APIA (RDA.) Y LA GENERACIÓN DE SU IDENTIDAD
Octavio Hernández Jiménez
Durante la primera parte del siglo XX, los líderes de Apía se movieron en dos frentes.
EL ECONÓMICO: De haber tenido la sagacidad para ubicar a Apía en un activo cruce de caminos se deduce su importancia regional, en la primera mitad del siglo XX y el establecimiento, allí, de empresas como una sucursal (zacatín) de la Industria Licorera de Caldas, en el caserón de tapia pisada en donde funcionó por veinte años el internado del Colegio Santo Tomás de Aquino, en la esquina sur del parque central. Ocupaba media cuadra, con extensión mayor por la carrera que por la calle que bajaba a la Normal. Cincuenta personas llegaron a depender de esta empresa entre obreros, cargadores, arrieros, empleados y vigilantes. Hubo espacio para cada sección y su respectivo personal. Cada surtido de licor que salía con rumbo a otro pueblo iba rodeado de un cuerpo de escoltas para impedir que asaltantes de caminos lo arrebataran. Otro grupo de vigilantes combatía el expendio de tapetusa que, como su nombre lo dice, era licor falsificado que se tapaba con una tusa o punta seca de una mazorca. El Espanto de Hojas Anchas, por el camino empinado de comunicaba Supía con Caramanta, no era más que una barbacoa o camilla cubierta con sábanas blancas que, en altas horas de la noche, transportaba contrabando de tapetusa entre Antioquia y Caldas. El terror de las gentes que habitaban a la orilla del camino y de las autoridades entre los dos departamentos impedía que requisaran al célebre espanto. Se veían más ciegos, antes, que en la actualidad. Muchos de ellos, con su respectivo lazarillo, bastón y perro debían la enfermedad al malhadado consumo de licores adulterados. En un zacatín oficial se destilaba el Aguardiente Manzanares, “amarillo y de caña gorobeta”, suave licor que, a lomo de mula, se enviaba de venta a los pueblo del occidente del Departamento, en las cuatro direcciones de los dos caminos. Apía era un estratégico puerto terrestre. Dadas las dimensiones de esta construcción cupieron, por más de 20 años, todas las dependencias del magnífico plantel de enseñanza superior, con laboratorios de física y química, biblioteca, emisora, internado con su cocina, comedor y dormitorios, salones de clase, oficinas, albergue de profesores solteros o que habían dejado sus familias en otras partes, canchas de básquet y voleibol y hasta espacio para la huerta escolar. Cuarenta años después de haber sido asiento de la Licorera de Caldas para el occidente del Departamento, cuando derribaron la sede del viejo Colegio (1974), todavía se olía el penetrante anís del que estaban impregnados los socavones y paredones de tapia.
El camino y el hábitat nos informan, además, sobre lo recibido y adaptado. Si se recorren las calles del viejo casco urbano se podrá observar que quedan pocas de las ciclópeas tapias impuestas, como forma de construcción, por los antioqueños. Los paisas que llegaron por este camino habían aprendido, siglos antes, esa práctica, de los españoles que, en la Conquista, subieron desde el sur. No se puede olvidar que, inicialmente, la Provincia de Santa Fe de Antioquia dependió de Quito y Popayán. Tanto en España como en el Perú fue muy utilizada la tierra pisada, en cajones amplios y altos, como muros y paredes. Partes de la muralla china fue levantada en tapia que, miles de años después, se derrite con la lluvia, el viento y el sol implacables. El templo y el Colegio Santo Tomás, en el marco del parque principal, eran de tapia pisada. Murallas de tierra que se resquebrajaron por los temblores constantes. El bahareque que sustituyó a las tapias, ha sobrevivido a terremotos e incendios. Con razón fue llamado, en la región caldense, ‘estilo temblorero’. Paredes de guadua, tierra y cagajón que, al arrancar el siglo XXI, no pueden repetirse porque las bestias de carga fueron sustituidas por potentes jeep willys. Se agotó el cagajón como materia prima de construcción. Luego se encalaban. Las fachadas de las casas, como el alma de quienes las habitaban, eran austeras, blancas, con discretas puertas y ventanas. No se utilizaron balcones sobresalientes porque la región, prolongación de las condiciones climáticas del Chocó, era muy húmeda y esas maderas, a la intemperie, se pudrían aceleradamente. Cuestión práctica, ante todo. La pesada teja de barro que cubrió la totalidad de las casas fue utilizada, anteriormente, por la civilización morisca, al sur de España y, mucho antes, por romanos y pompeyanos. En el interior de la mayor parte de los hogares apianos se reflejaba austeridad y dignidad en muebles y enseres. Escaso lujo aún en las casas de gente adinerada. Muchas litografías de temática religiosa e incipientes colecciones de libros. No abundaban los tapetes, ni los óleos, ni las porcelanas, ni el bronce, ni el oropel ni las lámparas. Sin embargo, más que en cualquier otra parte, se buscaba, se admiraba y se rendía pleitesía a la belleza corporal y personal. La proyección de la persona ante los demás siempre fue, en Apía, muy valiosa. La misa mayor de los domingos era la ocasión reiterada para presentar, ante los ojos ajenos, las galas recién adquiridas. Era de quedarse con la boca abierta ante tanta elegancia. La apariencia física era una alegoría de sus moradores.
