¿QUIÉN ES FRANCISCO JAVIER ALZATE VALLEJO?

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Propuesta principal, esta noche, es dilucidar la pregunta: ¿Quién es Francisco Javier Alzate Vallejo?


Cada uno tiene un punto de vista del que no se puede sustraer. Si yo fuera agrónomo hablaría como agrónomo, si yo fuera ingeniero hablaría como ingeniero, si yo fuera astrónomo hablaría desde una cápsula espacial.


Como fui estudiante del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía, profesor de Pacho Alzate, en el grado sexto (actual undécimo), colega suyo en varios de los periódicos que han funcionado en Apía, interesado por algunos temas en los que Pacho ha ocupado parte valiosa de su tiempo, hablo como docente y colega de Pacho.


Lo podemos catalogar como discípulo emérito de don José Álvarez Patiño, en sus clases de Español y Literatura, por allá a mediados de la década de los sesenta del siglo XX.


Para saber lo que representó Don José Álvarez en el panorama pedagógico de Apía basta escuchar a Pacho cuando escribe estas palabras brotadas de una admiración y gratitud sentidas: “Nada puedo decir a ciencia cierta sobre las tempestades interiores de nuestro maestro. Alguna vez escribí a propósito de esa época y de esos maestros del viejo Colegio Santo Tomás de Aquino, que toda esa fusión del espíritu, que hoy es la materia prima de un recuerdo despojado de cualquier sombra de amargura, no se daba en el vacío o por fuera de las vivencias escolares. En el ambiente del Colegio era perceptible la influencia y la presión atmosférica de su sensibilidad y su cultura” (El Cóndor, dic-ene, 2005, p.3).


Sumergido en el clima espiritual de la época, lo primero que supe de Pacho era que se trataba de un futbolista interesado en atajar los tiros que hacían, al arco de su equipo, los contendores contra los que tocaba enfrentarse. A pesar de haber tenido problemas de visión física, fue certero en la portería. Aprendió a cuidar aquello en que se compromete y ser el guarda-vallas solitario en los predios que juraba defender.


Lo segundo que vine a darme cuenta era que Pacho se perfilaba como excelente escritor. Se trataba de alguien semejante a esos atletas que manejan la garrocha y que cada vez se proponen alcanzar metas más altas.


Se dio a conocer como prosista en varios ensayos que presentaba en el cuaderno de tareas de Español y Literatura en donde luchaba por ser claro, sencillo, apropiado en el uso del lenguaje y profundo. Un buen pensador, un excelente lector, un hombre que buceaba en temas diversos con magníficos resultados.


La lista de los periodistas que fueron de su gusto, recuerdo, estuvo encabezada, en una temporada, por Ovidio Rincón, el cronista de la aldea, delicioso de leer. El periodista, nacido en Anserma y criado en Risaralda (Caldas), fue maestro de primera mano de Pacho en el pulimento de su estilo y en algo más serio aún: un individuo con una ética a toda prueba.

 

Pero, creo que la formación de Pacho, como la de los que han logrado descollar fuera de las aulas, fue ante todo, asunto de propia iniciativa, de lecturas producto de las pesquisas personales, de insistentes diálogos de café sobre los problemas sociales y sus causas.


Cuando me enfrenté por primera vez a la exquisita obra del cronista Luis Tejada (Barbosa 1998-Girardot 1924), sentí que estaba leyendo a Francisco Javier Alzate: “Los que han tenido la poca fortuna de nacer en grandes y populosas ciudades, no saben, no podrán comprender nunca lo que significa en la existencia de un hombre el dulce recuerdo de la aldea, donde se vio por primera vez la clara luz del sol”, opinó Tejada, en “La Aldea”, crónica de 1918, cuando apenas contaba con 20 años de edad. Tres años después regresa a la patria chica y, en la crónica “El Pueblo” publicada en El Espectador, lanza este juicio: “Así, el caserío prosigue su existencia igual, soñolienta, bajo el peso de prejuicios invencibles, entregado a la autoridad obtusa y omnipotente de un alcalde y a la ídem, ídem, de un santo cura de almas”. Por el fondo y la forma se diría que su autor, de edad semejante, pudo haber sido Pacho.


Sin embargo, la asociación entre Tejada y Alzate es un asunto de mayor calado. A los dos no les fue extraña la utopía, la defensa de las ideas reivindicadoras de los obreros, la defensa de los más honrados conceptos de la vida y de una siempre urgente revolución intelectual.


Una de las pocas cosas que de Tejada extraño en Alzate es la ironía. Sería difícil encontrar en la suma de textos publicados por Pacho, por ejemplo, un apunte como el que Tejada le confesó a su hermana, en una carta personal: “Tú y yo nacimos en Barbosa, y por eso somos como la caña de azúcar: con el corazón dulce y las hojas cortantes”. Para pensar y escribir con tal sutileza lacerante, se requiere que, adentro, circule mucha rabia contenida, de la que siempre ha carecido Pacho.      


