ORIGEN DE LAS FIESTAS PATRONALES EN SAN JOSÉ CALDAS



 Octavio Hernández Jiménez 



San José está ubicado, sobre el que fuera una variante del Camino Real, en la cuchilla de Belalcázar o de Todos los Santos, en el Bajo Occidente de Caldas. Hacia el oriente contempla el Parque Nacional de los Nevados y el Cañón del Cauca y, hacia el occidente, mira al Parque Nacional de Tatamá y al valle del Risaralda conocido por los indígenas nativos como Valle de Amicecas, en la época de la conquista española del siglo XVI. El mariscal Jorge Robledo que comandaba las huestes del emperador Carlos V le cambió el nombre de Amicecas por el de Valle de Santa María lo que da indicios del fervor mariano que a través de la historia han albergado los habitantes de esta tierra espléndida en el occidente de Caldas. 

 

En San José Caldas, sin interrupción, la fiesta de la Virgen del Carmen se ha celebrado, en los 9 días previos al 16 de julio, y en este día que es el día principal, cada año, desde julio de 1927. Se habla de las fiestas patronales  en el sentido de una celebración religiosa de nueve días, con actos solemnes en los que toma parte gran parte de la comunidad de creyentes del casco urbano, del campo, pueblos vecinos y colonias de sanjoseños situadas en varias ciudades que llegan en peregrinación.  

 

La parroquia de Nuestra Señora del Carmen ubicada en San José- Caldas fue fundada a finales de 1924 y empezó a funcionar desde comienzos de 1925, al principio adscrita a la diócesis de Manizales pero que, a partir de 1952, hace parte de la diócesis de Pereira. El primer párroco fue el sacerdote José Domingo Osorio que estuvo, allí, por dos años, 1925 y 1926.  

 

Curiosamente, no fue un sacerdote el de puso a marchar las fiestas sino don Pablo Guevara, un comerciante afincado en San José, oriundo del Cauca. Antes de 1905, el Estado Soberano del Cauca abarcaba desde los límites con Ecuador hasta el golfo de Urabá, incluyendo la mayor parte del territorio que conformó el Gran Caldas. 

 

Don Pablo Guevara, en un gesto espontáneo, solicitó al párroco posesionado hacía dos años, que le celebrara una misa cantada, en la mañana, y una salve, en la tarde del 16 de julio de 1927, en honor de la patrona de la parroquia, rogándole que intercediera por las necesidades de su familia y de los habitantes del pueblo. Esa devoción bien pudo haberla aprendido en su tierra natal, sureña, muy apegada a esta clase de rituales. 

 

Cuando don Pablo Guevara se estableció en San José Caldas se casó con doña Agripina Pérez G., hermana de Isabelita Pérez quien, a su vez, se casó con David Yunis, personaje de origen libanés que, en su diáspora, había anclado allí como cacharrero. Pablo y Agripina fueron los padres de Grimanesa, Amelia, Pablo Emilio, Isabel y Gonzalo quien, con el correr de los días, se haría sacerdote adscrito al clero de la diócesis de Armenia.   

 

Y aquí empieza a jugar papel primordial una leyenda forjada por la fe de los sanjoseños y conservada, en el rescoldo del recuerdo social, a través de los años. Según una tradición transmitida por más de nueve decenios, en 1927, don Pablo mandó celebrar una salve, con incienso y agua bendita, ante una litografía de “la Virgen del escapulario”, debido a una peste de viruela que estaba azotando a varios pueblos del occidente colombiano. El acto religioso se realizó a modo de rogativa para que la mortal enfermedad no llegara a San José, pueblo desprotegido, en ese tiempo, en forma absoluta, de servicios médicos profesionales. Y la peste no llegó. Nadie murió de viruela, en San José, en esa ocasión. Como repiten los gozos de la novena: “Vuestro Santo Escapulario/ nos libró de todo mal”. La comunidad lo tomó como un favor celestial por lo que, desde entonces, no se cansa de repetir: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios…”. Al año siguiente, no fue uno sino varios días de fiesta, cada uno a cargo de un grupo de personas que agradecía la intervención de la Virgen al librar de la viruela a la comunidad sanjoseña. 

