COSME JARAMILLO  Y SU LIRISMO VEGETAL

 

Octavio Hernández Jiménez

 

TRAYECTORIA

 

Si existe un apellido ligada a la historia de la plástica, en Caldas, ese es Jaramillo: Alipio Jaramillo, Luciano Jaramillo, María de la Paz Jaramillo y Cosme Jaramillo, pertenecientes, en mayor o menor grado, a una familia. 

 

Al lado de los anteriores hay otros con el apellido Jaramillo pero que, aunque ocupan sitios destacados en la plástica colombiana, no son de la misma saga, como Ignacio Gómez Jaramillo, Teodoro Jaramillo, Lorenzo Jaramillo, Óscar Jaramillo y otros.

 

Cosme Jaramillo Trujillo es un manizaleño discreto, de pensamientos despejados que, por los años 70 del siglo XX, viajó a Estados Unidos a estudiar arte publicitario, en una época en que no había computadores pero, a cambio, había algo básico para estudiar: la influencia inmediata del pop art norteamericano, con el afán por una nueva composición, los colores chillones, los contrastes, las superficies planas, la técnica gráfica, la influencia de las tiras cómicas, los estereotipos, la fascinación por los nuevos tiempos… Causaba sensación hablar y admirar el legado de Jackson Pollock, Wesselmann,  Lichtenstein, Rosenquist y, sobre todo, Andy Warhol.

 

Esas experiencias directas influyeron en Cosme hasta el punto de que no pocas se reflejan, en forma inconsciente, en obras posteriores donde se capta la herencia del pop art, por ejemplo, en el retrato de uno de sus hijos, ubicado en su taller, igual que en la forma plana como enfoca muchas plantas y en el colorido desconcertante con que las impregna.

 

Al concluir sus estudios, regresó, entregó el diploma a sus padres y se consagró a vivir en la finca que fue de sus mayores en donde ensayó con el dibujo y la acuarela tal vez siguiendo el criterio de Rosenquist: “Mi obra es una inflación visual. La pintura es probablemente más apasionante que la publicidad, ¿por qué no ejecutarla con el mismo brío y la misma fuerza?”.

 

En la década de los 80, salió de la finca con destino a Bogotá, en donde tomó cursos privados de arte. Allá jugó su destino al que incorporó  visiones traídas del hemisferio norte, como la inclinación por pintar con gran fuerza aquellos follajes que le salían al paso, en el campo, y que le siguen deslumbrando. Un mundo real agrandado y agudizado por la ausencia.

 

En la capital, se encontró con Memo Vélez y con Pedro Alcántara (quien fue esposo de María de la Paz) y se vinculó a la Corporación Prográfica.

 

Se dedicó a las planchas metálicas, linóleo, aguafuerte, punta seca,  serigrafía y grabado, en una de las temporadas más espléndidas de esta técnica en Colombia.

 

Debido al contacto permanente con los químicos con que se trabaja en esos talleres, tínner, disolventes, lacas y pinturas, Cosme enfermó de cáncer que, pasado el tiempo, logró vencer.

 

Su próxima etapa fue enfrentarse al mundo de la pintura con óleo y luego con acrílico, materiales que, se supone, no son tan mórbidos como los otros productos. Sin embargo, Cosme reconoce que no se está a salvo de cualquier evento, por lo que exclama: “A esta edad importa poco morirme por esos químicos”.

 

En cuanto a arte abstracto, dice que no lo cultivó aunque sí se probó en él. Quedaron 3 ó 4 obras semiabstractas en la que se vislumbra una sugestiva relación con la naturaleza de nuestro entorno trabajada en las obras realistas.

 

COSME, PINTOR

 

Podría considerarse autodidacta (o no) por haber encontrado, fuera de instituciones académicas, el bagaje de técnicas que, adaptadas a su sensibilidad y trayectoria, lo llevaron a continuar por la ruta del dibujo, el grabado y la pintura.

 

Pero un pintor de naturaleza no es solo una persona ducha para reproducir hojas, tallos y flores. ¿En dónde queda la creatividad sin la cual no hay obra de arte?

 

Los vegetales poseen una vida maravillosa, sutil y pasajera que hay que captar, elaborar y transmitir al lienzo pero que, si no se logra, no se es artista. Aunque sea un pétalo frágil, el artista requiere infundirle hálito vital. Flores que abran el deseo de acariciarlas antes de que se marchiten; que causen alegría sus estambres, el volumen de sus arterias y que casi se perciba su fragancia.

 

Hay que seguir el ejemplo del poeta y pintor surrealista Max Ernst quien, por los años de 1930, a través de sus obras inspiradas en la naturaleza, logró transmitir sensaciones delirantes. Al contemplar su cuadro “La alegría de vivir” queda la sugestión de un sueño.

 

Al observar algunas de las 18 pinturas que Cosme Jaramillo expone en la Alianza Colombo Francesa de Manizales, durante el mes de mayo de 2015, vemos que la obra naturista del pintor caldense fluctúa entre el realismo, el surrealismo, el arte pop adaptado al mundo vegetal que, en este caso, provocan un deslumbrante realismo mágico, en pintura.

 

Las obras de esta exposición: 2 óleos, 3 serigrafías y 13 acrílicos exaltan la exuberancia de la región andina, la más rica entre las nueve en que se ha distribuido la vegetación del territorio colombiano.

 

En los lienzos de Cosme aparecen árboles, plantas, sembrados lejanos, montañas ariscas, vallejuelos y arreboles soñolientos del noroccidente caldense.

 

Los verdes se tornan de cualquier color por la luz original que se filtra entre nubes y hojas. Vegetales con ritmos y atmósferas que los delimitan, sin que las obras de arte resulten descriptivas, informativas o decorativas.

 

Las plantas y flores realizadas por los pintores de la Expedición Botánica  tenían un enfoque científico, como los trabajos de la Comisión Corográfica y de la reciente obra “Catálogo de plantas y líquenes de Colombia”, en la que trabajaron 180 botánicos de 20 países y 70 instituciones internacionales, durante 13 años y en donde quedaron consignadas 26.186 plantas, incluidas 769 de las que no se tenían noticias además de 1.674 líquenes; obra ya subida a la Internet.

 

En esos grupos no podría aparecer Cosme Jaramillo pues, a pesar de su calidad en la pintura de plantas que hace de él uno de los más destacados artistas caldenses, no es un científico.

 

Es de resaltar, en las obras expuestas en la Alianza, el colorido plano, las fluctuaciones aparentemente irreales, el floralismo, la claridad y elegancia inherentes a las especies, las combinaciones exóticas en el colorido y la armoniosa distribución de los elementos.

 

Al detallar los paisajes contemporáneos de Cosme Jaramillo queda la sensación de que sería el artista ideal para ilustrar una novedosa y nada folclórica edición de Cien Años de Soledad. Cada quien forja su propio Macondo.

 

El artista aporta una percepción dinámica y voluptuosa de la naturaleza. En sus cuadros no se vislumbra inquietud ni tristeza. Ante ellos, los observadores impregnados del lirismo que esparcen sus obras, con Juan Ramón Jiménez, el Nobel español, podrían musitar: “Aunque mayo no haya abierto a ti sus flores/ tú siempre exaltarás la primavera”.

 

Fotos -  JORGE ADUARDO ARANGO VÉLEZ