CELEBRACIÓN DE LA INDEPENDENCIA (1819-1969), EN APÍA (RDA.)

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En 1969, con motivo del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, se logró resonante éxito con el Concurso de Textos Originales para Teatro y la respectiva puesta en escena. Los participantes escribían las obras sobre acontecimientos históricos de la época de la Independencia y aquellas que fueron seleccionadas por el jurado, con tiempo suficiente, fueron puestas en escena, en la noche de la premiación, el 7 de agosto de ese año, en el Teatro Gloria de Apía.

 

Los elogios fueron unánimes para “Los Tres Cristos de la Independencia”, pieza teatral presentada a consideración del jurado y del público por Hernando Torres Hoyos, alumno de sexto (11º) de bachillerato, del Colegio Santo Tomás de Aquino. En ella se equilibra el fondo con la forma, con magníficos efectos teatrales. Para armar este tinglado, contó con la colaboración constante de Hernán Díaz Z. En el texto escrito hacen gala en el soberbio manejo de los signos de puntación lo que revela una asimilación adecuada de lo aprendido en clase de literatura colombiana y una comprensión cabal de lo que querían expresar. El dramatismo es extremo.  La obra se inspiraba en una circunstancia aparentemente baladí: en el templo de la Veracruz, en Bogotá, conocido como Panteón Nacional, se encuentran, en vitrinas laterales, tres crucifijos. “Uno de estos crucifijos era llevado a la prisión la noche antes de que el prisionero fuera ajusticiado. Otro acompañaba al prisionero en el melancólico desfile que se iniciaba en la prisión y terminaba en el patíbulo. Y el otro acompañaba y, en el sitio del patíbulo, era el que besaba el condenado en el momento de su muerte”. Tres actos.  “Personajes: tres hombres vestidos de hábitos negros y un prisionero. Escenografía: tres cruces. El resto es libre”. Los tres cristos toman parte en el diálogo. Primero interviene el Cristo Analfabeta, en el segundo acto el Cristo Pobre y en tercer acto el Cristo Tirano. Al final, los tres Cristos y el condenado a muerte. En la representación de la obra, el prisionero fue interpretado por Álvaro Velásquez M., el Cristo Analfabeta por Abel Antonio Idárraga, el Cristo Tirano por Aulio Grajales A., el Cristo Pobre por Alberto Rojas M.  Dirección de Octavio Hernández Jiménez.

 

(Final de la obra) Prisionero:  ¿Pero, cómo que no voy a morir? ¿No ven los arcabuces que apuntan contra mí? ¿No ven esa multitud que mira? ¿Quiere salvarme pero no puede? Es innegable: Tengo que morir.

 

Hablan los tres crucifijos: No. No morirás. Miradnos a nosotros. El mundo nos cree muertos, pero vivimos en el mundo y así tú vivirás en él.

 

Cristo Analfabeta: Lo digo yo que no sé leer ni escribir: ¡Tú vivirás!

Cristo Pobre: Lo digo yo que siento en mi vientre la miseria de la humanidad y que puedo ser un Che, que puedo ser  un soldado del desierto, un valiente del Vietnam.

 

Cristo Tirano: Y lo digo yo que estoy tan lejos de Dios por culpa de los hombres.

 

Hablan los tres crucifijos: Somos los cristos deformados por los lenguajes. Nuestra metamorfosis es extraña. Pero un poco de Dios resplandece para la humanidad en nosotros. Deja pues que vaya al sepulcro tu cuerpo. No hay nada que hacer.

 

Prisionero: Sí. Hay mucho por hacer. Tú puedes salvarme. ¡Eh! ¿No me oyes? Pero… ¿qué te ha pasado? Parece que has muerto. (Dirigiéndose al segundo crucifijo) ¡Sálvame entonces tú!  Yo sé que puedes. ¡No…! ¿También has muerto? ¿Y tú? (Dirigiéndose al tercero) ¡No! Todos han muerto. El sueño se ha acabado. Ya nadie me acompaña, ni aún ellos. Solo veo los arcabuces que apuntan hacia mí… El adiós es sencillo. Muero por ti, ¡oh Patria! ¡Hasta siempre!