Manizales es la capital del departamento al que perteneció el municipio de Apía, por sesenta y un años (1905-1966). La Parroquia de San Antonio de Apía también perteneció a la diócesis de Manizales, desde 1900, año de la creación de la diócesis de Manizales, hasta cuando se creó la diócesis de Pereira (1952). A la capital de Caldas, más que a otra capital regional, desde comienzos hasta 1960, más o menos, muchos padres de familia de Apía, mandaban sus hijos, primero a estudiar en los internados de los colegios de La Presentación, Santa Inés y Sagrado Corazón (femeninos) y Colegio de Cristo, Instituto Universitario y Nuestra Señora (masculinos); varios jóvenes ingresaron a seminarios religiosos y, luego, fueron muchos apianos los que estudiaron en la Universidad de Caldas, fundada a mediados de la década de los 40.
En la primera mitad del siglo XX, eran constantes los viajes a Manizales por asuntos administrativos, educativos y comerciales, a lomo de mula o caballo, pasando por Viterbo, San José y Arauca. Los cafeteros de Apía, antes de que abrieran la carretera que comunicaba con La Virginia, enviaban a Manizales, recuas de cien, doscientas y más mulas, una tras otra, en tiempo de cosecha, con el café que, luego de haber pasado por las trilladoras, salía para el exterior, río Magdalena abajo, utilizando el Cable Aéreo que trasmontaba la cordillera central, a un lado de las nieves del Ruiz. Las bestias regresaban a Apía cargadas de sal, harinas, medicamentos, telas, innumerables herramientas, materiales de construcción, libros y mercancías provenientes, en buena parte de Europa y Estados Unidos, que habían llegado a Manizales por el Cable Aéreo.
Mis abuelos y sus hijos esperaban con alegría, en su casa ubicada en San José Caldas, el paso de las muladas provenientes de Apía, rumbo a Manizales, que volverían de regreso distribuyendo los bultos de mercancía, por todo el camino. Por esta ruta, llegaron, desde Europa, las campanas y el sagrario de bronce que, no se sabe por qué milagro, aún se conserva en el altar de la nave izquierda del templo de Apía. Una enorme cabalgata compuesta por fervientes apianos fue a esperar estos objetos para el culto católico, en Asia, junto a Viterbo hasta donde llegaban los límites del municipio.
Por el camino horizontal no se transportaban aceites vegetales ni margarinas pues no las habían inventado todavía y tampoco mucha manteca pues, en cada localidad y en cada cocina se sacaba de la grasa abundante de los cerdos; esa grasa se conseguía en los mercados y en las tiendas, por libras o kilos, envuelta en hojas de congo. La ropa prefabricada que se vendía tampoco era mucha porque en cada pueblo una legión de costureras y sastres hacían los vestidos sobre medidas al mismo tiempo que en talleres ubicados en el propio pueblo se elaboraban zapatos y botines para damas, caballeros, niños y chapines que no eran escasos.
