BELALCÁZAR (CALDAS) ABRE LOS BRAZOS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En 1954, mis padres me llevaron a las fiestas con motivo de la inauguración del Monumento a Cristo Rey, en Belalcázar, Caldas. Desde San José, esa mañana de enero, con rumbo al pueblo vecino, salió una cabalgata que se perdía en los vericuetos del camino. Desaparecía en una curva pero reaparecía más adelante.

 

Parecía la secuencia de una película medieval. Se contemplaba como algo cinematográfico dado que cada uno de los jinetes portaba una bandera de asta grande y el entusiasmo de los que cabalgaban era mucho. Mi papá que me llevaba al anca de su caballo me encomendó la bandera.

 

Aunque San José, en ese entonces, era corregimiento de Risaralda, había creado vínculos indestructibles con Belalcázar desde cuando, por allá en 1910-1915, fue corregimiento de este municipio y los asuntos religiosos dependían de esa parroquia.

 

Al morir mi abuelo Santos, en noviembre de 1924, fue transportado hasta ese pueblo, en luctuosa y nutrida cabalgata, para recibir sepultura en el campo santo ubicado sobre lo más alto de la colina al lado norte del pueblo.

 

A los dos conglomerados los unieron otros lazos: todo el sector del Bajo Occidente de Caldas y Occidente de Risaralda perteneció a Anserma tanto que, a la llegada de los españoles, en 1538, recibió el nombre de la Loma de Anserma.

 

Los organizadores habían acondicionado, para las delegaciones, varias casas con sus respectivas pesebreras para cuidar los caballos mientras la concurrencia asistía a las ceremonias cívicas y religiosas, encabezadas por el Arzobispo de Manizales, Monseñor Luis Concha Córdoba, el Obispo de Pereira, Monseñor Baltasar Álvarez Restrepo y el obispo Pedro José Rivera, además del Gobernador del Viejo Caldas.

 

La Calle Real estaba surcada, de andén a andén, por arcos de guadua con borlas de papel y flores. Sonaba la música que entonaban varias bandas y en el desfile presentaron carrozas con alegorías muy admiradas. Las tribunas de las casas habían sido adornadas con cortinas, cintas y moños, como si por el frente fuera a pasar un cortejo real.

 

En el empeño de esa construcción, en el Alto del Oso, iniciada en 1948, se comprometió cada uno de los belalcazaritas. No fue trabajo de unos cuantos. Se trataba de un panal en que colaboran hombres, mujeres, jóvenes y niños, en actividades tan desacostumbradas como subir, en baldes, desde las cañadas, el agua para hacer la mezcla de la arena y el balasto con el cemento ya que los pueblos de esa Cuchilla se han caracterizado, desde su fundación, por la escasez de agua corriente.

 

La subida del agua se hacía por medio de una larga cadena de personas que se pasaban una a una las pesadas vasijas. El Padre Valencia volvería a insistir en una cadena comunitaria como la de Belalcázar, diez años después, cuando tomó la bandera del civismo para transportar las piedras y los ladrillos, en el empeño de edificar la Villa Olímpica, en Pereira.

 

El Padre Antonio José Valencia era un ser paradójico. De pequeña estatura física pero grande para la oratoria sagrada, el canto selecto y las obras cívicas. Cuando cantaba Granada, O Sole Mío, Malagueña o Torna a Sorrento se empinaba en las puntas de los pies para poder subir en las notas más altas de sus melodías predilectas.

 

El citado levita fraguó el sueño de levantar ese monumento como una plegaria por la Paz de Colombia, y sobre todo del Occidente del Departamento, tan golpeado, en esa década, por la violencia partidista. Cuando lo nombraron de párroco de la Catedral de Pereira, abanderó la construcción del estadio de fútbol de esa ciudad.  

 

Encomendó los planos del Monumento a Cristo Rey al arquitecto Libardo González y la construcción al ingeniero Alfonso Hurtado. El maestro de obra Francisco Hernández cayó al vacío cuando ya concluían la obra. La altura es de 45 metros y para subir, por el interior hasta la cabeza, hay que ascender por 154 escalas. La construcción de la obra duró seis años, entre 1948 y 1954.

 

Las manos de este Cristo forman los brazos de la cruz, igual que los cristos de Rio de Janeiro y de Cali que también se yerguen en colinas desde donde se dominan amplios panoramas.

 

Desde el Cristo de Belalcázar se divisan territorios de los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío y norte del Valle. La vista abarca desde el Parque Natural de los Nevados, al oriente, hasta el Parque Natural del Tatamá, al occidente.

