CALDAS, CALDENSIDAD, CALDISTA Y CALDENSISTA

 

   Octavio Hernández Jiménez

 

La selección del nombre de CALDAS para un nuevo departamento colombiano creado en abril de 1905, no fue capricho de dirigente alguno de la comarca sino un asunto de alta política con el que el Presidente Rafael Reyes se propuso apaciguar al notablato del Estado Soberano del Cauca de donde se extrajo la mayor parte del territorio que integraría la nueva entidad departamental.

 

Escogiendo el nombre de Caldas, el gobierno nacional mató dos pájaros con una misma piedra pues, fuera de los caucanos, los caldenses también se sintieron halagados. Se trató de una jugada político-lingüística o político-retórica. Se tomó como la profecía de un destino.

 

Desde Platón, muchos han creído que el nombre no es tan convencional y arbitrario como sostiene la lingüística moderna. También se ha sugerido que el nombre encubre la esencia y es expresión de ella. Lo poetizó Jorge Luis Borges en El Golem: “Si (como el griego afirma en el Cratilo/ el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’’”.

 

José Hilario López, José María Obando, Tomás Cipriano de Mosquera también eran caucanos pero muchos miran con complacencia que, siquiera, al momento de seleccionar el nombre de esta parcela de la república, no hubieran escogido alguno de esos nombres que, por políticos, podrían haber contado con complacencias, en los cenáculos gubernamentales, pero también con feroz resistencia.

 

Francisco José de Caldas (Popayán 1771-Bogotá 1816), con estudios de derecho, se dedicó a la geografía, astronomía y ciencias naturales. Inventor del hipsómetro, instrumento para medir la altura de las montañas con base en la temperatura. Autor de “Memoria sobre la nivelación de las plantas que se cultivan en la vecindad del Ecuador” (1801), director del Observatorio Astronómico de Bogotá (1806), editor del Semanario de la Nueva Granada (1801-1811), en donde publicó “Estado de la geografía del virreinato de Santa Fe de Bogotá” y “Del Influjo del clima sobre los seres organizados”. Cuando era coronel de ingenieros en la guerra de la Independencia, fue apresado por los realistas y fusilado. Se considera precursor de la geografía moderna.

 

Mártir de la Patria e intelectual en el sentido más estricto del término. Luchó por sus propias ideas hasta ofrendar la vida por ellas. Hombre de ciencias, de letras y de armas. Científico, en una época y una región, en que hacer ciencia era el más extraño de los asuntos. En muchos de sus proyectos salió adelante, en otros fracasó y todos los rubricó con la tinta roja de su sangre. Caldas es la antorcha que ilumina nuestro destino como pueblo.

 

CALDENSE:

 

Es el gentilicio aplicado a los nacidos o que viven en el Departamento colombiano de Caldas, capital Manizales. Muchos pobladores de los 27 municipios que integran esa sección sienten, con dolor y rabia, la forma discriminatoria como muchos habitantes de la capital regional dejan de usar el gentilicio. Escasos manizaleños dicen que son caldenses.

 

En Manizales es fácil encontrar quien hable de “la belleza de la mujer manizaleña”, de “la gente culta de Manizales” pero hablan, a la vez, de “los defectos de la ingeniería caldense” aunque unos y otros apelativos pertenecen a los mismos estratos sociales. En la misma página del diario La Patria se ve el empleo sutil de un gentilicio y otro, de acuerdo con la noticia y los parámetros que tienen inscritos en sus cabezas.

 

Los propietarios del bellísimo Teatro Olimpia, de un estilo republicano emparentado con el Teatro Colón de Bogotá, Municipal de Cali, Heredia de Cartagena y Valencia de Popayán, mandaron derribar ese recinto para acondicionar el espacio para un parqueadero. Ese crimen contra el patrimonio arquitectónico lo cometieron unos manizaleños con permiso expreso de la Alcaldía. Por esos días hizo carrera entre manizaleños dotados de cierta sensibilidad este fulminante juicio de responsabilidades: “Tumbar el Olimpia fue el peor pecado de los caldenses”.

 

Algo así sucede en Medellín, en donde las virtudes y aciertos se deben a que son antioqueños; cuando van a referirse a sus defectos y errores, humildemente, reconocen que hacen parte de la idiosincrasia de los colombianos.

 

Parecería que Caldas fuera una entidad que empieza en donde terminan las calles de Manizales. Es un concepto extraño a sus querencias por el que no se sienten aludidos.

