LOS APELLIDOS SON CONVENCIONALES Y RELATIVAMENTE ARBITRARIOS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

La existencia aparentemente inmutable, irrefutable y dogmática de los apellidos, a muchas personas les justifica su confianza sobre el propio origen y la segura dignidad. Creen que apellido es sinónimo de certeza histórica y genética, que los usurarios de determinados apellidos tienen un pasado ortodoxo libre de cualquier sospecha y cualquier aventura  y, creen muchos,  que de esa seguridad no comprobada deriva en buena parte el lugar que ocupan en la sociedad.

 

Sin embargo, los apellidos no son dogmas de fe en asuntos de genética, historia o sociología, aunque participan de estas materias. Ante todo, son asuntos de lenguaje y, de esta condición se deriva que participen de las características propias de las frágiles palabras.

 

Enseña Ferdinand de Saussure que el lenguaje es, a la vez, mutable e inmutable y, así son los apellidos: inmutables, relativamente, por su prolongada permanencia por lo menos en cuanto al significante (el sonido verbal) pues, en cuanto a los azares del significado, son secretos de confesión de  sus portadores quienes se ufanan, sin demasiados argumentos, de  un origen para ellos, de abolengo, de su trayectoria y la perennidad de sus enseñas.

 

Son mutables para los que consultan los azarosos caminos de la crónica y la historia y los curiosos vericuetos del lenguaje como es que un gran número de hispanoparlantes puede albergar la posibilidad de ostentar un apellido gratuito, obsequiado o escogido, en la liberación de una esclavitud o servidumbre, o en el momento más incógnito de sus aparentemente incuestionados ancestros.

 

El lenguaje es arbitrario y convencional y los apellidos son convencionales aunque no absolutamente arbitrarios. Otra cosa opina Sócrates, en el diálogo del Cratilo, de Platón, cuyo subtítulo es “Sobre la precisión y propiedad de los nombres”. Si una persona nació en Valencia, León, Madrid,  Aragón, Santander o Granada es convencional que se haya impuesto como apellido el nombre de su ciudad. Digo “convencional” porque allá mismo  hay otros muchos que nacieron en ese sitio y ostentan apellidos distintos. Ese apellido no es totalmente arbitrario pues existe un germen de explicación satisfactoria.

 

En asunto de apellidos, como en los demás fenómenos del lenguaje, juega papel importante la diacronía o evolución social y, sobre todo, la legislación política del estado, la tradición y el medio ambiente, fuera de cierta dosis de circunstancialidad, para no hablar de casualidad.

 

Así, el machismo propio de nuestra cultura está presente en el uso de los apellidos. Los apellidos, en castellano, son machistas. Nacieron, unos, en plena Edad Media, con la desinencia “EZ”, propia de la lengua vasca, en el norte de España, equivalente a nuestro actual “ista”, sufijo con el que se significaba ser hijo o seguidor del señor feudal aludido:  Rodrigo, Sancho, Martín, Fernando, Ramiro, Ximeno, Lope, Hernando, Gonzalo, Vasco, Álvaro, Domingo, Enrique, Marco, … Todos los apellidos derivados de estos nombres se escriben con Z.

 

Por la misma Edad Media, otros apellidos correspondían al enunciado de cierto oficio que revelaba la profesión de quienes los escogían o a quienes se les imponían como distintivo: Herrero, Pescador, Botero (que maneja un bote o canoa posiblemente para pasar un río a falta de puente),  Zapatero, Alférez, Caballero, Jurado, Coronel, Barbero, Ballestero y hasta Ladrón (Recuérdese a Ladrón de Guevara). Espósito (con S o con X) es apellido y en tiempos pasados se llamaba así  a un recién nacido abandonado.   

 

También hay apellidos derivados de una descripción, característica o apodo personal o de la familia como: Leal, Bermejo, Bello, Delgado, Pinto, Bravo, Colorado, Gordo, Gordillo, Castaño, Calvo, Rubio, Hurtado, Cortés, Lozano, Moreno, Pulido, Barriga o, más elegante, (Sancho) Panza.

 

 En la España andaluza, la del sur, los oficios de construcción y agricultura eran ejercidos, en su mayor parte, por los mozárabes o sea aquellos descendientes de la invasión musulmana. Las actividades de escribanos, cronistas, alcabaleros, tesoreros y contadores eran ejercidas generalmente por varones de origen judío. Algunos conservaron los apellidos derivados de su oficio y otros de ellos se mimetizaron en apellidos de origen religioso como Ángel, Santa María, Santo Domingo, Sanmiguel, Sanpedro, Sanjuan, para hacerse pasar como cristianos y no como judíos o musulmanes.

