FLORES DE OTOÑO

 

Octavio Hernández Jiménez

 

La lectura de placer, como apetitosa comida, entra por los ojos y qué suculento banquete me he dado con la lectura morosa de los sonetos de Juan Hely Morales Bedoya.

 

Luego de leer el primer soneto no se puede parar. Es apasionante la lectura de Flores de Otoño, libro próximo a ver la luz. La obra equivale, ni más ni menos, a hacer un cuidadoso inventario de las emociones y sentimientos que más nos desvelan a los apianos.

 

Cada pueblo, entre ese cuerpo teórico tan complejo que se llama idiosincrasia, cuenta con una parte de elementos sicológicos que solo se comparte cuando se es del mismo lugar, se convive con los habitantes de ese sitio o se ha aprendido a avanzar con ellos, por la vida, como lo hizo Dante con Virgilio por los bordes azarosos de un infierno o el camino sembrado de rosas de un cielo puro.

 

Detenerse en cada soneto de este delicado florilegio, equivale a mirar el rostro de alguien conocido que posa en el centro, a un lado u otro, adelante o atrás, en esa foto que perpetuamente es la misma y distinta de acuerdo con las generaciones e identidades con un sustrato común que llamamos apianidad. Es un álbum familiar de los apianos en cuanto a sentimientos que quedan perpetuados con palabras atrapadas como suspiros y expresadas por nuestro poeta.

 

La foto de nuestros sentimientos retratados por Juan Hely Morales Bedoya conforma un nítido universo poético. Tal vez, este sea el valor más sobresaliente de la selección. Casi una película que titularíamos El Jardín Secreto de los Apianos.

 

Identidad y coherencia en el tema. Pintura regional, olfato que heredamos quienes encontramos, en el Café Apía, la oficina para catar sensaciones terrígenas los que no somos catadores pero allá aprendimos algo de los fragantes aromas que suben y bajan desde el Tatamá, como lo recuerda el poeta en uno de sus textos.

 

Flores de Otoño cuenta con un colorido básico muy original en el que no se encuentra la tristeza, ni la alegría, ni el entusiasmo, ni el optimismo, ni el pesimismo, ni la negación, ni la afirmación, ni la amargura, ni la exaltación, con el mismo tinte que en obras ajenas.

 

Para mí, la poesía en Flores de Otoño, logra mezclarse en el aire e impregnarlo todo de ese sentimiento llamado saudade. Saudade es, para los portugueses, una alegría triste o una tristeza alegre. No es tan triste como la nostalgia, ni tan festiva como la alegría.

 

En cuanto a la edición me sorprendió lo apropiado de esa lluvia de hojas exangües, lo aireado de los textos y lo voluminoso que lograron hacerlo con la insistencia y terquedad del reducido grupo que no concedió espacio al desánimo como método para conseguir lo propuesto. Así se ha logrado todo lo que en el mundo ha servido.

 

Como dice el poeta sobre las propias cenizas, esperamos que su poesía, con tintes neopiedracelistas, cuando el viento de la tarde la disperse, también fecunde la tierra sobre la que logró realizar su misión como profeta, en la distancia, del amor y la nostalgia.

 

 

OJALÁ

 

Juan Hely Morales B.

 

Quieta en mi corazón, fija en mi mente,

el tenue rayo de mi amor la anima;

viva para el mortal que se le arrima,

muerta para mis ojos… solamente.

 

Ella es tan solo el eco de una fuente

sin poderle fijar su procedencia;

llega de todas partes su presencia

y mientras más se acerca es más ausente.

 

Vive en mi corazón como el perfume

de la flor que los tiempos no consume

y ha de morir tan solo con mi muerte.

 

Aunque, ojalá, en los cielos del arcano,

podamos ir cogidos de la mano,

vivos y unidos por la misma suerte.

 

Acto de lanzamiento del poemario Flores de Otoño. Apía 10 de agosto de 2013.

 

 

<< Regresar