SÁLVESE EL QUE QUIERA 

 

Octavio Hernández Jiménez 

 

Se había hecho un esfuerzo descomunal con miras a preparar el país para la pandemia. Varios organismos internacionales como la Organización Mundial para la Salud y la Organización Panamericana para la Salud, reconocían el sacrificio hecho por Colombia, en muchos aspectos, y sus sacrificios no habían sido en vano. Recuérdese la diferencia entre la tragedia padecida por Brasil, Perú y Ecuador, con sus fosas comunes, mientras en Colombia el virus aumentaba paulatinamente y se lograron frenar las crisis desbordadas.  

 

En el programa de televisión que el Presidente de la República dirigía, de lunes a viernes, de 6 a 7 p.m., entre el 25 de marzo y vigente aun en septiembre de 2020, comentó que, de lo hecho, se sacan muchas conclusiones.      

 

Con las previsiones hechas antes de que se presentara el primer caso de coronavirus en Colombia, no se llegaba a 6.000 camas UCI y, al terminar agosto, los hospitales contaban con más de 9.000 camas UCI y se esperaba que en los últimos meses de 2020 se llegaran a dotar los centros de salud seleccionados con UCI, hasta completar las 10.000. Mientras en otros países sí había ocurrido, en Colombia no se había negado a nadie una cama. En ciertas ocasiones, en Bogotá y otras capitales como Barranquilla, Cartagena y Leticia, se llegó a tener ocupado el 90-91-93-95% de UCI pero, entre marzo y septiembre de 2020, nadie había tenido que morirse en los andenes. 

 

Se concluyó la primera etapa. Bogotá, Medellín, Cali y Pasto llegaron a una meseta, o sea que tendían a una estabilización. En Barranquilla, Leticia, Cartagena, Quibdó y Tumaco pasaron el primer brote. Santa Marta, Sincelejo, Popayán, Valledupar y Villavicencio estaban en la meseta previa. Manizales, Pereira, Armenia, Ibagué y Cúcuta eran las más rezagadas entre las capitales departamentales y, por lo calculado, estas capitales intermedias llegarían al temido pico en los últimos meses de 2020 y comienzos del 2021.  

 

En cuanto al Eje Cafetero, el Instituto Nacional de Salud (INS), informó los resultados de un análisis estadístico: “Pereira podría estar iniciando su pico (o número máximo de contagios) a principios de septiembre. Manizales que, según las proyecciones del INS, llegaría a los 2.200 casos nuevos semanales, podría tener su punto máximo entre la primera y segunda semana de octubre. Y el pico más retrasado sería en Armenia, hacia finales de diciembre y comienzos de 2021” (El Tiempo, 22 de agosto de 2020, p.1.2).  

 

Concluyó la preparación. Las dependencias nacionales, departamentales y municipales del Estado, habían corrido a alistarse. Este proceso arrancaba por buscar el dinero necesario para salir de compras. En cuestión de dos o tres meses, se adecuaron varias áreas de hospitales públicos, se alistó el personal hospitalario que se requería con urgencia igual que camas y vestuarios indispensables; se redactados decretos básicos, protocolos, presupuestos de asuntos tan variados como ventiladores, desinfectantes, lavamanos, caretas, tapabocas, mercados, apoyos económicos a los grupos más vulnerables y nos sumergíamos en la primera de varias cuarentenas seguidas. Nadie había estado en una situación igual. 

 

El Presidente informó que, el 31 de agosto, concluiría la tercera cuarentena sucesiva y empezaría la etapa de las corresponsabilidades de los colombianos con alguna sindéresis. A partir del 1 de septiembre, todos a cuidarse y, con relación a los confinamientos, se iniciaban los aislamientos selectivos. Se les insistía a los mayores de edad que no salieran a pescar un virus gratuito, igual que los que tuviesen comorbilidades como hipertensión, diabetes y enfermedades cardíacas. Arrancaba la etapa de la corresponsabilidad ciudadana, de empresas e instituciones, sin eventos masivos, ni restaurantes y discotecas. Del buen comportamiento ciudadano dependería que hubiese o no rebrotes. La “emergencia sanitaria”, para dar medidas rápidas y legales en cuestiones de salud, se extendería hasta el 30 de noviembre. El lema de los colombianos de ahora en adelante sería: Sálvese el que pueda. O, mejor, Sálvese el que quiera. 

 

El martes 25 de agosto, al medio día, en los noticieros de televisión, difundieron el efecto que tuvo la intervención presidencial en lo relacionado con el fin de la cuarentena y el comienzo del confinamiento selectivo. Pasaron revista a Bogotá y varias capitales del país. Ahí estaban los informes sobre Manizales y Pereira. Causaban desconsuelo. Por las carreras 23 y 22 de la capital caldense avanzaban aglomeraciones sonámbulas No cabían en los andenes y se tiraban a la calle por donde no podían avanzar los vehículos. Como en ferias y sin la incomodidad del tapabocas. Archivaron en sus casas el autocuidado.  

 

La respuesta explícita e implícita de la gente era: El presidente ya dio por terminada la pandemia; vamos pa’fuera. Era como abrirle la puerta a un gallinero. Parecía que no supieran o no quisieran leer y escuchar. Concluían las cuarentenas generales y estrictas; no  la pandemia. Como si los sacrificios ingentes a los que hemos estado sometidos hubiesen sido producto de un simple decreto gubernamental, sin una motivación real y trágica.  

 

Los informes que mostraban las cifras de 25.509.135 contagiados de coronavirus, y los 850.902 muertos, en el mundo, hasta el 1 de septiembre de 2020; los 649.069 contagios y 20.052 muertos, en Colombia, no habían despelucado a esa barahúnda de aglomeraciones amorfas. Ni los 2.941 contagiados y los 60 muertos, en Caldas; ni los 1.522 infectados y 20 fallecidos,  en Manizales, les hacían mella. En 5 meses, no se dieron cuenta del agua que los mojaba. Volvieron a pensar que el poder era todo propio y que ellos tenían la única voluntad dominante. 

 

 

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