CIEN AÑOS DE EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

 

Octavio Hernández Jiménez 

 

Hablar de Eduardo Ramírez Villamizar es hablar ante todo de poesía visual y geometría. Nació en Pamplona (Norte de Santander), en agosto de 1922 y murió en Bogotá en agosto de 2004. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional. Al comienzo de su trabajo artístico se dedicó a la pintura (acuarelas y óleos figurativos), y después, al relieve, a la escultura y pintura abstractas. Viajó por Europa y Estados Unidos, en planes de estudio.  

 

Fue uno de los grandes maestros del arte abstracto en Colombia y Latinoamérica. Por varios años consecutivos, obtuvo el primer lugar en el Salón Nacional de Artistas Colombianos. En unas fotografías de Hernán Díaz, como dioses sagrados, aparecen los grandes maestros del arte moderno colombiano, entre las décadas de 1950 y 1960. Allí están: E.Grau, G.Wiedemann, A. Obregón y A.Villegas (de pie); Botero y Ramírez V. (sentados en la escalinata).    

 

Después de los blancos, llegaron los relieves negros, rojos y anaranjados. Antes de la escultura, por una temporada, se dedicó a los relieves anexados a la pared. Luego llegó el período de las esculturas geométricas que llenaron de satisfacción al artista y de orgullo a los colombianos. 

 

La naciente obra abstracta del Maestro abandonó las paredes para plantarse en espacios concretos, como las cuatro esculturas que adornan los patios adustos, junto a las fuentes de piedra que gotean y los pájaros que cantan, en el Museo Nacional; las colecciones privadas como las estupendas obras que adquirió Alberto Casas, y, sobre todo, la blanquísima pieza Mural Horizontal que, en el primer piso, embellece el ingreso a la sala de Música de la Biblioteca Luis Ángel Arango. “Saludo del astronauta” es otra obra, blanca, que ofrece un hálito poético similar al del Mural Horizontal.. Para muchos, lo mejor de Ramírez V.  

 

El mural El Dorado (1958) circula como una serpiente dorada por las paredes del viejo Banco de Bogotá, en la carrera 10 con calle 16, en Bogotá; fue un anticipo de la influencia indígena a la que retornaría en su último periodo de creación; se trató de un inusitado dorado. Obras de Ramírez Villamizar, de este período las hay en plazas y en fachadas como las del Centro Internacional, de color anaranjado que representa unas naves a punto de volar al espacio y la que quedó frente al edificio Trade Center compuesta de discos triunfales para observar la luna. 

 

Su obra se encuentra en vías de intenso tráfico como las alas del cóndor que saluda y despide a los viajeros que llegan o se marchan, por la Avenida El Dorado; en plazas públicas o áreas al descampado como las 16 arrogantes Torres que levantó, en cemento, al borde de la Avenida Circunvalar, teatrales y solemnes en su levedad. Las anteriores en la capital de la república. 

 

Para Ramírez Villamizar, la amistad fue un sentimiento digno de ser cantado y perpetuado en selectas obras de arte. Una de las primeras escultura fue Homenaje al Poeta Gaitán Durán,  bellísima en su blancura, con dos lados  para contemplar una serie de ondas rítmicas como un poema;; Al Poeta Cote Lamus, el paisano de Ramírez a quien festejó en Estoraques; Homenaje a Beatriz Daza, la ceramista, y al expresidente Virgilio Barco su paisano, amigo y mecenas, con una obra, en la Biblioteca del mismo nombre; esta obra “con las paticas metidas en el agua” está conformada por triángulos que se van de bruces sobre el estanque. Otras obras celebrativas son Homenaje a Vivaldi y De Colombia a Kennedy, elegante escultura de mármol negro, enclavada en el Kennedy Center, en las márgenes del río Potomac, en Washington. 

 

CLÁSICO RAMÍREZ V.

 

El artista donó un gran número de sus piezas y más de 40 obras de otros artistas colombianos al Museo de Arte de su ciudad nativa, Pamplona, en Norte de Santander, institución en la que se fijó para depositar un conjunto de 40 obras que trascienden en el espacio y el tiempo. Queda ubicado frente a la Catedral y ocupa una bella y amplia casona colonial del siglo XVII. Esta colección ostenta un aire sacralizado, inspirado en la temporada de su infancia en que los asuntos litúrgicos marcaron para toda la vida su mente, su sensibilidad y su obra.  

 

Ya anciano, leyó una obra de Kierkegaard sobre Nietzsche lo que desembocó en un ‘ateismo teórico’ que, lo llevó a confesar, hasta su muerte que aceptar esta posición tan drástica seguía siendo demasiado dolorosa para él. Abandonó con respeto la religión convencional pero su obra siguió respirando misticismo. “El arte es como una religión para mí. Yo pienso que el hombre se acerca más a Dios al ser un creador que produce obras constantemente. Me identifico con Nietzsche para quien el artista es el superhombre, el que se sale de una dimensión humana a una divina”. 

