QUE HUYAN LAS PALOMAS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Las palomas tienen una arquitectura incomparable en el mundo de las aves. Antes que el perro y el gato, aparecen en el Génesis, en compañía de las primeras generaciones de seres humanos.

 

Poco a poco, se fueron convirtiendo en animales de carácter mítico y, luego, totémico. En la cultura judeo cristiana aparecen en el relato del Diluvio Universal cuando una paloma, a la que soltó Noé en 3 ocasiones,  llegó con un ramito de olivo en el pico como señal de que ya había tierra seca. De ahí en adelante, lo que era mítico se convirtió en totémico pues cada persona al ver una paloma pensaba en la paz y soñaba con el amor. “Currrucú, paloma”. En el Nuevo Testamento, cuando el bautismo de Cristo, se “vio al Espíritu de Dios descender como paloma”.

 

Su domesticación ha sido relativa. Un número incontable de palomas inunda las plazas centrales de importantes ciudades. No se conciben la Plaza de San Marcos, en Venecia, ni la Plaza de Mayo de Buenos Aires o la Plaza de Bolívar de Bogotá sin palomas. Niños y perros de los paseantes corren detrás de esas aves.

 

En la cultura cafetera de Colombia, los campesinos fabricaban casitas de madera con techo inclinado, balcones  y varios pisos, en las que se asomaban las palomas y se reproducían. Entre los zarzos de las casas viejas de bahareque se meten huyendo a los cazadores nocturnos, pero no dejan vivir ni dormir a los humanos. Desde el amanecer, pasan el día exhalando gemidos.

 

Niñas y niños hacían comitivas con carne de paloma; se consideraba un pollo de juguete. A los ancianos y a las personas débiles les ofrecían sustancia de palomo y a los moribundos les daban caldito de paloma o leche materna para que tuvieran fuerzas para morir.

  

Pero, en pleno siglo XXI, cuando volvió a encender motores el mito de la Paz, se desmitificaron las imágenes de ese concepto; se riculizaron; se despreciaron; se persiguieron. Para demostrarlo, detengámonos en las palomas de la Catedral de Manizales, con las que hemos pasado de soportarlas a rechazarlas.

 

En agosto de 2014, abrió sus puertas, en la terraza de la torre del reloj, el Café Tazzioli, propiedad de particulares que pagan arriendo. Lentamente, fueron colonizando, con mesitas para los clientes, el sector oriental del interior del templo, al pie del rosetón de tres módulos, en donde, desde antes, habían situado unas esculturas en madera que hacen parte del patrimonio de la catedral pero que las autoridades eclesiásticas no han encontrado donde colocarlas en propiedad pues para eso se requeriría un museo de arte religioso que, pasados los años, nadie de las altas jerarquías se ha comprometido en ponerlo a marchar.

 

Pasadas decenas de años, desde cuando se presentó una escaramuza para envenenarlas pero que la ciudadanía salió a sofocarla, a finales de agosto de 2014, se escuchó en radio el alarido de los locutores porque las palomas de la catedral estaban causando perjuicios al vecindario, a los transeúntes y desaseo en el contorno. Yo no entré a defenderlas porque, para mí, como para muchos más, las palomas son ratas del aire: destruyen todo y, como las ratas, nacen, crecen, se reproducen, se reproducen y se reproducen…  

 

Los locutores, sin que mediara orden o comunicado de la curia o del despacho parroquial, empezaron la campaña para que no arrojaran maíz a las palomas de la Catedral. Acobardados por el escándalo de las emisoras, los que vendían maíz y organizaban la pileta del agua, cargaron el alimento para sus casas, taponaron la llave y las palomas más desesperadas emigraron, en busca de alimentos, a parques como el Alfonso López (Agustinos) y el parque Arango Villegas (Los enamorados). En esos espacios, marchaban unas detrás de otras como ejércitos tambaleantes en búsqueda de comida sin que las almas caritativas atendieran su clamor desesperado.

 

¿Quién patrocinó la campaña en contra de esas aves ornamentales en vez de ensayar un programa de adopción, como varias sociedades protectoras de animales han hecho con los perros callejeros y los gatos? Viéndolas decaídas, flacas, en desbandada o debajo de las llantas de los automotores, recordaba que, hacía cien años, en 1914, con motivo de la I Guerra Mundial, las palomas fueron catalogadas como ´heroínas’ por los servicios de mensajería que prestaban a los ejércitos europeos. En 1870, cuando el sitio de París, M. de la Perre de Roo pidió a Napoleón II que estableciera palomares militares en Francia. Alemania copió el proyecto y, en 1914, se vanagloriaba que tenía 80.000 palomas listas para cumplir el servicio militar por el aire.

 

En Manizales, sin escudriñar qué había detrás de la campaña de exterminio de las palomas, éstas se fueron diezmando para satisfacción de sus detractores. Ya no eran tan románticas como en ese afiche de jabón Palmolive,  que colocaron en todas las tiendas, a los pocos días después de haber coronado a Luz Marina Zuluaga como Miss Universo (1958). En él,  la reina aparecía sonriente, en traje de baño azul y una diadema, con un cuadro de ese jabón en la mano y, en un rincón, dos palomas con los picos juntos en coqueteos amorosos. A partir de 2014, la ciudadanía manizaleña volvió a hacer alarde de su arma secreta: el silencio impune. Con esta arma vencen cualquier fama, cualquier prestigio, cualquier obra, cualquier proyecto, cualquier persona, animal o cosa a la que quieren ver en añicos.

