VALLE DEL RISARALDA, MÁS QUE UNA BELLA REGIÓN

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Hace unos 70 millones de años ocurrió lo que, en el lenguaje humano, catalogaríamos como una de las peores catástrofes en la región occidental de la república de Colombia.

 

De la configuración de antes no se quedaron viendo más que las pezuñas de lo que fue una cordillera que, en vez de ir de sur a norte como la actual cordillera de los Andes, iba de norte a sur.

 

Quedaron visibles dos apéndices de una cordillera que se ramificaba en lo que conocemos como Cuchilla de Apía y Cuchilla de Belalcázar. En la mitad de los dos retazos de cordillera queda el Valle del Risaralda llamado así porque por la mitad desciende una corriente de agua con ese nombre.

 

El río Risaralda corre de norte a sur hasta encontrarse con el Cauca que se abre paso de sur a norte. Ese valle ha sido visto como uno de los parajes más idílicos de la patria, lo dicen tanto  nacionales como visitantes extranjeros.

 

No siempre se llamó así. En tiempos de los indios ansermas se llamaba Valle de Amiseca o Valle de Apía pero, con el ingreso de los españoles, Robledo lo llamó Valle de Santa María. Había ingresado otra cultura.

 

Las huestes de Carlos V subieron por las cuchillas de Apía y Belalcázar persiguiendo el sitio de donde extraían la mayor parte del oro con que los indios calimas, quimbayas y otros pueblos elaboraban la regia mitología de dioses y rituales que identificaban cada una de esas culturas.

 

Los nativos respondían a los primeros españoles: Más arriba, más arriba; en las peñas de Marmato. Antes de los españoles, transitaron por esa misma ruta, conocida como Camino del Indio, los súbditos más norteños del emperador de los incas. El camino de occidente nacía en el Cuzco nombre que significa “ombligo del mundo”.

 

Tucarma, un indio de 20 años, fue el primer héroe y mártir que comandó un reducto de indios, contra los españoles, en el Bajo Occidente del actual Caldas y Risaralda. El Mariscal Robledo lo capturó, lo hizo cristianizar y lo ahorcó. Pocos le rinden el homenaje que merece.

 

Los resguardos de Acapulco y La Morelia, en los contrafuertes de la cuchilla de Belalcázar, cuentan con igual o peor amenaza que aquella que aniquiló los pueblos indígenas de este valle, en el siglo XVI.  

 

Con empalizadas como murallas y convento de franciscanos para cristianizar a los indios, Anserma fue la avanzada de los españoles en la ruta de la montaña de oro que les prodigó el precioso metal, hasta mediados del siglo XVIII cuando no se justificaba subir, de balde, desde Popayán, la capital de la provincia, hasta Anserma. Se había agotado la veta de oro de entonces.

 

Los españoles se seguirían proveyendo del metal dorado en los ríos del Chocó. Los españoles fundaron la ciudad de Anserma Nuevo, en el norte del actual Valle del Cauca y a ella trasladaron el gobierno regional.

 

Los amos de entonces avanzaban desde Popayán y Cali hasta el cruce del camino oriente-occidente con el llamado, desde hacía dos siglos antes, Camino Real que iba de sur a norte. Actualmente, en ese cruce, está ubicado Apía. Se torcía hacia la izquierda, hacia Jamarraya (más abajo de Pueblo Rico) y, de allí, regresaban con las muladas cargadas de oro, rumbo al sur.

 

Fuera de la Campaña Libertadora, uno de los acontecimientos más destacados del siglo XIX fue la Colonización del centro-occidente colombiano procedente, en gran parte, de los pueblos del sur y suroeste del Estado de Antioquia.

 

Los desplazados emprendieron el camino hacia el sur no solo por hambre sino también huyendo de las facciones que los podían enrolar, contra su parecer, en los ejércitos o guerrillas que tomaron parte en las Guerras Civiles.

 

El desplazamiento hacia tierras más apacibles demuestra que, en las guerras civiles, no tomaron parte todas las regiones y pueblos de Colombia. La guerra no ha sido un denominador que totalice, en cada período, los pueblos de todo el país.

 

Entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, tuvo lugar la cuarta fase de la colonización antioqueña. En esa temporada ocurrieron la refundación paisa de Anserma y el poblamiento de los que se convertirían en los municipios de Quinchía, Arenales (Belén), San Antonio de las Cáscaras (Apía), Los Santuarios (Santuario), Mocatán (Mistrató), La Soledad (Belalcázar) y luego, San Joaquín (Risaralda), San Gerardo (San José) y finalmente Viterbo.

 

El Valle de Santa María ya se llamaba Valle de Risaralda, dice Rufino Gutiérrez, hijo del poeta Gregorio Gutiérrez González, debido a que el español Emilio de Lizarralde tenía una extensa propiedad en lo que es el valle mencionado. La deformación fonética ha sido una constante en la verbalización de muchos idiomas, entre ellos el español.

