SUPERSTICIONES DE FIN DE AÑO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Hablando con caldenses de vieja data me decían que cuando ellos estaban jóvenes no se celebraba, como ahora, el año viejo ni el año nuevo. O sea, en la primera mitad del siglo XX. Los habitantes del Gran Caldas, en su mayoría absoluta, no eran socios de clubes sociales ni estos abundaban en la región. Los bailes con orquestas de postín se celebraban en clubes exclusivos de las grandes capitales y en los trasatlánticos, al estilo Titánic, con confeti y champaña.

 

El treinta y uno de diciembre era un día corriente, en cuanto  a actividades laborales: había que ordeñar, darle cuido a los animales domésticos, hacer de comer para los trabajadores; se viajaba poco porque casi no había carreteras y menos aviones. Si mucho, corrían a la iglesia a las solemnes Cuarenta Horas.

 

No organizaban desfiles con muñecos de trapo; no hacían escándalos radiales pues las plantas de energía eléctrica, las emisoras, los radios y equipos de sonido eran escasos. No había llegado la televisión a Colombia.

 

Se acostaban con las gallinas y, al otro día, se levantaban para asistir a misa y, luego, como si nada, seguir la construcción de esta parcela de la patria que estaba en asombroso crecimiento.

 

En la segunda parte del siglo XX, por influencia  interesada de la sociedad de consumo, la Noche de San Silvestre se ha constituido, entre muchas otras cosas, en la apoteósica tempora de agüeros vulgares. Ni porque se fuera a acabar el mundo.

 

Las ciudades, para los que se quedan en ellas, se tornan en un mercado persa de cucos, calzones o pantis amarillos para damas, con todos los letines y en todas las tallas. Hasta XL.

 

A un lado de esos ventorrillos, la venta de incienso para sacar las malas energías de la casa, las espigas de la abundancia, las uvas  para tragarse a las doce de la noche, fuera de las compraventas de cuanto producto esotérico han inventado, posiblemente, los extraterrestres que han tenido la delicadeza de venirse a habitar con los terrícolas y exprimirles hasta el último centavo.

 

El treinta y uno, por la mañana, debe hacerse un aseo general a la casa, para saludar al año nuevo sin malas y deterioradas energías. Al terminar el aseo se debe encender, en un pebetero, carbón con incienso y ruda y, con él, recorrer, en procesión, todos los cuartos de la casa. Cuidado con un incendio que lo deje para pasar la noche de año viejo en el parque. De no conseguir la ruda, coja una rama fresca de albahaca y úntela de amoníaco. Con ella, se puede asperjar la casa para expulsar los malos espíritus.

 

Es conveniente que la ropa interior amarilla sea regalada por una persona de sexo opuesto y debe colocarse al revés. No han dicho que esté prohibido ayudarle a ponerse los calzones a una amiga en apuros.

 

Haga el esfuercito de estrenar zapatos, por lo menos en ese día del año.

 

La hora del aquelarre son las doce de la noche. Para eso, las cadenas radiales están preparadas. Empiezan con idéntica angustia a la que emplean los locutores con los partidos de fútbol en que se dirime el honor de la patria. El momento más emotivo arranca cuando colocan ese disquito de origen venezolano: “Faltan cinco pa’las doce, el año va a terminar,/ me voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá…”.

 

A las doce en punto suena en todas las emisoras el Himno Nacional de Colombia, como cuando se gana un partido internacional de fútbol o va a hablar el presidente de la república que, en este caso, ha hablado a las ocho de la noche para desearle un feliz año nuevo a todos sus conciudadanos aunque ninguno lo escuche porque todos están en preparativos menos solemnes y jartos. 

 

Al terminar el último campanazo ya hay gente llorando como si se hubiera muerto un miembro de la familia y hay otros, los más fuertes, dando consuelo a las mujeres histéricas aunque también hay varones para quienes ese instante es un trago amargo.

 

Cómase una uva dulce por cada mes del año a sabiendas de que, en la realidad, habrá fechas que serán  auténticos tragos amargos.

 

Vacie un huevo a las doce de la noche en un vaso con agua. Al medio día del primero de enero lea el huevo que dirá si, en el año que se inicia habrá muerte, viajes o matrimonio. Leer un huevo es inventar significados, como si se tratara de una pitonisa, de un tentáculo de la clara o una manchita en la yema; por qué está abajo, en el centro o arriba del agua.

 

Con anticipación lance tres papas debajo de una cama. Una pelada del todo, otra a medio pelar y la tercera déjela intacta. Terminados los saludos a los asistentes, y a oscuras, tome a tientas una de ellas. Si agarró la que tiene completa la cáscara, tendrá éxitos y fortuna. Si le echó mano a la que está a medio pelar, habrá una situación difícil pero superable. Si cogió la totalmente pelada, la situación será de pobreza absoluta.

 

Si la primera persona que toca la puerta es mujer no se le debe abrir porque trae mala suerte. Si es hombre se le debe abrir de inmediato porque trae el éxito. Esta superstición concentra todo el machismo del mundo y no tiene nada de raro que tenga como origen a alguna mujer machista porque, en estos asuntos, que las hay, las hay.

 

Si desea viajar en el año nuevo, coja una maleta y, a las doce de la noche, déle una vuelta corriendo a la manzana. (Cuidado que hay bandas de ladrones ansiosos por ayudarle a carga la primera maleta del año).

 

Quienes no quieran salir a dar lora en la calle con la maleta pueden quedarse en la fiesta para bañarse en champaña. También debe bañar en champaña todas las joyas que lleve puestas esa noche. Si se le envolatan es asunto del destino. El destino existe pero es uno el que le da existencia.

 

Sería conveniente que cambiara la ropa vieja que lleva puesta por ropa nueva apenas el reloj termine de dar las doce. Póngase, si le sirve, la que le regalaron de aguinaldo.

 

Pida que le regalen una espiga de trigo para que haya abundancia de comida en el año que arranca, lo más seguro, con una carga agobiante de nuevos impuestos. Al día siguiente, ante la realidad apabullante, nadie recuerda en dónde quedó la famosa espiguita.

 

Pida monedas a alguien. Así, no le faltará dinero a Usted aunque le falte al otro.

 

 

Báñese con las siete ramas: azahares, albahaca, cedro, eucalipto, sábila, sándalo y sígueme. Toda una farsa que se repite cada 365 días.