ATISBOS DE AMOR

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En este octubre, en vísperas de que mi querida sobrina Juliana contraiga matrimonio con Gabriel, su prometido, en el Templo de Santa Bárbara de Santa Fe de Antioquia, como se ha puesto de moda, muchos momentos los he dedicado a pensar, a soñar, a rememorar en lo que ha significado ese paso en la vida de una pareja. A los dos, les dedico estas consideraciones.

 

La historia no se ha fraguado, primariamente, en acciones externas sino en motivaciones, móviles e impulsos que incuban los actos que percibimos y que algunos amanuenses graban en  crónicas analizadas luego por estudiosos.

 

Temporalmente, sucede un proceso mental o síquico antes de llevar a la práctica lo que se gesta en el interior de los actores. Grandes hechos que han variado el rumbo de los pueblos nacieron en una emoción intensa o una pasión no saciada de sus protagonistas. Incitaciones que, luego, esos pueblos realizaron en forma de proyectos que habrían de afectar sus vidas y su devenir. Los actos humanos nacen de un proceso emergente de la mente.

 

Los sentimientos son fruto, en gran parte, de la tradición de los protagonistas, de la ética o de las costumbres que van moldeando una idiosincrasia. No ha habido un pueblo sin una ética primigenia. Desde las culturas tribales se dan normas orales, de carácter familiar y tribal, expuestas muchas veces en forma de parábolas y mitos. De esta forma se van inculcando la reciprocidad, generosidad, justicia, respeto a la vida propia y ajena, veneración por los mayores y formas de comportamiento entre personas que se atraen o se rechazan.  El amor ha sido, entre nosotros, la forma más corriente para encontrar la dicha. 

  

En San José de Caldas, como en todas las comunidades de antaño y actuales, el amor era un sentimiento éticamente positivo. Y ese sentimiento, como los demás, tuvo su manifiestación peculiar, su lenguaje por medio del espíritu y del cuerpo. Las miradas, las palabras, los recados, las tarjetas, las boletas en secreto, los poemas, los acrósticos y las cartas protocolarias o íntimas han jugado papel primordial en la evolución social del amor.

 

¿Cuáles eran los indicios de un amor, en la cuarta década de ese pueblo del Bajo Occidente de Caldas? Leamos esta carta encontrada a comienzos del siglo XXI, en los cajones de un escaparate y escrita en máquina, en una época en que era de etiqueta enviar las cartas personales escritas a mano, con tinta negra o verde. Iba dirigida a Clara Rosa, la tía que según parece era la más de buenas para los novios. La remite, tal vez, un abogado que fue de visita por el pueblo, de acuerdo con la siguiente redacción:

 

San José, agosto 8 de 1939

Señorita

Rosa Hernández Londoño

E.S.M.

 

Muy digna y respetada Señorita:

 

Esta lleva por objeto, en primer lugar, saludarla de la manera más atenta y luego manifestarle lo que a continuación se lee.

 

Días después de mi llegada a esta población tuve la gran honra de conocer a su digna y destacada persona, habiéndome, desde el primer momento en que la vi, enamorado locamente de Ud., por haber visto que, en Ud., se concretaban todas las cualidades que la mujer debe tener para hacer la felicidad de un hombre, prendas éstas que son peculiares en la generalidad de las mujeres crecidas bajo el amparo de un hogar cristiano, tal como lo ha sido y es el suyo, según manifestaciones de fuente seria, de personas sin tacha en la sociedad.

 

Yo por mi parte le manifesto que me encuentro plenamente convencido de que la felicidad solo la encuentro en Ud., y lo digo así porque mi conocimiento me ha llevado a la percepción de las cosas y me han mostrado el camino iluminado por la estrella de la esperanza, de que algún día llegaré a obtener su amor, a poseer su corazón definitivamente y que sólo la muerte me lo podría arrancar.

 

Estas cortas y mal acompasadas palabras dirán a Ud., mis sentimientos y le mostrarán palpablemente el amor que guarda mi corazón para su almita buena, sacando la plena convicción de que en verdad la amo y quiero guardarle ese amor eternamente, si esta es la voluntad del Dios que alimenta nuestros corazones y que hace germinar el amor en las personas que con pureza quieren obtener el galardón sacramental.

 

Después de hacerle esta manifestación, quiero hacerle saber que como en esta localidad no hay ya trabajo para hacer, en relación con mi destino, necesito trasladarme a la vecina población de Anserma (Cds), para hacer unos trabajos que, antes de mi llegada a esta, plantee allá, y desde allá le escribiré con alguna frecuencia, pues tenga la seguridad de que yo no la olvidaré a pesar de la distancia que nos separe, esperando haga Ud., lo mismo, pues de lo contrario, quedaría como un náufrago perdido entre la inmensidad de la desesperación.

 

Mañana me ausento para regresar a su lado cuando la oportunidad me lo permita, no dejando de hacerla sabedora de que me encuentro tristísimo debido a la separación que se va a llevar a cabo pero tengamos resignación pues el segador, para obtener el fruto de sus desvelos, siempre espera con la esperanza en el alma y la sonrisa en los labios.

 

Espero me conteste esta cartica, ojalá fuera hoy mismo pues ésta será mi despedida ya que no he tenido la oportunidad de conversar personalmente con Ud., pues varias noches he rondado su ventana, sin que que su silueta se deje ver ante mis ojos tristes.

 

Su affmo. Admirador,

Ramón Botero V. (firma)

 

 

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