LA EXPLOTACIÓN DEL VOLCÁN

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COMENTARIOS

 

 

CARTA REAL

 

CASA  DE   S. M.  EL  REY

SECRETARÍA GENERAL

Relación con los medios de comunicación

 

Palacio de la Zarzuela

MADRID, 12 de noviembre de 1990

 

Señor Don

OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ

Universidad de Caldas

MANIZALES, COLOMBIA.

Distinguido Señor:

 

Su Majestad la Reina ha recibido el ejemplar que de su obra “La Explosión del Volcán” ha tenido la gentileza de enviarle, con una amable dedicatoria, y me ha encargado expresarle Su agradecimiento por esta atención, y hacerle llegar Su afectuoso saludo.

 

Cumplo, con mucho gusto, el encargo recibido de S. M., y quedo suyo atento y afectísimo,

 

FERNANDO GUTIÉRREZ (firmado).

 

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“LA EXPLOTACIÓN DEL VOLCÁN”

 

CARTA

 

Universidad de Caldas

Centro de Investigaciones y

Desarrollo Científico

 

Octubre 13 de 1988

 

Señor

OCTAVIO HERNÁNDEZ J.

Facultad de Educación

Universidad de Caldas

 

CIDC – 325

Me complace comunicarle que el Comité Central de Investigaciones, una vez estudiados los trabajos propuestos por su Facultad para ser presentados en el Día de la Investigación en la Universidad, escogió su investigación sobre “La Explotación del Volcán” como parte de la producción científica del área de Artes y Ciencias Humanísticas.

 

El Programa contempla una exposición sobre los avances o resultados de su trabajo, seguido de un comentario de cinco minutos por un experto en el tema. El área de Artes y Ciencias Humanísticas tendrá un espacio para presentaciones entre las 9:30 y 10:30 a.m. A las 5.00 p.m. se hará un Panel con los comentaristas sobre las Perspectivas y Realizaciones de la Investigación en la Universidad.

 

Considero que su aporte es una excelente muestra de la calidad de la investigación en la Universidad. Agradezco de antemano su participación.

 

MARÍA CRISTINA OSORIO H. (firmado)

Directora CIDC.

 

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CARTA

 

Universidad de Caldas

Comité Editorial

 

Manizales, octubre 31 de 1988

Profesor

OCTAVIO HERNÁNDEZ J.

Facultad de Educación

 

C.E.02

 

El Comité Editorial, en sesión del 28 del presente mes, estudió su trabajo sobre “La Explotación del Volcán” considerándolo muy importante, no solo como ensayo sino como historia.

 

Se recomienda la publicación de conformidad con las disponibilidades presupuestales y los turnos ya establecidos.

 

Atento saludo,

 

WILLIAM HERNÁNDEZ GÓMEZ (firmado)

Presidente

 

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LA EXPLOTACIÓN DEL VOLCÁN

 

“El profesor Octavio Hernández Jiménez acaba de publicar su libro “La Explotación del Volcán”, en donde recoge la historia de la erupción del Volcán Nevado del Ruiz y todas las consejas y cuentos que creó “el habla popular”.

 

El trabajo de Hernández es muy importante porque es el primero que se escribe en Caldas sobre este tema que sacudió la conciencia ciudadana y le dio la vuelta al mundo.

 

Los 22 mil muertos provocados por este fenómeno natural en Armero y Chinchiná llenaron de luto al país y a numerosas familias colombianas que vieron cubrir sus seres queridos y sus bienes bajo una espesa capa de lodo.

 

Hechos como este no se pueden quedar sujetos al vaivén de la memoria porque el tiempo acaba con ella.

 

Este testimonio, los cuentos y el “humor negro” que produjo, es importante. El libro está ilustrado con las caricaturas de Ari, publicadas en este periódico en ese mismo tiempo.

 

El Fondo Editorial de la U. de Caldas, con esta publicación, propende por nuestra cultura y nuestra historia”.

 

(“La Explotación del Volcán”, reseña publicada en la columna Al Correr de las Horas, de la página editorial del diario La Patria, de Manizales, el 25 de abril de 1990, p.4a).

 

 

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PUNTOS SUSPENSIVOS

 

Por Augusto León Restrepo

 

Por ahí, suelta en alguna página del libro que entregó a los manizaleños y caldenses Octavio Hernández Jiménez, aparece una frase que traduce, creemos nosotros, el sentido de “La Explotación del Volcán” que es, como ha querido denominarlo el autor el texto que sobre una realidad muy nuestra ha elaborado en el transcurso de los días posteriores a la erupción del Arenas: “El humor es lo único que nos queda de la esperanza”. Claro que también agrega, citando a Eduardo Stilman que el humorismo es una actitud ante el mundo y que los límites del humorismo lindan más con los laberintos de la desesperación que con el decorado de la felicidad convencional, para concluir que el humorismo es malhumorado, una especie de incursor de los mismos territorios que ambicionan la úlcera, la demencia y el suicidio.

