PLAGA DE LANGOSTAS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Para los indígenas vecinos y descendientes del pueblo quimbaya, las langostas eran la personificación de los demonios que lograban escaparse del profundo Infierno, en una de esas ocasiones en que hacía erupción el Volcán de Cartago, luego llamado de  El Ruiz, en la cordillera central, ubicado al frente de sus aldeas y sus sembrados.

 

Quedaban tan arrasados los campos con el paso de las langostas adultas y luego con las que brotaban de los huevos que dejaban y que trepaban a los árboles más altos a comerse lo que les dejaban las que pasaron, que los indios no tenían más para alimentarse que cocinar sopa de langostas aderezada con la sustancia de algún cuero o calambombo que tuvieran por ahí colgado o de un animal doméstico muerto que ellos transportaban, aún de lejos, para consumirlo en sus bohíos.

 

Pero no solo en la prehistoria. La langosta ha hecho presencia en Colombia en múltiples ocasiones más cercanas. La historia recuerda que, en los años de 1815 y 1816 la plaga llegó del sur, atravesó el Estado del Cauca y avanzó hasta Antioquia dejando desolación y hambre.

 

Los cronistas  que viajaron por el occidente colombiano entre finales del siglo XIX y comienzos del XX dieron fe de la llegada de estos insectos terriblemente destructores, “de color gris amarillento, de cuatro a seis centímetros de largo, cabeza gruesa, ojos prominentes, antenas finas y alas membranosas; el tercer par de patas es muy robusto y apto para saltar”, según el Diccionario de la Lengua Española (2001). Se parecen a los grillos.

En el siglo XX, los departamentos de Cauca, Valle, Caldas,  Antioquia, Santander, Meta y Vichada, entre otras regiones, han padecido semejante plaga. Esos animales devoran los cultivos de pastos, caña de azúcar, soya, arroz, maíz, yuca, plátano, fríjol y otros cultivos de hojas dulces o niñitas.

 

No se comían los arbustos de café por el sabor amargo de sus hojas.

 

En  1906, 1909, 1916, 1918, 1920, 1926, 1928 y 1936 se presentó esta plaga que reapareció, en los llanos orientales de Colombia, en 1994. Desde 1911 se han expedidos leyes para combatir la langosta y multas para los que no lo hagan.

 

Llegaron a ser tan frecuentes las incursiones de esa plaga faraónica que, cuenta el francés Félix Serret en las memorias de su viaje realizado por Colombia, entre 1911 y 1912, que al entrar a caballo, en Santa Rosa de Cabal, su compañero trató a los habitantes de ese villorrio de “hueveros (vendedores de huevos), sobrenombre que las gentes de Pereira les daban a los de Santa Rosa, quienes a su vez les replican con el sobrenombre de langosteros (comedores de langostas)” (Félix Serret, 2008, p.249). Un desprecio de los santarrosanos hacia los visitantes que llegaban del sur; era tratarlos de muertos de hambre.

 

A mediados de 1916, en San José de Caldas, a los hijos varones y a las niñas, les tocó salir de sus casas a combatir las bandadas de langostas que llegaron, por millares, a azotar la región del occidente colombiano. Provenían del sur. Hay relatos de las langostas que aquejaron el suroeste antioqueño en 1911; dijeron que, a los pueblos del norte llegaron de la Cuchilla de los Pueblos aunque a esta cuchilla habían llegado del Valle del Cauca.

 

En la lucha contra las langostas, los muchachos formaban improvisados convites; mientras los de adelante iban matando langostas con ramas, palos y tablas, los de atrás, armados de palas y regatones, las amontonaban y sepultaban en brechas superficiales.

 

Había campesinos dedicados a combatir las langostas. Las mataban, las metían en costales y se las llevaban al dueño de la finca para que les pagara con la alimentación y un centavo el costalado. Los animales caseros también ayudaban, sobre todo el cerdo que se comía los huevos al mismo tiempo que las gallinas, los perros que se enflaquecían con ese alimento, fuera de otros enemigos naturales como los garrapateros, las garzas,  los pájaros del monte y los alcaravanes llaneros.

 

En cuanto a químicos para combatir las langostas se ha utilizado el petróleo y, en Puerto López y Puerto Gaitán (Meta) ensayaron, a comienzos del siglo XXI, el pesticida “cocobacillus acridiorum”, del doctor D’Herelle. Como resultado, informaron al país que “la mortalidad es tal que los habitantes no soportan la fetidez de los cadáveres del crustáceo”.

Desde los pueblos que aparecen en el Antiguo Testamento (Ex. 10, 13-15), luego, para los colonos paisas recién llegados y para los llaneros colombianos de las nuevas generaciones, se trata de una peste bíblica; un castigo divino que, a través de la historia, en distintas culturas, ha provocado el peor de los pánicos.

 

 

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