En Apía hubo un molino de trigo, una desfibradora de fique para hacer lazos, costales, enjalmas y una curtiduría de pieles de res para la elaboración de taburetes cantineros y domésticos, aparejos de bestias, rejos, zurriagos, correas y guarnieles. Tuvo fábrica de chocolate. Se establecieron varias trilladoras para escoger el café. Grupo hasta de 30 mujeres separaban la pasilla del café tipo exportación. Hubo fábricas de velas de parafina y sebo, jabón ‘de fábrica’ y de tierra, de colchones, almohadas y enjalmas de enorme demanda igual que las fábricas domésticas de chicha, Cerveza Negra de don Lázaro Velásquez y de gaseosa Calmarina. Tuve la oportunidad de conocer la fábrica de Café Yanuba cuyos productos vendían no solo en los pueblos de la comarca sino en las capitales de la región. En Manizales, a comienzos del siglo XXI, había personas que al mencionar a Apía evocaban, con nostalgias olfativas, el Café Yanuba. Hubo doce tejares. Se importaba hierro porque en Apía había varios talleres de forja para herramientas, tinas, canaletas y chambranas con que se surtía el mercado local y de los pueblos de la región. Establos enormes como los de don Fernando Jaramillo y el del Mono Orrego surtían de leche, queso y mantequilla buena parte de la demanda urbana.
Apía, en su época de esplendor económico, fue asiento de prósperas sucursales de las empresas de Salazar-Hermanos de Anserma. Esta casa comercial fue fundada, en 1913, con un capital de 80.000.oo pesos. Efectuaba compra de café y pieles en municipios vecinos, entre ellos Apía. Exportaban a Estados Unidos, Bélgica y Alemania a través de Buenaventura. Salazar-Hermanos también tuvo fábrica de gaseosas con cuatro productos: Calmarina, Kola, Limonada y Agua esterilizada. En Apía instalaron embotelladoras y un surtido almacén de herramientas de fundición. Tuvo una comercializadora llamada Unión Americana. El poderío económico derivaba de haber instalado en Anserma la administración de las minas de oro de Cuema, Batató, El Crucero, Puerto de Oro, todas en Chocó. Esa riqueza se desmoronó, al finalizar la década de los 30, cuando mermó, en forma alarmante, la producción del precioso metal. En 1942 cerraron la fábrica de gaseosas. En 1945 la fábrica de chocolates. La fábrica de velas duró hasta finales de los cincuenta cuando se inauguró el alumbrado de la Chec. Solo tenían demanda para el alumbrado del 7 y 8 de diciembre. Llegaron las vacas flacas (Usma Darío, Rudas Albeiro, Peláez Óscar, marzo-abril de 2009, p.5).
LO CULTURAL: No todo se echó a andar en un momento. Venía de antes porque, como lo observó sagazmente el poeta español, lo que tiene el árbol afuera viene de lo que trae de adentro. Nazario Restrepo Botero (1877-1931), fue párroco de Apía en la segunda década del siglo XX. Era políglota, orador sagrado, pintor, traductor, fundador de colegios, poeta y escritor. Es responsable de haber escrito “cuatro novelas, doscientas biografías, obras en verso dramas y comedias” (Periódico el Cóndor, Apía, edición 64, enero de 2004, p.1). Por haber muerto a “mitad del camino de la vida”, no tuvo el tiempo suficiente para pulirlas. Se menciona su nombre pero se desconoce su obra. Sembró la semilla no solo de la fe sino del amor por la cultura. Pónganle la firma.
Quienes vinieron luego, no conformaron una mesa redonda con reuniones periódicas, ni levantaron actas de sus proyectos sino que se manifestaron como una peregrinación entusiasta, en la que unos iban detrás de otros enarbolando el Civismo y la Cultura, en distintas manifestaciones, como nobles banderas. Ellos soñaron con que, proseguir por esa ruta, les iba a redimir. Cada uno ponía su granito de arena y así, entre todos, levantaron una magnífica estructura social difícil de derribar. Otros respiraron esa atmósfera de ideas, sueños y eventos afines en que se habían enrolado sus paisanos o vecinos e hicieron lo posible para que sus hijos, hijas o allegados se inscribieran en esa caravana idealista.
