MIGUEL ESCOBAR Y SU SIMBOLOGÍA

 

 Octavio Hernández Jiménez

 

Por lo general, visito las exposiciones de artes plásticas, en horas de la mañana, cuando el ambiente es calmado, con un silencio cómplice para recorrer las salas sin estorbar ni que le estorben a uno. Me detengo en la puerta, recorro con la mirada el espacio y, en ciertas ocasiones, me sacude un estremecimiento que me hace dar hacia adelante los pasos que me acercan a dialogar con los objetos que allí se exhiben. Otras veces, al mirar, me lleno de perspicacia o de paciencia por lo que me transmiten desde la distancia las obras expuestas.

 

La muestra del pintor Miguel Escobar Uribe, en el Museo de Arte de Caldas, en los meses de junio y julio de 2018, logra sacudir la sensibilidad de los observadores. Como exclamó Cees Nooteboom, en el Enigma de la Luz, hablando de una obra deTiépolo, “ahí está el animal, canijo y maltrecho, pero del lado de la vida, en una postura por la que uno no sabe si se dispone a ladrar o a salir corriendo”. Se trata de 3 montajes y 22 pinturas de variado tamaño, con el tema de galgos,  gatos   y otros animales domésticos ante las que el espectador descubre una simbología propuesta por el pintor sobre el comportamiento humano.

 

A primera mano, se percibe el excelente nivel técnico, las habilidades como artista, la admirable imaginación creadora, el exquisto gusto, las formas adecuadas para asumir los riesgos que debe sortear un artista en búsqueda de un planteamiento correcto, una solución acertada y una identidad inconfundible. Su profesor, en Bélgica, Vincent Desiderio lo presenta en forma lacónica y elogiosa resaltando esos puntos de vista.   

 

En distintas obras, Miguel Escobar ofrece composiciones en torno a ideas alegremente absurdas como en los “Cerdos” rodeados de coloridas bombas de fiesta y los gatos egipcios, sphynx o bambinos cats que juegan en el Estudio de Cleopatra.

 

Su paso por las academias se puede rastrear en sus obras que fluctúan entre realistas y expresionistas. Son realistas las cabras junto al alambrado, uno de los mejores trabajos por el dominio de la luz de un espléndido dramatismo en el que no es descabellado evocar los abismos espaciales de Turner. Al detenernos ante la pared de fondo del cuadro “S.T.”, con los conejos difuntos (Rabbit), se puede emparentar al pintor con J. Pollock, si no se tratara de una pared corroída por el tiempo y, en la pintura del Ladrillo, pueden pasar por la memoria del espectador varios  momentos del inigualado Zurbarán. Evocar lo que J. Ruskin llamó “el espíritu de las cosas” es una de las funciones principales del arte.

 

Miguel Escobar ha aprovechado las oportunidades que le ofrece la vida en su corto trasegar como artista. Nació en abril de 1990, en Manizales. Tomó cursos con David Manzur, en Bogotá.  Estudió Diseño Gráfico en Buenos Aires, luego pasó a la Academia de Arte (2009) en Florencia (Italia), la Odd Nerdrum de Noruega y ha tomado cursos con Vincent Desiderio en Brujas (Bélgica).

 

Este manizaleño no solo ha aprendido las técnicas del óleo y otras formas materiales de sacar adelante la porción de su quehacer artístico sino que ha asumido una posición individual para mirar el mundo y ofrecer su aporte al proceso creativo en este siglo que comienza. Para Miguel Escobar las artes plásticas son ante todo una renovada expresión de ciertas porciones de la naturaleza y la cultura por medio de una pintura narrativa. En general, cuenta relatos valiéndose de un lenguaje poético. En eso estriba la creación humana.

 

ANIMALES DOMÉSTICOS

 

Más que elementos de simples decorados, los galgos hicieron parte de composiciones alegóricas como en Ucello, Veronés, Velázquez y sobre todo Tiziano. Ahora, esos animales, en la obra de Escobar, se han convertido en protagonistas centrales, ocupan el eje de cada obra y su diálogo queda consignado con el lenguaje gestual y en las propias acciones. A través de la historia de las artes, los canes no han dejado de simbolizar nobleza, fidelidad y bizarría aunque, con Escobar, se ha dado una vuelta de tuerca en la concepción y en el montaje de esta clase de obras.

 

Ahí están los Perros nómadas al borde del abismo o desbaratando el mobiliario convencional de una casa de añeja burguesía (Basement III);  en la guarida que comparten o atragantados de pescado (Scandinavia II); en lo alto del peñasco como el general que divisa la batalla (In Winter II) o, escuálidos, bajo la lluvia de un ácido mortal (Regnerischen Tag).  Se trata de pinturas que pueden logran  desencadenamientos sicológicos en los espectadores. Otras obras como Basement II, Hersanebel IV son teatrales y transmiten la desolación que se experimenta en una confrontación bélica.

