DE NIGUAS, PULGAS Y CHINCHES

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

Lo que tiene la nigua de pequeña lo tiene de recorrida. Uno pensaría que un bicho tan humilde y diminuto debió haber tenido su origen en un pueblo correspondiente a la colonización antioqueña, por el lado occidental de Colombia, pero no fue así. Por lo menos, llamó la atención de los primeros cronistas españoles desde México hacia Suramérica.

 

Francisco López de Gómara, el cronista español del siglo XVI, que insistió en la Conquista de México y Centroamérica, las describió así: “La nigua es como una pulga pequeñita, saltadera y amiga del polvo; ni pica sino en los pies; se mete entre cuerpo y carne; pare luego sus liendres en mayor cantidad que cuerpo tiene, las cuales en breve engendran otras y, si las dejan, se multiplican tanto que no las pueden agotar y remediar sino con fuego o con hierro. El remedio para que no piquen es dormir con los pies descalzos o bien cubiertos. Algunos españoles perdieron con esto los dedos de los pies y otros todo el pie”(Fco. López de G. Historia General de las Indias, I Hispania Victrix, 1985, p.65).

 

Trescientos años después, encontramos esta plaga adueñada de las casas colombianas. Por lo menos, en la primera mitad del siglo XX, en las casas del pueblo y de los campos de San José, como en todos los pueblos de la colonización antioqueña, sobreabundaban las niguas, las pulgas, los chinches y los piojos.

 

Las niguas eran  insectos diminutos, negras o monas, grandes saltadoras, que hacían nido entre la carne de los dedos  de los pies, en las jarreteras y hasta en los codos y dedos de las manos. Su hábitat favorito eran los subterráneos en donde guardaban terneros y vacas. Como que los orines de las bestias servían para reproducir esa especie de bichos. El asunto se complicaba porque la mayoría de niños y niñas no usaban zapatos. Solo tenían los de dominguear.

 

De noche, las madres cogían una aguja, ponían una vela encendida a un lado y a sacarles las niguas al esposo y los hijos. Para sanar la carne abierta le untaban veterina o alcohol en la herida. Otros, desesperados, le echaban petróleo.  Cuando sacaban entero el nidado de huevos de uno de esos bichos que venía envuelto en una  membrana redonda, con la punta de la aguja lo metían a la llama de la vela; ahí mismo se escuchaba el chisporroteo de esos huevos que provocaba gran alegría en la concurrencia que hacía turno.

 

Cuando muchas niguas hacían nido en una parte del cuerpo, por ejemplo, en el talón, se hablaba de una ‘panalera’ (con a, no con e). En este caso, las personas se rascaban contra las esteras de cogollos que ponían al pie de las camas, contra los andenes o contra una piedra hasta chorrear sangre. Un niño desesperado por las niguas era demostración palpable de que tenía una mala madre. Eso servía para comentarios entre las mujeres.

 

A finales del siglo XX se habían habilitado los subterráneos con nuevos cuartos o viviendas, se habían pavimentado y ya no había terneros, vacas, perros o gallinas para guardar. Se acabaron del todo las niguas. Los niguateros de Salamina y Popayán tienen problema para explicar por qué les decían así.

 

Las pulgas habitaban ante todo en casas en donde no barrían o en donde no enceraban el piso. La cera para el piso se acostumbra mucho en las casas de bahareque, en Caldas, pero no en Antioquia en donde se limitan a lavar el piso con agua, jabón y esponja.  Cuando niños teníamos la obligación de encerar, en las tardes de los sábados, los corredores de las casas y por las tardes, en semana, los salones de la escuela. Era un programa fenomenal. Unos sentados en costales y otros arrastrándolos por todos los corredores. Ni qué tobogán.

 

Las pulgas anidan en las cobijas, debajo de las camas sin barrer, en los cuerpos de los perros, los gatos, las chuchas y ratas que las pasan de una casa desaseada a otra, por rotos o por los zarzos. Lo peor que podía suceder era acostarse en una casa en donde hubiera pulgas. Se pasaba la noche de cacería, matándolas con las dos uñas grandes, en medio de la oscuridad. Traqueaban.

