LUCIANO JARAMILLO,

 

ARTISTA MAYOR DE CALDAS

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

A estudiosos del arte moderno en Colombia ha intrigado por qué, en la década de los sesenta del siglo XX, Luciano Jaramillo no disfrutó el nombre y la gloria que compartían otros artistas de la plástica, también de provincia, (eran de Medellín, Cartagena, Pamplona, Popayán, dos españoles de origen y un peruano), recién llegados a la capital del país, en donde se conocieron, compartieron ocio y juicios de la papisa Marta, fuera de que disfrutaban de una juventud y unos arreos no muy diferente que los suyos.

 

Los otros colegas nacieron alrededor de los años treinta, como Luciano (1938), el más joven de esa camada, con Luis Caballero; viajaron al exterior a estudiar como lo hizo el caldense cuando estudió en París (1951-1958); regresaron y se dedicaron a enseñar lo que habían aprendido, como Luciano y Luis Caballero a la sombra de Roda, en la Universidad de los Andes; a participar en el prestigioso Salón Nacional, como lo hizo Luciano, en los años 1958,1959,1961,1962,1964, y a producir sin descanso un cuerpo de obras de sobresaliente valor artístico.

 

Ese marginamiento también ocurrió con Gonzalo Quintero que bien había podido tener el prestigio nacional de Gonzalo Arcila, Marco Tobón, Roberto Henao y con una legión de nombres en otras ramas de la creación. Lo mismo se puede vislumbrar en la literatura del siglo XX y otras áreas de la vida civil. No son las únicas veces que a los caldenses los ubican en una melancólica segunda línea, tal vez por falta de difusión o compadrazgos.

 

DESDE EL TELÓN DE FUNDADORES:

 

Estaban en la fase final de la construcción del Teatro Los Fundadores (1964-1965). Mientras el arquitecto Jorge Gutiérrez Duque dirigía la construcción, Fausto Galante y Domenico Parma hacían cálculos, el ingeniero Alberto Montes Sáenz se dedicaba a la interventoría; algunos de estos arquitectos: Hernando Arango G., Germán Arango L., Jorge Arango Uribe, Gonzalo Botero J., Alfonso Carvajal E., Hernando Carvajal E., Enrique Gómez G., Roberto Vélez y Agustín Villegas B se movían de un lado para otros e impartían órdenes.

 

Por otro lado, instalaban las tramoyas y equipos especializados diseñados por el ingeniero alemán Wolfang Hannemann; los trabajadores del belga Paúl Parent extendían las instalaciones eléctricas, tableros de control y fosos móviles y los enviados de Akoestach Advies Bureau, de la Phillips, de Holanda probaban la acústica.

 

En silencio, Guillermo Botero ensamblaba en las paredes sus magníficas tallas sobre la colonización de Manizales mientras que Luciano Jaramillo, trepado en un andamio, como un Miguel Ángel rejuvenecido, pintaba el telón de boca para el escenario central.

 

En mi memoria quedó grabada aquella visión como si estuvieran construyendo una nueva Capilla Sixtina o la fastuosa Ópera de París. Febril entusiasmo y admirable acoplamiento de un grupo de profesionales guiados por una causa noble y común a ellos.

 

Ese Luciano Jaramillo, encaramado en ese andamio, era el mismo que había representado a Colombia en la Bienal de Sao Paolo (1963), había expuesto con Antonio Roda y Augusto Rivera, en 1964, y quien, a pesar de su juventud, había colgado sus obras en galerías de Estados Unidos, otros países suramericanos y Colombia.

 

Pasaron casi dos décadas hasta cuando se supo que Luciano Jaramillo había sido seleccionado en el Concurso del Banco Cafetero para ubicar su obra en la nueva sede, en Manizales, en 1982, actual Alcaldía. Los otros dos artistas escogidos fueron Gustavo Zalamea Traba y Alberto Pino. Los gigantescos óleos de estos artistas tan disímiles, estuvieron ubicados encima de la puerta de la actual Tesorería, hasta 2007, cuando el Banco fue vendido a Davivienda. Las obras emigraron a Bogotá.