 

Pasados los años, ese relato corrió de boca en boca a la par que otra tradición oral según la cual, al caer de la tarde, don Pablo Guevara abrió los dos brazos para cerrar las alas de la puerta de su tienda ubicada en la Calle Real de San José cuando, desde la puerta del ‘café de Los Patos’, ubicado al frente, hicieron un tiro de revólver que  rebotó en el pecho de don Pablo. La fuerza de la detonación lo lanzó al suelo, hacia atrás, pero no le pasó nada al tendero porque, entre una libreta que portaba en el bolsillo de la camisa, a su lado izquierdo, guardaba un escapulario y una estampa de la Virgen del Carmen. ¿Qué más milagro?  

 

Con el paso del tiempo, el pueblo católico se fue aglutinando en torno a una de tres versiones pues, en tertulias familiares, Ana Matilde y Clara Rosa Hernández L. contaban un tercer relato que pudo dar origen al boato con el que celebran cada año las fiestas patronales. Según ellas, a mediados de 1927, se presentó una peste entre la población del suroeste antioqueño región de donde provenía el mayor número de habitantes de la cuchilla de Todos los Santos o de Belalcázar. Fueron incontables los muertos por esta causa en esa región antioqueña. En Támesis vivía un señor de nombre Jenaro, casado con una señora Emilia y padres de cuatro pequeñas hijas.

 

Decidieron huir de la peste y para eso emprendieron el camino con rumbo a Armenia en donde vivía una hermana de doña Emilia quien les había ofrecido albergue. Pasaron por Riosucio, Anserma y San Joaquín.  Cuando llegaron a San José traían a la niña menor ardida de fiebre. María de los Ángeles Londoño, viuda reciente de José de los Santos Hernández, les ofreció una pieza en la parte baja de su casa, por la bocacalle, para que descansaran los días que requiriera la recuperación de la niña. Entre la dueña de la casa y los padres de la menor enferma acordaron aislarla del resto de las dos familias. Arriba se quedaron doña Emilia y tres hijas mientras que don J.

 

Jenaro se encargó de velar por la enfermita. El padre de familia subía y bajaba con alimentos y bebidas para ella y con algunos medicamentos caseros. Esa noche, como muchas otras, venteaba mucho. Al abrir la puerta para botar, a la calle, los orines de la niña, el contenido de la bacinilla se devolvió y le mojó la cara a don Jenaro. Al siguiente día, ardía de fiebre, en un lecho improvisado junto a la pequeña. Era probable que ya trajera el virus desde Antioquia o, según la creencia de ciertas personas, pudo infectarse con los orines de la niña. Al cuarto día de haber entrado de paso a San José murió don J. Jenaro. Lo sepultaron en el Alto de la Cruz en donde quedaba el primer cementerio del pueblo y, pasados unos días, doña Emilia con sus pequeñas hijas continuó el camino rumbo al Quindío, tratando de cumplir un destino trazado por ella con su infortunado esposo. Pocos días después, los sanjoseños, impactados por el suceso, se unieron para ofrecer a la Virgen del Carmen un homenaje de gratitud pues habían obtenido, por su intercesión la gracia de Dios de que la población no hubiera sido presa de  una mortandad.  Fuera de la familia de don Jenaro y doña Emilia, muchos infectados debieron pasar por el Camino Real que era una de las arterias más activas, en el occidente del país. Contaban las tías que, en una mañana, sesenta años después de la muerte de este señor, de un carro elegante, se bajó un grupo de señoras que dejaron el vehículo en la plaza. Visitaron el templo, salieron, miraron al frente, se identificaron ante las tías que las observaban desde la ventana por lo que fueron invitadas a entrar en la casa. Comentaron que venían de Armenia a visitar el pueblo situado en el camino en donde les habían dado posada y había quedado enterrado su papá. La menor, que estaba muy delicada cuando llegó a San José, se recuperó del todo y vivía en forma confortable, en Nueva York.  