 

Pongámonos en un nuevo escenario estético y de destrucción. El concejo municipal de Manizales se convirtió en un organismo presto a cambiar de nombre a los sitios bautizados por sus antecesores para honrar los nombres de personas a las que la ciudad les debía algún  fruto de sus desvelos. La vía de El Carretero se bautizó Avenida Cervantes y luego, en un momento de fanatismo político, le cambiaron el culto nombre por el de Avenida Santander. Recientemente, a la Avenida Colón le borraron el nombre tradicional por el de Avenida Marcelino Palacio; al Parque Olaya Herrera le modificaron el nombre por el de Parque del Agua Olaya Herrera y al Parque Rafael Arango Villegas (llamado Parque de los Enamorados), le cambiaron el nombre oficial por el de Parque de la Mujer Luz Marina Zuluaga, aunque en forma desconcertante por lo ilógica, desde el barrio San Jorge se puede leer, en letras grandes clavadas en el césped, Parque de la Mujer Rafael Arango Villegas (¡Juajuajuá!). Aún los descendientes de don Rafael, autor costumbrista y burletero, no han puesto la demanda ante el irrespeto con el ilustre antecesor. Y ver que Roma tiene nombres de calles, plazas y monumentos desde hace más de 2.000 años. Los nombres de muchos sitios públicos deben tener un arraigo mayor que el asignado por la biología a una generación, hasta hacer familiares y perdurables esas denominaciones, como herencia cultural de la comunidad, en una época. Que las autoridades civiles construyan nuevos espacios para que les pongan los nombres que se les venga en gana antes de que lleguen otros con la lección aprendida de borrar lo que aprobaron los anteriores concejales. 

 

Ese Parque de la Mujer, en cuestión de mes y medio, fue invadido por muchas palomas que alzaron vuelo desde la Catedral, expulsadas por el  hambre. A medida que avanzaban en los trabajos de construcción del nuevo parque, a finales de 2015 y comienzos del 2016, las palomas revoloteaban por cornisas, techos, muros y entre los materiales. Al instalar la iluminación solar que le pusieron, esas aves se adueñaron de unos árboles artificiales dotados de dicha energía, en donde pasan las horas recibiendo el sol, picoteándose entre sí e ingeniando el rebusque de su alimento. Y aquí apareció lo inimaginable: “El secretario de Medio Ambiente Municipal, Diego Fernando González, indicó que con apoyo del comité aviario estudian medidas para el manejo de las aves silvestres que afectan principalmente al Aeropuerto La Nubia y el Parque de la Mujer. Por eso, un cetrero cazará palomas en el parque y en San Marcel instalarán polisombras en los árboles donde están las garzas” (Laura Sánchez, 15 de febrero de 2016, p.6). El cetrero es un amaestrador de halcones que persiguen y matan las palomas. “Y así evitaremos que dañen la infraestructura”, concluyó, con el mayor desparpajo, el secretario del Medio Ambiente. El titular de La Patria era intimidatorio: “Palomas y garzas, con sus horas contadas”.

 

¿Alguien ha visto la Sociedad Protectora de Animales, sucursal Caldas, preocupada con este colombicidio. O, en este caso, ¿qué más propuestas se le ocurren al “comité aviario”, fuera de desterrar las garzas y aniquilar a las palomas? ¿Por qué si un torero se enfrenta a un toro, es objeto de reproche de la ciudadanía y se busca que nadie agreda un perro, un gato ni compre un perezoso en la carretera, porque se escuchan las amenazas de los que conocen la ley que defiende a los más desvalidos?

 

No se escucha siquiera un susurro hipócrita cuando los voceros de la administración municipal anunciaron que llegará un halcón a exterminar las palomas. El martes 23 de febrero de 2016, el periódico El Tiempo, en su página 1, trajo el titular “Primera captura en Cali por maltrato animal”. Un individuo discutió con su mamá, salió de la casa y regresó a matar un gallo y un loro que tenía la vieja. El hijo ejemplar fue detenido por la policía y está al borde de que lo condenen a pagar de 12 a 36 meses de prisión por matar esos dos animales. ¿Por cuánto tiempo sería condenado el culpable por la muerte de dos docenas de palomas de un parque público en Manizales?

 

Sin ir muy lejos, un odontólogo manizaleño limó los colmillos y recortó las garras de un oso de anteojos de una fundación de nombre Ocumarí, que funcionaba en la parte alta de Pereira, hace ya muchos años, y por esa acción violenta le fue retirada la licencia  para ejercer la profesión.

 

Todo mundo guarda silencio. Ni siquiera se pronuncian  los prohombres que, por ser partidarios de los diálogos de la Habana, sacan pecho con una paloma de hojalata pegada a la solapa del saco. 

 

Las palomas que incomodan a parte de la ciudadanía, en Manizales, deben recibir algún tratamiento, por ejemplo, para que por algún olor, un gas o una descarga eléctrica controlada sean desalojadas de ciertos sitios, en específico o, más de fondo, proporcionarles un alimento que merme su máquina reproductora o las esterilice. Pero que las asesinen, no. “Qué dirá el santo Padre/ que vive en Roma/ que le están destrozando/ a sus palomas”.

 

 

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