CAMBIOS CULTURALES EN PUEBLOS CALDENSES

 

Octavio Hernández Jiménez

 

En la década de los ochenta del siglo XX, en la mayoría de municipios de Caldas, se fundaron las casas de la cultura. El propósito sigue siendo nobilísimo pero esas dependencias no han contado con la infraestructura humana, económica ni técnica para encarar la misión propuesta.  

 

En varias ocasiones, el director o directora ha sido una persona que ha tenido que meter la mano al propio bolsillo para viajar a reuniones y cursos pues en muchas administraciones la cultura básica no ha contado con un presupuesto adecuado. Según el neoliberalismo económico solo merece invertir dinero en lo que es rentable. Los alcaldes viajan, con el primer círculo de empleados, y para ellos hay viáticos, pero cuando toca movilizarse a los del área de la cultura no hay presupuesto disponible o viajan con dinero de su precaria billetera. 

 

Existen niños, adolescentes, adultos y ancianos dispuestos a participar en talleres de cuanta actividad creativa ha inventado el ser humano, pero no hay presupuesto para invitar a los expertos. Hay municipios en los que se hace difícil llevar a las veredas los cursos y talleres programados por la biblioteca municipal o la casa de la cultura para promover los valores propios y la propia identidad, a la par que el desarrollo de habilidades en aspectos como la narración oral, la cuentería, las artes plásticas, la música autóctona o las artesanías. 

 

En muchos pueblos y barrios de ciudades capitales carecen de sedes adecuadas o se pasa el tiempo sin que las autoridades municipales nombren al respectivo director. En recintos tan reducidos o destartalados no pueden exhibir lo que poseen esas comunidades y que podría ilustrar lo que fueron las etapas anteriores, como la comunidad patriarcal. Debido a esto, esos objetos de antaño que deberían seleccionarse y salvarse, se entregan, con mínima dosis de nostalgia, a basuriegos, o se dejan por ahí estorbando para engalanar comparsas o sainetes ridículos. 

 

Si en el Gran Caldas existen todavía archivos municipales y parroquiales no es porque exista conciencia sobre el valor inapreciable para el escrutinio de la historia regional. Recorriendo los pueblos, todavía se ven arrumados, en  rincones oscuros, pasillos húmedos  o escaparates sin seguridad,  desteñidos legajos que han pasado desapercibido a los ojos de quienes, de descubrirlos, antes, ya los hubieran vendido por kilos de papel o los hubieran incinerado con el propósito de copar esos espacios con más escritorios para nuevos empleados de nómina. 

 

La Universidad de Caldas, en unión con otras entidades departamentales, se propuso recuperar los archivos en la provincia caldense por lo que dictó conferencias y logró poner en marcha muchas juntas municipales encargadas de organizar los propios archivos pero, luego de la instalación, la mayoría de esos grupos se sumergieron, de nuevo, en la desidia y el olvido. 

 

El desplazamiento de conferencistas, agrupaciones de teatro, estudiantinas, exposiciones, conjuntos de cámara, en muchos conglomerados, sigue siendo una flor exótica pues, hasta para lograr esto, se requiere tocar en puertas de oficinas ocupadas por burócratas desatentos y sin presupuesto para atender los requerimientos de los pueblos. El centralismo de Bogotá con relación a los departamentos es idéntico al de las capitales de los departamentos con respecto a los municipios y villorrios. 

 

Es de recalcar el auge de las bandas juveniles de música elevadas a la categoría de sinfónicas que han sustituido, en buena parte de municipios, a  viejas agrupaciones que ofrecieron retretas semanales, en los quioscos de los parques pero que, la violencia política de los cincuenta y sesenta del siglo XX, silenció en forma atroz.  

 

El programa departamental de bandas juveniles, puesto en marcha por el doctor Hernán Bedoya Serna, a finales del siglo XX, en cada municipio y corregimiento de Caldas, consiguió que se contara con una entusiasta agrupación para educar la sensibilidad y amenizar las festividades de la comunidad respectiva, fuera de los incontables laureles que esas bandas han cosechado en los concursos dentro y fuera del departamento.  

 

Entrado el siglo XXI, varias de esas sinfónicas se burocratizaron a tal punto que no tocan, en fiestas centrales, como la semana santa, porque los directores de las respectivas bandas tienen vacaciones oficiales, por esos días, y ellos no se van a quedar alegrando el oído de la gente, y más cuando no viven en ese pueblo. La primera condición para ingresar a una agrupación musical debería ser, a toda prueba, el gusto incuestionable por la música.