 

Son incontables los pueblos que se ven desde la cabeza del Cristo. Cartago, La Virginia, Viterbo, San José, Anserma, Manizales, Palestina, Santuario, Balboa, fuera de caseríos y veredas de esos y otros municipios.

 

La noche desde este sitio ofrece un fenomenal derroche de luz sobre todo cuando se mira al Quindío y al Valle convertidos en un piélago de pueblos como si se tratara de barcos anclados en la quieta bahía.

 

Es curioso observan, de allí, dos ríos que corren en distintas direcciones. El río Cauca que atraviesa el Valle de su nombre y se encañona al salir de La Virginia, corre de sur a norte. El río Risaralda que nace por Mistrató, Belén y Anserma y desemboca en el río Cauca, corre de noroccidente a sur. Los geólogos explican esta curiosidad por la configuración del territorio que ha padecido cataclismos de distinta magnitud, en millones de años.

 

Soberbios espectáculos son los que ofrecen el ubérrimo Valle del Risaralda y el Cañón del Cauca, vistos desde esta colina. El Valle del Risaralda pertenece a los municipios de Anserma, Belén, Risaralda, San José, Viterbo, Apía, Belalcázar y La Virginia, el único municipio colombiano que carece de veredas.

 

Hasta el Cañón del Cauca, en este tramo, llegan los municipios de Pereira, Marsella, Palestina, Manizales, Belalcázar, San José, Risaralda, Anserma y Quinchía.

 

Los devotos asisten masivamente a las semanasantas en Belalcázar con el fin de pagar promesas al Señor Caído que ocupa una capilla en la base del Monumento a Cristo Rey. Allí hay una patética imagen de Jesús, en su trayecto hacia la cruz, que atrae a esperanzados creyentes.

 

Afuera, esperan a los visitantes una cafetería y unos juegos infantiles. Hay un viacrucis colocado a lado y lado del trecho que va desde la carretera hasta el Monumento.

 

Luego de la visita a este lugar, los turistas pueden dar un vistazo al casco urbano de Belalcázar, en donde observarán fachadas de casas de arquitectura paisa que hablan de un apogeo económico ya clausurado. Belalcázar llegó a tener cuatro trilladoras de café y una fábrica de la popular “cerveza negra”.

 

Ese dinamismo incomparable tuvo lugar antes de que las carreteras llegaran a los pueblos y, por ellas, salieran a las ciudades cantidades de familias con el propósito de buscar refugio contra los violentos o mejores alternativas de estudio, trabajo y progreso. Las carreteras desembotellaron a los pueblos, facilitaron las comunicaciones y el comercio pero también los agotaron.

 

Ahora, tratan de promover un circuito turístico por el Bajo Occidente de Caldas que podría arrancar en Pereira o Cartago. De ahí se subiría a Belalcázar y se conocería Cristo Rey. Se pasaría a San José y de allí se avanzaría a Risaralda y Anserma para descender a Viterbo y La Virginia antes de regresar a la ciudad de base.

 

Otros podrían emprender, a la mañana, el viaje desde Manizales. Descenderían por Santágueda hasta Arauca. Subirían a Risaralda y, por el lomo de la Cuchilla de Todos los Santos, entrarían a San José, pasarían por Belalcázar, bajarían a La Virginia, entrarían a Pereira antes de regresar a su lugar de origen. Buen paseo dominical por vías, en su mayor parte, pavimentadas.

 

Si los colombianos tuviéramos el dinamismo de los brasileños para promover sus riquezas turísticas, hubiéramos entrado a competir con ellos una casilla entre las maravillas del mundo moderno pues ellos ganaron con el Cristo de Corcovado y nosotros hubiéramos ofrecido para ingresar a esa lista de privilegio mundial el Cristo de Belalcázar que es más alto y se puede recorrer interiormente como no se puede hacer en el Cristo brasileño. Desde la inauguración nuestro monumento se ha conocido como el Corcovado de Caldas.

 

Para conocer un monumento de esta índole sin tener que viajar a Brasil, los colombianos y extranjeros que nos visitan debemos organizar visitas al Cristo de Belalcázar que, a todos, abre sus brazos como signo jubiloso de bienvenida.

 

Cuando regresamos a casa, luego de la inauguración, en enero de 1954, llevábamos como recuerdo unos banderines que obsequiaron a todos los asistentes y un recuerdo que nos ha acompañado por el resto de nuestras vidas.

 

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