 

Escobar ha estudiado el comportamiento de varios animales domésticos y luego los ha puesto en situación, en otros ambientes; allí está buena parte de capacidad compositiva. En un capítulo destacado de esa comunicación por medio del arte, aparecen las ovejas en los apriscos pero asediadas por circunstancias desastrosas: esquilmadas y a punto de hundirse en la producción de su propio cuerpo o al borde del sacrificio representado en los carneros que se zambullen desconcertados en la lana cuando son atacados por el lobo.

 

La luz en la mayoría de las obras de Escobar, se esparse por todo el espacio, sin claroscuros ni claridades restringidas a un solo sector. La luminosidad de la lana, en varias de las obras más representativas, parece provenir de ella misma y no llegar de afuera. Esa luz difuminada que provoca una atmósfera sugestiva es uno de los ardides mejor logrados del artista caldense.

 

La lana de las ovejas es un espléndido elemento en la pintura de Escobar. Se trata de un juego de pinceladas que producen la sensación de una lana recién cortada, aún sucia y que flota de manera sorprendente por las dimensiones de esos cuadros. Los vellones cuentan con su levedad y espesura y podrían catalogarse como fantasías monocromáticas. Lo más suave del vellón tiende a elevarse y lo más espeso ocupa la parte de abajo. Juegos con ovejas y carneros, seres ingenuos, en su cielo de lana, sin que vislumbren su destino de ser esquilmados o despedazados. Escenas que desconciertan a quienes las contemplan.   

 

LO HUMANO A TRAVÉS DE LO ANIMAL

 

Las obras de arte, en parte, expresan lo que el artista piensa o siente de la humanidad, de una porción de ella o de sí mismo. “Un pintor se retrata a sí mismo” comentó Cees Nooteboom. Más que afuera, el artista contempla el mundo dentro de sí. Por medio de sus obras, el artista se pone en consideración de los demás. Y como si fuera poco, las obras que emanan de un pincel, un cincel, una pluma se adelantan al mundo que vendrá después de que el artista deje en reposo sus herramientas.

 

En el caso de la muestra que ofrece el Museo de Arte de Caldas, Escobar plantea la soledad, el hastío, el silencio, la permanente independencia y el afán destructor de las especies. Así, el pintor vislumbra la vida humana a través de la vida animal. Las obras que producen estas sensaciones en los espectadores ya no serían realistas sino expresionistas. No solo aparece su punto de vista en lo que pinta sino en la escala que lo retrata, en sus enormes lienzos. Las figuras en varias obras copan el espacio como lo hizo Zurbarán con el cordero maniatado; sólo él; no más que él.

 

Con la pintura de especímenes de razas ajenas a las nuestras domina el equilibrio compositivo; ni más altos ni más largos de lo que deben ser; el movimiento de los cuerpos; la distribución en el espacio; que no quedaran demasiado abigarrados; a veces no más que un animal con una mirada ingenua, apesadumbrada, inconforme, nerviosa, alerta, fija en quien lo observa. Hay armonía en el color; cada lienzo hace parte de una obra total por varios factores entre ellos la luz que llega siempre difuminada en todo el ámbito e impregna cada elemento de la composición. La luz le da unidad a los cuadros.  Perros, gatos, ovejas y otros seres sensitivos pueden ser realistas o expresionistas mientras que la mirada del pintor es idealista.

RECUERDO DE GUERRA

 

La muestra que nos ofrece Miguel Escobar, en el Museo de Arte de Caldas,  de entrada, gusta aunque, como dijo Baudelaire de la obra El Taller del Pintor de Courbet, hay que poner todo el empeño para poder comprenderla; cada quien la ve desde su punto de vista. Aunque aparezcan solo animales, para muchos ahí están representadas algunas situaciones de la humanidad. El mundo de los vivos y el de los muertos. La muerte que convierte a todos en víctimas desoladas como los conejos patasarriba y, en unas tétricas escaleras, como en tiempos de guerra, aparecen  instrumentos  y mascarillas con las que, al parecer, trataron de sofocar los gases mortales. Como si el pintor dejara la constancia sutil de esas pesadillas que fueron las Guerras Mundiales, en Bélgica o en otras regiones recorridas por el artista en su proceso de formación artística. Arqueología de situaciones críticas, en el  siglo XX, por medio del arte.

 

Escuchemos a Miguel Escobar cuando echa un vistazo a su propia obra: “En mi obra, trato de hacer imágenes con concentraciones de realidad, con magia, memoria, belleza, representando la condición humana a través de escenas y elementos simbólicos, dejando que el público complete con su propia experiencia y conocimiento sobre arte e historia”.