 

Viterbo, fundado el 19 de abril de 1911, fue el broche de oro de ese período en que se pobló el mapa del Viejo Caldas. El 28 de febrero de 1911, en la Hacienda La Cecilia, jurisdicción del Apía de entonces, se firmó el acta de fundación de Viterbo y se organizó la Junta Pobladora.

 

El padre Nazario Restrepo, párroco de Apía, fue adalid de ese acontecimiento. Lo hizo mandado por el primer obispo de Manizales, Gregorio Nacianceno Hoyos, cuyo hermano era juez en Apía y al que visitaba con frecuencia en plan familiar.

 

En la carta (20 de febrero de 1911) que el cura envía a don Jesús Constaín, residenciado en Santa Rosa de Cabal, solicitándole una franja de terreno, en el Valle del Risaralda, para fundar a Viterbo, lo dice: “Desde hace varios años, ha venido hablándome el señor Obispo de Manizales, del halagüeño porvenir a que está llamada esta región; y como me instó, en repetidas veces, para que viniera a encargarme de esta parte de su diócesis con el fin de impulsarla hacia sus gloriosos destinos, hube de aceptar a sus deseos”.

 

Pero no se trataba de una fundación más; no era un poblamiento espontáneo. “Más tan pronto como estuve en esa población (Apía), comprendí que no era éste el punto a propósito para desarrollar mis ideas de progreso; que no era éste el campo de acción; que no estaba aquí el centro de gravedad. Ese campo de acción, ese cambio de operaciones está a mi parecer en el óptimo valle del río Risaralda”.

 

Aunque la carta está fechada en “Apía”, el que diga “tan pronto como estuve en esa población” (Apía), sugeriría que la redactó posiblemente en Manizales pues todavía no existía Viterbo. De Manizales le quedaba más fácil el envío de una carta a Santa Rosa de Cabal y Nazario venía con frecuencia de Apía a la capital caldense.

 

¿Para qué soñaba con esa fundación? ¿Para ampliar las fronteras cafeteras, como lo afirman muchos? ¿Para conseguir provisiones o descanso de quienes iban de Bogotá o Manizales para el Chocó? Los viajeros salían de Apía, a las 6 de la mañana, a caballo, y llegaban a medio día a San José; allí almorzaban y continuaban, en las bestias, hacia Manizales a donde llegaban cuando las campanas entonaban el ángelus.   

 

Escuchemos lo que Nazario dejó escrito: “Desde él mismo día y hora en que llegué vengo trabajando activamente sobre la navegación del río Risaralda; he ido a reconocer parta de su curso; he tomado informes y los he transmitido a algunas compañías a quienes interesa por razón de sus negocios de café y la navegación de aquel poderoso afluente del Cauca y los he transmitido también a la Junta Departamental de Obras Públicas pidiendo auxilio para la despalizada y la limpia del río. Muy pronto bajaré en balsa desde el punto donde se construye el puente hasta La Virginia para convencerme personalmente de lo factible de la navegación”.

 

El padre Nazario Restrepo soñaba con su Viterbo como un puerto. “Como estoy convencido de que este será un hecho dentro de poco, me ha preocupado enseguida la idea de la fundación de un pueblo que fomente aquella empresa, sobre el río; en el futuro puerto y muy cerca del puente”.

 

Mucho se ha dicho que, antes de la fundación de este pueblo, nadie se atrevía a colonizar ese valle por pavor a enfermedades como la malaria, el paludismo, la fiebre amarilla, la leishmaniasis, asunto que sucedió en otras tierras de clima ardiente. Con seguridad que también ocurrió, en el Valle del Risaralda, varias décadas antes, cuando estaban poblando los demás pueblos del contorno.

 

En el segundo párrafo de la respuesta, don Jesús Constaín le responde al cura: “Cerca de veinte años hace que me ocupo en este valle, en trabajos de agricultura, montaje de fincas y ganadería, lo que me ha obligado a estudiar de una manera inmediata la zona, en cuanto a su topografía, ecografía, condiciones del suelo y forma íntegra de la región”. O sea que el valle se estaba tecnificando desde 1891.

 

Y, como buen caucano, no desperdicia la oportunidad para comentarle al cura, en forma irónica: “En un principio y hasta una década atrás, pocos eran los trabajos por montar fincas de ganadería emprendidas por los inmigrantes antioqueños quienes preferían aumentar o fomentar los nacientes caseríos tales como el ya mencionado Belalcázar, el Guamo, Santa Ana, los cuales llegaron a su desarrollo muy limitado por cierto. Han tomado hoy revancha otros como San Joaquín (actual Risaralda) y el Socorro que no lograron mejor porvenir”.  

 

Según la historia tradicional, los antioqueños eran expertos en derribar montes, sembrar maíz y fríjol, fuera de cebar marranos. Con Jesús Constaín, tenemos a los antioqueños poblando caseríos, arriba, en los caminos, pero no interesados en abrir ganaderías que por lo visto, en este caso, era una actividad económica proveniente del sur caucano. Empresa de ricos.