 

Las madres trataban de controlar las pulgas sacando, por la mañana, las cobijas a asolearse en las ventanas de las casas. Las pulgas saltaban a la calle desesperadas por el calor del día. Las sábanas que siempre fueron blancas quedaban manchadas en forma nauseabunda por las picaduras de ese bicho. Horrible. Se compraba ‘flit’ que se esparcía con una regadera. Luego llegó el DDT que fue prohibido en la década de los ochenta del siglo XX porque atentaba contra el medio ambiente.  La llegada de la cerámica para enchapar pisos de toda la casa,  cocinas y baños, mermaron el auge de las pulgas.

 

Los chinches, semejantes a garrapatas, “de color marrón,  cinco milímetros, cuerpo oval y plano” atacan ferozmente en las noches humanas. Existían en tierra caliente y templada. No dejaban dormir andando sobre el cuerpo y recorriendo la cara y el cuello antes de huir repletas de sangre. Una vez prestaron mi colchón para un paseo a tierra caliente y cuando lo devolvieron venía plagado de chinches. ¡Qué noches! Al no poder dormir me levantaba a matarlos.  Metí las cuatro patas del catre en tapas de betún llenas de petróleo para que no se subieran y todo siguió igual. La misma tortura. Se escondían entre las ranuras y desperfectos de las tablas de la cama y del piso, de las paredes de bahareque, en las bisagras de las puertas. Pasaba la noche metiendo la punta de un cuchillo afilado, entre las grietas de esas tablas. Salía ensangrentada. ¡Qué alegría!

 

Uno pensaría que esos bichos eran puro asunto de atraso social y de desaseo. Sólo en parte.  Escuchemos: “Arlington, Estados Unidos: Es tal la invasión de chinches en el país, que la Agencia de Protección Ambiental realizó ayer una cumbre sobre el problema. Se trata de unos insectos diminutos que viven en las grietas y pliegues de colchones, sofás y sábanas. Antes del alba, salen para alimentarse de sangre humana” (El Tiempo, “Epidemia de chinches moviliza a autoridades”, 15 de abril de 2009, p.1-9).

 

Analicemos: la plaga y la noticia se generaron no en países del tercer o cuarto mundo sino en la potencia del norte. El problemita no es de los estados sureños, menos desarrollados sino que la invasión es de todo “el país”. Mal de muchos, consuelo de tontos. No se trataba de una noticia fechada en el pasado siglo XX sino ya entrado el XXI. Variables del chinche siglo XXI con relación al chinche siglo XX: En la prensa mencionan  “la chinche” y no “el chinche”. Ya intervino el Congreso de Estados Unidos.

 

En ese recinto en donde uno suponía que no hablaban sino de guerras y de dólares, una senadora demócrata por el Estado de Carolina del Norte (tierra fría, no al sur), solicitó ayuda financiera para luchar contra esta invasión, fuera de la ayuda para combatir cucarachas y ratas. Como si esto fuera poco, como en una película de monstruos, “sabíamos que estos insectos no limitaban su presencia a la cama, sillones o sofás, pero ahora los encontramos en lugares que no imaginábamos como teléfonos, celulares, enchufes y televisores” (El Tiempo, “La chinche de cama es el nuevo enemigo público de Estados Unidos”, 15 de abril de 2009, p.1-6).

 

En noviembre de 2010, los honorables chinches se habían ido en viaje de turismo para el mismito París. A partir de esta noticia nada de raro tendría que anunciaran que descubrieron a asistentes al Teatro de la Ópera rascándose las canillas, en pleno debut, o un chinche escondido entre las costuras de la Gioconda, en pleno Museo del Louvre.

 

De los piojos ni hablemos pues los medicamentos para combatirlos en los primeros años del siglo XXI los pasan, a diario, por las cadenas de televisión nacional e internacional. Abundan piojos en escuelas y colegios de barriadas y en establecimientos educativos estratos 5 y 6. Pregúntenles a las profesoras que tienen que dedicar buena parte del tiempo al aseo de las alumnas. Los piojos tuvieron la culpa de que ya no se usen las trenzas que se hacían las niñas y mujeres, en el siglo XX,  para imitar a María, la amada de Efraín.

 

 

 

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