 

Los noticieros radiales anuncian, a mañana y tarde, “las noticias de Manizales y Caldas” como si se tratara de entidades geopolíticas distintas. Lo apropiado sería anunciar las Noticias de Caldas y ahí está incluida la capital o Noticias de Manizales y el resto de Caldas. En la capital departamental se incuba, a todos los niveles sociales, una concepción demasiado parroquial del mundo.

 

Los atardeceres no se escenifican en la Cordillera Occidental, el Cerro de Tatamá o en los espejos de agua del océano Pacífico. No. Es el barrio Chipre “la fábrica de los más bellos atardeceres”. Debería hablarse de Chipre como balcón no como una fábrica de arreboles.

 

Veamos esta perla. En marzo de 2012 se anunció el nombre de Catalina Rey L. como nueva directora del Comité Intergremial de Caldas (CIC). En las primeras declaraciones ofrecidas al periódico local, “la nueva directora explicó que el reto es trabajar unidos, en pro de la ciudad” (La Patria, 22 de marzo de 2012, p.8a). Se dirá que ese final “de resonante cola” fue un lapsus linguae proferido por una persona novata. Sí, un lapsus que se ha repetido desde mucho antes de la segregación de los departamentos de Quindío y Risaralda. Ni los recién llegados hacen profesión de fe en la región. Y qué.

 

El que fuera llamado por Marco Fidel Suárez, “Departamento Modelo de Colombia” ha sido modelo en su increíble capacidad para salir adelante, valiéndose de los esfuerzos de su propia comunidad. El Aeropuerto del Café, en Palestina, se ha venido construyendo, en su mayor parte, con dineros del departamento y su capital. Lo que, con bombos y platillos, se anunció como contribución de la Nación vino a saberse, luego, que era el precio de un paquete de acciones de la Chec. Dinero caldense que recibió la Nación con la mano derecha y lo devolvió con la otra mano.

 

Vivimos abocados a una desintegración que no acaba de perpetrarse. Lo contrario de Antioquia en donde el sentido de pertenencia al país paisa es tan monolítico que ni siquiera los habitantes de la capital se llaman a sí mismos ‘medellinenses’ sino antioqueños, aunque hayan nacido en la mismita Plaza de Berrío de Medellín.

 

De lo anterior se deduce que, es tristemente impropio hablar de los caldenses como una comunidad pues los componentes permanecen extraños entre sí o conforman cuatro o cinco bloques aislados. Aunque se presente proximidad física, el contacto social es muy precario; no existe conciencia de pertenencia que ate a los posibles integrantes. El pasado común, si alguna vez existió, quedó muy lejos.

 

Ni siquiera existe comunicación mutua entre las localidades ubicadas en las alas distintas del Departamento y, por lo mismo, no se da la constante y necesaria solidaridad. En 2011, cuando las aguas del río Magdalena anegaron La Dorada, ninguno de los municipios se organizó para recoger su óvolo con destino a la ciudad hermana. Era otra gente.

 

Conformamos una triste confederación de municipios antaño ricos pero, en el siglo XXI, pobres, una sociedad apática y desesperanzada en que prima el modo de ser individualista de sus habitantes. No existe un espíritu caldense. La caldensidad es un proyecto en el que nadie insiste.

 

Caldense también se utiliza de adjetivo como cuando se habla de la “cultura caldense”. Este tópico se programa en cuanto simposio con visos literarios y sociológicos se organiza en la ciudad capital. Cuento viejo no digerido pues, en sentido estricto, tampoco puede hablarse de cultura o raza antioqueña. La expresión cultura caldense la utilizan para dar a entender ciertos aspectos de la cultura de élites cuando sería todo lo contrario.

 

Los que usan la expresión “cultura caldense” excluyen la noción antropológica según la cual cultura es todo lo que hace un pueblo. Curioso que quienes pontifican se refieran a la cultura caldense como un fenómeno pasado que excluye de raíz sus coordenadas presentes y futuras; como un proceso que tuvo su cenit en el Grupo Grecocaldense (1920-…), Grecoquimbaya que, avanzando mucho, llegaría hasta el Grupo Milenios (1950-…). De ahí para acá, ha sido como si esa Atlántida cultural entronizada por algunos como parte de la mitología comarcana se hubiera ido a pique.

 

CALDENSIDAD:

 

Idea abstracta, quijotesca y, para algunos, un tanto extravagante.