 

La otra obra finalista y también representada en esa noche de gala fue “Algunos Derechos del Hombre explicados por Don Antonio Nariño”, de Carlos Alberto Aristizábal Gómez, con arreglos y dirección de Octavio Hernández J. Antonio Nariño fue interpretado por Adalberto Jiménez;  Martín Franco lo interpretó Martín Alonso Fernández. Presidente del Jurado: Fixónder Quiroz, Segundo Juez: Gustavo Zuleta, Tercer juez: Rodrigo Quintero, Carcelero: Alfonso Bedoya, Soldado: Jorge Iván Ramírez, Prisionero: Apolinar Molina. Cárcel. Patio del Castillo de San Felipe. Sala de juicios. “Los presos están  en el patio, caminando y aprovechando el sol.  Antonio Nariño pasa cabizbajo y pensativo. Intencionalmente es atropellado por Martín Franco…”.

 

Una mención destacada mereció el texto teatral “Una Noche, Una Luz, Una Palabra”, de Hernán Díaz Zuluaga., alumno de un fervor inusitado por los asuntos culturales y quien, pasados los años de formación, logró ser consagrado sacerdote, en Venezuela. Su texto fue escrito en verso, aunque, por asuntos de tiempo, no fue representada en aquella ocasión.

 

Con motivo del Sesquicentenario de la Independencia de Colombia, también se llevó a cabo el Concurso Departamental de Declamación, un arte que estaba muy en boga por esas calendas, en actos académicos, tertulias literarias, izadas de bandera y bebetas de aguardiente. Al concurso se le dio carácter regional y en él tomaron parte declamadores de Santuario, Viterbo, La Virginia y Marsella. Lo ganó Elba Lucía Ochoa del Colegio Santo Tomás por la interpretación del poema Vocación; el segundo lugar fue para Marta Inés Botero quien interpretó Confesión. Figuraron entre los finalistas: Javier Zuleta del municipio de La Virginia, con Separación sin rumbo, Fixónder Quiroz con Relato de Sergio Stepansky y Hernán Díaz con El Cuervo, de Edgar Allan Poe.

 

El Centro Literario Marco Fidel Suárez también organizó el  Concurso de Pintura Infantil, con los temas: Cómo fue la Batalla del Pantano de Vargas, Colombia nuestra patria y los colombianos debemos permanecer unidos. Ganadores: Laurén Diez, Luz Mary Taborda, Lucy Panesso, Gloria Osorio y Rubén Sánchez, alumnos de las escuelas primarias del municipio.

 

El Concurso de Ensayo Patriótico tuvo como vencedor a Gustavo Hincapié Acevedo., alumno de sexto (11º) de bachillerato del Santo Tomás, quien envió  un sorprendente trabajo con el título “El Soldado Desconocido de la Independencia”.

 

Para concluir el solemne acto, me atreví a leer el siguiente poema cuya entonación encajaba con los fastos de esa noche:

 

SIETE DE AGOSTO

Siete de agosto intacto como una charretera

Sobre los hombros de la patria.

Vorágine de luz y de esperanza,

En cuyas ondas trágicas   

Floreció como un lirio

Nuestra Colombia nueva.

Siete de agosto, centinela insomne

Que atalaya la historia

Y que duerme en los ojos de los muertos

Y vive en la sonrisa de los niños.

Fue ese siete de agosto el raudo día

Que se impuso al abismo de la sombra

Y llenó con sus rosas encendidas

Los mutilados brazos de la patria.

Alzó el ciprés un grito verde

En confusión de fuerza y alarido

Con el trueno letal de los cañones.

El rojo destellar de los fusiles

Sobre la inclinación de las banderas

Semejaba en el bélico horizonte

El ocaso de un sol.

Había en cada hombre

Un palpitar de héroe

Y el día estaba hecho de heterogéneas cosas;

vibraba en esa hora un frío de silencios,

Un relumbrar de botas, un frío de cuchillos,

Un florecer de sangre, una mudez de heridas

Y el pánico callado de la llanura loca.

Trepidaba en los brazos el cuerpo de la patria,

Y en las frentes ardía como una viviente lámpara

El fuego que fundía oprobiosas cadenas.

¡Esas cadenas trágicas! 

¡Esas cadenas pávidas!

Cuyos hierros cayeron

Cual fantástica lluvia de esperanzas.

Al llegar de la noche, la carpa azul del cielo

Se volvió del color de la ceniza;

Las estrellas cual mudos centinelas establecieron guardia,

Vigilando el espacio de los muertos.

Siete de agosto que en esta era atómica

Perpetúa la gloria

Y prende una guirnalda de amapolas

A la cansada frente de los siglos.

¡Ah Boyacá, bandera y patria!

¡Ah Boyacá!, quién pudiera como tú

Tener un siete de agosto. (Octavio Hernández Jiménez, 1969).

 

 

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