CARLOS GARDEL, EN CALDAS

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

Charles Romuald Gardes nació en la ciudad de Toulouse (Francia), el 11 de diciembre de 1890, y a los dos años de edad, doña Berta, la madre, lo llevó a Buenos Aires huyendo de la miseria en que vivían. En la capital argentina españolizaron su nombre al imponerle el de Carlos Gardel.

 

Los datos sobre su origen y los demás que acaecieron en la vida del Morocho del Abasto, también conocido como el Zorzal Criollo, el Francesito o La Voz del tango hecha canción, se precipitaron en una incontenible cascada de leyendas. Gardel fue el héroe de un sartal de ficciones enredadas en los sucesos que, uno tras otro, se prolongaron más allá de su muerte ocurrida en el aeropuerto La Playa (Olaya Herrera), de Medellín, el 24 de junio de 1935.

 

La generación que habitaba el occidente de Caldas, a mediados del siglo XX, narraba el traslado de los restos de Carlos Gardel, entre Medellín y Buenaventura, en una forma tan emotiva que los que escuchábamos el relato recibíamos, de los que hilvanaban la historia del viaje fúnebre, una lección de geografía regional aplicada a un suceso concreto y una lección de arriería, una más de esas que nunca nos cansamos de escuchar.

 

Las versiones no coincidían. Había detalles equivocados o inventados que no cuadraban con los que ciertos caballeros narraban en los cafés y los que los maestros contaban en las escuelas. Uno se interrogaba por la disparidad de los relatos pero no preguntaba en voz alta pues se intuía que, para que fluya la leyenda, nadie debe corregir al que relata.

 

Nunca nos comentaron, por ejemplo, que Gardel no había ido a Medellín a cantar. Siempre lo imaginamos con su sombrero ladeado y su reluciente dentadura, entonando melodías, sin parar, en los teatros de la capital paisa o cerca de donde luego ubicaron su estatua, rodeado de multitudes que no cesaban de aplaudirlo. Nadie como Gardel para dos cosas: para cantar tangos y para ponerse el sombrero.

 

A veces nos dijeron que el avión en que viajaba Gardel se estrelló en el momento en que emprendía vuelo a Manizales a cantar en el Teatro Olimpia. Hasta nos precisaron que ese avión se llamaba Manizales.

 

No nos hablaron ni preguntamos si hubo velorio, funeral y sepultura del cadáver. Como faltaron estos acontecimientos en la narración de lo acaecido en Medellín, los caldenses los ubicamos en el camino. Suponíamos que le hicieron un inmediato traslado al puerto colombiano sobre el Pacífico, tal vez para emprender viaje hacia el sur y luego subiendo, por el Atlántico, hacia Buenos Aires.

 

En la escuela los maestros contaban que salieron las mulas, en solemne desfile, guiadas por los compungidos arrieros hacia La Pintada. Luego, nos imaginamos que subían a los pueblos del suroeste antioqueño de donde provenía la mayor parte de colonizadores, como Támesis, Jericó, Caramanta, Supía, Riosucio, y Anserma. Después se desviaron hacia Risaralda, San José, Belalcázar, La Virginia y, ahí, tomaron el barco hasta la cercanía de Buga donde subieron el cadáver al tren hasta Buenaventura en donde sus acongojados seguidores le dijeron Adios.

 

Era el tiempo en que, en el libro de Gramática castellana, de Bruño, en que estudiábamos, salía un dibujo de Juana La Loca presidiendo el cortejo fúnebre de su amado esposo, Felipe el Hermoso, por los dilatados campos de Castilla. Caballeros y damas de la corte avanzaban, a la luz de unas teas encendidas, detrás de la carroza fúnebre, por los eriales vacíos de ese reino. Cambiamos las figuras de la realeza española por los empedernidos seguidores del tango detrás de las mulas que cargaban al muerto.

 

En todas las versiones de la leyenda, comentaban que a Gardel lo velaron en cada pueblo a donde arribaban, cuando empezaba a caer la tarde. La gente sabía, por mensajes transmitidos por telégrafo, el horario de llegada.

 

Por cercanía, a los sanjoseños nos describieron, con lujo de detalles, la llegada a Anserma en donde, según las versiones más detalladas, hubo misa de cuerpo presente, en el templo de Santa Bárbara que se incendió, años después, en 1983. La gente amaneció haciendo silenciosa compañía, en el primer piso de esa casa de tribunas con chambranas, al lado occidental del Parque Robledo. En ningún relato, hubo música, tangos ni trago. Todo muy adusto. Según unos narradores, solo asistieron los varones pues ellos habían tomado mucho aguardiente con la música del difunto y no asistieron mujeres porque el tango no era de su agrado, antes por lo contrario, debido al tango, se privaron muchos fines de semana de tener a sus esposos en casa.

 

Jaime Rico Salazar, ansermeño que ha publicado más de diez volúmenes sobre  música popular, sostiene que, en Anserma, descansó la caravana con el cuerpo de Gardel. Y por sostener esto, algunos foráneos han llegado a despreciarlo.

 

Pero esa caravana, como la leyenda, no se detuvo. Un maestro, en la escuela primaria, llegó a comentar que a Gardel lo habían velado, a su paso por San José, en el viejo teatro de don Jesús Gil, en la Calle de la Estrella, frente al que fue café de don Abigail Valencia y luego Grill Mi Viejo, de los Hernández.

 

Para que el relato fuera más convincente, el fabulador escolar agregó que apenas unos caballeros se dieron cuenta y comunicaron, de noche, a sus amigos, de que, en San José, como en las anteriores localidades, se habían detenido con el cuerpo del intérprete de esa música que Gerardo Jiménez, en días de semana, entonaba en la mitad de la calle y la gente se asomaba para aplaudirlo desde las ventanas de las casas.