 

Cuando hablamos de la caldensidad nos referimos al estudio de las características del pueblo caldense. En esa misma perspectiva están la latinidad y la colombianidad o el autoexamen que emprenden, con buena voluntad, ciertas personas, en los pueblos. Es incursionar en la cotidianidad de los caldenses.

 

Partimos de un autoanálisis para descubrir lo autónomo y lo dependiente, el poder central, las instancias regionales, el desequilibrio regional, las propias iniciativas como salidas a los problemas regionales.

 

En el caso del Departamento de Caldas los estudios han partido de las ciencias o el arte; de la historia, del ensayo, de la oratoria, de la crónica o de otras formas artísticas.

 

El concepto de caldensidad engloba las manifestaciones idiosincráticas de los habitantes de este Departamento partiendo de puntos de vista subjetivos que sus habitantes han tenido de ellos mismos y de conceptos estructurados de teóricos que han fijado en sus moradores su objeto de estudio.

 

A pesar de los vaivenes políticos que dieron origen al Departamento, no ha sido arbitraria la forma como sus habitantes tomaron esa tierra como región identificable, desde la segunda mitad del siglo XIX. Siempre fue motivo de preocupación analizar aquello en que se coincidía, confluía y diferenciaba de los vecinos.

 

Esa coincidencia en cuanto a delimitar mentalmente una región desembocó con procesos sociales que concluyeron con el grito de autonomía territorial y administrativa contando, para el control social, a las personas más capacitadas del entorno que se llamaría Caldas.

 

Las bases de la caldensidad se encuentran con el reconocimiento del devenir etnológico, antropológico, sociológico, histórico, cultural, económico. De no hacerlo, seguiríamos siendo, como falsamente se ha creído, un triste apéndice de Antioquia.

 

Existen personas que alegremente, invocando una falsa unidad, dicen que por cuestión de fonética, por regionalismos, por asuntos gastronómicos, por ciertos rasgos como amor a la tierra, a la familia y a las tradiciones, los antioqueños y los caldenses son lo mismo.

 

Quindianos, risaraldenses, caldenses, antioqueños, nortevallunos, nortetolimenses, muchos chocoanos y cordobeses son paisas pero no podemos decir que sean antioqueños. Paisa, de acuerdo con la epistemología clásica, es el género (concepto amplio que abarca varias especies), y quindiano, risaraldense, caldense, etc., son las diferencias específicas.

 

Aún en la fonética hay diferencias. El habla tradicional de los antioqueños es más arcaica, rotunda e ‘incontaminada’. El habla de los habitantes del Viejo Caldas viene santiguada por las contribuciones del habla tolimense y valluna. Dentro del habla paisa, los habitantes del Viejo Caldas hacen gala de una fonética más neutra.  

 

Así como existen palabras arcaicas o regionales que nos identifican, hay otras que nos diferencian. Un café con leche recibe distintos nombres en Antioquia y en el Viejo Caldas. Una heladería, en Medellín, es distinta a lo que es una heladería en Pereira. Las circunstancias determinan el uso de muchas voces, igual que sucede con ciertos alimentos. Comer fríjoles es otro sofisma que se usa para argumentar una pretendida identidad. En el Viejo Caldas los preparan con plátano y, si se consigue, con cidra y coles; en Antioquia es común que los preparen con zanahoria. Si la bandeja paisa es el plato insignia de Antioquia, el sancocho es el plato preferido en el Viejo Caldas. Por la ruta del llamado Camino Nacional que comunicaba a Bogotá con el Chocó, pasando por el oriente, centro y occidente de Caldas, los domingos, sus habitantes se siguen saboreando con el suculento ajiaco. El tamal antioqueño se diferencia del tamal caldense en que el caldense lleva algo de arroz en el guiso, como contribución cultural de la región oriental que perteneció al Tolima Grande.    

 

Un criterio distinto que hace carrera sobre todo en círculos académicos es el de que, si de lejos, los habitantes de otras demás regiones ven distintos a los caldenses, es hora de teorizar sobre esas diferencias y abstraer un genotipo como pueblo.

 

La primera lección de caldensidad arrancaría en aclarar que Caldas no es un bloque territorial segregado de otro departamento sino un agregado espacial de tres estados, por conveniencia política y administrativa, fuera de un análisis sobre las enormes y manifiestas posibilidades de desarrollo.

