CUANDO IBAN A FUNDAR PUEBLOS, EN CALDAS

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Corría la segunda parte del siglo XIX cuando colonos antioqueños, caucanos y tolimenses se movilizaron, en el occidente colombiano, en lucha por la supervivencia. Las guerras civiles les pisaban los talones.


La mayoría de caseríos caldenses de tierra fría fueron construidos y habitados, a lado y lado de los caminos reales. Hubo tres  vías principales, ya desaparecidas, en su forma original, a cuya vera crecieron numerosos caseríos: Arma, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira, Manizales, Villamaría, Chinchiná, seguían el camino real que serpeaba por las crestas de la cordillera central y que comunicaba las capitales de los estados soberanos del Cauca y de Antioquia.


Riosucio, Quinchía y Anserma quedaron en los filos de la cordillera occidental. Ese camino que llegaba de Antioquia, se bifurcaba de tal manera que, en Anserma se podía seguir hacia Belén, Apía, Santuario, Balboa y los pueblos cordilleranos del Valle del Cauca hasta llegar a Cali y Popayán o, en Anserma, seguir por la Cuchilla de Belalcázar hacia Risaralda, San José, Belalcázar y caer a La Virginia en donde se embarcaban rumbo al Valle. Otros, en La Habana junto a Belalcázar, descendían al río Cauca, pasaban el cañón hasta ascender a Marsella, Pereira y el Quindío.


Varios de esos caseríos tenían  nombres distintos a los de ahora. Hubo un tiempo en que Anserma se llamó Santa Ana de los Caballeros, Risaralda se llamaba San Joaquín, San José era Miravalle, Belalcázar se conocía como La Soledad, Chinchiná como San Francisco, Samaná como San Agustín, Belén de Umbría como Mocatán, Apía, por largos años, fue la Villa de las Cáscaras y La Virginia era Sopinga. 


Si continuamos hablando de caminos que en el occidente de Colombia tenían una orientación vertical hay que hablar de otro que iba por el lado oriental de la cordillera central en donde están ubicados Samaná, Pensilvania con sus múltiples corregimientos e inspecciones, Manzanares y Marquetalia.


Por lo explicado, los pueblos caldenses no están ubicados en desorden sino enfilados de acuerdo con unas vías de mucho trajín que ya no existen y hacen absurda, para los desconocedores de la historia, la ubicación de ciertos caseríos que parecen abandonados de las manos de Dios y los distintos gobiernos.


Los anteriores caminos iban por lo alto de las montañas porque las tierras bajas eran pantanosas.  Los colonos fueron construyendo sus casas a lado y lado de los caminos de tierra fría para librar a sus familias de enfermedades mortales para ese tiempo como la fiebre amarilla, malaria, paludismo y leishmaniasis cuyos vectores abundaban en tierras húmedas y cálidas.


Fuera de la salubridad había otros factores que determinaban la selección de un sitio para poblarlo como fueron el comercio, las fuentes de agua, el material de construcción en este caso los tupidos montes, buena caza y buena leña mientras avanzaban en  sembrados, cosechas y dehesas.


En pueblos caldenses con historia de vieja data o ascendencia indígena se encuentran topónimos que recuerdan esas etapas ya idas. En Apía, municipio que hizo parte del Viejo Caldas, se encuentra la Calle de Jamarraya, el Club Tucarma, el Hotel Zulaima y el mismo nombre de Apía, caserío al que se le impuso ese nombre en honor de la tribu que habitaba las laderas del valle del Risaralda.


En la toponimia son corrientes los homenajes y las celebraciones: Apía, Mistrató, Guática, Quinchía, Supía, Pácora y Marquetalia son nombres con reminiscencias indígenas, mientras que topónimos como Belalcázar, Balboa, Neira, Aranzazu y Pereira son homenajes a personajes de la historia nacional o regional.


En ciertos momentos pasaron por la mente de los primeros pobladores  nombres de parajes europeos para asignarlos a fundaciones en el occidente colombiano: Salamina, Viterbo y Victoria. Palestina es una evocación bíblica y, de ahí cerca,   es el topónimo Armenia.