 

El primer relato pudo ser histórico y el segundo y tercero serían leyendas, o sea, deformaciones de la realidad. El segundo o tercero pudo ser verídico y el primero sería una leyenda más. Claro que los tres pudieron tener mucho de verdad; cada relato pudo suceder, en distintos momentos. No importa. Un relato más otro y otro son los primeros eslabones de una saga de leyendas. Saga es un conjunto de relatos tejidos alrededor de un mismo asunto. En esta saga los relatos confluyen en que un gesto de gratitud de los sanjoseños, por la intercesión de María, bajo la advocación del Carmen, está en los cimientos de las fiestas patronales. 

 

Pablo Guevara, con Juvenal Jiménez, Pacho Arcila, José Luis Ramírez y Cantalicio Bedoya, se apersonaron de la organización del homenaje inicial de misa, en la mañana, salve con incienso, una piadosa procesión con una litografía de la Virgen del Carmen, por la calle real y luego una salve con harto incienso e himnos marianos. “Con torrentes de luz que te inundan/ los arcángeles besan tu pie,/ las estrellas tu frente circundan/ y hasta Dios complacido te ve”. La celebración había empezado, en 1927, su periodo de difusión. Un grupo cada vez más significativo se fue apersonando de ella. Prendió motores una tradición.   

 

Luis Roberto Giraldo fue párroco de San José entre 1926 y 1930. Sucedió a José Domingo Osorio. Muchos feligreses solicitaron al sacerdote que los incorporara a las celebraciones en honor de la Virgen del Carmen. En el transcurso de su estadía, el padre Giraldo organizó las veredas correspondientes a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen para que hicieran su ingreso, en el día asignando.  Refieren que al principio hubo una disputa fenomenal entre un grupo de feligreses y el párroco pero eso no menguó la solemnidad en esa y en las sucesivas ediciones de las fiestas. Nada ha podido extirparla. 

 

Desde los comienzos de las festividades del Carmen, en San José Caldas, la mayor parte de los actos preparados por los sanjoseños fue la oportunidad de compartir con los que iban de paso por el Camino Real lo que salía del corazón en honor de la patrona. Eso de la patrona sonaba a la que manda. El femenino de patrón. La que colabora en la solución de los problemas comunes. Los viajeros soltaban las bestias en el potrero después de darles aguamiel, asistían a la novena, veían la pólvora, echaban una sesión de trovas o de cuentos, descansaban y, al amanecer, proseguían el camino. 

 

En muchas ocasiones, en lo social, la costumbre hace ley. 

 

Una de las primeras consecuencias sociales de las fiestas patronales, en este conglomerado caldense fue haber logrado aglutinar el territorio que conformaba la parroquia y que a la vez coincidía con el área del corregimiento. Todo el contorno de la parroquia se unificó alrededor de un propósito idealista, que ennoblecía a los integrantes de esa comunidad.  Aglutinarlo y organizarlo. Ponerlo a pensar y actuar. Sin las fiestas patronales, San José Caldas  hubiera seguido siendo un territorio disperso. Ese territorio unificado por motivos religiosos sirvió como estructura para la creación del municipio de San José, en 1998.  

 

Al desconocer la idiosincrasia de este pueblo, algunos sacerdotes han tratado de entorpecer un programa recibido de nuestros mayores como patrimonio inmaterial. Han criticado acerbamente este legado pero el pueblo, impasible, sin alterarse, ha seguido adelante porque, fuera del inmenso valor religioso, las fiestas patronales son la ocasión propicia preparada por los pueblos para reafirmar su identidad, compartir sus valores, sus desvelos y sus alegrías. Ellos repiten, poniendo a su patrona y a los visitantes como testigos: ¡Así somos, San José y nosotros, Señora!  

 

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(Texto tomado de la obra Fiestas Patronales, entre lo sagrado y lo profano, 2017).

 

 

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