 

El Estado Soberano del Cauca aportó la mayor parte del territorio con el que conformaron el Viejo Caldas; en segundo lugar el Estado del Tolima y en tercer lugar, el Estado Soberano de Antioquia.

 

El poeta pereirano Luis Carlos González lo acuñó en verso: “Por los caminos caldenses/ llegaron las esperanzas/ de caucanos y vallunos,/ de tolimenses y paisas/ que clavaron en Colombia/ a golpes de tiple y hacha/ una mariposa verde/ que les sirviera de mapa”.

 

Las cosas sucedieron en el mismo orden en el que lo cantó el poeta. El caldense, entonces, es el resultado de esa amplia convocatoria de sangre y de aspiraciones. Estamos más cerca que otros de representar al Colombiano Total.

 

La segunda lección demostraría que, fuera del genotipo criollo que abarca toda la gama entre el blanco y el moreno, hay otros factores raciales que no se pueden echar al olvido.

 

Los primeros en llegar a este territorio no fueron los antioqueños. Marmato, como conglomerado, como destino, como mira, ya existía cuando llegaron los españoles. Tiene aspecto de un enclave medieval de casas arañando la montaña, mulas cansadas y los tétricos socavones abiertos por la inextinguible ambición humana.

 

Población indígena y negra salpicada de blancos que, en el siglo XIX y primera mitad el XX, antes que la Compañía Minera de Caldas, los Mineros Andinos de Occidente, Medoro y la Gran Colombia Gold, abandonaron las nativas tierras heladas, al norte de Europa y Estados Unidos, para desbocarse tras el oro de los aborígenes. Todos empeñados en hacer desaparecer a Marmato y su heredad. Ad portas de un réquiem por una historia milenaria.

 

No se parte, entonces, de una homogeneidad sino de una heterogeneidad cultural. Empezamos a reconstruir las vertientes de nuestra historia, los procesos sociales y las posibles salidas a las encrucijadas que se han ido presentando, de trecho en trecho.

 

De esas disimilitudes, mezclas y confluencias, ha ido apareciendo, estructurada, una cosmogonía con matices distintos a las demás, una identidad social, creencias y costumbres folclóricas, gastronómicas, míticas, legendarias, artísticas, literarias; desempeño laboral, cultivos, flora, fauna, otros recursos y un largo etcétera cargado de matices y usos.  

 

Las ciencias aplicadas han hecho amplias y profundas investigaciones en territorio caldense y sus demostraciones y argumentos, a la postre, sirven para disertar, con propiedad, sobre la caldensidad.

 

Sin embargo, la semántica del concepto de “caldensidad” tiene un tinte emocional y patriótico; un acto de voluntad que lleva a respetarla, promoverla, difundirla, acariciarla en público y enorgullecerse, si decidimos prohijarla y entrar en diálogo con otros. En este aspecto se puede catalogar ese concepto como algo un tanto quijotesco.

 

A veces son tan exaltados los ditirambos que se escuchan sobre una localidad que es mejor guardar atento silencio. Para no correr riesgos inútiles, es mejor no discutir sobre religión, política o las glorias de una patria chica.

 

No son pocos los letrados que, “tanto en Caldas como en Manizales”, en distintas épocas, han tratado el asunto de la caldensidad. Uno de ellos fue Juan Bautista Jaramillo Meza, natural de Jericó, Antioquia (1892). Desde joven se radicó en Manizales. Esposo de Blanca Isaza y autor de más de quince obras literarias. Fue mimado de la ciudad hasta el punto de coronarlo como su poeta, en las celebraciones del primer centenario de la fundación. En el “Libro de Oro de Manizales” (Edición del Ministerio de Educación Nacional, MCMLI), escribió el siguiente texto que bien serviría para empezar a trazar deslindes:

 

“Aquí está, en esta tierra de Caldas, el almácigo de semillas del colombiano por venir y la fermentación de la futura raza colombiana. Por eso, ya no somos antioqueños, ni caucanos, ni tolimenses sino sencillamente caldenses. Y ojalá que esto no lo olviden nuestros compatriotas para que no vuelvan a confundirnos con los antioqueños, con los cuales ya tenemos diferencias sustanciales que nos hacen absolutamente diferentes”.