La Generación de Identidad Apiana tuvo como pioneros, luego del Pbro. Nazario Restrepo a otros levitas como los párrocos Agustín Corrales que, “inculca en sus parroquianos el interés por la educación y el amor por el cultivo de la inteligencia; trae a las Religiosas Vicentinas para que se hagan cargo de la educación de las niñas, conforma una sociedad para la adquisición de una imprenta, construye el hospital en 1928; desde su periódico libra campañas para que la capital de Caldas se interese por la Carretera Arauca-Apía” (Gerardo Naranjo, 1986, p. 33). El padre Luis Eduardo Cortés funda el Instituto San Luis, antecesor del Santo Tomás de Aquino.
Hombro a hombro con los párrocos, luchaban por el mejoramiento social, Martín Ortiz R (primer alcalde), Antonio J. Gutiérrez (director del periódico El Centauro), Alfredo López Velásquez (el poeta de comienzos del siglo XX), Valentín Garcés y Lázaro Restrepo (directores del periódico Cruz y Bien), Enrique Alzate, Jesús María Orrego y Pedro Aicardo Flórez (integrantes de la Junta de Festejos), Bernardo Ríos (director del periódico Ecos de Occidente), Martín Restrepo (rector del Instituto Balmes, anterior al Instituto San Luis), Marco Tulio Mejía (fundador del Club Tucarma, en 1946), Ramón Pompilio Torres, director de la banda de música de ‘Río-Arriba’. Carlos Echeverri García llega del Conservatorio Nacional de Música de México a dirigir la banda y los coros del orfeón; autor de “Estampas Rurales”, “Morenita Apiana” y “Brisas del Tatamá”. Fernando Jaramillo, Pedro Patiño, Nicomedes Hincapié (inspector local de educación), Marcelino Hincapié, Pedro Manrique. Marco Tulio Mejía, Pedro Zapata y Bertulfo Agudelo que dieron becas para los internos provenientes de otros municipios.
Luis Ángel Baena, secretario del Colegio, viajó, estudió y se constituyó en una de las glorias de la lingüística nacional como profesor de la Universidad del Valle. Gerardo Naranjo (director de El Minuto y exalcalde), Gabriel Rojas M. (Rector Magnífico del Colegio Santo Tomás), Canuto Orrego; Rubo Marín, con la sensibilidad en la punta de su batuta dirigió la banda de música y el orfeón por varios períodos; Bonifacio Bautista músico de renombre nacional; León Echeverry (ganador del concurso para bautizar la emisora del Colegio con el nombre de “Pregones Culturales”). Demetrio Hincapié, Francisco Sánchez, Pedro Antonio Hincapié, Alfonso Hincapié, Honorio Echeverri, Gerardo Díaz Estrada, Campo Elías Sánchez, Raúl Morales, Alfredo Alzate, José Álvarez Patiño, Goar Hernández, Herman y Oscar Rojas, Bernardo, Germán, Alberto, Fabio y Guillermo Zuluaga Osorio; Luis Ayala (medalla de oro en unos juegos deportivos a nivel departamental); Carlos, Emilio, Rafael, Alberto y Germán Castaño Abadía, Aníbal Estrada, Daniel Becerra, Manfredo Becerra, Virgilio Palacio y Rogelio Espinal, profesores y promotores del Periódico “Vocero Estudiantil”. José Velásquez, Carlos y Saulo Herrera, Bertulio Guevara, David Bedoya e hijos, Abraham Ayala, Héctor Rincón, Darío Mesa, José Alzate (el gran caballero que a la vez fue bajo profundo en el Orfeón y luego en las “Masas Corales de Apía”).