Con la primera lectura del libro de Hernández se da uno cabal cuenta de que los acontecimientos dolorosos que afectan la humanidad se pierden inexorablemente en las brumas del tiempo. El 13 de noviembre de 1985 es una fecha reciente. El lodo, Omaira, Armero, 22 mil muertos y millones y millones de esfuerzos perdidos en la hecatombe empezamos a recordarlos en blanco y negro. Pero, en el momento en el que queremos revivirlos, ahí quedan los documentos, los periódicos, las crónicas, los desalojados, las leyendas, los mutilados y la tierra asolada. Y las frustraciones, los engaños y los sentimientos falsos. Esta especie de balance, tétrico de un lado pero real y pragmático de otro, lo alcanza a presentar Octavio Hernández con envidiable originalidad y en el estilo literario limpio y claro que obliga a permanecer largo tiempo, desde las cenizas iniciales hasta cuando el calor subterráneo convirtió a gran parte de los habitantes de la Colombia incinerada en el Palacio de Justicia, en una población “desglaciada”.

Por “La Explotación del Volcán” desfilan situaciones y personajes que reflejan lo que se conoce como idiosincrasia; el alma nacional que nos identifica y singulariza. Al principio, ni las autoridades, ni la ciudadanía, ni los periodistas, ni los científicos, prestaron la eficaz atención a los signos de la desgracia. Somos deportivos ante la prevención y como con la esqueletuda parca, siempre pensamos que tenemos la “contra” que nos evita su embestida. Pues no. Nos coge de sorpresa cuando los escondederos están agotados. Y ahí vemos las consecuencias. Que cuando se presentan, todos nos apuramos al protagonismo inmediato. Díganlo si no los “explotadores” del volcán, requisitoriamente retratados por Hernández Jiménez quien, burla burlando, los desenmascara y los expone en un ventanal ejemplarizante.

Empezando por las autoridades y los dirigentes comunitarios. Los gobernadores no atienden los compromisos, como en el caso del gobernador del Tolima que frente a la amenaza volcánica prefirió irse a jugar bolos antes que a intercambiar datos sobre lo inminente, con sus colegas y consejeros. Y como los industriales y publicistas y los comerciantes y los agentes de viajes que, anteponiendo sus ambiciones, regañaron a los que veían llegar el fatal desenlace y les dijeron que manipulaban las señales en acto atentatorio contra la economía regional. Y los ministros del despacho que, olímpicamente, ignoraron un debate promovido por el parlamentario Arango Monedero, anterior al deshielo, por considerar que los informes y los datos recaudados provenían de culebreros y adivinos. Pero seamos solidarios con la cita que trae Hernández de Enrique Caballero, cuando éste afirma que no debemos seguir rastreando la huella de los culpables de negligencias inverosímiles pero ya irreparables porque Colombia no tendría remisión si fiel a su temperamento antropófago, se engolfa en el adelantamiento de juicios de responsabilidad que ofrecerían, por cierto, un banquete pantagruélico pero inoportunamente indigesto…

 

(“Puntos Suspensivos…”, columna publicada por el periodista y escritor Augusto León Restrepo R., en el diario La Patria, de Manizales, el miércoles 25 de abril de 1990, p.5a).

 

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CAVILACIONES MÍAS

 

Por Gloria López de R.

 

El avance editorial en los medios universitarios es evidente en este nuevo libro del doctor Octavio Hernández Jiménez. Es una edición sin pretensiones pero limpia y cuidadosamente impresa.

 

“La Explotación del Volcán” es la historia de un momento sobrecogedor que acabó con un pueblo y fue la oportunidad de los medios de comunicación de jugar con los rumores y las consejas.

 

Pero es también la historia de un hecho trágico contado por un investigador concienzudo, un escritor de fácil humor y picante crítica.

 

El tono del doctor Octavio define con certeza lo que somos, lo que nos identifica en el idioma agradable de la más entretenida prosa.

 

Nada le falta a este libro. Ni siquiera el toque sentimental de las logradas frases: “Todos lloramos hacia fuera o hacia adentro…”.