 

Creo que es exagerado hablar de “diferencias sustanciales que nos hacen absolutamente diferentes”. La tautología final, la cacofonía y el estridente adverbio “absolutamente” justificarían la apreciación de Walter Rothlisberger para quien, “el caldense, con un entusiasmo casi infantil, se jacta de ser una nueva raza y procura, en toda clase de asuntos, eclipsar a sus hermanos mayores”. Menos mal que ha habido una corriente de pensamiento, exaltada por cierto, pero que conviene no dejarla morir del todo.

 

Poco a poco se han ido bordando textos líricos, artículos periodísticos, ensayos literarios o sociológicos y planteamientos teóricos que versan sobre algunos tópicos que nos ayudarían a elaborar el gran tejido de la caldensidad.

 

Con esa visión exultante que tienen los adolescentes cuando reniegan de sus padres con tal de afianzar su personalidad cosa que, al final de cuentas, también cuenta, el novelista, escritor y poeta Bernardo Arias Trujillo hace el Elogio de Caldas, al cumplir su tercer decenio de fundado (1935), en donde se atreve a escribir:

 

“Si se hace un inventario de lo que aportaron las tres regiones colombianas para formar a Caldas, se desprende que no es exacto que nosotros seamos “antioqueños”, como frecuentemente se nos dice, con una ignorancia deplorable. Tenemos tanto de antioqueños como de tolimenses o de caucanos, porque de los tres fuimos hechos. Y si vamos a ser justos, fue precisamente el departamento de Antioquia el que cedió el lote más pequeño de su territorio para crear el nuestro. Más razón habría en llamársenos caucanos o tolimenses y mejor aún con el primer gentilicio, porque el Cauca Grande aportó tierras y hombres en mayor cantidad que los otros departamentos”.

 

El autor de la novela “Risaralda” tenía motivos para expresarse de esa forma. Había nacido en Manzanares que perteneció al Tolima Grande pero ya hacía parte del mapa de Caldas. Dejar que cundiera el error según el cual ser caldense es lo mismo que ser antioqueño era despojarse del viejo gentilicio que le hacía honor a su origen.

 

Creer, como aún piensan algunos colombianos, que caldense y antioqueño son sinónimos, a pesar del cúmulo de ingredientes y mezclas étnicas, antropológicas, históricas, sociológicas, culturales diferentes, allá y aquí, por las que han trasegado los dos pueblos, sería tan absurdo como pregonar que ser colombiano es lo mismo que ser español porque, en un pasado, el porcentaje más amplio de nuestra tradición y nuestra cultura procedían de la península ibérica.

 

Fernando Londoño Londoño trazó, en 1976, este perfil grecoquimbaya que, para él, caracterizaba al pueblo de Caldas:

 

“El caldense modifica, pule, individualiza el tipo general del antioqueño. Los caldenses querían, a la par, tierra y escuelas; y si tuviesen que preferir aceptarían las últimas. Y si no, ¿cómo se explica, en las aldeas recién nacidas, la profusión de poetas y letrados, guerreros y estadistas? Y si no, ¿cómo el maridaje de la burda labor y el ademán exquisito, y cómo la nativa aristocrática conducta, entre un paisaje elemental de los más rudos quehaceres?.

 

No se sabe qué puedan opinar los antioqueños al leer eso de que “el caldense pule el tipo general del antioqueño”. Leyendo esta apreciación no se puede dejar pasar por alto la anécdota que ocurrió cuando el poeta, político y orador de alto vuelo, Guillermo Valencia, se vio involucrado en un escándalo por haber dicho, en Armenia, en la inauguración del Departamento de Caldas (1905) que “Caldense es un antioqueño civilizado”. Los antioqueños, furiosos, le exigieron cuentas, en el Senado de la República a lo que el Maestro aclaró que él no había dicho que “el caldense era un antioqueño civilizado” sino que “el caldense era un antioqueño educado en Popayán”. No existían las grabadoras por lo que tampoco se sabe si, al aclarar, complicó su disculpa.

 

Otto Morales Benítez, el riosuceño universal, habla de la Generación de las Identidades para la cual traza este somero perfil en la Lección Inaugural de la Cátedra Caldense (1982), en la entonces recién creada Universidad Autónoma de Manizales:

 

“Al hombre caldense lo singularizan tres características básicas: creación de la riqueza, el uso y brillo de la inteligencia, el sentido de la comodidad en torno a la familia. Ello nos da una calidad humana”.

 

Estas son tres características relacionales, respetables pero no las únicas. La osamenta vital de este pueblo. Cosmovisión en la que gravitamos y espontáneamente alentamos.