Alberto Mesa Abadía (gestor del Departamento y Gobernador de Risaralda), Bernardo Mesa Abadía (líder, exalcalde y secretario de la Gobernación). Abelardo López, William Montoya Zapata, Oscar Hernández y Pedro Nel Gutiérrez directores del periódico del Colegio “Orientación”; Jaime Manrique, Vitalino Gallego, el tendero amable, Ramón Zapata, Antonio Salazar, Jesús Grisales, Valeriano Rendón, Pedro Nel Montoya, Emilio Hincapié, Jesús Antonio Acevedo, Pedro Nel Acevedo, Flówer Flórez (notario), Darío López, Jesús María Ochoa quien, a mitad de año se ponía a coser los vestidos de paño de todos los bachilleres del Santo Tomás para lucir el día de su grado, en noviembre; Felipe García, César González, Alboín Gómez Duque, escudero de la cultura y secretario de todas las juntas de carácter cívico; Jesús Becerra, Célimo Becerra, Alonso Uribe (el fotógrafo, con su valioso archivo que todavía se puede rescatar), su sucesor Gabriel Calle, Elías Gómez Duque, alcalde de Apía y luego en Belén y Viterbo. Ángel Vergara, César Londoño, Baldomiro Bedoya (piloto de aviación y uno de los profesionales que más orgullo causaban al rector por haber conducido la nave que llevó al Papa Pablo VI de Bogotá a Roma, en 1968), Edginardo Suárez, Jorge Hincapié ocupó cargos de importancia en el Municipio, el Departamento y el DAS. Álvaro Cuartas ocupó la Secretaría del Ministerio de Educación, Ariel Echeverri, Mariano Acevedo, Aureliano Flórez C. que marcó huella profunda en la educación en Anserma; Aureliano Ramírez, su dinastía musical; Germán Pulgarín (Gerpul) y su voz que era capaz de desvelar al pueblo, José Molina que trajinó por los Comités Departamentales de Cafeteros, en Risaralda y Caldas y concluyó su vida laboral como Alcalde de Neira (Cds.). Sigifredo Cardona y sus ejercicios fotográficos de gran calidad como los de su maestro el Padre Luis Lentijo; Jaime Rendón, educador y Alcalde; William y Olmedo Sánchez, Héctor, Libardo y Mario Becerra, Noel Rodas Cifuentes. Don Gentil Pérez, carnicero y padre de Héctor Pérez G., excelente profesor de francés, Herney, matemático de renombre, y su hermano Nelson Pérez Grajales.
Héctor Becerra, educador y luego alcalde de Toro (Valle); sus hermanos Norberto que es docente y Fernando mecánico industrial y agropecuario; Darío García M., (de Anserma, bachiller y luego profesor del Santo Tomás), Humberto Duque, Gartnier Minota, Gerardo “Patria” López, Norberto y Albeiro Ochoa, el educador Mágdalo Mejía; Mardonio y Abdul Mejía, Alonso Blandón, Hermes Ochoa, Fabio y Augusto Flórez C., Gentil Acevedo, Gerardo Ramírez, Gabriel Ramírez, Abelardo Bedoya, Arnoel, Arnubio, Aulio y Ariel Grajales, Helí Ramírez, Aureliano y Bernardo Flórez, Fabio y Mario Morales F., Hernando, Darío, Pedro Nel y Carlos Navarro O.; Hugo, Ricardo y Rubén Ramírez, Jaime López, Darío Raigosa que hartas películas siga repasando en su Paradiso, Lázaro Velásquez; Ancízar y Guillermo Acevedo, Javier Castaño Marín (autor de “Aldemar Uvaleti”, clásico de nuestra cuentística). Héctor, Manuel y Aviécer Henao, Bernardo Mejía (M), Gildardo Monsalve, Bernardo, Manuel y Fernando Rendón, Fabio, Hernando y Alberto Rojas Mejía, Jaime y Diego Echeverri, Luis Rosendo Castaño, Silvio Castaño, Tarsicio Hoyos, Libardo Hincapié, Ítalo Morales, Norberto Múnera, Ricardo y Marcelino Hincapié Loaiza, Filiberto Alzate Vallejo, Fabio Alzate V., Francisco Javier Alzate Vallejo (el poeta del “Poema Inconcluso para el Tiempo”, el maestro, el prosista, el director del periódico de El Cóndor, el político en el sentido noble del término). Óscar Henao, pionero de la mina de manganeso; William y Manuel García, Antonio Pulgarín “Calilla”, el de la heladería famosa; Tobías Acevedo, el tendero. Darío Salazar, Francisco, Alirio y Uriel Gómez, Rubén Darío, Víctor Manuel y Jorge Julio Salazar.
