BALSA DE ORO DEL BANCO DE LA REPÚBLICA

 

Octavio Hernández Jiménez

 

El jueves 16 de febrero de 2017, el señor Antonio Cacua Prada, miembro de las academias colombianas de Historia y de la Lengua, el señor Carlos Arboleda González también miembro de la Académico Colombiana de la Lengua, el presbítero Horacio Gómez, director de la oficina de la Cultura de la arquidiócesis de Manizales y los señores Albeiro Valencia Llano y Octavio Hernández Jiménez, miembros de la Academia Caldense de Historia, se reunieron, en el apartamento de Carlos Arboleda,  para celebrar la exaltación de Carlos a la Academia Colombiana de la Lengua, a finales del año anterior.

 

El señor Antonio Cacua Prada,  en acto académico que se le ofreció a Carlos,  esa tarde, en la Secretaría de Cultura de Caldas, tuvo la oportunidad de reconstruir muchas experiencias en las que él fue protagonista, en Santander de donde es oriundo, Cundinamarca y la ciudad de Bogotá, en tiempos de la presidencia de Laureano Gómez, la Junta Militar y Alberto Lleras Camargo. Asuntos importantísimos para el país pero desconocidos para la mayoría de colombianos de épocas posteriores.

 

En algún momento, el doctor Antonio Cacua Prada mencionó a Pasca y Viotá y eso nos llevó al tema de la balsa de filigrana que se exhibe en el Museo del Oro en Bogotá. Cacua Prada y el padre Horacio Gómez empezaron por hablar del presbítero Jaime Hincapié Santamaría, un sacerdote antioqueño, de encumbrado linaje, mucho dinero y la forma como lo invirtió cuando lo nombraron para esa parroquia cundinamarquesa. La mayor parte de su fortuna la utilizó para comprar libros tan preciosos como incunables del siglo XV, con destino a su biblioteca personal y, otra parte de su dinero, la invirtió en la supervivencia de los ancianos para lo que construyó una casona en donde compartió su vida con ellos. Viajaba en bus escalera con sus feligreses cuando se trasladaba a las veredas y a la capital del país.

 

Sobre el origen de la balsa de oro, el historiador Cacua Prada comentó que Gonzalo Jiménez de Quesada tuvo que enviar preso a España a uno de sus soldados debido a que el conquistador no soportó la ambición desmesurada de ese soldado por arrebatar el oro no solo de los indios sino de sus mismos compañeros.

 

Cuando lo llevaban hacia Honda para coger río Magdalena abajo, y luego embarcarlo para España, a rendir cuentas, el soldado iba acompañado de una indígena que por mucho tiempo  había estado a su servicio y, hasta cuentan que había llegado a amarlo. Por el camino, subía un indígena con destino a Bogotá a contarle a Jiménez de Quesada que hacia allá se dirigía un grupo de soldados al mando de Sebastián de Belalcázar, procedente del Perú. El alemán Nicolás de Federmán avanzaba hacia la sabana de Bogotá procedente de Venezuela.

 

Ante la inminencia del combate que se podía presentar entre los dos ejércitos españoles, el soldado cautivo escondió la balsa de oro que llevaba oculta entre sus trebejos, en la caverna de una de las rocas que hay en ese camino. El indio relató después ese incidente sin que los soldados españoles pudiesen ubicar el escondite exacto.

 

Pasaron cuatrocientos años. En 1969, un campesino encontró en el hueco de una roca, la balsa de oro que reproducía la ceremonia de ofrendas por parte del cacique muisca y su corte en la laguna de Guatavita, y decidió utilizar ese oro para mandar a forrar sus dientes en ese metal y aparecer rico y vanidoso, como era costumbre a mediados del siglo XX, entre sus paisanos del pueblo y del campo.

 

Salió a Pasca y se dirigió donde un dentista o un tegua de dientes, sin grado. Convino con ese caballero que le forrara los dientes en oro y el dentista empezó arrancando de la balsa la figura de un indio que acompaña al cacique en la ceremonia de El Dorado y la parte delantera de la estructura de la balsa.

 

Después de perder varios viajes al dentista, y ver que la obra había perdido ya varios elementos, fue a visitar al cura Hincapié Santamaría para pedirle el favor de que le guardara esa balsa hasta cuando volviera al pueblo para continuar con el empeño de la dentadura.

 

Unas veces porque el campesino no salía y otras porque el dentista había viajado a Bogotá, el tiempo en que el padre Hincapié Santamaría tuvo guardada la pieza, se fue alargando.

 

Un día, el campesino, de nombre Cruz María Dimaté, visitó al párroco para comentarle que había recibido la visita de la hija del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, acompañada de varios dirigentes políticos de Viotá, a solicitarle que contribuyera con la balsa de oro para ellos venderla y comprar armas para adelantar la revolución de izquierda por la región de Viotá (Cund.).

 

El sacerdote vio que la balsa se iba a esfumar,  fuera en la dentadura del campesino o en la campaña del grupo político, por lo que buscó convencer al campesino de venderla al Banco de la República que, desde 1939, había empezado a configurar su fabulosa colección. El sacerdote ya había ido al Banco de la República en uno de sus viajes a conversar con el gerente quien le respondió que, primero, tenían que conocer el objeto del que hablaba el cura.

 

El campesino fue al Banco de la República en la capital pero le respondieron que, en ese momento, no contaban con el presupuesto para comprar esa joya. Entonces, para no regresar a Pasca con la balsa de oro, la vendió a un extranjero como ha sucedido en Colombia con otras joyas de inestimable valor como la custodia de las monjas clarisas de Tunja y la custodia de los Andes de la catedral de Popayán. Como un milagro se puede catalogar que la custodia de las clarisas la hayan recuperado pero la de Popayán terminó, extrañada de nuestra patria, en un museo de Nueva York.

 

El sacerdote Hincapié Santamaría, atizó el nacionalismo en los círculos en que se movía en Bogotá y las autoridades lograron que, en pleno aeropuerto Eldorado, le confiscaran la balsa de oro al extranjero que ya iba a abordar el avión con rumbo a los Estados Unidos.

 

 

Desde entonces, con el poporo Quimbaya hallado en Pajarito (Ant.), un lugar de explotación minera con el nombre de Las Minas del Zancudo; la balsa de oro que reproduce el ritual de El dorado, en la laguna de Guatavita, es de los más destacados patrimonios arqueológicos,  ante la que  los colombianos afianzamos nuestra identidad, nuestro orgullo y nuestra estima.

 

 

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