 

La Inquisición desde el siglo XV comenzó a buscar sus víctimas entre los cristianos nuevos pues sus enemigos los acusaban de seguir practicando las antiguas creencias. Siendo hijos de los mismos padres, varios hermanos optaban por distintos apellidos de acuerdo con su carga de miedo o su estrategia para pasar desapercibidos.

 

El machismo en los apellidos castellanos ha seguido rampante en la forma de usarlos. Entre los hispanoamericanos, por regla general, se impone a las personas el apellido del padre mientras que, en Brasil, la tendencia mayoritaria es darle al niño el apellido de la madre, en primera instancia, o del padre, en menor proporción, o de otro familiar.

 

En Colombia, en 2004, varios legisladores presentaron, en el Congreso de la república, un proyecto de ley por medio del cual la persona escogería libremente el apellido del padre o de la madre.

 

Entre los árabes, con tradición tan machista como la judía o la romana, se coloca Fulano hijo de Zutano, no de Zutana.

 

Con antepasados tan machistas como los pertenecientes a las culturas citadas, los hispanoamericanos llevan, también el apellido del padre, antes que el de la madre, lo que revela, además, que el bebé ha sido fruto de una unión oficial y eclesiástica de los progenitores, “hasta que la muerte los separe”. Cuando no era fruto de las convenciones sociales, el niño o la niña llevaban sólo el apellido de la madre y en la partida de bautismo se decía: Hijo natural de Fulana.

 

Hasta hace contados años, al contraer matrimonio, la mujer cedía la independencia de su apellido a la expresión “de”, como si pasara a ser propiedad privada. María de Sánchez, Olga de Correa. Muchas mujeres anhelaban ese cambio y corrían a sacar nueva cédula de ciudadanía en la que aparecieran, por fin, con el famoso “de”. “La esclava del señor”.

 

Desde finales del siglo XX ha sido señal de liberación femenina que una mujer casada sigua firmando con sus dos apellidos de soltera. También se ha hecho corriente que una persona fruto de una unión no legalizada tenga los dos apellidos de la madre. Buena forma de borrar la hipocresía social que se trataba de imponer con ciertos usos y abusos de los apellidos.

 

Casi todas las genealogías que se han ocupado de los apellidos de los habitantes del Gran Caldas coinciden en que se trata de apellidos que llegaron en la boca, en la sangre o en los precarios títulos de papel de los colonizadores antioqueños, en la mayoría de los casos. En otro porcentaje significativo eran apellidos procedentes del Cauca o del Tolima. Luego llegó el aporte cundiboyacense.

 

Se avanza, casi siempre, hasta rebrujar en los hipotéticos pergaminos de muchos colonos y de aquellos que se consideran, en sentido lato, fundadores, para concluir la investigación proclamando esos apellidos como los de mayor prosapia en este o aquel conglomerado.

 

Coincidir con otras personas en el apellido puede ser, en muchos casos, puramente nominal o lingüístico pues, personas con igual apellido no necesariamente son de la misma rama  por lo que no tienen que ver unas con otras.

 

En San José Caldas hubo un viejo que creían conocer la genealogía de las personas que se le colocaran en frente. Era fama que cuando conversaba con un Restrepo, por ejemplo, le preguntara: - ¿Con quién quiere que lo emparente? Usted puede ser de los Restrepos de Rionegro o de los Restrepos de Caramanta.

 

Para sus ambiguas deducciones bastábanle detalles para él tan definitorios como el color de la piel o el color político de la persona pues un apellido, en un sitio, siempre había estado en posesión de personas negras y liberales mientras que, en otro sitio, había sido propiedad de blancos y conservadores y así debería seguir siendo, de acuerdo con la mitología que al respecto ha trascendido todos los avatares aunque la realidad la refute.

 

 La vida en las nacientes aldeas del Gran Caldas no fue tan eglógica como podría suponerse. Las guerras civiles inyectaron otros ingredientes, en lo étnico, en lo político, en lo económico, en lo social como la sorpresiva mezcla de sangres. Al otro día, los combatientes seguían el camino.

 

Más a las malas que a las buenas, “los negros del Cauca” se unieron a “los blancos de Antioquia”, aunque allá, en la blanca Antioquia, también existen muchos negros que se precian de ser más paisas que algunos de aquellos que pretenden hacer creer que brotaron de la espuma de la leche de la Reina de Castilla.

 

 

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