Francisco Javier López Naranjo (el poeta de “Arda mi Llama”, “La Cruz y la Estrella”, “La Silentísima Epopeya”), Albeiro Múnera Patiño (el del cuento “Los Ricos”) y Orlando Múnera P. (pedagogo con teoría en la cabeza y vocación en el alma), Humberto Bermúdez, Gersaín Restrepo (pedagogo y autor costumbrista), Mario, Jaime, Nelson y Bertulfo Agudelo, Santiago Torres, Óscar Aguirre, Pedro, Fabio, Gildardo, Francisco Javier y Luis Pérez Marín, Aurentino Flórez, Régulo González, Camilo Quintero, Guillermo, Herman, Hernando, Jaime, Jorge Humberto, Mario y Héctor Fabio Vergara Hincapié. Héctor Fabio era asesor jurídico de la Gobernación de Risaralda, en la segunda década del siglo XXI. Gabriel Pareja, Decano de matemáticas en la Universidad de Antioquia. Jaime Velásquez, Oscar Sánchez, Arlid Toro, Arcesio, Orlando y Rodrigo Rodas, Mario Zapata, Álvaro Palacio, Omar Ramírez, mis hermanos Tito Fabio, Héber Jaime, Francisco Javier y Samuel, Marco Tulio Salazar, Carlos Alberto Aristizábal (autor de la obra de teatro “Los Derechos del Hombre”), Joaquín, Carlos, Orlando y el excelente fotógrafo y arquitecto Jorge Evelio Aristizábal G. Armando y Gabriel Santacoloma (de Santuario), Jorge Iván Ramírez, Mario Martínez Peláez (profesor, columnista, líder y soñador irredento), Gustavo Salazar, Hernán y José Luis Zapata, Hernando Torres Hoyos (autor de tragedia “Los Tres Cristo de la Independencia”), Felipe García (líder del magisterio en el departamento), Eliseo Múnera, Hernán Díaz Z. (autor de la obra de teatro “Una Noche, una Luz, una Palabra…”), Abel Antonio Idárraga, Heriberto Pulgarín y sus clamores por los cafeteros, Pompeyo Acevedo, Hernando Rúa, Hernando Ocampo, Edgar Restrepo y su carreta de ‘siempre listos’ con los scouts.
Libardo Becerra, Fabio Becerra Muñoz, premio como mejor maestro en concurso departamental. Albeiro Morales, Alberto y Francisco Javier Velásquez, Marco Tulio Quintero, Eugenio Díez y su afán literario, Ariel Giraldo, médico y gran aficionado a las trovas; Bernardo Mesa Mejía, Luis Fernando y Francisco Herrera G. con su visión futurista de la caficultura, Carlos Fernando López, misionero de una música exultante por todos los escenarios de la patria, José Valencia tratando de redimir la provincia desplazándose por todos sus repliegues, Mario Acevedo, Norberto, Federmán y Javier Echeverry, Gildardo Arenas, Apolinar Molina, Fixónder Quiroz, Gustavo Zuleta, Alejandro Delgado, Fabio y José Luis Tapias, Óscar Gallego y sus inclinación por el periodismo en distintas formas, Gustavo Adolfo Álvarez F., Bernardo Jaramillo Z, Mario Múnera, el escenógrafo del Ocaso de un Pueblo quien ha contado siempre, a pesar del exilio, con Apía entre sus motivos de inspiración y Julián Ramírez que conjuga toda propiedad música e ingeniería. Detrás, y para mucho tiempo, tenemos al romántico de Diego Gómez perpetuando una tradición positiva, en el Café Apía. Son muchos más, pero mi memoria, feliz en una época, se ha reblandecido.