 

Sin embargo, con el paso del tiempo, no se han alejado de la gente ni la realidad ni la fábula. La leyenda de Gardel continúa hasta el punto de afirmar que cada día canta mejor. La invención que ha ido levantando el pueblo se ha ido aclarando aunque para muchos, a pesar, de la razón, prima el producto de la invención.

 

En 1929 ya era famoso en Francia. En 1934, el cantante se encontraba en Estados Unidos en donde firmó contratos para protagonizar las películas Cuesta Abajo, El Tango de Broadway y El día que me quieras. Como lo recuerda el investigador José Dionel Benítez, en su texto “Gardel, el viaje final” (2015), el cantante vio la película El día que me quieras, en premier, en Bogotá, a donde había aterrizado el 14 de junio de 1935.

 

En la capital del país, El Zorzal Criollo se presentó en los teatros Olimpia, El Real y el Nariño que quedaba en el barrio Las Cruces. La última presentación fue en la Plaza de Toros de Santamaría, ante 15.000 personas. Se despidió en un concierto, a través de la emisora HJN, de cubrimiento nacional, y que se transmitió por parlantes a la multitud reunida en la Plaza de Bolívar. Dicen que cuando muchas mujeres escucharon la melodía Insomnio, se desmayaron. La apoteosis llegó cuando interpretó el bambuco colombiano Las Aguas del Magdalena. Bogotá tendría más motivos que cualquier otra ciudad para darle pábulo a la leyenda sobre este artista pero el obstáculo ha sido siempre su proverbial apatía.

 

Aunque, de Barranquilla a Bogotá había volado en la aerolínea Scadta, en Bogotá se cambió a Saco para viajar a Cali, el 24 de junio pero, como precisa el historiador José Dionel Benítez, “este recorrido no había cómo realizarlo directamente desde Bogotá, pues en aquel entonces ningún avión poseía la capacidad ni la fuerza para trasmontar La Línea, así que, para evitarlo, debían volar primero hasta Medellín y de allí a Cali… En Medellín, tomaron refrigerio en el restaurante del terminal aéreo, mientras Gardel atendía a la multitud que lo aclamaba. Al final, luego de una larga espera, los artistas pudieron abordar el F-31 que los llevaría a Cali, dirigido por el piloto Ernesto Samper”.

 

Se inició el carreteo del avión de Saco pero el motor derecho del F-31 falló y lo desvió hacia el avión Manizales que esperaba para volar hacia Bogotá y estaba quieto en la cabecera de la pista. La explosión mató a todos los del avión Manizales pero se salvaron 5 personas del avión que iba para Cali.

 

El cuerpo casi irreconocible del también llamado Turpial Tanguero fue velado en la casa cural de la iglesia de La Candelaria, en Medellín. La misa de entierro se ofició en La Candelaria junto con diez ataúdes de otras víctimas. Gardel fue enterrado en el cementerio San Pedro. “A finales de agosto de ese mismo año, por orden de Armando Delfino, albacea de Gardel, del cementerio de San Pedro exhumaron el cadáver, para trasladarlo a lomo de mula desde Medellín hasta el puerto de Buenaventura, a donde arribó el 29 de diciembre de 1935” (José Dionel Benítez, 2015). Iba en “un féretro de zinc con remaches en las esquinas fundidos en plomo”.

 

Al finalizar 1934, la carretera que venía desde Cali, atravesaba el Valle y entraba a Pereira, llegó a Riosucio. Era tan fluido el tráfico que el diario La Patria, de Manizales, inició la distribución de ese periódico con estos horarios: Salida de Manizales, a las 3 y media de la mañana; llegada a  Pereira a las 5 y media; seguía a Cartago a donde arribaba a las 6 y media; a Riosucio llegaba a las diez de la mañana. Salía de Riosucio a las 11 de la mañana, con destino a Pereira a donde llegaba a las 3 de la tarde y seguía a Manizales en la misma tarde.  

 

Esto serviría de argumento para desbaratar la leyenda en cuanto al velorio del cuerpo de Gardel en Anserma, Risaralda, San José, Belalcázar y Pereira. La carretera que conducía hacia Buenaventura no tocaba en las localidades que quedaron encaramadas en la Cuchilla de Todos los Santos. Embarcaron el cuerpo de Gardel en Buenaventura con destino a Hollywood, con escala en Panamá. De Estados Unidos lo trasladaron a Buenos Aires en donde fue sepultado, en el cementerio de La Chacarita, en 1936.

 

El periodista Álvaro Gartner, como buen riosuceño, a capa y espada, defiende el velorio de Carlos Gardel en Riosucio. El 10 de julio de 2015, en la columna A propósito de historias (La Patria, p.21), comenta que “en 1935, Riosucio tenía más desarrollo que Anserma y Supía, en razón de su vieja condición de capital provincial (Provincia de Marmato). Riosucio tenía hoteles que no tenían otros pueblos comarcanos. Y estaba la sucursal de Expreso Ribón, la empresa contratada para llevar los restos de Gardel. Con este panorama, es difícil pensar que el velorio de Gardel hubiese tenido lugar en otro pueblo distinto a Riosucio”.

 

Faltan documentos tangibles. En tan corto tiempo, todo se convirtió en un correo de conjeturas orales. Pero, ¿fue que sí hubo velorio de Gardel?  El cuerpo había quedado reducido a una encomienda física para entregar en un puerto. Lo demás han sido arandelas producidas por la pasión, la emoción y la imaginación del pueblo caldense.