LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XXI

 

 

En la semana del 7 de agosto de 2016, llegó Fernando Savater, el filósofo de “Ética para Amador”, a Cali, a dirigir un seminario de Filosofía mientras que, en la Institución Educativa Santa Teresita, de San José Caldas, se avanzaba en el I Foro de Filosofía del Bajo Occidente de Caldas, bajo la dirección de la Lic. Johanna Arias Peralta, con la asistencia de 70 participantes. Los expositores ofrecieron sus puntos de vista sobre diversos temas de actualidad que se prestaban a debate. Se podría decir que la consigna del I Foro de Filosofía era: aprender a pensar, aprender a investigar, aprender a exponer y aprender a debatir.

 

Esta son las palabras de apertura del Foro a cargo de Octavio Hernández Jiménez

 

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Entre la segunda parte del siglo XVIII y finales del siglo XIX transcurrió la época de la Independencia para la mayor parte de los países americanos pero, para lo que se conocía como mundo civilizado, ese siglo y medio fue el tiempo de la Revolución Industrial que entronizó el capitalismo como sistema económico.

 

A la cabeza de los países industrializados estuvieron Inglaterra, Francia, Italia y Alemania. Estados Unidos se convirtió en potencia en la segunda parte de la Revolución Industrial mientras que los países latinoamericanos se enfrascaban en guerras civiles que, en nuestro caso, ensangrentaron a Colombia por muchas décadas. Esas guerras fueron más apasionantes para los mismos compatriotas que descubrir, inventar, diseñar, sustituir y perfeccionar las ciencias, la técnica y las máquinas. Quedamos relegamos y nuestro papel fue reducido a la venta de materias primas sin transformar, como ahora, y los países desarrollados se convirtieron en exportadores de maquinarias y tecnologías indispensables para la cotidianidad de los demás países.

 

El siglo XX fue un siglo en que se conservaron esas diferencias. Ciencia y técnica versus atraso en esas áreas. El subdesarrollo no consiste en el rezago total sino en las disparidades de tener unas cosas, a veces superfluas, y carecer de otras, muchas veces indispensables. El siglo XX fue el chance para que los países del Asia,  África y América Latina se emparejaran con los que iban adelante pero perdimos esa oportunidad de desarrollo industrial.

 

Sin embargo, no todo fue oscuridad. Como dijo Ítalo Calvino, en Seis Propuestas para el Próximo Milenio, libro publicado en 1989,  el milenio que estaba por terminar, el segundo después de Cristo, “vio nacer y expandirse las lenguas modernas de Occidente (el inglés y el español, sobre todo, fuera de otros idiomas como el francés, el portugués, el alemán y el italiano, con distinta suerte), y las literaturas que han explorado las posibilidades expresivas, cognoscitivas e imaginativas de esas lenguas. El segundo milenio fue el milenio del libro; vio como el objeto libro adquirió la forma que nos es familiar. A finales del segundo milenio nos interrogamos sobre la suerte de la literatura y del libro en la era tecnológica llamada postindustrial”. 

 

Aunque no sabemos que pueda suceder en 30, 50 años o 100 años, sí podemos intuir que la revolución del siglo XXI no será una revolución industrial y técnica, como la del siglo XIX, sino intelectual y tecnológica. Esta, la tecnológica, derivada íntimamente de aquella, de la intelectual.

 

Se trata de una revolución que ya empezó: la revolución cerebral y de los instrumentos forjados por el cerebro que tratan de equiparar la inteligencia artificial y lo que ella ha sido capaz de lograr al cerebro natural, aun con la ilusión de superarlo, a pesar de que los científicos pronostican que jamás un cerebro como el de un robot logrará hacer mejor las cosas que el cerebro biológico del ser humano. Veamos: al fabricar el computador los tecnólogos en sistemas pensaron en  dotarlo de software, su hardware y el microchip. Nuestra estructura mental, el inconsciente, se convirtieron en el microcódigo; el hadware remplaza a nuestro cuerpo con toda su dotación genética y el software equivale a lo educado, a las cosas conscientes que nos enseñaron como las imágenes y las palabras; las ideas y los conceptos; las figuras y las experiencias previas.

 

La máquina elaborada por el hombre no puede retroalimentarse con las experiencias adquiridas como lo hace el cerebro humano; ni por el tiempo sicológico en el que una  vivencia condiciona a la segunda y ésta a la siguiente. Por eso, la máquina no puede hacer mejores o más novedosas las cosas para las que fue programada. Un cerebro artificial no cuenta con la capacidad de autocontrolarse como el cerebro biológico. Ni se puede hablar en caso del cerebro artificial de flexibilización de las estructuras mentales.