Han sido innumerables los apianos que han descollado a nivel regional y nacional. En 1961, era Secretario de Salubridad de Caldas, el Dr. Héctor Meza Abadía quien, hasta su nombramiento en la Gobernación, orientaba la cátedra de Anatomía, en el Colegio Santo Tomás de Aquino. Excelente como individuo, como docente y como profesional. Excelente el reportaje que ofreció cuando llegó a Manizales, después de asistir a un congreso en Bogotá. El periodista le preguntó sobre la situación de la salud pública en el Viejo Departamento de Caldas. Respondió con estas palabras que podrían servir para dibujar el panorama del país cincuenta años después: -“El estado de salud del hombre caldense es grave y requiere la inmediata atención del gobierno como de las empresas particulares y además la amplia colaboración de la comunidad para comprender sus problemas y ayudar a resolverlos. En una extensión de 12.963 kilómetros cuadrados, el Departamento alberga una población de 1.407.418 habitantes. La densidad de la población es de 108 por kilómetro cuadrado, ocupando el segundo lugar después del Atlántico con 165 kilómetros cuadrados. La del país es de 12,14 habitantes por kilómetro cuadrado. La tasa de crecimiento en población es grande en Caldas, observándose este mismo fenómeno en Colombia y todo Sur América que en la actualidad posee una población de 131 millones de habitantes. Nuestro pueblo sufre de hambre proteica, su alimentación habitual es a base de carbohidratos. La alimentación es tan deficiente que el consumo de leche es aproximadamente 30 por ciento per cápita y el de carne 58 gramos per cápita al día. Esta carencia es causa de la desnutrición infantil lo cual reduce la resistencia a las enfermedades…” (La Patria, 12 de agosto de 1961, p.3). Una cátedra de salud pública. Sabía en dónde estaba parado. No era cualquier pintado en la pared.
Aníbal Lennis es escritor, cuentista y finalista en el Concurso Nacional de Cuento patrocinado por RCN con su obra “Los siete puentes de Konisberg”. Su obra “Daniela” fue editada por Colcultura y traducida al inglés. Ómar Lennis, banquero y buen futbolista. Carlos Armando Uribe Fandiño, el popular Profesor Yarumo que enseña la vida de los caficultores en su programa por la Televisión Nacional. Fabio Bermúdez Gómez fue director del Incora, del Idema y del IICA, a nivel nacional. Jairo Palacio, ex asesor y pensionado de la ONU. Entre los médicos, Augusto Durango fue matrícula de honor en su carrera cursada en la Universidad de Caldas. Euler Correa, posiblemente el mejor matemático egresado del Colegio Santo Tomás, médico y especialista en medicina interna.
Entre los renglones del listado anterior, como un espíritu santo, flota un nombre. Es antecesor de esa lista, es medio en que se desenvolvieron esas personas y cuyas enseñanzas les sirvieron para apuntalarse en ciertos momentos de sus vidas. Me refiero al Colegio Santo Tomás que, más que una institución educativa ha sido eje del pensamiento, de la actividad y la identidad de los apianos. Los rectores que forjaron un glorioso período fueron Enrique Alzate Parra (1948-1952), Pbro. Isaías Naranjo (1952-1953) y Gabriel Rojas Morales (1953-1981). En el internado hubo estudiantes de los cuatro puntos cardinales sobre todo de los actuales departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío y Valle. Llegaron de regiones lejanas. Funcionó entre 1954 y 1971. Por el internado, muchos conocieron a Apía, aprendieron a querer a este pueblo, algunos se casaron con apianas y se llevaron un recuerdo imborrable. Algo parecido sucedió con la Normal Superior Sagrada Familia de prestigio regional. Esa temporada que, en las dos instituciones pudo durar unos 20 años, mereció ser conocida como la Época Dorada.
El apelativo de Edad de Oro derivó, no sólo por razones internas a esas instituciones, como la responsabilidad conjunta, el rigor académico, la disciplina a toda prueba, sino por una atmósfera social que influían en la actividad ciudadana del municipio y sus alrededores. La luz que emanaba de la antorcha del escudo iluminaba el conglomerado, con persistencia y entusiasmo.
En la década de los sesenta y parte de los setenta del siglo XX, a Bernardo Mesa Abadía (muerto en julio de 2008), Gerardo Naranjo López (muerto en septiembre de 1993) y al Presbítero Octavio Hernández Londoño (muerto en febrero de 1980), los apodaban “el Trío Dinámico”. Todas sus conversaciones giraban alrededor de proyectos y realizaciones para el progreso de Apía. Los veía uno, en reuniones cívicas, en el parque, en una esquina, en cualquier parte, comentando obras realistas que beneficiaran al municipio y sus gentes. Soñaban en voz alta. Y actuaban. Jamás se cansaron. Se fueron muriendo en olor de apianidad a toda prueba.
