VENEZOLANOS  BLOQUEADOS 

 

Octavio Hernández Jiménez 

 

El lunes 8 de junio de 2020, Venezuela puso en marcha  nuevas medidas sobre inmigración adoptadas por el presidente de ese país. Solo admitirían el paso de 300 venezolanos que regresaran a su lugar de origen, lunes, miércoles y viernes. Y, el resto de días, que no insistieran. Según la periodista Andreina Itriago, en ese entonces,  ya habían retornado, por la frontera con Colombia, 74.000 venezolanos que se unirían a compatriotas de distintas procedencias hasta ajustar, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 330.000 venezolanos de nuevo en su patria. “La cifra, sin embargo, es ínfima si se compara con los 5 millones de venezolanos que, se calculaba, habían salido de su país”. Después de restar los que han salido, de la última migración quedarían, en Colombia,  más de 1.700.000 venezolanos. “El problema no es la cantidad, sino la dimensión que tiene este retorno; lo mal que ha sido este retorno forzado. Se da en condiciones igual de vulnerables, igual de peligrosas que cuando ellos salieron de Venezuela… No solo se fueron del país por emergencia, sino que se ven forzados a regresar y los dejan ingresar” (Andreina Itriago, 9 de junio de 2020, p.1.2). 

 

Colombia cayó en la cuenta de que no había pasado lo más crítico de la tormenta. Aumentaban las aglomeraciones de venezolanos, en la frontera con el Ecuador, en parques de Cali, de Bucaramanga, de Cúcuta. Carecían de trabajo y de lo indispensable. En la frontera con el Ecuador, grupos grandes de nariñenses derribaron puentes provisionales y taponaron trochas que usaban los de uno y otro país para pasar contrabando y gente sin papeles, tratando de impedir el cruce de la frontera por parte de venezolanos procedentes de Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Argentina que trataban de llegar a su patria. El afán desesperado de los nariñenses por torpedear los pasos ilegales se los dictaba el pavor al coronavirus que en Ecuador, Perú y Chile mataba, desde hacía varios meses, a miles de personas. Suponían que los que se apretujaban en la frontera llegaban, entre los morrales, con la peste.  

 

En Bogotá más de 400 venezolanos acamparon en la Autopista Norte exigiendo que los llevaran en buses hasta Cúcuta para ellos poder continuar su camino. Pero Migración Colombia no permitió que siguieran porque eso equivaldría a trasladar y agigantar el problema pues, se sabía que, de Cúcuta  y el Puente Simón Bolívar no podían avanzar, por órdenes superiores del otro lado. Desde hacía varios años, en el país bolivariano,  carecían de agua, luz, gas, gasolina, comida para los habitantes estables y, menos, para los que regresaban. Los servicios hospitalarios eran muy precarios. Más de 15.000 enfermos renales se quejaban porque carecían del tratamiento adecuado. Enfermar en Venezuela se tornó en una agonía.  

 

Desde el último año, el deslumbrante país, en todo sentido, rico, riquísimo, el más rico, con las mayores reservas de petróleo del mundo, empezó a recibir gasolina importada en barcos cisternas desde Irán, más allá de la quinta porra. En la última década, seis centrales procesadoras de petróleo habían sido abandonadas por en físico deterioro. Maduró taponó el paso, en la frontera con Colombia, para que sus paisanos no regresaran a complicarles la vida. La vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, repitió que los que retornaban eran una bomba biológica. Pretendía sembrar en sus paisanos la sospecha de que los que iban buscaban contagiar a los que estaban allá, con el coronavirus.  

 

La administración de Bogotá, propuso a los aglomerados, en la Autopista Norte, que regresaran a unos albergues dispuestos para recibirlos pero, en el primer momento, no aceptaron. El personal médico de la capital fue hasta los cambuches en la Autopista para practicarles el test que daba como resultado el dato si tenían o no el coronavirus, y tampoco aceptaron. El presidente Iván Duque, en la Radio Nacional de Colombia, (8 de junio de 2020), manifestó que “esto será un tema que debe observar la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través de su oficina para los refugiados, porque los colombianos estamos facilitando ese proceso humanitario pero el régimen de Venezuela está tratando de limitar la llegada de esos connacionales a su país”.  

 

Al día siguiente, 9 de junio, 40 venezolanos de la Autopista Norte, decidieron aceptar el albergue que les ofreció el Distrito. Ese mismo día, varios venezolanos que habían salido para Venezuela, en abril de 2020, habían ido hasta allá, habían visto lo que les esperaba y habían decidido retornar al centro de Colombia. Eso no tendría nada de raro si no fuera porque, el mismo día, una congresista venezolana de la oposición, desde Caracas, denunció que todo el lío armado, en la Autopista Norte de Bogotá, había sido organizado por Maduro y sus seguidores para sabotear al gobierno colombiano buscando derrocarlo. Se puso el dulce a mordiscos.    