 

He devorado el texto porque no es un relato para suspender. Hay que leerlo de tiro largo, como de tiro largo se fueron por los medios de comunicación la explosión y explotación de los hechos ciertos y falsos.

 

Es, a pesar del tema y la veracidad dolorosa de su contenido, un libro que hay que leer degustando los matices de su ingenio y humor, salpicados de la causticidad caricaturesca de Ari.

 

(Gloria López de Robledo, hija del Maestro Adel López Gómez y Directora del Área Cultural del Banco de la República sede Manizales. “Cavilaciones mías: Tres libros”, Manizales:  La Patria, 25 de septiembre de 1990, p.4a).

 

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“LA EXPLOTACIÓN DEL VOLCÁN O LO QUE EL LODO SE LLEVÓ”

 

Por Julián García González Ph.D.

 

Aquí tenemos, en 206 páginas y con una significativa cubierta verde, un capítulo de nuestra historia. Un capítulo de esos que nos tocan profunda y definitivamente porque lleva impreso el sello del dolor que (casi) nos doblega, del llanto de nuestro vecino, de la tragedia en que pudimos sucumbir.

 

El libro, fruto evidente del contacto directo con los acontecimientos (el narrador es auxiliado por el clan familiar con las frecuentes alusiones a la mamá, Cecilia, Ángela, la tía Matilde, etc), y de una disciplina investigativa documental, está conformado por ocho capítulos, donde Octavio Hernández se compromete en la difícil tarea de dar marcha atrás en el tiempo para rehacer la memoria.

 

La forma grácil y fluida que caracteriza “La Explotación del Volcán”, ligada a su confortable extensión y distribución, es una propuesta de lectura amena que se abre con la dedicatoria “a las niñas de mis ojos”, continúa con el epígrafe garciamarquiano y se sostiene hasta la frase última con esa desenvoltura propia del buen contador de historias.

 

Octavio Hernández nos propone un viaje por los meandros de la memoria de un infausto hecho que a su vez trasciende para ser un viaje por los meandros de nuestra cultura.

 

Con la pericia que sólo puede llegar a brindar la práctica de la escritura, el autor nos da como gabela (y acicate) un epígrafe montado sobre cinco negaciones que le dan una fuerza luminosa a la antítesis global: “Ni los diluvios, ni las hambrunas, ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos, han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte” (G.G.M. Estocolmo, 1982).

 

Si bien el citado epígrafe ya contextualiza el asunto y le da su tonalidad, su efecto se encadena de inmediato con la propuesta de los capítulos donde surge el acento sacro que acompaña invariablemente la tragedia: “Miércoles de Ceniza, Jueves de Pasión, Hoguera de Palabras, Consummatum est, La Máscara de Lodo, La voz de la corneta, la Palabra cifrada, Resurrexit”; he aquí el nombre de cada capítulo, donde hasta la alusión a la máscara contribuye a generar el tejido trágico.

 

Aunque el libro se extiende desde la muy precisa alusión a “la una de la tarde del miércoles once de septiembre de mil novecientos ochenta y cinco” (p.9), escrito con plena letra, hasta la escueta mención a “marzo de 1989” (p.152), sus capítulos proponen el desarrollo de una perfecta semana. Este es el verdadero tiempo del libro, esta semana perfecta que se inicia un miércoles que recuerda el polvo primigenio, avanza por las difíciles pruebas del cataclismo y la oscuridad y emerge ocho capítulos más tarde a la esperanza en el luminoso día de resurrección. En esta semana del imaginario trágico, Octavio Hernández recorre con lujo de detalles lo acontecido.

 

La eficacia del pormenor se hace más evidente porque el narrador evita con gran acierto la exageración, el sensacionalismo o la pedantería en que se cae con facilidad, más aún cuando se trata de referir lo acontecido en una cultura donde reinan la imaginación desbordante, la volubilidad en el temperamento, la carencia de espíritu previsivo y la sensibilidad al dolor ajeno mas no a su éxito que despierta feroces envidias.

 

El recorrido que se inicia con la lluvia de ceniza del once de septiembre plantea de una vez la dinámica del contador. Desde entonces nos percatamos que la tragedia no es monocromática pues cada individuo la mira según su sentir; de allí el flujo constante de imágenes, palabras, actitudes de los múltiples protagonistas del insuceso.

 

La estrategia –porque de otra manera no puede llamarse- de Octavio Hernández se revela deliciosamente efectiva porque a fin de cuentas él no intenta contar su historia sino la historia (o quizá tendría que decir las historias) sentida por los testigos, y son éstos quienes a menudo tienen la palabra.

