientas revolvían la natilla en el fogón, una persona organizaba, en la mesa del comedor, los platos que había en la cocina y el bifé. La madre iba vaciando la natilla en ellos y los dejaba reposar. Mientras tanto, el padre cogía la olla, con las paredes de aluminio aún untadas de natilla, vaciaba unas tazadas de leche en ella y con una cuchara se ponía a raspar la natilla de las paredes. Cada uno de los hijos, con una taza en la mano, hacía fila para que el papá les echara la prueba del pegado. Era lo más delicioso de la natillada.

 

Luego, la madre empezaba a repartir platos de distinto tamaño entre los familiares que vivieran en el pueblo, los vecinos y los amigos. En cada plato iba una porción de natilla y unos buñuelos de los que ella había armado el día anterior, o que otra mujer,  ya fuera del servicio doméstico o miembro de la familia que ‘tuviera mano’ se había puesto a fritar, en el fogón de la cocina, mientras la señora de la casa se dedicaba a la natilla. De la casa salían los hijos con el plato tapado con una de las servilletas bordadas por la madre y las hermanas. Tocaba en el portón de la casa asignada y, al salir la dueña, uno decía: - Que aquí le manda mi mamá la pruebita y que perdone lo poquito pero que es con mucho cariño.

 

Entre el 16 y el 24 de diciembre se llevan a cabo las novenas de aguinaldo: “Benignísimo Dios de infinita caridad que tanto amásteis a los hombres y que les dísteis en vuestro Hijo la mejor prenda de vuestro amor…”.  En uno de esos días,  de las casas a las que se les había llevado la pruebita remitían su platico a nuestra casa. Se iban apilando en la mesa del comedor natillas de todos los colores y sabores, de acuerdo con los ingredientes utilizados y la leche que le hubieran echado. La mejor era de color dorado en el que sobresalían los clavos y el coco; otra era tristemente verdosa. Cuando no le echaban suficiente leche, la natilla quedaba negra. Muchas veces, la natilla no traía su delicioso acompañante. Cuánto se diera para que la relación  entre la natilla y el buñuelo siempre fuera estable. 

 

 

<< Regresar