EL RELATO DEL PINTOR

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Enrique Grau vivió en Cartagena, en La Máquina de Escribir, nombre escueto con que la gente conoce un edificio de apartamentos  que queda entre el Hotel Caribe y el Hilton. Era de su familia. Cuando el Premio Nobel de Literatura 1982, el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), a mediados de los años 80, llegó de México, Grau le comentó que, en La Máquina de Escribir, tenían un apartamento para la venta. María Teresa Grau, hermana del artista cartagenero, administraba el edificio. Ella le entregó las llaves a su amigo Jorge Ortiz para que le mostrara al escritor el apartamento aludido. Entraron, el pintor abrió cortinas y le indicó la distribución del espacio. Los muebles eran de hierro forjado y cojines rosados, lo que despertó la risa en ambos. Una ráfaga de viento cerró la puerta. Debido a que la chapa estaba mohosa, tal vez por la sal del mar cercano, cuando el pintor fue a salir, la puerta no abrió por dentro. No habían inventado aún los teléfonos celulares. García Márquez sacó de su maletín un block de papel blanco, se sentó ante un escritorio que había allí y se puso a escribir. El pintor se quedó de pie junto a la puerta esperando que pasara alguien para pedirle auxilio. A Jorge le extrañó que el escritor, como si estuviera pensando en alguna cosa lejana, lo mirara y luego escribiese. Jorge  fue incapaz de preguntarle sobre lo que redactaba. Concluido el relato del pintor, me puse a pensar si lo que contaba García Márquez sobre la visita que le hizo al papa Juan Pablo II, en su estudio del Vaticano, fue verdad, hubo una curiosa coincidencia entre dos situaciones o se trató de la elaboración de un boceto que indicaría la facilidad del escritor para construir edificios literarios partiendo de un vivencia fugaz. En un artículo periodístico narraba el Nobel que visitó al pontífice como un homenaje a su mamá doña Luisa Santiaga pues ella siempre expresó su vehemente anhelo de visitar al Papa. Conversó con el pontífice el tiempo asignado por el protocolo. El Papa le obsequió un recuerdo piadoso de la entrevista y, cuando los dos la daban por concluida, el Papa fue a abrir la puerta de madera y la llave se atascó. Después de una confusión de momento y varios minutos de espera, sin saber qué hacer, llegaron los del protocolo y los sacaron de apuros. Cuando leí el relato de García Márquez concluí que, ni los imponentes espacios del Vaticano se sustraen de que hasta ellos se cuelen ráfagas del realismo mágico que los latinoamericanos hemos reclamado como un exclusivo producto cultural. Después de que Jorge me refirió lo que le sucedió con García Márquez en Cartagena, me dio por imaginar lo que el fabulista escribía en forma tan empecinada mientras el pintor de atmósferas en las montañas  estaba quieto e inquieto junto a la puerta del apartamento. Nada de raro tendría que el escritor colombiano estuviera redactando los borradores de la columna periodística en la que sustituyó al artista caldense en cierne por el pontífice de Roma.    

 

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Homenaje a Gabriel García Márquez (1927-2014),

Club Tucarma, Apía, 2 de mayo de 2014.

 

 

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