 

Abundan en la crónica las palabras de primera mano, es decir, las que se escapan del corrillo, del pasante, del vecino, de los allegados. El libro no está contado desde el interior por un narrador omnisciente sino que aparece contado desde afuera con una minuciosa organización de las piezas que van proporcionando los hablantes ya mencionados, los papeles oficiales y los medios de comunicación.

 

Nuevo magma surge en el cotidiano regional; ya no magma volcánico sino el fruto de la conjunción de palabras, escritos, ideas, actitudes, los unos con la gracia del hablar popular: un grupo se imagina el decreto gubernamental “Decrétese la ilegalidad de la explosión y prohíbase terminantemente la alteración del orden cósmico. Publíquese y cúmplase” (p.16). Otros sucumben al “síndrome de la primicia” (léase chiva) y producen malentendidos: para algunos medios de “comunicación” el Ruiz es la Olleta, para otros es el Nevado del Tolima o la Sierra del Cocuy (p.10).

 

“La Explotación del Volcán” es, en cierta forma, la crónica del malentendido generado por el desconocimiento del fenómeno, sumado a la exuberante imaginación tropical. La cábala se instituye en la actividad popular grandemente fomentada por un volcán indeciso en su actuar (actividad y calma se suceden) y la prensa que confunde y se confunde. Así, los titulares del 9 de octubre de 1985 rezan: “La Patria: El Ruiz no amenaza a Manizales”. El Tiempo: “Científicos descartan una erupción catastrófica en el Nevado de El Ruiz”. El Espectador: “Alta probabilidad de avalancha de todo en el Volcán del Ruiz”. El País: “Volcán de El Ruiz. No hay por qué alarmarse, dicen los geólogos”. Occidente: “Mapa de zonas de riesgo en todo el país”.

 

Octavio Hernández logra construir un texto que sin caer en el tono tendencioso que da una primera persona de narrador, refleja las líneas de tensión que se establecen en el tejido social e informativo de la región y del país. Esa tensión encuentra su clímax en el tercer capítulo (el título decididamente bíblico introduce y enfatiza la tonalidad) que se inicia el 6 de noviembre de 1985 y cuenta los fatídicos sucesos.

 

El autor mantiene en su relato una persistente aeración que le permite contar los aspectos más dolorosos de la tragedia sin cometer el error de los relatos de aquel momento infausto: ningún asomo de voyerismo, ningún intento de sensacionalismo, ni el mínimo atisbo de las miradas morbosas que se abatieron sobre las víctimas. Así, “el caso Omaira Sánchez” es observado desde otra óptica, con la mirada de quien se cuestiona si es peor el lodo que descendió de los flancos del nevado, o la horda malsana que como buitre famélico se ensañó en su presa.

 

El escritor relata lo que se dice aquí, allá y acullá; habla de antes, de durante y de después del cataclismo y esta singular movilidad en el tiempo y el espacio genera en su recuento un ritmo que libera de fatiga, que ahuyenta el hastío. Aquí se cuenta no sólo la destrucción sino también la reconstrucción.

 

La tragedia se cuenta con sapientes gotas de viveza paisa, de humor (que el autor diferencia claramente del buen humor) cotidiano de quienes, a pesar de todo –o quizá a causa de eso- esperan que la muerte no tocará a su puerta. Esta es una visión de lo que el propio narrador acierta en denominar “la Cultura del Desastre”.

 

Un escritor se juega el futuro de su criatura al decidir el título que le pone, y el acierto del título de esta crónica es absoluto. El juego verbal con que está presentada, donde voluntaria y socarronamente se prefiere “explotación” a “explosión”, anuncia el asunto que se trata, y sobre todo, la manera cómo se trató el asunto, lo que en última instancia equivaldría a decir cómo el narrador enfoca la cuestión.

 

Octavio Hernández ofrece una crónica del desastre sin los tintes rojos del sensacionalismo, sin la lente de aumento de los extranjeros, sin el fanatismo de los oportunistas, sin el engreimiento de las estadísticas. Todo en este libro fluye (¡y no se trata de una morbosa alusión!) sin tropiezo por la virtud de la palabra precisa y sencilla, pero ante todo por una especie de pirueta narrativa que exorciza el horror y le permite hacer constante alusión a la vida en esos tiempos de muerte.

 

El autor escudriña los múltiples aspectos de la tragedia para construir un verdadero documento histórico, sociológico, sicológico que tiene la magnífica irreverencia de ser contado con esperanza porque el humor, maravillosa virtud de nuestra cultura, es, en este caso, la mejor expresión de la esperanza.