La revelación mayor la dio Francisco Javier Alzate, en el segundo semestre de 1967, cuando se anunció que era el triunfador en el I Concurso de Poesía, del Centro Literario Marco Fidel Suárez. El título de su poema era todo un poema y una tesis: “Poema Inconcluso para el Tiempo”, un texto breve cuya perennidad ha estado sometida a la más rigurosa prueba del tiempo que no cesa y cuya escritura basta para que su autor ingrese a la más exigente antología de poesía colombiana.    


“Del tiempo, solo sé su socavada estructura de ausencia y olvido en los seres; en mí por lo menos; en esta argamasa que ha dejado su dura tempestad inútil. Sólo sé que descarga sobre la voz su peso inmaterial y la va apagando; va llenando de tragedia las palabras. Que es en su forma justa, el invisible camino hacia la muerte, que en sus recodos nos está esperando. Sólo sé que si se mira de frente es un túnel abierto ante el misterio, y que si volvemos la mirada se comprende que somos nosotros los edificantes de nuestra propia ruina”.


Un poema perfecto en la corta dimensión de un párrafo. En esta joya maneja la tesis borgiana del “río que corre en el sueño, en el desierto, en un sótano” pero que, en la vida, el autor trocó en una esplendorosa mañana.


Pacho se hizo periodista no solo por el manejo de la palabra escrita, por la pulcritud y la ética como lección permanente, sino por haberse involucrado en la supervivencia de periódicos locales como El Vocero Estudiantil, La Fragua o El Cóndor. Lo hacía por civismo y como respuesta a los dictados de su propia conciencia. Fue colega periodístico de Virgilio Palacio y Rogelio Espinal que de Dios gocen.


En este recuento tengo que pedir perdón a los tres, a Virgilio, a Rogelio y a Pacho pues, sin proponérmelo, resulté responsable de la prematura muerte de El Vocero Estudiantil. Eso sucedió de esta forma: Corría el año de 1969. El periódico se imprimía en el mimeógrafo del Colegio; para ello, se necesitaban varios esténciles, así como las resmas de papel y la tinta de imprenta que valían un montón de plata. Yo colaboraba con una columna que se llamaba Apostillas sobre la vida cotidiana en Apía. Virgilio y Rogelio me comentaron un día que el déficit del periódico era de 300 pesos y ellos venían sufragando esas pérdidas crecientes, con su sueldo que no era del otro mundo. Un profesor ganaba, tal vez, unos ochocientos pesos mensuales. Y, por hacer bonito, hice feo. Comentamos que, si se llegase a vender el doble de ejemplares, con esos ingresos se cubriría el déficit total. Les propuse que yo escribiría una denuncia sobre los múltiples desaciertos del Señor Alcalde que, entre otras cosas, era suegro mío. Los profesores del Colegio encargados por voluntad propia del periódico harían propaganda para que la gente saliera a adquirirlo el próximo sábado y así no se perdieran de leer la crítica demoledora sobre la gestión del burgomaestre nombrado a dedo por el gobernador de turno. Por el correo de las brujas, el Señor Rector del Santo Tomás se dio cuenta de lo que tramábamos. Como todos los sábados, a las ocho de la mañana, pasó para el Colegio, ubicado en la esquina sur del Parque principal. Se sentó ante su escritorio, en la Rectoría que quedaba a mano izquierda. Entraron don Virgilio y don Rogelio hasta la piecita del fondo, a entregarles, a los vendedores, los muchos ejemplares del Vocero Estudiantil con los que el periódico cubriría todas sus deudas. Los voceadores eran alumnos de los grupos inferiores del Colegio. Cuando cada uno iba saliendo, el Señor Rector lo llamaba desde su escritorio con esta orden perentoria: “Ponga eso, aquí”. Cada muchacho colocó, sobre el escritorio del Rector, los ejemplares que le habían encomendado. No se logró vender ni un solo ejemplar, por lo que la deuda se duplicó. En vez de un déficit de 300 pesos ya había subido a 600. Por la trama, hecha con la mejor voluntad, se clausuró el periódico. Pacho Alzate, como periodista ad honorem, quedó cesante. Me declaro responsable. Ya que Virgilio y Rogelio no pueden hacerse presentes en este lujoso acto, a nuestro colega de periódico, en el que se libraron muchas batallas a nombre del civismo apiano, le presento la voz de mi arrepentimiento y mi condolencia.


¿Quiénes no recuerdan los periódicos La Fragua y El Cóndor? Su cuerpo directivo estaba integrado por Francisco Javier Alzate Vallejo, como director; Francisco Javier López Naranjo, como jefe de redacción; Bernardo Jaramillo Zapata como gerente y, como encargado de la edición, el señor Gustavo Adolfo Álvarez.