 

En 1917, las empresas en la que participó Constaín y otros como Jesús Velásquez, Pablo Emilio Salazar, Federico Delgado, Antonio María Cadavid, vocales de la Junta Pobladora, mostraban el éxito deseado. Así lo vio don Rufino Gutiérrez: “Al sur (de Anserma), el bellísimo y extenso valle plano del Risaralda todo abierto hoy y cubierto de grandes dehesas de pastos artificiales, pobladas de ganados de ceba”.

 

Ese valle poblado de guaduales y sembrado con “pastos artificiales”, como refiere Constaín, con un lenguaje técnico que parece de hoy en día, duró con esa explotación agropecuaria hasta los años 80 del siglo XX cuando, instalado el Ingenio Azucarero del Risaralda, sus propietarios se empeñaron en arrendar tierras ganaderas, en el Valle del Risaralda y el vallejuelo del río Mapa, para convertirlas en cañaduzales.

 

Por la altura de la caña, han taponado muchos paisajes que antes se veían despejados desde la carretera central que atraviesa el valle de sur a norte. Por ahí cruzará la autopista Pacífico 3, luego de atravesar, bajo el pueblo de San José, el túnel de La Tesalia.

 

En la década de los 90 empezaron a construir condominios con cabañas para solaz de la gente proveniente de pueblos y ciudades como Pereira, Cartago, Manizales, Anserma, entre otras muchas.

 

En 100 ó 200 años, el dulce valle cantado por Bernardo Arias Trujillo en su texto “Risaralda”, redactado en la hacienda Portobelo, ubicada en las afueras de La Virginia, podría tener otro nombre.

 

De Amiseca o Valle de Apía pasó a llamarse Valle de Santa María y de Santa María a Valle del Risaralda. Ese futuro nombre, desconocido por nosotros, podría ser en inglés o para denominarlo utilizarían alguna de esas palabras estrambóticas que se inventan para bautizar edificios,  barrios o nuevas ciudades.

 

Al empezar el siglo XXI,  imaginemos al padre Nazario Restrepo detenido sobre el puente por el que se accede a Viterbo, contemplando el cauce actual. Jamás soñaría en convertir esa corriente en una vía acuática navegable por la que descenderían las barcazas cargadas de café con rumbo a Puerto Chávez o La Virginia; de allí ascenderían por el soñoliento Cauca, hasta las cercanías de Buga en donde arrumarían la carga en el tren hasta Buenaventura.  

 

En 1960, el río Risaralda tenía 8 veces el caudal que baja, 55 años después. La pérdida de agua no es solo asunto del Fenómeno del Niño que, entre el segundo semestre de 2015 y finales del primer semestre de 2016, fue uno de los peores de los que se tenga noticias, en la región andina, de Chile a Estados Unidos.

 

Se trata de un factor que hay que tener en cuenta pero hay otros. Las laderas de las dos cuchillas están copadas por los cultivos de café, sin quebradas, pues la Federación de Cafeteros, en los años 60 del siglo XX, animó a los campesinos a tumbar montes y sombríos para sembrar caturra.

 

Como si fuera poco, los 30 condominios plantados en el valle del Risaralda, en territorios pertenecientes a Viterbo, Belalcázar y San José, consumen demasiada agua como también los cultivos de cítricos, caña y, como si fuera poco, los estanques artificiales para la cría de peces con miras al mercado nacional e internacional.

 

Y, el colmo. El arroyo que baja por la mitad del Valle del Risaralda ha concluido como alcantarilla de Anserma, Guática, Mistrató, Belén, Viterbo y de la mitad de los alcantarillados de Risaralda, San José, Belalcázar y las veredas que dan a la ladera occidental de la cuchilla de Belalcázar, pues la otra parte de alcantarillados baja al río Cauca y en ese río se encuentra con los alcantarillados que vienen desde Popayán, recogen las porquerías del Valle del Cauca, Quindío, Risaralda y la mayor parte de los municipios de Caldas, incluyendo la capital, con la excepción de los pueblos del oriente que envían sus detritus a la cloaca en que terminó convertido el río grande de la Magdalena, el río de la patria.

 

En el año 2016, por los medios de comunicación virtual, promovían la venta de casas en dos poblados campestres que han empezado a construir, en el Valle del Risaralda. No se trata de condominios sino de ciudadelas “con el placer de vivir en un club”: piscinas, campos deportivos, supermercado, avenidas, jardines, salas de juegos y demás embelecos de la sociedad de consumo.

 

Uno de esos poblados quedará en territorio del municipio de San José y otro en terrenos de Viterbo. Más carga poblacional para el, hasta ahora, verde valle, y de aguas servidas para el río, si es que, en unas decenas de años, todavía, existe el río pues, en 2016, el Risaralda era un riachuelo, por no decir una quebrada. No tiene nada de raro que termine como uno de esos prosaicos caños de cemento que atraviesan la capital del país.

 

 

<< Regresar