 

Esquema que no consiste en decir, tener, hacer o enarbolar unas hazañas sino en extraer y aplicar determinadas características a la generalidad de sus habitantes pasados, presentes y tal vez futuros que quedan englobados en esa idea.

 

Caldensidad es categorizarnos, más que por un concepto inodoro e insaboro, por unos valores sintetizados en lo dicho por Cicerón en su Discurso sobre la Amistad: Unidad de esfuerzos para el bien común. Aunque caldensidad es un sustantivo abstracto, la gente espera de quienes la llevan sobre sus hombros menos teoría y más experiencia. Una experiencia marcada por las circunstancias. E.M. Cioran diría que es una fatalidad. Adjetivándola en forma absurda diríamos que una deliciosa fatalidad.

 

Las acciones conscientes derivan de una idea y la manifiestan. No abunda lo emprendido como estrategia de la caldensidad que ayude a continuar dinámicamente unidos. La Catedral de Manizales, propuesta para encausar los excedentes económicos de la opulencia cafetera de los años treinta, del siglo XX, es el monumento máximo de la caldensidad. Un extraño edificio con coordenadas espirituales, estéticas y económicas, como la sociedad que sacó adelante su construcción.

 

Caldas estuvo ligada a lo que ahora es Quindío y Risaralda. Era un solo departamento y una sola diócesis. Todas las parroquias obedecieron al obispo y organizaron, año por año, la semana de la catedral. Los producidos de las empanadas y demás actividades parroquiales tomaron la forma de las columnas, de las ojivas, de las agujas, de las estatuas de cemento armado. Una obra que jamás alguien podrá volver a emprender pues el capital humano y el territorio se han dividido y subdividido. No hay combustible espiritual ni económico para invertir.

 

En 1892, por decisión gubernamental, se empezó a consagrar los departamentos y municipios colombianos al Sagrado Corazón de Jesús. Esa costumbre cívico-religiosa se prolongó hasta la década de 1960, amparada en el carácter político, cívico, masculino e internacional de la devoción. En las décadas de los cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta, del siglo XX, se realizó en los meses de junio, lo que llamaron con todos los bombos y platillos, La Gran Procesión al Corazón de Jesús, personaje al que estaba consagrado el país, y, la renovación a esa devoción, al final de ese desfile. A esta marcha cívico-religiosa, que recorría las carreras 22 y 23 de Manizales, asistían todas las parroquias y municipios del Viejo Caldas, con sus autoridades, entidades cívicas y organizaciones religiosas que reforzaban esa devoción, como el Apostolado de la Oración, la Cruzada Eucarística, la Liga de Caballeros del Sagrado Corazón y la Acción Católica. Se podría tomar como una cruzada, costosa, aparatosa y fugaz, en la fe. Todo el departamento desfilaba, a la misma hora, por la capital. Con el incontenible correr del tiempo, murieron los organizadores y esas expresiones de misticismo y civismo languidecieron antes de pasar de moda.

 

Los colombianos, entre ellos los caldenses, son menos religiosos que místicos. Si fueran religiosos cumplirían los mandamientos: no matar, no robar, no maldecir, etc., y todo marcharía en orden. Nos ha interesado mucho más la mística que como la define Cioran es “la religión en sus momentos de excesos”. Esas gestas quedaron para la historia como un símbolo afianzado en la región por mucho tiempo.

 

En la década de los ochenta, Hernán Bedoya Serna diseñó el programa de banas juveniles adscritas a los colegios oficiales de cada municipio del departamento de Caldas. Poco después, el Departamento de Caldas empezó a sobresalir en los concursos nacionales de bandas juveniles de música que se celebran anualmente en distintas localidades del país. Desde entonces, en donde se presentan sus delegaciones musicales arrasan con los premios. El programa, impulsado por el gobierno departamental y los 27 municipios y varios corregimientos, realiza eliminatorias regionales, en sedes distintas que se engalanan para la fiesta anual de la música.

 

Lo que era un simple espectáculo de conjuntos juveniles se ha ido convirtiendo en el máximo encuentro de los caldenses. Una programación popular que reúne, en los días de un puente festivo, a las autoridades del departamento y de cada pueblo, su juventud entusiasta, los padres y allegados a los integrantes de las bandas y los hinchas que copan el ambiente con banderas, pancartas, ponchos, danzas y una fraternidad admirable. Entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, se trata de la expresión más entusiasta de la caldensidad.