 

El cuadro de Luciano Jaramillo, titulado Familia Cafetera (2,84 por 6,33 mts.), regresó a Manizales, patria chica del pintor, y se exhibe, durante el mes de febrero y comienzos de marzo, en la sala del Museo de Arte de Caldas, en los bajos del Centro de Convenciones Los Fundadores, acompañado de cuatro obras de menor tamaño, tres de ellas cercanas en técnica y representatividad.

 

DENTRO DEL EXPRESIONISMO:

 

Luciano Jaramillo se puede ubicar, con mucha holgura, en la prestigiosa escuela del expresionismo alemán, que, en Colombia, tuvo aventajados discípulos de la talla de Norman Mejía, Carlos Granada, Manuel Camargo y Leonel Góngora con las variaciones que los diferencian e identifican.

 

El mirar atrás de los jóvenes artistas colombianos llevó a Marta Traba a hablar de los sesenta como la década de los artistas menos convencionales del país. Ellos no se lanzaron al vanguardismo sino que continuaron como discípulos de sus maestros en París, Madrid, Londres, Nueva York. Otros jóvenes recurrieron al expresionismo alemán vigente en la primera mitad del siglo XX para investigar, aproximarse y experimentar con los movimientos de arte internacional en el hemisferio norte, para realizar su propia obra en un ambiente sofocante como era el trópico.

 

Con contadas excepciones, los anteriores expresionistas centraron su trabajo creador en la figura humana más que en paisajes, naturalezas muertas, objetos independientes, escenografías atiborradas de personajes y muebles, hazañas históricas para exaltar nacionalismos o recrear situaciones. Hicieron retratos expresionistas al estilo de Francis Bacon.

 

La mayor parte de las obras se presenta en ambientes provocadores que convierten al espectador en un auténtico voyerista de situaciones no tratadas en estos medios pacatos o poses salidas de las normas tradicionales. Hay que observar, por ejemplo, el sensual movimiento de los pies de la mujer en Striptease o la forma como se desnuda ante los dos viejos verdes que seguramente la han invitado.

 

En la mayoría de las obras el fondo es difuso; no confuso. Edward Munch es uno de los grandes maestros del expresionismo que se preocupó por hacer la escenografía minuciosa del lugar o, como en sus obras básicas, corrientes de aire de colores vivos que sobrecogen por el frío glacial que transmiten. James Ensor diluyó ese fondo en los que ubicó las figuras grotescas o dolientes. Ernst Kirchner empasteló de colores vivos lo que serían pisos en los que resaltan sus mujeres elegantemente vestidas.

 

Luciano Jaramillo estudió con dedicación las escuelas de arte moderno y sus principales representantes arrancando con Matisse hasta los agresivos expresionistas. Si fuese posible extraer con bisturí ciertas influencias diríamos que tiene de Ensor las figuras grotescas y de Nolden y Kirchner los fondos difuminados.

 

En las series Cocktails y Reinas de Belleza, el pintor caldense alcanza los mayores grados de sarcasmo, malicia e insolencia. No faltan las obras cargadas de hedonismo, de sibaritismo, de elegancia criolla, como en el cuadro, expuesto en el Museo de Caldas, en el que el perro lame con sobrado erotismo la mano de su señora.

 

LA FAMILIA CAFETERA:

 

El gigantesco cuadro Familia Cafetera, por ciertos aspectos, se puede tomar como un cartel pedagógico, por no decir publicitario, como son los recuadros en los que muestra que la tierra del café disfruta de seguridad, ahorro, educación, salud, alimento y deporte. En esa serie de recuadros Luciano se manifiesta no como pintor sino como divulgador de una tesis.

 

Varios de esas ventajas de carácter sociológico las podemos leer con más fluidez en el Mural de Sandy Arcila ubicado en el Aula Máxima del Instituto Universitario. En la misma temporada en que Luciano pintaba el telón de boca para Los Fundadores, Sandy pintaba el relato costumbrista de la colonización paisa y sus beneficios, como regalo del Municipio a la institución educativa con motivo de sus cincuenta años.