 

Según Lala Lovera, una caraqueña ilustrada residenciada en Colombia, “el retorno de los migrantes venezolanos no se está produciendo de manera voluntaria enteramente, como se ha querido mostrar. Se está generando como consecuencia del miedo y las incertidumbres que se han generado con el coronavirus” (Diana Ravelo, ibid.). Varias fundaciones que se han encargado de los venezolanos en Colombia han trabajado mucho tratando de buscarle solución a problemas de último momento. Lala Lovera dice que ellas y sus compatriotas han enfrentado lo que se vino encima “con trabajo en equipo, buscando confinamientos  preventivos obligatorios, haciendo ver que para muchos ese viaje puede tratarse de espejismos que se han formado en medio de la crisis ocultando dolorosas historias de vida de familia, jóvenes y niños que están siendo doblemente victimizados. Puede ser un eufemismo para disimular un problema de desplazamiento doloroso, peligroso y desnaturalizante”.  

 

¿Cómo les ha ido a los reemigrantes al verse de nuevo en su primera patria? FundaRedes, una ONG de activistas de derechos humanos del vecino país, rechazó la “improvisación en el manejo de los migrantes que estaban ingresando a Venezuela y eran llevados a centros educativos y otras instalaciones sin adecuado suministro de agua potable, electricidad, sanitarios, seguridad y mínima habitabilidad” (El Tiempo, 12 de abril de 2020, p. 1.12). 

 

Pero, no solo improvisación. En otros poblados hubo enfrentamientos entre los que estaban establecidos allá, desde antes, y los que retornaban. La ONG FundaRedes lo confirmó: “La llegada de unos 4.000 migrantes forzados que retornan al país a través de la frontera tachirense ha generado alarma, temor y angustia en comunidades de San Antonio, El Palotal, Ureña, Los Capachos, Rubio y San Cristóbal, donde se han producido protestas con cierre de vías y los vecinos se han organizado para hacer vigilias frente a los centros educativos para evitar que cientos de retornados sean instalados en lugares que no han sido edificados para servir de refugio”. Por esos días denunciaron que, a algunos de los recién llegados a Venezuela, funcionarios de ese país habían entregado comida en mal estado y habían sido maltratados (Ibid.). A esos pobres venezolanos se les podría tildar como los sin patria. 

 

Ya establecidos en su tierra, les tocó a los recién llegados participar de las afugias que estaban padeciendo los que no se habían movido. Para agosto de 2020, una periodista de televisión, en un informe originado en Caracas comentó que, el 30% de los venezolanos  que continuaba, allá, padecía hambre; como muestra de esa situación mostró a grupos de personas buscando frutos en los árboles de mango que había en las calles de Caracas. Era su posible y única comida. No había para más. Con el agravante que ya estaba finalizando, en ese país, la cosecha de mangos.  

Detractores de Maduro comentaron que él había patrocinado el regreso de sus compatriotas a Venezuela porque requería argumentos para solicitar a organismos internacionales las ayudas que habían enviado a otros países latinoamericanos para el sostenimiento de los desplazados venezolanos que se esparcieron por Suramérica; como si fuera poco, el Fondo Monetario Internacional, en forma acelerada, le había negado a Maduro un préstamo por 5 mil millones de dólares que necesitaba con urgencia. 

 

La mayoría de 1.825.000 venezolanos que llegaron y de los que 800.000 personas se habían oficializado en Colombia, en la oleada más reciente, continuaba en este país. Juan F. Espinosa pensaba que “una parte de la población que retornó a Venezuela volverá a Colombia, en la medida de que Venezuela no desarrolle capacidad para atenderlos. Por eso es un error, como parece que han considerado algunos, que el fenómeno migratorio venezolano en Colombia se acabó con esta situación”. El fenómeno de las migraciones, en el primer semestre de 2020, para Ronal Rodríguez, director del Observatorio de Venezuela, de la Universidad del Rosario, en Bogotá, reflejaba que la migración desde Venezuela tenía características distintas a las tradicionales: era un tránsito en el que no se descartaba la posibilidad del regreso (Juan Manuel Flórez, Ibid.). 

 

Según “Migración Colombia”, entre marzo y agosto de 2020, salieron de Colombia hacia Venezuela, 106.000 venezolanos huyéndole al coronavirus. Luego de 6 meses, por las carreteras que comunican la frontera colombo-venezolana y el interior de Colombia, se veían grupos de personas que, con morrales al hombro, avanzaban en su propósito de llegar a Bogotá o a otras regiones. Giovanni Hernández, con su esposa y dos niños, venían ya en Arcabuco (Boyacá) después de recorrer a pie más de 300 kilómetros y con este argumento en los labios resecos: “En Venezuela no hay manera de vivir, de tener estabilidad. Aguantamos mientras llegaba una solución pero no la hubo y por eso tuvimos que escapar” (El Tiempo, 18 de septiembre de 2020, p.1.2). Venían desde el estado Guárico, en los llanos venezolanos. Esperaban que algún camionero o conductor de tractomula les permitiera montarse en el remolque. Los pasos fronterizos estuvieron cerrados, entre el 14 de marzo y el 1 de octubre. Ante una situación como esta se aventuraban a pasar por trochas. Y remató el exiliado: “La gente que aún está regresando a Venezuela no sabe lo que le espera. Allá la crisis cada día está más fuerte; todo hay que comprarlo en dólares”.   

 

 

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