 

También se encuentran ejemplos de una entrega absoluta por parte de muchos de músicos cuando el pueblo exige ese servicio para alimentar la mente.  

 

Paralelo a las bandas de música se fue opacando un fenómeno que tuvo su auge en la segunda parte del siglo XX hasta convertirse en una faceta atrayente de las comunidades. Tuvieron exhibiciones fantásticas y estruendosos concursos. Me refiero a las bandas marciales que integraban, en la mayoría de los casos, al personal de primaria y bachillerato de los colegios. ¿Quién no perteneció o soñó con pertenecer a la banda marcial de su colegio? Esos cascos plateados con penachos al viento, esas charreteras recamadas, esos zapatos de charol, los guantes de seda, el paso de ganso, el retumbar de bombos y platillos, el sonido apocalíptico de las trompetas, por avenidas, callejones, plazas y templos, hacían derretir a los adolescentes y sobre todo, a las mujeres que soñaban con un príncipe azul o un deslumbrante militar vestido como los integrantes de las bandas marciales. Y las adolescentes con sus minifaldas prensadas, medias que daban visos a sus extremidades  con las que avanzaban contoneándose. Tacones prematuros, botones dorados y ojos de fuego, despertaban la vanidad y sensualidad que, en la mayoría de los casos, y en grandes dosis, poseen las mujeres caldenses. 

 

Contar con más de una banda marcial (o de guerra), en un municipio, fue  motivo de engreimiento e índice de un vacuo progreso. Ese estruendo emparentaba a nuestra juventud, en el imaginario colectivo, con las marchas triunfales de conquistadores de naciones y con tribus guerreras pero que,  en el siglo XXI, entraron a hacer parte de una cultura de  relumbrón. 

 

Las aficiones que fueron parte de una idiosincrasia, allá como aquí, se han ido adormeciendo, ante la avalancha de los medios masivos de comunicación que, como lo dijo McLuhan, han convertido la tierra en una aldea. Ya se ve lo mismo en la capital que en la vereda apartada, se escuchan los ritmos e intérpretes de moda, en la radio o en las redes; y observan las mismas imágenes en los programas de computadores y teléfonos celulares que han enmudecido a la mayoría de jóvenes, convertidos en momias estoicas en el silencio de una sala o en la banca de un parque.  

 

El diálogo, la tertulia, la charla y la cuita pasaron de moda. Antes, un grupo de 4 o 6 adolescentes sostenían charlas en medio de la algarabía y las carcajadas. A medida que nos adentramos en el siglo XXI, cada uno de los que hacen parte de esas muchachadas dialoga con su propio celular, y si alguien llega y pregunta: ¿Cómo están?, tal vez alguno responda, en forma displicente: Bieennn.  

 

Según un estudio de la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC), en Colombia, en el año 2022, el televisor era el electrodoméstico más común en los hogares, aunque un 38% dijo no ver programas de televisión nacional.  

 

La mayoría de los 2.559 encuestados hacían llamadas desde su celular y desde aplicaciones en línea, mientras que el 28% dijo hacer las llamadas desde su teléfono fijo u operador. La mayoría de menores de 46 años hacía sus llamadas por Messenger. Los menores de 36 años llamaban por Instagram y los menores de 26 años hacían sus llamadas por Snapchat o Discord.  

 

El 45% dijo que escuchaba radio por aplicaciones o internet y el 46% respondió que no escuchaba radio por ningún medio. El promedio de tiempo que los colombianos utilizaban para escuchar radio era de 3 horas. Las personas mayores recurrían a la radio para escuchar música, y los menores de 45 oían música a través de páginas web o emisoras digitales. 

 

Cada día, más usuarios preferían utilizar un emoticón o dos o tres renglones, en la aplicación de Whatsapp, la más utilizada, según la anterior encuesta, tanto para llamadas como para videollamadas, llamadas internacionales y el envío de mensajes instantáneos, con el 98% del total. Solo el 20% de los colombianos respondió que no tenía celular también conocido como “teléfono inteligente”.  

 

 

“El 42% dijo que había disminuido el uso de llamadas de voz y que ahora preferían hacerlas por medio de una aplicación” (El Tiempo, 18 de abril de 2023, p.1.8). En la educación escolar, la silenciosa comprensión de lectura de los adolescentes llegó a reemplazar la entusiasta y personal comunicación oral.

 

 

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