LOS FUNERALES DE DON QUIJOTE

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LOS FUNERALES DE DON QUIJOTE

 

“Octavio Hernández Jiménez, profesor de la Universidad de Caldas en el Departamento de Lenguas Modernas de la Facultad de Educación ha sido el primer editado por la Contraloría del Departamento y la Licorera de Caldas, en la serie “Conferencias” que han acordado publicar estos organismos con miras a recoger lo más destacado de los ensayos y conferencias que los escritores caldenses ofrezcan dentro o fuera del Departamento.

 

El número uno de la serie es el ensayo “Funerales de Don Quijote”, leído por el autor el 23 de abril, Día del Idioma, en la ciudad de Popayán como homenaje a esta ciudad en los 450 años de fundada.

 

El ensayo, según su autor, es una reconstrucción literaria de la ciudad, basándose en la leyenda según la cual Don Quijote se encuentra sepultado allí.

 

En el ensayo-cuento, el autor hace una recreación del texto clásico que bien podría juzgarse como una lectura herética (en el sentido etimológico).

 

El texto de la conferencia se recoge en 32 páginas publicadas por la Imprenta Departamental de Caldas, luego de saberse el éxito que obtuvo la misma en el auditorio “Guillermo Valencia” de la capital del Cauca, donde se hizo la lectura.

 

Octavio Hernández J., oriundo de San José de Risaralda, ha publicado varios ensayos de sociolingüística como el aparecido en el libro Autores del Occidente de Caldas  titulado “Geografía Dialectal”.

 

Igualmente, el año pasado hizo lectura de dos ensayos en la sala múltiple del Banco de la República: “Teodoro Jaramillo, escéptico y burlón” y “Literatura infantil oral de Caldas”.

 

 (“Funerales de Don Quijote”, La Patria, Manizales, 30 de abril de 1987, p.9).

 

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CARTA DE UN GRAN CALDENSE

 

Bogotá, julio 5 de 1987

 

Señor

OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ

Manizales.

 

Apreciado Profesor:

 

César Valencia Trejos me ha enviado su conferencia “Funerales de Don Quijote” que he leído de inmediato. Ha dejado el más grato ritual intelectual dando vueltas en mi magín. Tienen mucha gracia sus páginas. Se pasea con soltura creadora por entre las citas de Don Miguel, con maestría de erudito. Me han impresionado sus referencias a lo mestizo –casi siempre tan desdeñado-; su devoción por Popayán, la culta; el recrearse en los claustros de Santo Domingo que tanto amamos;  el describirnos a la ñapanga que es parte del paisaje humano de la “ciudad fecunda” y elevar, a gran sentido de grandeza, la “capacidad mitificadota del pueblo”.

 

Gracias por su envío que me ha dado tan buena mañana este domingo.

 

Lo saluda, esperando leerlo más en el futuro,

 

 

OTTO MORALES BENÍTEZ (firmado) 

 

 

 

“DON QUIJOTE MUERE… Y VIVE EN POPAYÁN”

 

Por Vicente Pérez Silva

 

(…)

 

“Dos contribuciones de singular encanto nos hacen vivir en todos sus detalles la honda pesadumbre de este insuceso y nos llevan de la mano en todos los instantes de este luctuoso recorrido: Funerales de Don Quijote (Popayán, 25 de abril de 1987) de Octavio Hernández Jiménez, benemérito docente de la Universidad de Caldas, en Manizales, y Don Quijote muere en Popayán (Bogotá, 1974) del Maestro Rafael Maya, hijo predilecto de esta ciudad y lumbrera de las letras colombianas.

 

Aunque los expertos no han hecho la debida claridad respecto del templo en dónde se cumplieron los funerales de Don Quijote, La Catedral, San Agustín, Santo Domingo, San Francisco, según las diligentes investigaciones del escritor caldense, parece que la ceremonia se realizó en la capilla de La Ermita, sin descartar que, por iniciativa de unos frailes, la velación del cadáver se hubiera efectuado en el Paraninfo de la Universidad del Cauca.

 

Aún más: dicho investigador nos revela que la ceremonia tuvo lugar a eso de las cinco de la tarde de un miércoles de ceniza y que los gastos de la música del entierro fueron sufragados nada menos que por su pariente, el poeta Guillermo Valencia. De esta manera, a los acongojados acompañantes les fue dado escuchar el tercer movimiento de la ‘Procesión-Fúnebre del Cazador’, de la Sinfonía Titán. Y como dato de suma curiosidad, el fino escalpelo de Octavio Hernández Jiménez nos sorprende con que Dulcinea, “la señora de sus pensamientos”, también estuvo presente en la ceremonia. Veámoslo:

 

No sé si creer lo que comentaba un grupo de universitarios en una noche de estrellas marchitas. Referían que cuando la ñapanga llegó al Paraninfo iluminado por mil y una luces colocó el ramillete junto al “tosco sayal”, dudó sorprendida, lo depositó en el piso alfombrado, paseó la mirada por la arcada superior como buscando un respiro entre las sombras, llevó la mano izquierda al pecho, estiró con el índice un tanto la blusa de encajes y, de muy adentro, extrajo un papelito que desdobló con escrúpulos antes de dedicarse a repasarlo con la devoción que una mujer sabía ponerle a un libro de plegarias. Me detengo a cavilar: ¿Dulcinea leyendo? O, ¿sería que ella poseía esa capacidad ultrasensorial que adornaba a mi abuela María de los Ángeles a quien, en varias ocasiones, sorprendí de rodillas en su alcoba leyendo un devocionario al revés?

 

Lástima grande que el apasionado cronista no nos hubiera revelado el texto del aludido mensaje. Don Quijote se llevó para la eternidad este postrer secreto de amor. De esta suerte, se había dado lo que faltaba en semejante trance: la indisoluble conjunción de Eros y Tánatos; el eterno vínculo del amor y de la muerte.

 

Y quién lo creyera: el cortejo fúnebre no pudo ser más fervoroso y concurrido:

 

Unos guambianos a los que les cogió la tarde lejos de sus parcelas apostados por ahí en la esquina bajo un farol que siempre madruga a anunciar la noche, se unieron al cortejo. En vida, Don Quijote congenió con los indígenas y hasta se llega a decir con cierta sorna que las luchas de ellos no pasan de ser puras quijotadas, en vez siquiera, de calificarlas como sueños quijotescos.

 

(…)

 

(Apartes de la conferencia leída por Vicente Pérez Silva, historiador e investigador colombiano, en el área de la literatura, en el Paraninfo de la Universidad del Cauca, Popayán, 25 de noviembre de 2005).