 

Los valores artísticos de la Familia Cafetera empiezan por ese fondo andino de montañas que pocos han logrado recrear como Luciano. Dibuja el Ruiz, sus laderas, los sembrados de café, y, en la vega central, un paisaje verde con reminiscencias de los trazos de Van Gohg. Luciano no copia paisajes; los expresa, por bellos que sean, con brochazos violentos, como en el telón de boca que duerme un sueño injusto en la buhardilla del piso de arriba.

 

En el lado izquierdo, extremo inferior, se observa lo que con seguridad es el área mejor lograda. Se trata de la familia que le da el nombre al cuadro. Una mujer, un hombre y una niña con cara y ademanes de muñeca. Esa niña de vestido amplio y claro, rostro sonrosado y de jubilosas manos es, sin duda, uno de los instantes mejor logrados de la pintura caldense. Encanta. Logra que el espectador dibuje una sonrisa.

 

¿QUÉ HAY DEL TELÓN DE BOCA?

 

El Museo de Arte de Caldas ha ofrecido gustosamente, a sus visitantes, la oportunidad de observar varias obras de uno de los artistas más valiosos del Parnaso caldense y de los más olvidados precisamente entre los que deberían promoverlo. Esta muestra pudo ser la oportunidad de rendirle homenaje, con repicar de campanas, al que, por varios motivos, es nuestro artista insignia, de mediados del siglo pasado.

 

Los organizadores no pudieron conseguir un número más grande de obras porque, de acuerdo con Alberto Moreno, la mayoría de los cuadros pertenece a la viuda de Luciano que los tiene en depósito del Banco de la República de donde es difícil sacarlos para exposiciones y más por los problemas de seguridad que pueden correr en los préstamos.

 

Pero hay otros datos que perturban: entre el acopio de datos biográficos sobre el artista que ubicaron en una de las paredes de la sala debieron haber citado a Luciano Jaramillo como autor del telón de boca del Teatro Fundadores que funciona en el piso de arriba. Absurda omisión.

 

Además, las directivas del Centro de Convenciones debieron aprovechar la ocasión de que el Museo de Arte de Caldas exhibiera, en los bajos del Teatro, los cinco cuadros de Luciano Jaramillo para que, desde el vestíbulo, en el piso central, los visitantes se deleitaran admirando una de las obras prioritarias de la plástica colombiana en la segunda parte del siglo XX.

 

El telón, con una superficie de 162 metros cuadrados de lienzo pintado en tonos ocres, se descubrió al público asistente a la ceremonia inaugural, acto en el que el Maestro Jorge Zalamea leyó, de viva voz, El Sueño de las Escalinatas.

 

La temática del telón de boca es una soberbia alegoría del teatro griego. No es un simple telón. La obra de Luciano Jaramillo pintada para Fundadores, como vimos arriba, hacía parte integral de la obra arquitectónica y se gestó al mismo tiempo que el resto de la estructura. No fue comprada a última hora, ni mandada a traer para decorar un espacio. Se trataba, si se quiere, de un elemento estético relacional e irremplazable.

 

Los caldenses, en general, sienten que este magnífico lienzo hace parte de su patrimonio cultural y por eso tienen las siguientes preguntas para que los encargados del Teatro Fundadores las respondan: ¿cuál es su estado de conservación?, ¿hay que restaurarlo?, ¿quién estaría en capacidad profesional y técnica para acometer semejante compromiso y quién sufragaría los costos?

 

Se supone que quienes, en la década de los noventa del siglo XX, cambiaron el telón de boca de Luciano por otra cosa con discutible valor en cuanto a creatividad artística, no conocían el gigantesco valor para el arte colombiano de ese lienzo. Fue como cambiar el baldaquino de la catedral por una simple mesa de altar de menor trascendencia. Sustituir la obra de Luciano Jaramillo ha sido un atentado cometido contra el Arte (con mayúsculas) para instalar una obra de arte (con minúsculas).


 

 

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