En cualquier edición, podíamos encontrar comentarios de Pacho sobre Albert Camus, sobre García Márquez, sobre Simone Weil, sobre un campeón en un torneo de Ajedrez, sobre el gran tablero que fue José Raúl Capablanca, sobre la nostalgia en que nos enredamos como en una bufanda larga, sobre la disputa por el sonido de una campana o los acordes del Ave María, sobre “los fastos de la muerte” de que hablaba Borges, sobre Corapía, pero, también, muchísimas veces, sobre el fútbol o Carlos Arturo Rueda C., a quien catalogó como “el poeta del pedal” y de quien dijo: “las primeras manifestaciones líricas de las que guardo memoria se las escuché con toda seguridad a Carlos Arturo Rueda C.”.


En todas sus cláusulas hay más pausas en el interior de la frase que en su exterior. No se trata de frases nerviosas u oraciones que fulguren como relámpagos. Sus períodos son pausados, llenos de cadencias, como si los estuviera rumiando, dialogantes como si un imaginario lector se hubiera ubicado de cuerpo presente frente a él, en el instante de escoger esta o aquellas palabra para teñir el papel.


Posee la prosa de un avezado ensayista o un consumado novelista. Jamás de un cronista, de un cuentista o de ese magnífico poeta que mora en su interior aunque, en varias ocasiones, ha tratado de estrangularlo.


Pero, Francisco Javier Alzate Vallejo, es mucho más que uno de los mejores escritores con que cuenta el Departamento de Risaralda. Es un extraordinario maestro y un diligente investigador en el área social y pedagógica pues no quiso transitar por caminos trillados.


Ante todo, nuevamente lo digo, ha sido un ser eminentemente ético. A él jamás se le hubiera podido dar el pestilente consejo de: ¡Qué importa que robe con tal de que haga obras!


Su objetivo ha sido el mejoramiento de la juventud apiana y de aquellos grupos humanos que padecen la zozobra de un tiempo en el que todo ha sido tasado por encima de su verdadero valor.


Por sus inclinaciones sociales se puede decir, sin temor a equivocarse, que Pacho fue el discípulo más aventajado del Padre Octavio Hernández Londoño, en el Colegio Santo Tomás. El uno hablaba con fruición y convencía y el otro escuchó y puso en práctica, con empeño vital, esa propuesta de sacar adelante a los campesinos de su estado de postración.


No sólo esto. Para mí, Francisco Javier Alzate hizo de la patria chica el campo de experimentación y los resultados, en varias de sus quijotadas, han merecido los reconocimientos de los expertos y doctores de esas ciencias.


Profesionales que podríamos catalogar, con toda irreverencia, como productos de aquellos proyectos sacados adelante por Pacho han triunfado y esta noche se encuentran en el Club Tucarma para aplaudirlo y por medio de los aplausos demostrar su agradecimiento.


Cada cultura, tiene su forma de imaginarse el paraíso. El verlo como un jardín es herencia de una cultura babilónica. Para otros pueblos, tiene la forma de un recinto cubierto de neblina, de rosas, o de manzanas de oro o de cualesquier otros seres sensuales y cimbreantes. Para los cristianos se trata de un estado espiritual saturado de Dios.


Para Jorge Luis Borges el paraíso tiene forma de una biblioteca y para los apianos se trata de un espacio copado de música. Por eso, esta noche, en el Club Tucarma se entonarán los más bellos efluvios musicales, en homenaje a Pacho Alzate y su vida copada de pensamientos, racionamientos rectos y desvelado servicio. La música es el paraíso de los apianos.


En breves instantes, de las gargantas del coro y los instrumentos de la Banda Municipal emanarán las partículas más sutiles. Percibimos que, en primera fila, estarán, sin duda, esos espíritus privilegiados que fueron don José Alzate, doña Eloisa Vallejo y Filiberto, el hermano, el amigo, el apiano íntegro y jovial. Le rodean además sus hermanos Nidia, Gloria, Fabio y Jaime. Apía está orgullosa de una familia que le ha aportado tanto a la cultura y al progreso de sus habitantes.


Cuando se derramen sobre las cabezas de los asistentes las notas del Ave María de Schubert escucharán que canta don José Alzate, con su voz de bajo profundo. Igual sucederá cuando interpreten el Intermezzo de Calvo o Colombia es una Morena, la bella canción de Carlos Fernando López o Liria, de Armando Ariel Ramírez y Eres Tú del infaltable Rubo Marín. Siempre la música ha convocado, en sutiles abrazos, las almas de los que nos encontramos ubicados en una de las dos orillas de la Vida. Filiberto, sonriente, aplaudirá de pie.


Queridos paisanos: Paradójicamente, hay que salir de Apía para oír hablar de Francisco Javier Alzate con los calificativos más laudatorios.

 

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Apía, Club Tucarma, sábado 26 de mayo de 2012



                        Fco. Javier Alzate V.                                                                    Apía y su campo

 

 

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