 

Pero, no solo habría que mencionar el cerebro como instrumento de cambio. Ya apareció la realidad virtual que está en vía de desarrollarse más. Se sabe que esa realidad no es real pero uno se imagina que es real. Se bloquea la realidad, se aísla, se piensa que la realidad es así. No sería asunto de robots sino de programas como ajustar una cámara a los computadores personales o institucionales, al estilo de los que se ven en los centros de salud. O sea que no todo será para divertirse en cierta clase de cine. Ya se avanza en la utilidad que la realidad virtual puede traer en los tratamientos médicos. ¿Se podrá cambiar condiciones externas para mitigar el dolor en un paciente?  

 

Con la realidad virtual ya se estudia si se está alegre o triste, aburrido o distraído, entusiasmado o desanimado. Se busca si puede relacionarse la realidad virtual y el efecto paliativo o sustitutivo. ¿Los médicos podrán, en el futuro, recetar basándose en la realidad virtual? ¿Podrá un médico decir al paciente: para aliviarse póngase esas gafas que se pone para ir a cine? Hoy se avanza en las relaciones entre la realidad virtual y la medicina, la sicología y la siquiatría.

 

Pero, ¿qué cambios se esperan en la revolución del siglo XXI con relación al  comportamiento de la gente, en su vida cotidiana? ¿Cómo convertir los cambios que se operan en los cerebros individuales en una transformación social? Ya se ha comprobado que del pasado nos queda la necesidad imperiosa de reforzar la convivencia y la solidaridad para poder salir adelante como grupo, como pueblo.

 

En el Hay Festival que tuvo lugar en Cartagena a comienzos de 2016, uno de los asistentes a los diálogos con invitados especiales le preguntó a un profesor de la Universidad de Jerusalén por qué creía que los animales como el gato seguían haciendo lo que hacían, siglos atrás, y el catedrático respondió: Porque los animales distintos al hombre no tuvieron la forma de agruparse para actuar en sociedad. Esto mismo es lo que los profesores universitarios Alfonso Suárez y Carlos Eduardo Vasco desarrollan en su libro Las Estructuras Mentales Colectivas cuando titularon un capítulo “Las organizaciones sociales, uno de los inventos más trascendentales y quizá más antiguos”.

 

Y tienen razón porque, desde el Australopithecus, “hay evidencias históricas de que el apoyo social es necesario para el funcionamiento de los grupos que sientan las bases del progreso social”. En concreto, el antropólogo Jacobo Bronowski, en El Ascenso del Hombre, (1983), argumenta que como los hombres morían cuando tenían, en promedio, unos 20 años, los que sobrevivían  tenían que asociarse para criar a los huérfanos de los que morían tan jóvenes.

 

Solo los grupos sociales que actúan en concertación lograrán salir adelante llámese familia, institución educativa, vereda, municipio, departamento o país. Los pueblos antiguos vieron que no se requería que los miembros de cada conglomerado se tuvieran que reunir, a diario, para ponerse de acuerdo ante cada situación. Las primeras comunidades inventaron las costumbres, los apegos, los rechazos, los principios, los valores, las formas de sentir, de pensar, de juzgar, “lo que se denomina placentero y lo que no lo es”. “En resumen, los axiomas o supuestos le dicen qué es plausible y qué no. Qué es correcto y qué es equivocado”.

 

Aída Leda Escobar lleva 7 años dirigiendo la Biblioteca Municipal de Risaralda (Caldas) y con motivo de que la institución a su cargo fue seleccionada entre las cinco mejores bibliotecas del país declaró que, “Este logro se debe al trabajo y compromiso de la comunidad que está presente en las actividades, y a las alianzas estratégicas con las instituciones educativas y la Alcaldía” (La Patria, 6 de agosto de 2016, p.15).

 

Pero, no pasemos de largo sino que analicemos a qué deben nuestros vecinos el triunfo de su biblioteca a nivel nacional. La bibliotecaria lo dijo: “al trabajo y compromiso de la comunidad”. La biblioteca, en Risaralda, no es un sitio a donde llevan unos niños a que les presten unos libros y luego salen con ellos. Es un trabajo que funciona alrededor de un compromiso entusiasta de la directiva con los usuarios que cada vez son más. El éxito se debe, también,  a “las alianzas estratégicas con las instituciones educativas y la Alcaldía”. De esa forma, el programa lo desarrollan con el compromiso de los estudiantes de los colegios fuera de otros compromisos con docentes, padres de familia para estimular la lectura en los hogares; buscan la recuperación de experiencias y recuerdos para avanzar en un archivo de la vida municipal, fuera del programa El Libro Radial en la emisora Panorama Stereo 104.1 FM, con cobertura en 14 municipios. Así pueden llegar a más gente y descubrir más talentos en la región. ¡Qué envidia! De la buena. Haber sido seleccionadas, la biblioteca pública de Risaralda, con la de Riosucio (Caldas), para competir por el Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega 2016, es el mejor reconocimiento para Risaralda, en el centenario de su elevación a la categoría de municipio.