 

La capital de Colombia es la ciudad de Ramírez Villamizar, por excelencia. Ahí se encuentra la mayor parte de su obra. En 1974, se radicó en Suba, en una casa con amplios jardines. En los alrededores de La Vega Cundinamarca adquirió una finquita a la que llamó Tanabuco, a donde se retiraba, como un ermitaño dedicado a meditar en la quinta esencia de las plantas, frutos, animales y caracoles, manantiales de sus depuradas esculturas. Su obra fue fruto del silencio, de la introspección, de la simplificación de las formas naturales. 

 

Ad portas del viaje definitivo, instaló en la Universidad de Antioquia, su arrogante Torre de Luz; entre sus proyectos tenía el de una puerta gigantesca como ingreso a la Universidad Industrial de Santander y un enorme mural para el Club El Nogal de Bogotá. Tres días después de su muerte, se inauguró, en la Galería Diners, una exposición de 20 relieves de hierro oxidado y madera pintada de blanco. Sería lo que alguien llamó “su último poema”. 

 

En el período final regresó a la pintura abstracta que dotó de armonía y paz interior y, en cuanto a escultura, trabajó en obras de hierro oxidado relacionadas con el arte precolombino: “Uno de los encantos precolombinos es la unidad entre la arquitectura y la escultura. Cuando en mi obra logro unificar los dos conceptos me siento feliz”. Elaboró una serie con el título de Recuerdos de Machu Pichu.  

 

Le llamó la atención el hierro oxidado, en ese estado para otros cercano a la chatarra, no solo por los colores, matices y texturas naturales sino por la profecía de su acelerado aniquilamiento y su final inexorable. Con agudeza de mente e imaginación soñó con formas escultóricas libres de materia. Su ascetismo a toda prueba le llevó a desechar hasta el sustento de su propio arte y a concebir el vacío como el verdadero material. “Creo que la expresión y la sensibilidad tienen que dominar los materiales. Lo primero que tiene que tener una obra de arte es poesía. Sin poesía, sin misterio, sería geometría, y ésta no es arte”

 

Agosto 24 de 2004. Leve arquitectura de cometas. Ramírez Villamizar no jugará más en serio con la geometría lógica y horizontal, la imaginación lúcida y el espacio sereno. Lo lloramos. Su testamento espiritual proclama un orden armónico consubstancial a la poesía. Por eso dijo: “Mis obras dan ejemplo de orden en medio del caos; construyen  el espíritu y abren la inteligencia en medio de la ignorancia y, sobre todo, tratan de aligerar las convulsiones de nuestro tiempo, en medio de las desgracias que agobian al ser humano”.  Artista de las más puras esencias. 

 

RAMÍREZ V. EN CALDAS

 

En cuanto a Manizales, ciudad con mayor fortaleza cultural en música y literatura que en artes plásticas, precarias en cuanto a lo que consideramos arte plásticas de carácter público, quedó vacía de obras públicas de Ramírez Villamizar.  

 

En una ocasión anterior, hablando con él, se mostró complacido ante la remota posibilidad de instalar una de sus esculturas en la capital caldense. Al hablar con los dirigentes de la cultura en la capital de Caldas, ninguno se inmutó, como tampoco mostraron interés por solazarse con  una mole arrogante de Botero en alguno de sus parques, un fusilaje tramado en tornillos vistosos o reminiscencias precolombianas de Edgar Negret o de cualquiera de esos nombres que embellecen los espacios abiertos y transmiten serenidad a los transeúntes.  

 

El escultor Jaime Valencia, con su consagrado recorrido por Venezuela y Colombia, y sus exquisitas esculturas en metal, no fue alumno de Ramírez Villamizar sino un aventajado contemporáneo suyo. La Ventana que Jaime dejó abierta en el parque de La Gotera en la Universidad de Caldas desapareció como también el bronce de Francisco José de Caldas copia de la escultura de este prócer en el Parque Caldas. No se sabe que hayan hecho algo por recuperarlas.  

 

En forma sorpresiva, al abrir el testamento de Eduardo Ramírez Villamizar se supo que el artista dejó varias de sus esculturas, de pequeño tamaño, para museos de la provincia colombiana imposibilitados por cuestones financieras, para adquirir obras de esa categoría. Con gratitud celebramos que varias obras de Ramírez Villamizar, en metal, quedaran como donación para el Museo de Arte de Caldas.  

 

Algunos artistas nacidos en otras regiones colombianas y que habitaron lejos de nuestros lares, como Eduardo Ramírez Villamizar, Édgar Negret y Luis Caballero, se convirtieron en peculiares maestros para alumnos sobresalientes de escuelas caldenses de arte. Alumnos de bellas artes buscaron seguir los pasos de aquellos escultores y pintores, al visitar, con delectación, sus exposiciones temporales, en Manizales. Esos maestros dictaron sus clases magistrales, no a punto de labia, sino de sus obras concretas. Esto explica que sus nombres sean recordados entre los maestros que han dejado huellas perdurables, en Caldas.

 

 

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