TOPONIMIA CAPRICHOSA, EN MANIZALES

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En el mes de noviembre de 2015, el concejo municipal de la capital caldense decidió cambiar el nombre de la Avenida Colón por el de Marcelino Palacio, un activo colono que llegó a ocupar la alcaldía de Manizales. Falta ver cuánto demorará la ciudadanía para acogerse a los caprichos de los concejales.

 

Y es que la toponimia o nombres de lugares pertenecientes a un conglomerado, tiene mucho de caprichosa. Veamos: Sin salir de esta ciudad, al finalizar la década de los setenta del siglo XX, el gobierno departamental abrió varios colegios de secundaria, en el perímetro urbano. En los despachos oficiales escogieron como topónimo de uno de esos establecimientos el nombre del expresidente liberal Alfonso López Michelsen de quien uno de los jefes políticos de la región había sido obsecuente servidor. Para congraciarse con los contendores políticos resolvieron, inspirados en el rey Salomón, bautizar otro establecimiento creado, en la misma racha, con el nombre del expresidente conservador Mariano Ospina Pérez. Y, así aplaudieron los de uno y otro bando.

 

De igual forma, parece extraño que abunden barrios y establecimientos educativos con el nombre del expresidente norteamericano John Kennedy habiendo tantos valores regionales sumidos en el completo olvido. Lo de Kennedy se explica, fuera de su imagen publicitada y su trágico destino, por haber puesto en marcha la Alianza para el Progreso que sembró de escuelitas los pueblos y veredas de la nación.

 

En el listado escolar, faltan los homenajes a los valores que ha producido la región y han logrado un renombre a nivel nacional. Cuando en Manizales se han materializado esos homenajes, después, son exactamente esos mojones culturales los que desaparecen o se le cambia de nombre como si se tratara de terrenos baldíos. La estela de cemento en que se leía Avenido Silvio Villegas (el político, el orador, el periodista y autor de La Canción del Caminante), fue arrancada y demoró mucho tiempo en un sardinel vecino antes de que desapareciera. Ese tramo tan corto, entre El Cable y la Universidad de Caldas, volvió a llamarse Avenida Lindsay.

 

En la capital de Caldas, todos hablan de la Avenida del Centro, ubicación sin nombre, y a pocos se les ocurre referirse a ella, según varios avisos y un busto de buena factura,  como la Avenida Gilberto Alzate Avendaño, en honor del fogoso orador y político caldense que en su momento tuvo muy cerca la presidencia de la república.

 

Un busto de Arturo Gómez Jaramillo, periodista y traductor, ubicada en el Alma Mater Caldense, y el de Aquilino Villegas, poco después de haberse instalado en la glorieta de Villa Pilar, fueron destruidos por estudiantes universitarios,  ajenos a cualquier filosofía, en noches de licor. El busto de Francisco José de Caldas desapareció de su pedestal, en el parque de la Gotera de la Universidad de Caldas y nadie pronunció palabra.

 

No eran demasiados los manizaleños que sabían cuál era el Parque Rafael Arango Villegas, letrado que hizo gala, en su novela Asistencia y Camas, de un suculento costumbrismo distinto al de Tomás Carrasquilla. Pero muchos sí recordaban que ese formidable divisadero empezó a llamarse Parque de los Enamorados, precioso topónimo aunque la realidad social que padecen los que por allí se aventuran no sea tan placentera.

 

Como los caprichos llegan y pasan,  el concejo municipal, en 2015, rebautizó al Parque de Los Enamorados como el Parque de la Mujer y al parque Olaya Herrera como parque de las Aguas Olaya Herrera y ya muchos no hablan sino del Parque del Agua. Quien no respeta lo que han hecho los demás que no espere que le respeten lo que él hizo o deshizo.

 

El parquecito de entrada al barrio Palermo se conoció popularmente como Parque de las Garzas aunque esas aves blancas se adueñaron de unos sauces junto al semáforo, un poco más arriba, al borde de la avenida que lleva al centro de la ciudad. A partir de 2001, pasó a llamarse, extrañamente, parque José María Escribá, en honor del clérigo español fundador del Opus Dei.

 

Para información de muchos, el parque Champagnat queda al frente de la iglesia de Cristo Rey, junto a la Avenida Santander que antes ostentó el dignísimo nombre de Avenida Cervantes. Champagnat, en honor del fundador de la comunidad de los Hermanos Maristas que regentaron el Colegio de Cristo, a un lado del Teatro Fundadores y en donde se formó la dirigencia manizaleña de una época. Extraña el nombre de Champagnat en ese retazo de tierra que bien pudiera llamarse Parque de los Poetas pues queda al frente, por el lado de la Avenida Santander, de la casa que habitó el matrimonio de los bardos Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza de Jaramillo Meza. El colmo sería que, ahora, cuando dicen que van a abrir un almacén de antigüedades en la casa de los Jaramillo Meza, arrancaran la placa de mármol que, en su honor, colocaron el Banco de la República y el Instituto Caldense de Cultura, en la fachada de ese inmueble. Jaramillo e Isaza marcaron una época en la Manizales cultural de antaño; y, por el otro lado, ese parquecito limita, pared de por medio, con la que fue la Casa de Poesía Fernando Mejía.

 

Que maravilloso sería que, algún día, la toponimia de los lugares anteriores les diera la razón a la lógica y la poesía.

 

Entonces, a pesar de sus méritos, que no se extrañe nadie porque ninguna entidad cultural en el departamento, a excepción del Centro Cultural de Risaralda (Caldas) y una cuadra de calle en Manzanares,  ostente el nombre de Bernardo Arias Trujillo, escritor nacido en esa ciudad del oriente caldense y muerto en Manizales, con obras como la novela Risaralda y otros textos que aún levantan roncha. Sobre él gravita, como un péndulo de hierro, el escarnio y un veto de los alguaciles de la moral obvia, por su vida apta para mayores de edad pero prohibida para menores de criterio. Ignorancia, olvido o desprecio. Envidia o inquisición del silencio.

 

En 2002, un miembro del Centro de Historia de Manizales propuso que, al parquecito de El Banano, un separador de calle con algunos árboles, que queda en el barrio Belén, se le diera el nombre de Otto Morales Benítez, intelectual caldense que rebasó las fronteras nacionales. Propuse solicitar al Concejo Municipal que impusiera el nombre de Otto Morales Benítez al parque del barrio Estrella. El presidente del Centro de Historia se opuso con el argumento fuera de tono de que ese homenaje se lo tributaran en Riosucio pues no había motivos para hacerlo en la capital del departamento siendo que toda capital debe aglutinar todo lo bueno que se dé en la provincia que gira a su alrededor.

 

Digna de felicitación sería la sociedad que aboliera las vanidades y zalamerías a través de nombre dados a lugares e instituciones, y que todos sus miembros tienen que aceptar a las buenas y las malas. Sería una respetable dosis iconoclasta si esa apatía o antipatía, al estilo Savonarola, brotara de una filosofía según la cual, recordar esos nombres es quemar hostigante incienso a los protagonistas de intrigas parroquiales o de un pensamiento anquilosado.

 

Pero no. Se pasa por alto, se olvida o se desprecia lo propio para ufanarse de lo foráneo. A veces, de iguales o inferiores méritos. Falta que nos palpemos y nos hallemos. La identidad caldense como empeño.

 

 

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