CAPILLA SAN PIO X, DE LA ENEA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Sinónimos de capilla son ermita y oratorio. Un templo pequeño.

 

La capilla San Pio X de La Enea, con sus paredes de tapia pisada y sus altares e imágenes de madera, daba a conocer a quienes la visitaban, muchas situaciones que se presentaron en la época de la fundación de Manizales.

 

El primer de los dos sacerdotes que llevaron el nombre de Nazario Restrepo, se interesó por la construcción de una capilla, de dos aguas, en 1876. Colocaron la primera piedra en 1878 y ese mismo año celebraron la primera misa. Inicialmente estuvo dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Constaba de cuatro paredes gruesas, de tapia, (“tierra amasada y apisonada”, dice el Diccionario de la Real Academia), obra de fervorosos maestros de construcción provenientes del sur de Antioquia.

 

Tenía una sola nave, una torrecilla con campanas de timbre sonoro, el altar central, al fondo, y varios altares laterales, en madera, con sus respectivas imágenes. Carecía de columnas interiores. En la puerta, de tosca madera, el párroco había colocado un aviso ante el que muchos visitantes se detuvieron para leer despacio: “Dios habita aquí”. Ese es el sentido de todo templo: un lugar en donde lo humano se eleva hacia lo sagrado; sitios seleccionados por los pueblos para dialogar con la divinidad y expresar sus sentimientos profundos e íntimos.

 

A los alrededores de la capilla había un jardín de rosas y la casa cural de tapia pisada con corredores con pisos de tablón de arcilla. Todo era adusto, como siempre debe ser.

 

El 24 de diciembre de 2010, antes de la media noche, un incendio arrasó con esta reliquia. Se dijo que la causa de la conflagración fueron las instalaciones eléctricas mal hechas en los arreglos navideños. Asunto de sacristanes y acólitos que creen que no es sino inflar y hacer botellas. Gente sin práctica en instalación de redes ni superiores jerárquicos que escojan a los que saben de estas cosas aparentemente fáciles y eso que, a unas cuantas cuadras, queda el Sena en donde se preparan muchos jóvenes en estos asuntos. Se supone que si el cura hubiera solicitado el servicio, las cosas hubieran quedado mejor hechas.

 

De la catástrofe no quedaron sino las cuatro paredes que conformaban el cuadrilátero del templo y el resto convertido en carbones a cielo descubierto. Entre las ruinas humeantes, lo más patético fue observar la anatomía del Cristo reducido a un trozo de carbón que aún así revelaba una buena factura escultórica. Dicen que había sido traído de Sonsón.

 

La capilla contaba con un viacrucis al óleo que tal vez pertenecía a la protohistoria de Caldas. Era una serie de cuadros pequeños que habían sido limpiados y sus marcos ajustados, en el año 2006. A pesar de haber unidad en la serie, trece estaciones carecían de la firma que identificara al autor. En la estación 12, en que Cristo muere, al pie de la cruz podía leerse en letra tenue: “Por Severiano García”. Este era el autor.

Pero, ¿quién fue Severiano García? Pudo tratarse de un pintor autodidacta, de carácter popular, del sur de la actual Antioquia o del norte actual de Caldas,  de donde provenían  los primeros colonos que descuajaron esta selva, a mediados del siglo XIX. De este conjunto pictórico no quedó ni el recuerdo.

En los días posteriores al incendio, empezó a correr el rumor de un milagro con unas hostias que estaban dentro del sagrario del altar central. El sagrario es un cajón decorado externamente en el que guardan las hostias consagradas durante las misas y que guardan en ese mueble para repartirlas en la comunión de los fieles. El sagrario era de madera, de unos 80 centímetros de alto y 40 de ancho, al que se le quemaron la puerta del frente y la mitad del lado derecho. Lo que quedó era un tizón negro.

 

El jueves santo del año 2015, el diario manizaleño dedicó una página con cuatro fotografías a un asunto semejante a los que ocurrieron en Lanciano (Italia), en el 700 d.C.; en Amsterdam (Holanda), en el 1345; en Siena (Italia), en el 1730 y en Guadalajara (México), en el 2013.

 

Según lo escrito, el párroco de la época del incendio, Gilberto López, “fue el primero en anunciar que algo extraño descubrió luego del incendio: el copón, el velo con que se cubre y las hostias estaban en buenas condiciones” (Hélmer González, La Patria, 2 de abril de 2015, p.16).

 

Los copones o recipientes de las hostias consagradas, tal vez, estaban bien tapados por lo que el fuego no logró consumirlas. Las hostias son  circunferencias delgadas y delicadas, elaboradas con harina de trigo que, después de consagradas, para los creyentes, son el cuerpo de Cristo. El autor del texto, agrega que “lo más inexplicable era que las hostias conservadas eran las que estaban consagradas, mientras que había otras sin consagrar que se volvieron carbón” (Ibid.).

 

El suceso tuvo tanta difusión que el canal de televisión internacional Discovery Chanel “documentó el hecho e hizo una simulación del incendio con una réplica del sagrario, pero el resultado fue que todo se carbonizó” (Ibid.).

 

Entre las fotografías, hay una del párroco, en 2015, Luis Gonzaga Duque,  mostrando lo que quedó del sagrario y hay otra, la que causa más intriga, en la que se ve un recipiente con unas piezas totalmente carbonizadas, adentro, y otro recipiente de color plateado, absolutamente limpio, por dentro, y con varias hostias blancas.

 

Cada observador puede hacer los actos de fe o las conjeturas que le nazcan ante el relato y las fotografías. Feligreses de La Enea hablaban de Milagro Eucarístico, sin que hubiese sido validado, como milagro, por las autoridades eclesiásticas. La comunidad parroquial del barrio ubicado en la periferia de la capital caldense no tenía con qué sacar adelante esos mecanismos y protocolos que según el párroco “tienen unos costos altos”. Parece que al pueblo no le interesa que el Vaticano crea o no les crea. El pueblo siempre va tras lo maravilloso. El pueblo trata de sublimar lo que le sorprende fijándose en lo fugaz. En no pocas ocasiones, y sin que nadie le escuche, eleva lo intrascendente a la categoría de milagro.

 

La capilla había sido declarada “patrimonio cultural”, en 1973. Habían transcurrido seis años (2010-24 de diciembre-2016), desde esa noche de Navidad en que el cielo se iluminó con la llamarada que la consumió. No había sido posible, en ese lapso, que iniciaran la obra de la reconstrucción de este inmueble con notables características históricas y religiosas. Sin embargo, en esos seis mismos años, los gobiernos habían malgastado ingentes cantidades de dinero en cosas menos trascendentes. Habían corrido torrentes de “mermelada” o sea todo el dinero público utilizado por el gobierno de esos años para pagar favores políticos.

 

Seis años después del incendio, apareció esta noticia en el diario local: “La Secretaría de Cultura de Caldas informó que el Consorcio La Capilla de Pereira se hizo acreedor a la licitación pública para la reconstrucción de la Parroquia Pío X del barrio La Enea, la cual fue víctima de un incendio en la Nochebuena de hace seis años. El proyecto tiene un presupuesto de $1.550 millones de pesos (un dólar costaba 3.000 pesos), y se tiene previsto que a comienzos de 2017 podrán comenzar las obras” (La Patria, 22 de diciembre de 2016, p.20).

 

 

Es posible que la arquitectura aproxime el resultado del nuevo edificio al original pero habrá otros valores que jamás se podrán recuperar.

 

 

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