Topónimos con reminiscencias norteamericanas, aunque de formación lexical griega o española son Pensilvania, Filadelfia y La Virginia. Risaralda aparece en honor de una obra literaria de Bernardo Arias Trujillo, novelista nacido en Manzanares (Cds.).  

   

El Departamento de Caldas recibió el apellido del prócer y sabio payanés, sacrificado en 1816. Con motivo del primer centenario de la Independencia Nacional, en Apía y otros conglomerados, se bautizaron calles en honor de próceres o de acontecimientos de esa gesta: Calle Bolívar, Calle Santander, Calle Nariño, Calle Caldas, Calle Boyacá. Ha faltado mucho patriotismo entre los propios habitantes para sostener en vigencia esos nombres.


También el origen de los nombres corresponde a una geografía transitada por los colonizadores. Si hay una vereda en el municipio de Andes (Antioquia) con el nombre de La Rochela y, en Palestina (Caldas), hay otra vereda con el mismo topónimo, lo más lógico sería pensar que la Rochela caldense sea posterior a la antioqueña y hasta deducir que el primer rochelero nuestro era un emigrante del suroeste antioqueño y llegó en una de esas avalanchas de gentes que hemos recibido de esos lados.


Lo mismo pudo haber sucedido con topónimos comunes en otros municipios caldenses como: Buenavista, La Estrella, Tamboral, Morroazul, El Tablazo, Hoyofrío, Travesías, Dosquebradas, Matecaña, La Margarita y el pintoresco Cantarrana que se utiliza como topónimo desde la Edad Media. En la impresionante tragedia de los Infantes de Lara, el poeta popular dice: “… iredes a posar a esa calle de Cantarrana”.


Claro que no todos los topónimos provenían de Antioquia. Los territorios de los departamentos del Quindío, Risaralda, además del sur y occidente de Caldas pertenecían al Estado Soberano del Cauca, capital Popayán. Por el occidente, todo era Cauca hasta Marmato.  


Si los caseríos quedaron encaramados en las cuchillas, por lo general, en cada uno de ellos hubo una calle real que seguía la topografía del largo camino y una calle anexa o secundaria que casi en todos los pueblos tiene nombre curioso.

 

Ese camino llamado calle real se dividió en pedazos o cuadras incompletas. Entre cuadra y cuadra se interpone un espacio llamado bocacalle por donde se divisa el paisaje abrupto o por donde se escapan animales y hombres perseguidos por sus enemigos.


Esas bocacalles tienen como nombre el de las familias que habitaban el vecindario. Bocacalle de las Londoño, Bocacalle de las Hernández, Bocacalle de las Monjas, Bocacalle de los Largo.


En otras ocasiones, las gentes son más escuetas pues llaman las calles o bocacalles por los apodos como la Calle de los Yuyos, la Calle de las Hueso,  la Calle de las Pandequeso y la  Calle de Bollo Duro.


Es común denominar la calle por el edificio o la actividad más sobresaliente del sector: Calle de la Iglesia, Calle de la Alcaldía, Calle del Hospital, Calle del Colegio, Calle del Cementerio. La Calle del Barrio conducía a la zona de tolerancia.


El nombre de Calle de la Ronda, con que en San José se bautizó la calle secundaria, causaba intriga y luego alegría al comprobar que, primero en Cartagena, luego en Pasto y, más allá, en Quito (Ecuador) existen calles con ese nombre. Luego se supo que, quien bautizó en un arranque de nostalgia, a la calle de ese pueblo, fue un predicador de fiestas patronales llegado de Popayán. La costumbre de bautizar con el citado nombre una calle anexa, por donde pueden escurrirse las personas sin ser vistas por el grueso del público que atesta la calle real, provino de Andalucía (España).


Rutas curiosas del idioma en boca de conquistadores que atravesaron la región panameña, se embarcaron en el Pacífico rumbo al Perú y luego, como locos, empezaron a ascender por el lomo de la cordillera de los Andes, al estilo de Belalcázar, Robledo y sus tropas, hasta adentrarse en tierras de lo que sería Caldas y seguir hasta Santa Fe de Antioquia, en donde germinó una raza que luego empezaría a desandar el camino de sus mayores. En los albores de la Colonia, la misma Antioquia perteneció al Cauca.