En las décadas de los sesenta y setenta, resonaban nombres de la interminable lista anterior, por casas, calles, negocios e instituciones de Apía. Cada nombre se repetía en voz alta porque su dueño era un elemento relacional en la sociedad de la que hacía parte. En esto se diferencia una sociedad organizada de una masa amorfa. Unos de sus integrantes se escampaban en el otoño de sus vidas, otros disfrutaban del propio verano y para la mayoría de esos nombres florecía la más radiante de las primaveras. El reloj inexorable ha hecho que muchos de ellos, adolescentes en ese entonces, pero ubicados ya en la llanura del siglo XXI, vean su apogeo en este siglo. Todos los anteriores y otros que se escapan a mi precaria memoria, coincidieron, mínimo, en una y dos décadas de convivencia por las calles de la Ciudad de Tucarma.
Apía no contó, como otros pueblos hermanos, al estilo Riosucio, Supía, Aguadas o Salamina, con unos excedentes de riquezas materiales de tal magnitud que diesen oportunidades a la formación de una clase social opulenta que se manifestara a través de la arquitectura de sus residencias, aderezos y leyendas adornadas de endiabladas riquezas. Nuestra clase alta lo era, no por la riqueza acumulada en baúles o en inmuebles, sino por su tesón, su trabajo honrado y sus aspiraciones de progreso académico y cultural.
Muchos de los mencionados jamás leyeron un libro pero respetaban y aplaudían a quienes los leían. Otros llegaron del campo con una sonrisa amplia, dispuestos a arremangarse la camisa y conquistar, por medio de sus hijos, un mundo extraño para los habitantes de los pueblos vecinos. No el mundo de los bienes materiales tan esquivos a la mayoría de apianos de esos tiempos sino otro mundo que los demás habían despreciado: el mundo de la cultura. Quienes orientaban la comunidad advertían que por medio de los libros conquistarían un universo más amplio y fascinante que el que recorren con sus sentidos los conquistadores, viajeros o turistas. Los padres escuchaban ese discurso y se aprestaban a salir con su familia en búsqueda de ese epicentro en donde, con la magia de la lectura y los callos en el dedo derecho del corazón provocados por los ‘encavadores’ y los lápices, con la experimentación y la creación personal, se podía adquirir esas cartas de navegación tan elogiadas y anheladas, a pesar del adagio tan practicado en esa época: “La letra con sangre entra”.
En esto se diferenciaba la Generación de la Identidad Apiana de lo que aconsejaba cierto antioqueño a su hijo cuando terminó la escuela primaria: “Llegó tu hora de partir de la casa. Consigue dinero en forma honrada y si no puedes conseguirlo en forma honrada, por lo menos, consigue dinero”. Haber puesto en práctica, al pie de la letra, este consejo fue, en parte, lo que desbarató el país.
No haber llegado también es otra forma de llegar. Mencionarlos, uno detrás del otro, muestra lo difícil que es cortar una generación para decir aquí comienza otra. En las generaciones como en las arterias urbanas inesperadamente unos coinciden con sus vecinos; otros se tropiezan. Las generaciones dialogan o discuten. Se entregan entre sí la antorcha no necesariamente al final de su propia etapa. Siempre habrá muchas teas ardiendo. Las generaciones son como el día que avanza sin divisiones sensibles ni tajantes.
Que la sola mención de sus nombres sea un homenaje a los citados caballeros y a otros que se escapan de este ejercicio del recuerdo. Instruidos y no tanto; ricos y menos ricos; pobres y muy pobres; propietarios, peones, jornaleros y asalariados, obreros, conductores, artesanos, tenderos, carniceros, profesores, profesionales, artistas y personas dedicadas a todas las actividades relacionales en el funcionamiento de una comunidad, Gracias porque, pasados los años, seguimos guardando sus nombres en ese libro espiritual que nos acompaña en los trasteos del cuerpo y del alma. Apía no será simplemente una referencia notable del pasado. Esos nombres llenan, en gran parte, la segunda mitad del siglo XX y, de la mitad hacia abajo de la lista, sobre todo, se proyectan al siglo XXI, con entusiasmo y desafío.
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
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