   

Insistamos en la Solidaridad y otra forma de ella que es el Civismo. A eso se debe el desarrollo de San José cuando fue corregimiento. Los dirigentes de esos tiempos vieron que si no dialogaban y se unían, con sincero entusiasmo, para darle forma al  progreso del pueblo, este sucumbiría por lo que, con esa estrategia, dotaron a San José de lo que, en ese período, se requería, para salir adelante. Trazaron  calles, amplias como se puede observar; las empedraron con piedra traída, en convites de todos sus habitantes, desde la quebrada La Habana;  midieron las cuadras y la altura de las construcciones lo que demuestra que acataron las normas; dotaron el poblado de los servicios públicos de acuerdo a la época; edificaron sedes para las principales instituciones como el templo, la vieja inspección o corregiduría, escuelas, el magnífico colegio al lado del templo, la mayor parte de carreteras veredales, y hasta la sede de la actual Alcaldía se levantó cuando San José era un corregimiento. Todo eso, fruto de una unión indeclinable como pueblo.

 

San José adquirió la categoría de municipio y, en los 18 años que lleva como municipalidad, los fenómenos sociales como la salud, la desnutrición infantil que es de las más altas en el departamento, la desigualdad, la miseria, el desempleo, la educación, la deficiente actividad cultural, la vejez lastimosa, la apatía por la contaminación ambiental, la emigración y la inmigración se han acelerado en forma alarmante. En cuanto a urbanismo, en terrenos que correspondería a las calles nuevas, como la carrera primera o peatonal, se levantan casas a la topa tolondra sin que, siquiera, les hayan delimitado los niveles y la orientación de las fachadas. Destruyeron la Calle de las Travesías con el pretexto de ampliar la nueva inspección; esa bocacalle fue la primera vía transversal que trazaron los colonos, en este pueblo, para bajar por el agua al nacimiento. El San José clásico tenía hileras de casas, con tantos metros de altura,  el primer piso dedicado al comercio y tantos el segundo dedicado a habitación. Ahora, el dueño de cada construcción, desorientado por el maestro de obra, decide hacer lo que le viene en gana sin que nadie lo oriente, lo corrija o lo detenga.

 

Llega una administración y trabaja 4 años para luego desocupar y del aprendizaje en el trato a la ciudadanía, conocimiento de problemas locales, legislaciones farragosas, seminarios, talleres, dirección de oficinas y nombres de personas que tienen a cargo la administración pública, en las capitales, no queda nada. En el San José municipio no se ha logrado reestructurar  grupos equivalentes al de los  dirigentes que convivieron y actuaron por altruismo. Priman intereses personales o de grupo. Hacen cosas pero se nota el rezago en la dinámica social.

 

Se requiere  organización y unidad altruista para salir adelante como individuos y como agrupación. Esa organización y esa unidad determinan, en buena parte, los propósitos de cada quien pero hay otros casos en que, como dice Carlos Vasco, “las sociedades actúan de tal manera que muchas veces ninguna de las personas sabe muy bien a dónde va”. Es en este punto en donde nos preguntamos cómo hacer no solo para transformar el cerebro, en sentido individual y colectivo, sino también para mejorarlo.

 

Ante el auge de la tecnología cunde el desconcierto pues los medios de comunicación y las redes sociales comercializan con los sueños, las visiones del mundo, las formas por demás costosas para conseguir éxito, satisfacción,  alegría y hasta nos plantean  en qué consiste la Felicidad siendo que ella, hasta ahora, de acuerdo con la filosofía, la ética y la moral de los mayores, deriva de nuestra personalidad, según el molde que le hayamos dado basados en los principios que nos inculcaron, los valores que nos acompañan, el entorno al que pertenecemos y los ideales que perseguimos.

 

 

Si pretendemos continuar creciendo, transformándonos y mejorando debemos aceptar la guía de esa estructura mental que podemos identificar como la propia conciencia que, para nuestro beneficio, en ciertas circunstancias, nos ofrece la capacidad de autocorregirnos. Persistir en la educación y la solidaridad nos conducirá a la meta como individuos y como pueblo.

 

 

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