 

(Doctor en Literatura Julián García González, “La Explotación del Volcán o lo que el lodo se llevó”. Manizales: Revista Integración, Nº 27, abril-mayo-junio de 1990, pp.27-28).   

 

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CARTA DE UNA ACADÉMICA

 

Barranquilla, 6 de noviembre de 1990

Señor

OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ

Manizales

 

Reciba mi cordial saludo.

 

Por la presente deseo expresar a Usted mis agradecimientos por el envío de su libro “La Explotación del Volcán”, acertada recreación de lo que fue en su hora y sigue siendo en el recuerdo uno de los más dolorosos insucesos de nuestra historia.

 

La visión que Usted nos presenta de aquella mala hora es, no sólo de angustiosa exactitud sino que se ofrece atemperada con toques de ironía y de un humor que no llega a ser negro pero se le parece.

 

Reitero a Usted mi gratitud  y le auguro muchos éxitos en su polifacética tarea literaria.

 

Soy su amiga,

 

MEIRA DELMAR

Academia Colombiana de la Lengua

 

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DE UN PERIODISTA CULTURAL

 

Calarcá, mayo 29 de 1991

 

Escritor

Octavio Hernández Jiménez

Manizales.

 

Noble amigo mío:

 

Hace algunos días recibí, con honrosa dedicatoria, tu admirable libro “La Explotación del Volcán”. Por tan hermoso y generoso regalo para mi espíritu y mi constante sed de sabias o importantes lecturas, mil gracias. Me salen ellas del fondo mismo del corazón, como gustaba decirlo a Roberto Louis Stevenson.

 

Y, si antes no había escrito para ti estas líneas nunca se debió a un olvido o a una falta de educación y afecto. No. Tú sabes, como escritor –y muy de veras que lo eres- que a veces el tiempo suele hacérsenos corto para atender, en forma oportuna, delicados mandatos de la voluntad y de los caros principios de la más pura amistad.

 

Sin embargo, quien nació caballero, y se educó por sí solo para caballero, caballero debe morir. Para mí, para ti y como lo quería para sí el inmenso Porfirio –el día esté lejano-, auténticos caballeros debemos seguir siendo. Más, mucho más, cuando se trata de gente de letras. De poetas. O de filósofos. Quien olvida el regalo de un libro, dijo Anatole France, también olvida la calle que conduce a su casa.  

 

“La Explotación del Volcán”, como obra meritoria, tiene muchos, estéticos y denunciantes valores. Es la verídica historia de una tragedia. De un siniestro. De una furia, sin justificación, de la tremenda naturaleza. No olvidas, en ninguna de las 204 páginas de tu fino libro –escrito en depurado estilo- ni un mero y auténtico detalle de la  catástrofe que destruyó a la bella y ardiente ciudad de Armero. Y así tenía que ser porque, de resto, a tu excelente trabajo como que le estaría haciendo falta no los pies sino la cabeza. ¡Y qué cabeza delicada y pensante la que le pusiste a tu necesaria obra!

 

“El pavimento de la Plaza de Bolívar estaba cubierto de un polvillo gris como si hubiesen vaciado sacos de cemento en la planicie ceremonial…”.

 

¿Te das cuenta? En meros tres lingotes ya le dices al lector que, de lo que en efecto se trata, es de algo de lo cual no puede faltar un claro y nítido acento de poesía. Y, es eso: poesía lo que, muy a menudo, se encuentra en tu larga crónica histórica que debe leerse, como lo aconseja el viejo Hugo, a las mejores horas del día o de la noche.

 

Espero que estas letras de gratitud y de amistad no tarden mucho en llegar a tus manos de verdadero sacerdote de las palabras escritas.

 

Te saluda y admira,

HUMBERTO JARAMILLO ÁNGEL (“JUAN RAMÓN SEGOVIA”) (Firmado)

 


 

 

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23 de abril de 2012

 

Saludos a todos


Les recomiendo el libro "La Explotación del Volcán", de Octavio Hernández. Creo que su lectura, como documento histórico enfocado principalmente (aunque no únicamente) desde la percepción de la comunidad a la actividad del Ruiz hace 27 años, puede ser muy útil en los trabajos de socialización que se vienen adelantando, no solo en el Ruiz sino también en los otros volcanes. Para mí es un libro excelente.


Les envío el "link" donde se hacen comentarios al libro, del cual tuve  
la misma percepción.


Espero que se encuentre todavía a la venta, de otra manera yo lo tengo...



Recuerdos,


María Luisa Monsalve

Subdirección GEOLOGIA BASICA
INGEOMINAS Bogotá