 

CALDISTA:

 

Dícese de los asuntos relacionados con el equipo de fútbol de primera división que tiene como sede la ciudad de Manizales. Sus propietarios son personas privadas. Su nombre clásico es Once Caldas, ganador de cinco estrellas en los campeonatos nacionales y una internacional.

 

Hablando de nombres, la mayoría de los equipos del país han conservado intactos los nombres tradicionales como Junior, Santa Fe, Millonarios, Nacional, América, Pereira o Quindío.

 

El Once Caldas es uno de los equipos colombianos que más ha cambiado de nombre empezando por el de Deportes Caldas, Deportivo Manizales, Once Caldas, Cristal Caldas, Once Philips y, nuevamente, Once Caldas. Entre los manizaleños es más común gritar vivas al ‘Once’ que al ‘Caldas’. En los programas de deportes originados en Bogotá se refieren al equipo de Manizales como ‘El Caldas’.

 

En otros casos, cuando el equipo representativo lograba el apoyo financiero de una empresa importante, anexaban al nombre tradicional alguna palabra que anunciara al patrocinador.

 

Por las mismas calendas, algunos directivos del Once Caldas no vieron ningún inconveniente en abolir de tajo el nombre de la razón social que había conquistado algunas estrellas, para colocarle el nombre de la empresa. El resultado era idéntico al de esos equipos de aficionados integrados por vecinos u obreros para campeonatos inter barrios o inter fábricas.

 

Increíble que se llegara a menospreciar o hipotecar el nombre propio, lo más intransferible que tiene un ser o una entidad, como fue el caso del Once Caldas que no encontró problema en quitarse el nombre por una suma reducida del dinero total que necesitaba para su funcionamiento.

 

En 1994 cesó el patrocinio para el Once Philips y los directivos del equipo afincado en Manizales estuvieron buscando a quién venderle todo el nombre, por mucha plata, pero no encontraron postor. Ningún equipo de las demás capitales colombianas, en las mismas o peores afugias, se contentó algo semejante. Caldas era el único que no tenía entrañables dolientes.

 

La inauguración del Estadio Palogrande, en julio de 1994, revivió, por esos días el ideal de la unidad caldense pues, fuera de las administraciones local y nacional, también aportaron gruesas sumas de dinero para avanzar en esa obra arquitectónica, la Asamblea Departamental y la Gobernación de Caldas. Las delegaciones de todos los municipios caldenses desfilaron en aquella apoteósica tarde de fiesta. Unidad caldense en torno a ideales deportivos.

 

Al salir del Estadio escuché a representaciones de dos delegaciones que se despedían y se decían para que oyéramos quienes pasábamos junto a ellos: ¡Ojalá no se les olvide invitarnos, de ahora en adelante, a los partidos! Una cordial advertencia para los locutores y periodistas que, en vez de ampliar el número de seguidores, antes de cada partido invitan únicamente a los manizaleños a que asistan al Estadio viendo que, de muchos pueblos caldenses y de otras localidades como Santa Rosa, Apía, Herveo y Fresno, se desplazan a Manizales, sin haber sido siquiera invitados.

 

CALDENSISTA:

 

Dícese de aquella persona que dedica buena parte de sus esfuerzos, obra teórica, académica, cultural o literaria, a conocer, exaltar y difundir los valores del Departamento de Caldas y sus gentes. Se trata de alguien con conocimientos sólidos y estructurados sobre esta región.

 

En varias universidades de este Departamento, profesores o directivos han hecho escaramuzas para instaurar la Cátedra de Caldas, consistente en un programa dirigido, estructurado y financiado en forma adecuada para que un grupo selecto de personas que han trabajado sobre algún aspecto de la realidad de la que hacemos parte, periódicamente, diserten sobre tópicos que ayuden a conocernos mejor. Tan laudable proyecto ha quedado resumido a esporádicas conferencias o publicaciones y a los subsiguientes aplausos.

 

Se pasa por alto, se olvida o se desprecia lo propio para ufanarse de lo mismo pero foráneo, a veces de iguales o inferiores méritos. Vivimos en constante marasmo o trance de ruptura. Falta que nos palpemos y nos hallemos.

 

Identidad caldense y sentido de pertenencia como señuelos. Volvamos a pulsar nuestras potencialidades. El esfuerzo por despertar la caldensidad debe estimular el pensamiento emprendedor adormecido desde hace décadas.

 

 

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                      Café, plátano y guadua

                    Catedral Basílica de Manizales